martes, 22 de marzo de 2011

Día Diez: Refinar, refinar y refinar

Se trate de sueños diurnos, de indelebles recuerdos o de la ineluctable necesidad de haber visto mucho en nuestra vida; se trate de conocimientos, de hábitos, de preferencias y hasta de emociones, lo que es indudable es que el escritor necesita entregarse y dejarse las pestañas en su obra. Me viene a la mente una frase de Balzac que en algún lugar y en algún momento recuerdo haber leído: "El genio es una larga paciencia".
     Ninguno de los grandes, ni siquiera nuestro Dostoievski se vio libre del enorme y continuo esfuerzo de revisar y corregir sus textos. En una de las cartas a su hermano le cuenta que escribía una escena según se le ocurría en el primer momento pero que luego la trabajaba por espacio de meses y hasta de un año tachando en un sitio y añadiendo en otro: "...empiezo por escribir cada escena según se me ocurre en el primer momento, y me recreo mucho en ella; pero luego me estoy trabajándola por espacio de meses y hasta de un año. Me dejo entusiasmar por ella varias veces (pues me gusta la escena), y tacho aquí y pongo allá; y, créeme, siempre sale ganando la escena. Sólo que hay que tener inspiración. Sin inspiración, naturalmente, no se puede hacer nada".
     Inspiración; aquella que Picasso decía que cuando te llegase te tenía que coger trabajando. O sea que la inspiración no le era tan sólo necesaria a nuestro Fiodor para desarrollar los argumentos de sus novelas preñadas de ocurrencias y recuerdos; la inspiración la consideraba también necesaria para refinar la obra: "todo lo que sale de un tirón está todavía verde" reconoce en esa misma carta, y asegura que Gogol tardó ocho años en escribir sus Almas muertas. ¡Qué sorpresa!, y nosotros los profanos que creíamos que los grandes no se paraban a corregir, a mejorar, a perfeccionar...
     Pero sigámosle escuchando: "Para todo se requiere trabajo, una labor gigantesca, (...) Cualquier poemilla gracioso y ligero de Puschkin, nos parece a nosotros tan gracioso y ligero, precisamente por lo mucho que lo corrigió el poeta...".
     También a su hermano Misha: "La suerte de las primeras obras es siempre la misma, las corriges hasta el infinito. No sé si Atala fue la primera  obra de Chateaubriand, pero recuerdo que la corrigió diecisiete veces". Y hemos citado a Picasso, pero también el mundo de la pintura y de la constancia en el retoque está presente en la mente de nuestro autor: "Rafael pintaba durante años enteros, pulía su trabajo, lo perfeccionaba y como resultado surgía el milagro, los dioses emergían de su mano".

     Sin embargo, ¡cuidado! Algunos llegaron a pasarse. De Marguerite Yourcenar se ha escrito mucho acerca de una gran manía confesada por una de sus biógrafas: un "extraño comportamiento autárquico que le lleva siempre a modificar, prolongar y ampliar lo ya parcialmente realizado", revisar y corregir su obra. "Refritos" fueron llamados algunos de sus libros; ella misma lo reconocía: "...que tantas veces reviso y reescribo algunos de mis libros, para perfeccionarlos y enriquecerlos si es posible". Se trata, a veces, de sus obras ya reeditadas las cuales corregía "para acercarse al máximo a lo que ella quiere decir exactamente".
     Y no tan lejano en el tiempo se encuentra el reciente Premio Nobel de Literatura Vargas Llosa. Una conocida editora destaca de él sobre todo su enfermizo perfeccionamiento y su laboriosidad tratando de reescribir el texto una y mil veces hasta conseguir la excelencia aun cuando ya ese texto hubiera sido impreso.
     A este respecto trataremos algún día sobre el caso de los escritores que editan sucesivas ediciones de sus libros, de sus novelas aureoladas con el éxito, habiendo introducido cambios en el texto.

     ¿Tenía razón Cioran al escribir que "Todo éxito es un malentendido"?
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miércoles, 16 de marzo de 2011

Día Nueve: Soñar despierto; sueños diurnos


Cuántas veces nos habremos preguntado leyendo una novela cómo se le ocurrió a su autor la idea de escribirla; tan sólo la idea, la primera idea. Por qué se le ocurrió esa y no otra.
     Escribía Freud que "Los profanos sentimos desde siempre vivísima curiosidad por saber de donde el poeta, personalidad singularísima, extrae sus temas y cómo logra conmovernos con ellos tan intensamente y despertar en nosotros emociones de las que ni siquiera nos juzgábamos acaso capaces". Y algo más adelante precisa: "El poeta hace lo mismo que el niño que juega: crea un mundo fantástico y lo toma muy en serio".
     Es esa quizás una gran verdad. El escritor bucea aquí y allí, rememora sucesos de su vida, contempla hechos que le impresionaron... El verdadero escritor, el escritor de raza no se dice nunca a sí mismo: "Voy a escribir una novela sobre tal asunto porque creo que se va a vender muy bien". No; "Es el ánimo biográfico del autor el que, a partir de las propiedades de un suceso, inventa la posibilidad de que se convierta en novela". (1)
     Algo que con otras palabras, en su artículo titulado El poeta y los sueños diurnos, explica Freud: "Un poderoso suceso actual despierta en el poeta el recuerdo de un suceso anterior, perteneciente casi siempre a su infancia, y de este parte entonces el deseo, que se crea satisfación en la obra poética, la cual del mismo modo deja ver elementos de la ocasión reciente y del antiguo recuerdo". Quiero hacer hincapié en que dice "un suceso anterior perteneciente casi siempre a su infancia", pero que puede ser de ayer mismo. Y, ¿es siempre la primera chispa creadora un suceso?
     No siempre ni exactamente. Están además los sueños que el mismo Freud llamaba "diurnos", ese fantasear estando despierto, como lo haría un niño. Escribía Victoria Nelson que "Soñar despierto y fantasear son actividades esenciales para el proceso creativo. Constituyen la experiencia previa a la creación, el período de incubación que precede al acto artístico" (2) que es más o menos lo que Freud trata de demostrar en aquel artículo: que todo hombre tiene sus ensueños, sus "sueños diurnos" o fantasías. Unos los confiesan al médico, son los enfermos nerviosos; otros trasladan ese mundo de fantasía al papel. Y añade: "Los instintos insatisfechos son las fuerzas impulsoras de las fantasías, y cada fantasía es una satisfacción de deseos, una rectificación de la realidad insatisfactoria"; "...en muchas de las llamadas novelas psicológicas sólo una persona, el protagonista, es descrita por dentro: el poeta está en su alma y contempla por fuera a los demás personajes. Acaso la novela psicológica debe su peculiaridad a la tendencia del poeta moderno a disociar su yo por medio de la autoobservación en "yoes" parciales, y a personificar en consecuencia en varios héroes las corrientes contradictorias de su vida anímica".
     
     Pero escuchemos a Rilke según nos lo cuenta Marina:
     "Para escribir un solo verso, hay que haber visto muchas ciudades, muchos hombres y muchas cosas; hay que conocer a los animales, hay que haber sentido el vuelo de los pájaros y saber que movimientos hacen las flores al abrirse por la mañana. Hay que tener recuerdo de muchas noches de amor, todas distintas, de gritos de mujer con dolores de parto y de parturientas, ligeras, blancas y dormidas, volviéndose a cerrar. Y haber estado junto a moribundos, y al lado de un muerto, con la ventana abierta, por la que llegarán, de vez en cuando, los ruidos del exterior. Y tampoco basta con tener recuerdos. Hay que saber olvidarlos cuando son muchos, y hay que tener la inmensa paciencia de esperar a que vuelvan. Pues no sirven los recuerdos. Tienen que convertirse en sangre, mirada, gestos; y cuando ya no tienen nombre, ni se distinguen de nosotros, entonces puede suceder que, en un momento dado, brote de ellos la primera palabra de un verso".
     Y uno entonces no sabe ya a que carta quedarse.
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(1) Marina, José A. Obra citada
(2) Nelson, Victoria. Sobre el bloqueo del escritor 

martes, 8 de marzo de 2011

Día Ocho: Dostoievski versus Freud

 
Contaba Freud veinticinco años cuando fallecía Dostoievski. ¿Que por qué razón traigo hoy aquí, junto al padre de la novela psicológica, al padre de la psiquiatría? Pues no sólo porque pienso que ambos tenían ese nexo de lo psíquico en común sino por más razones. Por ejemplo, ambos dejaron escrito en su juventud algo muy parecido: 

«...el hombre es un enigma (...) yo me ocupo de este enigma porque deseo ser hombre». Dostoievski
«...se convirtió en predominante en mí la exigencia de comprender en cierta medida los enigmas del mundo que nos rodea». Freud
¡Enigmas! Siempre he contemplado a estos dos hombres como dos almas complementarias. Freud, al igual que Dostoievski no quiso dejarnos diarios: «He destruido todos mis diarios íntimos. ¡Que se lamenten los biógrafos! No tengo ningún deseo de hacerles la tarea fácil; cada uno de ellos tendrá razón, en su manera personal, de explicar la vida del héroe». Sabemos que Freud, al igual que aquel, recogía los datos a partir de su propia experiencia. Se diría que el primero puso en marcha la máquina del psicoanálisis en la que Dostoievski, sin darse cuenta, había estado profundizando interiorizadamente.
Pero un punto trascendental, creo yo, es conocer las razones que llevaron al padre de la psiquiatría a definir a Dostoievski como un ejemplo claro en el que se había dado el complejo edípico sin haberlo superado. No fue únicamente la lectura de Los hermanos Karamázov y el estudio de los personajes que allí se describen, junto con sus actuaciones, las que llevaron a Freud a esa conclusión. Es verdad que los biógrafos del autor han descrito al padre de Dostoievski como un tipo raro, violento, iracundo y tiránico además de avaro, y que en la novela él mismo retrata a Fiódor Pávlovich Karamázov como «un tipo raro, (...) ruin y disoluto, (...) torpe, (...) amigo de comer en mesa ajena, (...) empeñado en hacer vida de gorrón, (...) torpemente insensato (...) un insignificante "maula", (...) bufón maligno. (...) hombre en extremo lujurioso» el cual, además, llevaba «a su casa, estando en ella la esposa, otras mujeres, y allí se organizaban orgías». También es muy cierto que en  la novela sucede que  es Iván el único responsable ideológico, y principal culpable del asesinato de su padre por Peter Smerdiakov (que sufre como Dostoievski ataques epilépticos), y que es Iván, también como Dostoievski, el segundo hijo. Son realmente significativas las coincidencias entre el personaje Iván y el autor de la novela.
 Sin embargo se da la circunstancia de que antes de aparecer publicado el ensayo de Freud Dostoievski y el parricidio, tuvo el mismo Freud conocimiento de un breve estudio sobre la personalidad y creatividad de Dostoievski publicado en una revista por el alemán Jolan Neufeld. En aquel estudio se terminaba diciendo: «Cuando estudiamos la vida de este gran escritor a la luz del psicoanálisis, comprobamos que su carácter, formado bajo la influencia de la relación con sus padres, su vida y su destino dependieron totalmente de su complejo de Edipo y fueron determinados por éste»(1)
Recientemente, en su magnífica obra titulada Dostoievski y el proceso de la creación literaria, Jacques Catteau asegura textualmente que «Freud tomó y aceptó las conclusiones de Neufeld y las expuso en su famoso ensayo Dostoievski y el parricidio», en el que identifica plenamente a Dostoievski como una persona que no logró nunca superar el mencionado complejo. No obstante Catteau hace también un especial comentario: «Este estudio puede dar una idea de la utilización del uso del psicoanálisis para clasificar algunos protagonistas de sus novelas, pero puede dificilmente deducirse que estos personajes representen a su creador (...) es muy arriesgado psicoanalizar a un autor muerto».
  No sé que pensar. Hasta la saciedad se ha dicho que se escribe siempre sobre uno mismo, y, hasta Neufeld aseguraba que un escritor no puede describir o representar otra cosa que sus propios conflictos subconscientes.
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Ya hemos hablado de la admiración de Freud por la obra Los hermanos Karamázov, la cual consideraba «la novela más acabada que jamás se haya escrito»; tan sólo nos falta señalar que para él Dostoievski estaba literariamente tan sólo a unos pasos por detrás de Shakespeare.
Pero hay más: Sigmund Freud fue también un gran escritor, y aunque lo suyo no era la novela llegó a ser propuesto como candidato al Premio Nobel de Literatura; yo me atrevería a decir que Freud escribía como los ángeles —si es que los ángeles supieran escribir. Nos consta, además, que era un lector ávido de toda clase de lectura, incluso de novela policíaca. En La vida cotidiana de Sigmund Freud y su familia(2), una obra amable que recomiendo leer y que fue escrita a través de los recuerdos de una sirvienta singular de los Freud llamada Paula tras ocho años de entrevistas con el autor, confiesa ella que «a Freud le gustaba la literatura policíaca; leía a varios autores ingleses de ese género, entre ellos Sherlock Holmes y Agata Christie». Recuerda su sirvienta a propósito de ello que el profesor predecía casi siempre quién era el asesino, pero si resultaba que era otro se enfadaba.
Pero decíamos que Freud escribiendo era impecable; y esa es la palabra. ¡Da gusto descubrir a un autor! Uno de los que nos descubrió a Freud como escritor fue Ortega y Gasset. Si Nietzsche antes de escribir su Genealogía de la moral quedó fascinado por el novelista ruso —«Salvo Stendhal nadie me ha proporcionado tanto placer y sorpresa» a Ortega le sucedió algo similar en cuanto a Freud. En el prologo a la primera edición de sus obras completas dejó escritas cosas tales como: «la claridad no exenta de elegancia con que Freud expone su pensamiento, ... todo el mundo puede entender a Freud ... su lenguaje va guiado por principios artísticos: limitación rigurosa a las palabras esenciales; una cierta levedad etérea, una gracia que desdeña el énfasis y los superlativos; la conservación de la lógica inherente a nuestra cultura; la huida de las metáforas y adornos; el equilibrio entre la objetividad científica y la humana subjetividad; el yo del autor se transparenta siempre a través de la honestidad de la exposición ... una de las cosas que nadie le ha discutido a Freud es su excelente estilo. Freud es uno de los grandes escritores de nuestro tiempo».

Hoy he elegido terminar con algo curioso sacado de mi zurrón, que Freud dejó escrito en su obra Los caminos de la terapia psicoanalítica y que a mí personalmente me sorprendió; hace allí referencia a un ensayo titulado El arte de llegar a ser un escritor original en tres días firmado por un doctor de Budapest, sobre el cual cuenta Freud que terminaba con el siguiente texto:
«Voy a exponer ahora el método prometido. Tomad unos cuantos pliegos de papel y escribid durante tres días, sin falsedad ni hipocresía, todo lo que se os ocurra. Escribid lo que pensáis de vosotros mismos, de vuestras mujeres, de la guerra contra los turcos, de Goethe, del proceso criminal de Folk, del juicio final, de vuestros superiores, y al cabo de los tres días quedaréis maravillados ante la serie de ideas originales e inauditas que han acudido a vuestro pensamiento. Tal es el arte de llegar a ser en tres días un escritor original».
No es probable que el gran estilo de Freud que Ortega señalaba se debiera a haber seguido los consejos de aquel doctor húngaro.
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(1) Vygotsky, Lev: Psicología del arte
   (2) Grimbert, Philippe