Quizás la
pregunta oportuna en este momento podría ser: ¿pero a quién le
importa Erasmo hoy? Y habría que decir que se trata de una buena
pregunta —exactamente lo mismo que a veces se responde cuando no se
conoce la respuesta. Pero, decididamente, no; la respuesta es otra.
Podría en principio ser que Erasmo hoy interesa no sólo
literariamente sino biográficamente, en plan novelesco; en otras
palabras: tan cabalmente como nos interesaba Balzac.
No se me
ocurre ninguna frase más oportuna para el personaje que nos ocupa
que aquella de Ortega, al que tan a menudo citamos aquí, y que reza
así: «La vida de un hombre, cualquiera sea su puesto social y su
oficio, es una lucha por realizar su personal vocación en medio del
mundo, según éste sea el tiempo de su nacimiento». No lo
olvidemos: personal vocación y tiempo de nacimiento.
De entrada,
el tiempo del nacimiento de Erasmo tiene lugar justo en el momento en
que se produce el crack
entre la Edad Media y la Moderna. Vive a caballo nada menos que entre
el XV y el XVI; sus setenta años de vida (más o menos, puesto que
no está claro el año exacto en que nació) transcurren la mitad en
cada uno de ellos. Cuando viene al mundo sucede que en el corazón de
Europa se acaba de inventar la imprenta, ha terminado la Guerra de
los Cien Años y poco después se va a descubrir el otro continente,
eso en el XV, pero justo al principio del siglo siguiente tendrá
lugar la trascendental Reforma de Lutero y las guerras de religión.
Y en el medio de todo ello Desiderio Erasmo Roterodamo tal como él
decidió finalmente llamarse. Verdaderamente, la «comedia humana»
de aquella época que se disfruta con la «lectura» de su vida, es
espectacular.
Y
lo es no sólo por los sucesos tan trascendentales que acabamos de
relacionar, sino por la enorme personalidad y la huella que en Europa
dejó nuestro personaje. Pero además, y sobre todo, por aquella su
increíble «obrilla» literaria que sigue disfrutándose en nuestros
días. La más «cachonda» escrita entonces —libertina y descocada
son sinónimos de cachonda— que nadie hubiera podía imaginar.
Mas ante
todo debemos centrarnos: La «personal vocación» de Erasmo de
Rotterdam fue ser escritor con mayúsculas; punto. Se diría que todo
lo demás en su vida es secundario, no nos confundamos, y por eso lo
traigo hoy aquí. Porque como tal escritor su vida fue similar y
comparable a la de cualquiera de los que hasta hoy hemos venido
bosquejando. Con la misma pasión por escribir que aquellos, con
semejantes humillaciones, desdichas y discordias para ser publicado y
leído, y con las típicas hambres y apuros económicos para seguir
viviendo hasta darse a conocer. En una palabra, Erasmo fue una
persona con una dedicación exclusiva a los libros; leer y escribir
en un lugar tranquilo era su ideal: «...todo
lo que no se refiera al arte del libro le es ajeno (...) no sólo
amaba los libros por su contenido sino que idolatraba de un modo
absolutamente carnal su existencia, su gestación, su forma (...)
trabajar en y para los libros era su manera natural de vivir»(1).
Hay, si se
quiere, dos únicas diferencias con cualquier otro escritor que nos
haya ocupado antes: en los azares de su vida no hubo mujeres, y —esto
sí que le fue nefasto— todo lo escribió en latín.
Nos
explicaremos. Primero, en su vida no hubo mujeres puesto que se
trataba de un fraile, aunque... ¡qué fraile!; tenía tanta
repulsión a la vida monacal como a la peste o a los fanatismos de
cualquier tipo que fueran. Como hijo natural de un clérigo y ante su
«alto coeficiente intelectual», que diríamos hoy, a Erasmo lo
encaminaron por los senderos de la Iglesia, y ello le sirvió para
dar a luz aquella vocación: la escritura. Segundo, lo de escribir en
latín era mandado en aquella época si querías que te leyeran en
toda Europa, pero claro: solamente los que conocían el latín que
eran el clero, los nobles y los humanistas. Si a Ovidio o a Séneca
los podía leer en latín en su tiempo todo el mundo, al final del
Medievo la cosa era muy distinta. Mala suerte; recordemos los
decisivos condicionantes de Erasmo: personal vocación y tiempo de
nacimiento.
¿Y
qué escribía Erasmo? Pues como es natural, en sus años mozos en el
convento comenzó escribiendo poemas. Después, en cuanto pudo
zafarse de la vida monacal, de vestir el hábito y de seguir los
ayunos, se dedicó a la filología y a la gramática, tradujo a los
clásicos, y hasta en ocasiones se vio obligado a escribir —¡cómo
lo detestaba!— algún panegírico que se le encargaba para algún
poderoso. Tenía que comer, y desde que dejó el convento dedujo que
la única forma de hacerlo, y poder escribir, era buscarse un
mecenas, daba igual religioso que seglar. Así, mendigando
asignaciones y becas de los poderosos, ejerciendo a veces de
preceptor y siempre escribiendo, se va dando a conocer. Adagia
y Coloquia son
sus dos primeras obras que lo empiezan a hacer famoso. La primera se
trataba de un conjunto
de citas latinas que había ido recopilando, y el segundo eran unos
estudiados diálogos para que los alumnos de latín lo aprendieran
más fácilmente y con mayor celeridad. Diríamos —tipo listo
Erasmo— que intuía lo que se podía vender entre los que se
manejaban en latín y eran cultos y, además, lo que no debería
escribir para no perder el «empleador» que lo sostenía.
Decíamos
que esas dos obras lo comenzaron a hacer famoso, y habría que añadir
que no en Holanda sino por toda Europa, «país» que no dejó de
recorrer desde que comenzó a llevar vida de seglar. Además de su
tierra los Países Bajos, vivió en París, Londres, Orleans,
Lovaina, Turín, Bolonia, Venecia, Roma, Basilea y Friburgo, y en
algunas de estas ciudades varias veces. ¿Y por qué se movió tanto?
Pues además de la peste le incitaba el estudio, la enseñanza, el
conocimiento de los eruditos como Tomás Moro, el huir de conflictos
religiosos y, en Italia ejercer como preceptor de jóvenes
acomodados.
Si nos
falta añadir algo para tener un superficial retrato de él,
añadiremos que ha sido definido como la figura que encarnó el
humanismo de la primera mitad del siglo XVI; que ha sido retratado
como un vacilante, un moderado, un dubitativo, un independiente, un
cauteloso, un escéptico, un pusilánime y un solitario; también
inquieto, perspicaz, conciliador, ambiguo, inconsecuente,
ambivalente, componedor, indeciso y burlón —creo que no me dejo
ninguno de los calificativos que se le han aplicado. Le gustaba la
buena mesa, odiaba el vino malo y aprendió a montar y a cazar;
añadamos también que debía ser algo hipocondríaco y neurasténico
y que tenía varias manías; que fue un eterno enfermo huyendo
siempre de la peste, del frío, del ruido, de los hedores, de la
basura y del humo, y que resultó ser un adelantado de la higiene
corporal.
Erasmo,
para terminar este retrato, sin subirse a púlpito alguno fue un
«predicador» contra la intolerancia y contra el fanatismo; estaba
con todos y no estaba con ninguno; fue como hemos dicho un nómada
incansable, un europeísta con el latín como único idioma, y con la
enseñanza y la cultura como nexo, nunca con la espada. Su gran
enemigo fue la guerra, a la que combatió con su escritura. He aquí
a este propósito una de sus frases: «el
mundo entero es una patria común». A
Sócrates le llamaba San Sócrates y aseguraba que entre éste y
Jesucristo no existía ninguna oposición moral irreductible. En el
pensamiento y en la personalidad fue un precursor de Voltaire y de
Goethe, y Montaigne lo tuvo por su maestro.
* * *
Y ahora
hablemos de su «obrilla» Moriae Encomium o
el Elogio de la locura,
la única de los diez apretados volúmenes que componen toda su obra,
que sigue estando fresca y viva como el primer día.
Estamos en el año 1509, tiene cuarenta o
quizás cuarenta y dos años, es ya famoso y goza de la protección
de todos los poderosos de su tiempo; faltan todavía ocho para que
Lutero cuelgue sus noventa y cinco tesis en las puertas de la iglesia
del castillo de Wittenberg, lo cual le acabará creando obstinados
enemigos a Erasmo tanto entre los reformadores como dentro de la
Iglesia.
Viaja
ese año a Londres, una vez más, y se instala en la casa de Tomás
Moro; y allí «atormentado por su dolencia renal y sin disponer de
sus libros, redactó en tan sólo unos días la perfecta obra maestra
que debía estar ya claramente desarrollada en su cabeza»(2). Ahora
Erasmo puede «sacar los pies del tiesto» y escribir algo atrevido a
ver si alguien se atreve contra él. Con esta obra —que se la
dedicó a su amigo Moro—, demuestra ser más audaz de lo que se
pensaba, pero ¡ojo!, en el Prefacio de la misma, al final, explicaba
que no hay nada «más divertido que disertar
sobre necedades de modo tal que a nadie le parezcan que lo sean»,
y que se dedica a criticar «las costumbres de
los hombres sin zaherir a nadie por su nombre», y
deja claro que «...si hay alguien que se dé
por ofendido, será por efecto de su conciencia o de su miedo».
Y en el capítulo final, el LXVIII, que viene a ser un Epílogo, se
cura aún más en salud diciendo que «Si
alguien considera que he hablado con demasiada pedantería o
locuacidad, pensad que lo he hecho no sólo como Estulticia, sino
como mujer. Recordad, además, el proverbio griego que dice: "Los
locos a veces dicen la verdad", a menos que penséis que ese
refrán no reza con las mujeres».
Por
supuesto que no escribió Elogio de la locura
como pensamiento suyo —que muy mal le hubiera ido— sino que lo
ponía en boca de «La Insensatez». Esa descarada sátira
deslumbrante la pronuncia supuestamente Doña Stultitia desde su
cátedra como un discurso laudatorio de ella misma. En fin, una forma
inteligente —a modo de divertimento—
de decir lo que se quiere sobre lo que a uno le da la gana sin
comprometerse; aunque la obra terminó definitivamente en el Índice
de libros prohibidos. Este
genio, con este libro, le echa una «cara» tremenda —según mi
opinión— para decir todo lo que piensa sobre el mundo sin que lo
queme la santa Inquisición, aunque a causa del mismo ya le
comenzaron a surgir enemigos.
¿Cómo
no iba a terminar en el Índice, con asertos como los siguientes?:
—Capítulo
XII
«¿Qué
sería, pues, esta vida, si vida pudiese entonces llamarse, cuando
quitaseis de ella el placer? ... ¿qué parte de la vida no vendrá a
ser triste, aburrida, fea, insípida, molesta, si no le añadís el
placer?»
—Capítulo
LXVI
«...diré
que parece que toda la Religión cristiana tenga algún parentesco
con cierta especie de estulticia... (...) Si deseáis pruebas de
ello, advertid que los niños, los viejos, las mujeres y los necios
gozan con las cosas de la religión mucho más que los demás...
(...) Por último, que no hay necios que disparaten más que aquellos
a quienes arrebata por completo el ardor de la piedad cristiana...»
«...ya
que me vestí con la piel del león, quiero continuar mostrándoos
que la felicidad de los cristianos, que buscan a costa de tanto
esfuerzo, no es sino una especie de locura y de estulticia...»
Por cierto
que en el terreno meramente literario ya dice Doña Estulticia que
«...los que corren tras la fama imperecedera
publicando libros me deben mucho, y especialmente aquellos que
emborronan papel con meras majaderías».
Finalizo;
a uno le sorprende que Erasmo no llegara a caer ejecutado, nada menos
que en aquellos tiempos, como impío o hereje —o al menos
excomulgado. Y, sin embargo, el Papa Paulo III le llegó a ofrecer el
capelo cardenalicio muchos años después. Hoy es posible que hasta
sea tildado por algunos simplemente como un cura sinvergüenza.
Durante
la Reforma ni estuvo con la Iglesia ni con Lutero; aquella incluyó
sus obras en el Índice y éste maldijo su nombre.
Erasmo, creo yo, fue alguien que nació unos
quinientos años antes de su época. Cuando moría, también comenzaba a morir el latín.
Además
de la beca europea que lleva su nombre, impártase hoy un curso en
Europa obligatorio para todos sus jóvenes que sea denominado
«Conocer y entender a Erasmo».
———————
(1) Stefan
Zweig, Erasmo de Rotterdam. Triunfo y tragedia
de un humanista
(2) Johan
Huizinga, Erasmo