Este verbo, pajarear, se lo he robado momentáneamente a Miguel Hernández de aquella su incomparable Elegía a Ramón Sijé en la que él supone que el "alma colmenera" de su entrañable amigo muerto "pajareará por los altos andamios de las flores".
Tengo muchos andamios yo para comenzar mi pajareo y mi picoteo, y de ahí mi indecisión. Aunque en lugar de andamios a lo que en verdad me estoy refiriendo es a otra cosa que unas veces llamo morrales y otras zurrones, que lo mismo son; y de ahí lo del picoteo. He venido almacenando en ellos -desde el día en que se me ocurrió leer siempre con un lápiz en la mano- muchas citas, cantidad de decires y expresiones, numerosos pensamientos, diversas conjeturas y hasta creencias..., pero ningún dogma. Y es que "un dogma -como dejó escrito Ortega y Gasset- es lo que queda de una idea cuando la ha aplastado un martillo pilón".
Se me ocurre que mi vagabundeo podría comenzar por alguno de los siguientes senderos: por el Siglo de Oro español, por la novela de la segunda parte del siglo XIX, por los clásicos greco-romanos o por el Renacimiento. Estos cuatro han venido a bote pronto a mi cabeza por razones tan simples como la de ser español, pensar en el género novela, remontarme al principio, y tal vez por tratar de volver de nuevo a éste.
Y he de aclarar que me refiero a estos cuatro tan sólo para iniciar la andadura. Después, otros caminos, sendas y senderos se cruzarán y me llevarán posible y caprichosamente hasta un exuberante vergel romántico, quizás a un rebosante huerto fecundo en memorias, a lo mejor a un impenetrable y frondoso bosque cubierto de melancolía, quién sabe si en una temprana y lluviosa anochecida hasta unas ruinas medievales semidevoradas por la hiedra y la tragedia, e incluso veremos si no acabamos en un páramo yermo salpicado por matojos de metafísica.
No sé, pero yo personalmente pienso que esa vereda que estoy viendo ante mí y que he denominado de la novela de la última parte del siglo XIX es la más tentadora y la más a mano y apasionante de las cuatro para adentrarme; tal vez los otros caminos -para empezar- me están resultando algo distantes, un poco pedregosos, menos llanos y en general no tan abordables para iniciar andadura alguna.
Sí, definitivamente me lanzaré por ahí. En los escritores de ese itinerario detecto al tiempo que sufrimiento y padecimiento una enorme pasión, total entrega, feroz lucha por lograr la excelencia, por conseguir que la novela escrita hasta entonces y aprisionada en un formidable vacío salga definitivamente del etéreo armazón que la venía oprimiendo. El final de ese siglo es el de la novela que se ha llamado psicológica, aquella novela de la que los psiquiatras han venido diciendo que aprendían más leyéndolas que en los libros estudiados en la facultad. Dejó escrito Valera: "Hay novelas en que a los personajes, exteriormente, nada les ocurre digno de contarse, pero en lo íntimo de su alma hay un caudal de poesía que el autor desentraña: es la novela que podemos llamar psicológica".
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