Y no sólo una; se dirían que son varias las
sorprendentes paradojas en la vida de Jane Austen; el fenómeno Austen está aún
por explicar y ser entendido. Pero antes de nada procedamos a situar en dos
palabras a Jane Austen en el espacio y en el tiempo.
El
espacio es Inglaterra y el tiempo el de la toma de la Bastilla en París. Tenía
ella catorce años cuando se producía aquel trascendental suceso y vivía en una
idílica ciudad campestre, Steventon, a noventa kilómetros de Londres en el
condado de Hampshire.
Tratemos
de imaginar aquel escenario: grandes viviendas unifamiliares rodeadas de
praderas; terratenientes, hacendados y aristócratas de segunda clase; vida
provinciana en la que nunca pasa nada. Y allí, nada menos que junto a siete
hermanos, ha estado viviendo durante veinticinco años esta muchacha (estamos
justamente ahora en 1800) que no ha tenido otra educación que la recibida de su
padre, el clérigo de la localidad. Es un hombre culto que junto con el
ejercicio de su ministerio dedica parte de su tiempo a la enseñanza de los
hijos de algunos de aquellos hacendados y pequeños nobles.
Primera
paradoja: esta chica tiene a esa edad escritas tres novelas además de otras
obras juveniles menores. Las ha ido escribiendo en el cuarto de estar o salón
de su casa por el que transita todo el mundo, porque no tiene otro sitio; y
ello al tiempo de ayudar a su madre haciendo punto, cosiendo, bordando y
dedicándose a las funciones propias de una joven en un hogar de esa época. Hoy,
doscientos años más tarde, gracias a algunas de sus novelas consideradas
excepcionales en el mundo anglosajón, Jane Austen figura entre los nombres más
grandes de la novela inglesa.
Lamento
que esta introducción me haya resultado tan larga, pero confieso que no sabía cómo
impactar al atrevido lector de estos apuntes para justificar el título y,... no
sé si lo he conseguido.
Virginia
Woolf dijo de ella que: «De entre todos los grandes escritores, la grandeza de
Jane Austen es la más difícil de captar», y de eso hace ya un siglo. Lo cual
nos lleva a la segunda paradoja: a Jane Austen le editan su primera novela, una
de aquellas tres —la tercera escrita— contando treinta y seis años y en forma
anónima; pero, además, esa novela, Sentido
y sensibilidad, se publica corriendo
los gastos de impresión por su cuenta y con la condición de que si no se
cubriesen los demás gastos inherentes a su publicación, las pérdidas debería
asumirlas ella; no sucedió y se vendieron los mil ejemplares. Sin embargo,
cuando Austen fallece seis años más tarde después de haberse publicado cuatro
del total de las seis novelas que en su vida escribió, todavía sus lectores no
saben cual es el nombre de la autora; las tres siguientes que vio publicadas —Orgullo y prejuicio fue la que siguió—
aparecieron con la siguiente leyenda bajo su título: "By the author of Sense and Sensibility", todo ello en
mayúsculas.
Créaseme
que podría intentar seguir desarrollando esta «entrada» de blog a base de paradojas, pero estimo que sería poco llevadero para
el lector. Las irá descubriendo él mismo a medida que vayamos procediendo a
bosquejar los rasgos principales de esta singular escritora, un caso
notablemente atípico dentro del género novela.
Para comenzar, en la vida de Jane Austen
todo es... diríamos normal, por no escribir vulgar. Precisamente con esta
palabra la identificó en 1813 Madame de Staël cuando Jane se negó a conocerla
en Londres. Dijo entonces ella de Austen que sus novelas eran vulgares; que
estaban «demasiado vinculadas a esa vida provinciana inglesa que ella detestaba
por su estrechez y su aburrimiento, por su ensalzamiento del deber y por su
anulación del ingenio y de la brillantez»(1) Y en esto último entrecomillado
hay en parte algo de verdad, puesto que las novelas de Jane Austen tienen
siempre un recorrido ajustado a unos determinados cauces y mantienen ciertos
inamovibles elementos o ingredientes, entre otros: provincianismo, cumplimiento
del deber, alta moralidad y falta de pasión.
Se ha señalado, para
resumir, que en sus novelas Austen ignora el mundo del trabajo, el de las masas
depauperadas de una Europa en plena Revolución francesa; que no hace referencia
alguna a reformas sociales o políticas; no critica ni defiende aquella sociedad
de su adolescencia que se está comenzando a derrumbar; los ilustrados ni se
mencionan; de igual forma ignora el feminismo y cualquier derecho de la mujer,
y sus personajes son clérigos, hacendados, aristócratas, militares y damitas
que bailan el minué y que viven en una atmósfera idílica y feliz.
Por otra parte todas sus
novelas están elaboradas de una manera concisa; transcurren en un entorno
social y geográfico semejante y comprenden un periodo de tiempo no demasiado
largo; la acción suele desarrollarse en residencias campestres de familias
pudientes y de la mediana o pequeña nobleza; en ninguna se le crea al lector
preocupaciones de ninguna clase al tiempo que el sentimentalismo no deja de
estar siempre presente; con frecuencia un viaje corto contribuye en forma
decisiva a la evolución de los acontecimientos, y en todas ellas hay una o
varias parejas enamoradas que acaban en matrimonio. Con estas constantes se las
ha llamado «novelas sobre casamientos», aunque nunca «novela rosa». Y, sin
embargo, la autora nunca se llegó a casar a pesar de algunos enamoramientos que
tuvo en su vida. «Jane Austen es un caso anómalo dentro de la novela universal.
Puede que ningún otro novelista haya utilizado materiales tan limitados ni
escenarios tan circunscritos».(2)
No obstante he de
rectificar; hemos escrito en el párrafo anterior «todas sus novelas», las seis,
y no es así. Paradójicamente, la primera, que posiblemente a los veinte años
comenzó a escribir, La abadía de
Northanger —curiosamente la última publicada y póstumamente— es una
verdadera sátira contra la novela gótica (el gusto por los castillos, las
ruinas, la oscuridad, lo arcano y el culto a la muerte) tan de moda a finales
del XVIII; una sátira a la manera de la escrita por Cervantes contra los libros
de caballerías, aunque aquí la protagonista es una damita y no un hidalgo.
De cualquier forma, ante
Jane Austen nos encontramos frente al personaje totalmente opuesto al prototipo
de escritor que hemos venido exponiendo en páginas precedentes. En su vida no
hay sucesos aparatosos y dramáticos, se diría que casi no tiene biografía tal
como decía Borges de Whitman; no hay grandes viajes en su existencia excepto las cortas salidas a lugares
cercanos; no hay pasiones, ni miserias extremas. Jane no siente el desasosiego
ni se lo hace sentir al lector y, sin embargo, demuestra tener una fascinante
imaginación en el ambiente rutinario en el que su vida se desarrollaba sin
siquiera disponer de un lugar aislado para escribir, «una habitación propia»
como diría después Virginia Woolf. La personalidad de Jane Austen desconcierta
a sus biógrafos al ser una escritora a la que no la avala formación académica
alguna —estamos ante un caso parecido al de Shakesperare— y que ni siquiera
tuvo relación con escritor conocido ni con círculo de escritores alguno, ni
personalmente ni por vía epistolar. Aún más, sus esfuerzos por publicar fueron
los mínimos; da la impresión que era lo que menos le preocupaba teniendo
habitualmente a su familia escuchándole la lectura de sus novelas, algo que al
parecer les entretenía muchísimo.
A los treinta años no había
intentado prácticamente convencer a ningún editor —al menos se ignora— de que
escribía. Bueno, hubo una excepción en lo relativo a su primera novela que la
envió a uno londinense que se la aceptó abonándole diez libras. Tenía entonces
veintiocho años, y al no haberse llegado a publicar seis años después se la
reclama, a lo cual aquel le propuso devolvérsela a cambio de las diez libras;
ella no accedió. Si llegó a publicar posteriormente por primera vez, fue debido
a uno de sus hermanos que residía en Londres y consiguió entrar en contacto con
otro editor que aceptó la publicación de Sentido
y sensibilidad en aquellas condiciones leoninas que hemos citado. En fin,
¿no es sorprendente toda esta serie de circunstancias?
Hemos también de mencionar
que si algo perturbó su aparente y despreocupada existencia, ello fue la
decisión de sus padres de abandonar Steventon cuando ella contaba precisamente
veinticinco años; este es, paradójicamente, el periodo más negro de su
existencia si exceptuamos el de su fin. Le afectó ello hasta tal punto —quizás
también las dificultades económicas de la familia, la muerte del padre y la
falta de perspectivas matrimoniales— que durante casi diez años, hasta su nuevo
y definitivamente asentamiento a veinte kilómetros de su primitivo hogar, ahora
en Chawton, en otra casona de esa localidad, no reanudó sus escrituras; ello a
pesar de seguir compartiendo dormitorio hasta su muerte con su única hermana
Cassandra. Con su sempiterna cofia en la cabeza tal como aquella la pintó en
dos ocasiones, Jane seguirá haciendo una vida similar a la de Steventon y
escribirá las tres siguientes novelas. Póstumamente le serán publicadas la
primera que había escrito en su vida y la última; ambas al fin con su nombre.
Y, para finalizar. ¿No es
otra gran paradoja que tenga que llegar prácticamente el siglo veinte para que
Jane Austen pueda ser conocida?, ¿y, más todavía, que a finales del mismo —se
diría que en su última década— se produzca una austenmanía gracias al cine y al fenómeno de los medios de
comunicación?
Jane murió joven, a los casi
cuarenta y dos años, la edad de los poetas malditos, pero no a causa de los
excesos, las drogas, el alcohol, el láudano o las tazas de café. La causa fue una enfermedad entonces desconocida.
Aquella menuda Jane Austen,
cuyos múltiples retratos que nos han llegado proceden precisamente de uno de
aquellos dos que su hermana le hizo, aquella joven que «desconocía las
pasiones» y «era una mujer muy incompleta» acerca de la cual «La mayoría de la
gente encontraba sus obras insulsas y banales, faltas de colorido y carentes
por completo de aventuras e interés»(3) tuvo, a pesar de todo, después de su
fallecimiento, un primer y gran reconocimiento en las palabras de Walter Scott:
«El talento de esa joven para describir las relaciones, los sentimientos y los
personajes de la vida corriente es, para mí, lo más maravilloso que he
conocido»
——————
(1) Claire
Tomalin, Jane Austen
(2) Pilar
Hidalgo, Lecciones de Literatura
Universal
(3) James
E. Austen-Leigh, Recuerdos de Jane Austen
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