lunes, 18 de abril de 2011

Día Trece: Pero regresemos a Freud el escritor

En la Introducción de las Obras Completas de Freud que poseo, concretamente en su primer tomo se dice textualmente: "Hay tres obras capitales para el mundo moderno: El capital, de Marx, El nacimiento de la tragedia, de Nietzsche, y La interpretación de los sueños, de Freud".
     Sinceramente este aserto me parece que puede ser exagerado, o al menos se debería aclarar qué es lo que el autor entiende por "obra capital". Concretamente y en lo relativo a Freud es posible que en cuanto al mundo de la psiquiatría La interpretación de los sueños pueda ser muy fundamental; sin embargo, yo -en cuanto a Freud escritor- me quedaría antes con El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura y Moisés y la religión monoteísta. Entiendo que estas son las tres obras auténticas de un gran pensador y autor no sólo porque en ellas se aprecia plenamente su extraordinario estilo como creo que ya dejamos escrito -el uso de las palabras esenciales, el desdeño del énfasis y de los superlativos, la huida de las metáforas y de los adornos y la honestidad de la exposición- sino por su contenido.
     De La interpretación de los sueños debo decir, sin embargo, que nunca fue el libro de mis sueños. Freud lo inicia recogiendo opiniones y citas de lo que el hombre, el poeta y el erudito han ido escribiendo a través de la historia sobre el significado de los sueños; lo hace muy promenorizadamente pero el tema es a veces soporífero; ¡se han dicho sobre los sueños tantas cosas y tantas tonterías! Él, sin embargo, está convencido de poder mostrar que los sueños son interpretables, y ese fue mi acicate para seguir leyéndolo; bueno, se diría que ese y... ¿cómo no intentar leerla tras aquel aserto de la Introducción?
     A pesar de ser una de las obras fundamentales del pensamiento moderno y contemporáneo encontré muy torticera a veces la forma de demostrar que los sueños son siempre realizaciones de deseos. Relata Freud casos y casos de sueños y siempre les encuentra esa salida, esa explicación, ese resultado; a veces desde luego de la forma más peregrina; sin embargo lo que eso evidencia es, por otra parte, que Freud era muy inteligente e imaginativo. Lo importante de la obra es su limpia exposición, esa llaneza para revelar el más sencillo detalle o sentimiento o la más increíble teoría. Tiene gracia no obstante que él mismo se disculpara frecuentemente ante el lector en algunas de sus obras imaginando que no es fácil comprender cabalmente sus razonamientos.
     Es curioso; cuando se editó esta obra por primera vez sucedió lo que casi siempre ha venido ocurriendo con la mayoría de las obras inmortales: originalmente no se vendió, no tuvo éxito. Tan sólo se editaron seiscientos ejemplares de los cuales apenas se llegaron a vender algo más de la mitad. No quiero pensar que eso se debiera a que se trataba de un libro extenso: cerca de cuatrocientas apretadas páginas. No; tuvo que deberse a otra razón; es posible que los críticos no apreciaran la forma literaria, o que fuese considerado un libro estrictamente profesional.
     Es sin embargo en aquellas tres obras, en mi criterio, donde queda patente que "...quienes afectan desdeñar la forma literaria ignoran hasta que punto es una misma cosa con nuestra facultad de pensar y de sentir. El estilo no es consecuencia de una elección. No se escribe como se quiere, sino como se puede. Es decir, se escribe como se es, como se piensa y como se siente" (1). Resulta que Freud era así, tenía unos dones, una especial idoneidad.
     Antes de finalizar con esta entrada me gustaría dejar algún apunte -si es que el espacio me lo permite- sobre aquellas sus tres obras que tanto me entusiasmaron.
     "El hombre suele aplicar cánones falsos en sus apreciaciones, pues mientras anhela para sí y admira en los demás el poderío, el éxito y la riqueza, menosprecia, en cambio, los valores genuinos que la vida le ofrece". Estas palabras tomadas de El malestar en la cultura se me ocurre que podrían sintetizar mucho del contenido de las tres, que son producción madura y tardía del escritor. Se trata de tres grandes estudios sobre la civilización, la religión y la historia con replanteamientos de notables cuestiones filosóficas. Y en ellos Freud aborda de manera exquisita problemas morales y religiosos para el hombre de su tiempo. Se trata en suma, y posiblemente, de lo que a Freud le desasosegaba.
     En la primera de ellas, El porvenir de una ilusión, escrita en 1927, Freud se atreve a realizar un vaticinio. Pero comienza advirtiendo en ella que: "...cuanto menos sabemos del pasado y del presente, tanto más inseguro habrá de ser nuestro juicio sobre el porvenir". Alguien verá si el tiempo le da finalmente la razón a su pronóstico.
     En la segunda, El malestar en la cultura, escrita en 1930 y en cierta forma continuación de la anterior -yo hubiera traducido la última palabra por civilización en lugar de cultura-, Freud se pregunta al comienzo: "¿Qué fines y propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta; qué esperan de la vida, qué pretenden alcanzar en ella?", y trata de dar en la obra una respuesta a estas y otras tremendas cuestiones.
     En la tercera y más tardía, Moisés y la religión monoteísta, escrita entre 1934 y 1938, Freud trata de justificar ante todo que Moisés no era judío sino egipcio; y ello resulta apasionante. Quizás desconcierte un poco el "tinglado" que Freud monta enlazando el totemismo de la horda primitiva con Ikhnaton, Moisés, Yahve, el cristianismo y hasta Pablo de Tarso. Yo me quedo con el origen egipcio de Moisés y con la exposición de los repetidos conceptos (los cuales vuelve a intercalar en esta obra) de el ello, el yo y el super-yo.
     A Freud le gustaba romper tabúes. Terminaré haciendo observar que de las tres obras él mismo llegó a decir: "...constituyen el triunfo de mi existencia".
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(1) Ortega y Gasset, Obras Completas. Vol. III