viernes, 26 de octubre de 2012

Día Setenta y ocho: Una multitud de personajes (uno, ninguno y cien mil) en busca de Pirandello



Hablábamos ayer de la duplicidad y el desdoblamiento de personalidad supuestamente ocurrido en Pessoa, y ello me trajo a la memoria a uno de los primeros y más grandes escritores que se propusieron cuestionar la identidad del individuo. Podríamos decir que, en una u otra forma, toda la obra del genial siciliano Luigi Pirandello está impregnada de esa terrible pregunta que tan menudo todos nos hacemos mirándonos a nuestro interior: ¿Quién soy yo?

     El título de la última novela que llegó a escribir podría servirnos de respuesta absoluta a esa pregunta; todos somos Uno, ninguno y cien mil. Mucho antes de escribirla había manifestado que: «...cada uno de nosotros cree que es uno solo, pero esa es una percepción falsa; cada uno de nosotros es tantos, tantos cuantas son las potencialidades del ser que hay en nosotros. Conocemos únicamente una parte de nosotros mismos, y con toda probabilidad la menos significativa». Jugar con el concepto de personalidad y demostrar que no es única, fue una constante en su impaciente vida de novelista y dramaturgo. 
     Descubrí a Pirandello hace ya muchos años cuando adquirí y lei una de sus primeras novelas (que todavía conservo) y que hoy sigue estando considerada tal como entonces su mejor obra en el terreno de la narrativa. Posiblemente con ella, con El difunto Matías Pascal, se inició esa corriente literaria sobre «la pluralidad de conciencias y de estratos conscientes e inconscientes que pueden convivir dentro de un individuo y las fuertes variaciones que puede sufrir su personalidad a lo largo del tiempo»(1), todo lo cual él llevaría después con gran fecundidad y éxito al teatro, y en ello indagarían subsiguientemente otros muchos autores. Pero, sin lugar a dudas, Pirandello fue un precedente.
     De hecho, al igual que Kafka nos legó el vocablo «kafkiano» como sinónimo de los conceptos incoherente, inexplicable, intranquilizador y desconcertante, de Pirandello nos ha quedado «pirandelliano» para expresar la falta de identidad en el individuo, para percibir y destacar el eterno conflicto entre realidad y apariencia del yo, revestido ello, además, de una comicidad o humorismo trágico y amargo, todo al mismo tiempo; porque Pirandello —al menos su personalidad conocida— no se puede entender al margen de su concepto pesimista de la vida con cierta tendencia al nihilismo.
     En realidad «la pregunta por la esencia del yo recorre toda la obra de Pirandello, que llega al extremo de invertir los planos y aseverar que una criatura de ficción es más auténtica que un ser de carne y hueso»(2). Es así que Alonso Quijano o Enma Bovary son más auténticos que Cervantes y Flaubert, algo que posiblemente estaba pensando cuando escribió que «Quien nace personaje, quien tiene la ventura de nacer personaje vivo, puede reírse hasta de la misma muerte. ¡Ya no muere! ¡Morirá el hombre, el escritor, instrumento natural de la creación; la criatura ya no muere! Y para vivir eternamente, no tiene la menor necesidad de poseer unas dotes extraordinarias o de llevar a cabo ningún prodigio».
     Y, ¿qué más oportuno que preguntarnos ahora quién era Luigi Pirandello, o «quiénes» pudieron ser los personajes que convivían en él? Ante todo no olvidemos que estamos en Sicilia, algo así como el ágora del Mediterráneo dado que durante siglos fue encrucijada de civilizaciones, pueblos y culturas tan dispares como la helena, púnica, romana, bizantina, vandálica, ostrogoda, árabe, normanda, catalano-aragonesa y castellana. Todos, arribando a sus costas, se disputaron durante muchos siglos aquella tierra colmada de la más espantosa aridez y también bendecida con la fecundidad más exuberante a la que Goethe mitificó como «el lugar de los dioses». Allí, en el litoral del sur, en un antiplano calcáreo cortado por profundos barrancos entre terrazas de caliza y junto a ese mar por el que llegaron tantos visitantes, en un suburbio de Agrigento —Girgente en siciliano, Akragras en griego, Agrigentum en latín, Kerkent en árabe— se encuentra Kaos: el lugar donde vino al mundo Luigino. Me pregunto cuánta diferente sangre correría por sus venas, cuántas personalidades se habrían ido gestando en aquel recién nacido —justo en aquel «caos»— después de más de tres mil años de historia.   
Vayamos a su infancia cuyos recuerdos están presentes en muchas de sus obras, y nos encontraremos con desgarros típicos similares a los vividos por Stendhal. De nuevo late allí la percepción edípica al mantener con su padre una difícil relación hasta el punto de considerarse un «hijo cambiado»; su padre fue para él «un hombre incomprensible», alguien con el que «no se podía razonar». Es el mismo sentimiento edípico que en Uno, ninguno y cien mil expresa el protagonista tratando de evitar que pueda ser identificado con su padre. Stefano maltrató a su madre, mujer sumisa a la que él reverenciaba, y además la abandonó por una amante a la que el mismo Luigi llegó a escupir al encontrarlos en situación comprometida. Aunque el padre regresó, hay una niña nacida como consecuencia de su adulterio; un vecino aceptará a la mujer y a la niña a cambio de dinero. Dado que es normal que el creador excave siempre en sus impresiones remotas buscando recursos inagotables, Pirandello desempolvará recuerdos de todo ello que plasmará también en una obra, La voluptuosidad del honor. 

    Trece años vive el pequeño Luigi entre aquellos sus paisanos, unos de rostros cetrinos y mirada torva, otros con rasgos helenos y la mayoría celosos de sus mujeres hasta el punto de cubrir los balcones para que no se vea nada desde la acera. Es Sicilia, y se habla el dialecto siciliano hoy reconocido como idioma por la Unesco. Ese será el tema que el joven Pirandello, después de ser educado en su casa por preceptores y de matricularse en la universidad de Palermo, su segunda ciudad, y en Roma donde se acaba pegando con el decano, ese será el tema, digo, sobre el que versará su tesis de licenciatura al terminar su carrera de Letras en Bonn, donde la lee en alemán. ¿Fue quizá allí y entonces donde se contagió del pesimismo de Schopenhauer y creyó firmemente que «...la vida del individuo, por muy enrevesada que pueda parecer, es una totalidad congruente en sí misma, que posee una determinada tendencia y un sentido instructivo, al igual que la epopeya más meditada», e «incluso que el curso individual de los acontecimientos, los cuales son con frecuencia el caprichoso juego del ciego azar, esté de alguna manera planificado y dirigido como conviene al bien verdadero y último de la persona»? ¿Y que: «Si examinamos minuciosamente algunas escenas de nuestro pasado, todo en él nos parece tan tramado como en una novela trazada conforme a un plan»?
     Si de vida enrevesada y de reveses hablamos, la suya iba a ser de las más enmarañadas. Su matrimonio se convierte pronto en un infierno cuando a los treinta y seis años un acontecimiento familiar, la inundación de una mina de azufre de su suegro en la que está invertida la dote de su esposa Antonietta, deja a su familia en la ruina y aquella comienza a enloquecer. Manías persecutorias y escenas de celos terribles, celos de las mujeres que ya empiezan a aparecer en las obras de Pirandello. La locura y la crisis matrimonial serán temas omnipresentes en la obra pirandelliana; la huida de Matías Pascal de su casa, es la escapada imaginaria de Pirandello de la suya. Evidentemente nunca será un loco pero en su novela corta Cuando estaba loco el protagonista dice: «Cuando estaba loco (...) no podía, en mi conciencia, decir "yo", sin que inmediatamente un eco me repitiese: "Yo, yo, yo... de tantos como llevaba dentro en animada algarabía». La pluralidad —«El yo no es único sino que se multiplica en tantos yoes como los demás perciben en nosotros o como nosotros podemos percibir en nosotros mismos, en tantos yoes como pueden sucederse en nosotros a lo largo del tiempo o como pueden convivir en nosotros simultáneamente»— será una constante(1). Al igual que en el Il fu Mattía Pascal y La signora Morli una e due, el tema de la identidad junto con la evasión de la realidad será el de toda su obra. «El piso se convirtió en un infierno. Prisionero en este laberinto, Pirandello iba a errar por él más de dieciocho años. Al no poder vivir su vida, sólo podía escribirla. Y tal fue el inicio de la gloriosa catarsis»(3)
* * *
     ¡Y todavía no hemos hablado de su teatro! Pirandello, que abordó la obra teatral por recomendación de dos íntimos amigos, resultó ser uno de los grandes renovadores del género sin dejar de cuestionar la identidad de los personajes: «Todo lo que vive, por el mero hecho de vivir, posee una forma, y por lo mismo debe morir; menos la obra de arte que, precisamente en tanto que es forma, vive siempre». Laura Vaccaro dice que «Además de perder su identidad (...) el personaje pirandelliano percibe algo tanto o más desasosegante: que no hay autor que le fije el texto y le organice sentido a su peripecia. Algo que bien mirado, aparecía ya en el teatro isabelino como el dilema de Hamlet».
     Bástenos decir para terminar que estamos ante el máximo innovador del teatro, desde Shakespeare e Ibsen, hasta nuestros días. Pirandello nos trajo «el teatro dentro del teatro»: aquello de que los espectadores invadan el escenario, o que la obra sea parte de lo que sucede en el patio de butacas o en la antesala de él y hasta en las inmediaciones del mismo antes de comenzar la función. Su Seis personajes en busca de autor o Esta noche se improvisa son títulos, por ejemplo, que siempre seguiremos viendo en cartel. ¡Genial Luigi Pirandello que tantas emociones nos ha hecho vivir lo mismo desde los escenarios que desde sus cuentos y novelas!

«El arte venga a la vida. En la creación artística el hombre se convierte en Dios»

 
 

(1) Miquel Edo, Introducción a El difunto Matías Pascal.  
(2) Laura Vaccaro, Los premios Nobel de Literatura
(3) J. Chaix-Roy,  Pirandello