lunes, 9 de julio de 2012

Día Sesenta y cinco: Los tres grandes demonios de Kafka

«Yo he escogido por vivienda una casa en ruinas. Soy débil; he nacido en las ruinas y me complazco en ellas; (...) He encontrado centenares de sitios habitados; pero en unos existen conflictos y en otros hay odio. El que quiere vivir en paz debe ir a vivir entre las ruinas. Si tristemente resido entre las ruinas es porque es allí donde están escondidos los tesoros». Esta es la respuesta que el búho le da a la abubilla en El coloquio de los pájaros, obra del poeta y místico persa del siglo XII Farid Uddin Attar, cuando aquella les propone iniciar un largo viaje en busca de su rey.
   Y es que sucede que esta réplica del búho a la abubilla retrata a las mil maravillas el carácter o la personalidad esquizoide que según la psiquiatría moderna era el dominante en Kafka. «El tema de muchas obras de Kafka es la vulnerabilidad y la impotencia de un carácter exageradamente pasivo e inexpresivo o insensible (...) acosado en un mundo donde no hay posibilidad de socorro ni manera alguna de encontrar a las autoridades competentes»(1).
   Pero, además del carácter esquizoide, la personalidad fóbica o evitadora con su timidez, cobardía y miedo definen a mi entender más realísticamente la conducta de Kafka. Son personas que necesitan cuestionar intensamente sus deseos y tienen un temor constante a tomar decisiones ante el riesgo de cometer errores. Ello, junto con su sentimiento de culpa, su desánimo, misantropía, inseguridad, pusilanimidad e irresolución hace que sean considerados por los demás como precavidos, reservados y tortuosos.
   El día anterior hacíamos referencia a los continuos lamentos y repetidas quejas que Kafka fue dejando en sus Diarios y Cartas así como en su Carta al padre y en los Fragmentos de cuadernos y hojas sueltas que su amigo y custodio testamentario Max Brod hizo publicar a su muerte —además del resto de sus obras inacabadas—, ignorando la voluntad de Franz Kafka que había establecido que todo fuera destruido. Y yo he pensado que antes de despedirnos de Kafka profundicemos algo más en los motivos de aquellas lamentaciones; motivos que yo he llamado hoy aquí «demonios». A saber: la relación con su padre, el ejercicio de su empleo y su trabajo, y el enfoque de su vida ante su posible matrimonio.


   Franz Kafka es el primogénito y él único varón, que junto con tres hermanas menores y sus padres componen una acomodada familia. Su padre es un comerciante judío que ha pasado las mayores privaciones y miserias cuando tenía la edad de Kafka, y que con trabajo y esfuerzo ha llegado a disfrutar de una holgada situación. Pero los separan más cosas: ese padre es físicamente descomunal y Franz es escuálido, aquel es decidido y arrogante mientras que su hijo es tímido e inseguro. Su padre desea un sucesor para sus negocios y detecta que ese hijo, que ha estudiado y se ha doctorado en leyes por su voluntad, no tiene el mínimo interés en seguir con sus actividades comerciales ni de otra clase; Hermann Kafka se siente decepcionado cuando percibe que todo el interés de su hijo reside en escribir. Primero simultaneándolo con el trabajo en un bufete de abogado, después al tiempo que trabaja sin remuneración en los tribunales de justicia, a continuación en una importante compañía de seguros italiana y, finalmente, y buscando un horario más reducido para poder escribir, entrando en el Instituto se Seguros de Accidentes de los Trabajadores donde permanecerá hasta que lo derribe la tuberculosis a los cuarenta años.
   Ya tenemos dos de los protagonistas de su desdicha: un padre rudo y decepcionado y una empresa semiestatal de Bohemia en la que trabaja de ocho de la mañana a dos y media de la tarde. Dice su amigo Max Brod que «la raíz de su evolución posterior en el mundo del sufrimiento» estaba —a su parecer— en «la opresión que le causaba el empleo (...) y no en los lazos que le ataban al padre», lazos que —continua— «eran exagerados por Franz». Su biógrafo Hayman añade además que «Lo más probable es que Hermann Kafka no tuviera más deseo que su primogénito llegase a la madurez e independencia, dado que Kafka tenía que sacudirse la protección paterna».
Cualquier joven de su edad estaría satisfechísimo de su empleo en aquel edificio suntuoso, con secretaria a la que le dicta, con frecuentes giras de inspección a las fábricas del país —comidas, hoteles y nuevos paisajes—, con el afecto de sus superiores que ven y aprecian la calidad de su trabajo hasta el punto de ascenderle a los cinco años a «Vicesecretario» después de haberle subido el sueldo dos años antes. Sin embargo a Franz todo ello le roba el tiempo que él piensa necesita para escribir: «Todo en mí está preparado para una labor creadora y tal labor sería para mí una solución celestial; en cambio, aquí, en la oficina, por culpa de una miserable acta, debo arrancarle a un cuerpo capaz de semejante felicidad un trozo de carne».
Pero no nos olvidemos que tras esa jornada de trabajo de tan sólo algo más de seis horas, Franz almorzaba y se acostaba hasta las siete y media, paseaba antes de cenar y era hacia las once de la noche cuando se ponía a escribir hasta las dos o las tres de la madrugada. «¡Si fuera posible ir a Berlín, independizarme, vivir al día, hasta padecer hambre, pero derrochar todas mis fuerzas...!» ¡Ah! Ahí está su indecisión: prefiere retirarse todos los días a su casa «...en realidad voy a una prisión especialmente construida para mí...» donde tiene su dormitorio situado entre el de sus padres y el cuarto de estar, y no soporta los ruidos que le llegan a través de las paredes: «mi habitación es el cuartel general del ruido de toda la casa»; entre otros ruidos los del habitual juego de cartas de sus progenitores en el cuarto de estar, y, hasta a menudo, el de los coitos de su padre. No es extraño que no pudiera soportar verlos a él en pijama y a ella en camisón; con ella no cruzaba más de veinte palabras al día y con él tan sólo los saludos. 
   En su inmensa Carta al padre —una carta privada escrita a los treinta y seis años a su padre y que Max Brod publicó como una obra literaria— una carta de cerca de cien cuartillas que le entregó a su madre y que ésta le devolvió y su padre nunca llegó a leer, le dice: «...ni por lo más remoto he creído yo nunca en una culpabilidad de tu parte (...) tú, en el fondo, eres un hombre blando y bondadoso». «Kafka veneraba y detestaba a su padre como figura descomunal, poderosa, intelectualmente dominante y brutalmente eficiente»(2); y respecto a su trabajo Max Brod señala: «Con respecto al tema de no poder escribir por culpa del empleo dicen los Diarios cosas estremecedoras».
¿Cómo es posible que se pase meses y hasta un año sin escribir y, en otras ocasiones, en un estado de energía creadora, recién salido de un foso de depresión se ponga a escribir compulsivamente tres obras al mismo tiempo? «¿Para quién escribía Kafka? (...) escribiendo exteriorizaba todas sus inquietudes (...) el deseo de tener una mala opinión de sí mismo»(3). No; no fueron meramente el empleo que tenía ni su padre quienes le fustigaron y supuestamente le llevaron a escribir maravillas; fue sobre todo su carácter esquizoide y evitador: sus repugnancias, su continuo temor, sus complejos, su inseguridad, su retraimiento semejante al del búho que prefiere vivir entre las ruinas. Gracias a ello tenemos hoy entre nosotros a Kafka.
   Nos resta hablar del tema femenino, otro de los «demonios» que se desprende existieron en su vida y que le influyeron como escritor. Más de una docena de mujeres ejercieron sobre él diversos influjos durante su existencia. Según Max Brod, Franz recordaba una relación muy lejana con una profesora de francés; a los veinte años vivió su primera experiencia sexual con una dependienta de una tienda de ropa, y dos años más tarde tuvo una relación con una mujer madura mientras convalecía en un sanatorio. Después Hedwig Weiler, una estudiante de Viena con la que se inicia en el carteo que será para él —posteriormente— una forma más de literatura; pero también está la camarera Hansi en la etapa en que frecuenta los clubes nocturnos y con la que se fotografía. Cuenta veintiocho años cuando se enamora de la actriz Mania Tschissik, y en Weimar de la hija del vigilante de la casa de Goethe. Por fin, con casi treinta años, conoce a Felice Bauer, activa y enérgica y con un cargo directivo en una empresa de Berlín. Después de cinco años de acercamientos y distanciamientos, con dos compromisos formales de matrimonio y sus respectivas rupturas, todo se queda en nada. Y, al tiempo de su relación con ella, y posteriormente, Grete Bloch, amiga de Felice; cartas y más cartas con ambas y con la segunda posiblemente un hijo; pero en ese período de tiempo ha llegado a tener también una aventura con una suiza mientras convalece en un sanatorio. Ya con treinta y seis años un romance serio con Julie Wohryzek, sombrerera e hija de un zapatero con la que también se compromete en matrimonio a pesar de la oposición de Hermann Kafka; no obstante rompe el compromiso y ello motiva la escritura de aquella extensa carta. Y por fin Milena Jesenská, su gran amor; una casada que reside en Viena con la que después de cruzar muchas cartas tampoco encontrará una estabilidad. El año anterior a su muerte, ya enfermo, conoce a Dora Dymant; será la última y la única mujer con la que convivirá.
   Escuchemos: «Fue todo tentador, excitante y asqueroso...»; «El coito con la persona amada puede conducir a la perdida del amor»; «El coito como castigo por la felicidad de estar juntos...»; «Mi único temor es que nunca seré capaz de poseerte...»; «Cualquier pareja de enamorados (...) me resulta una visión repulsiva...»; «El terreno más profundo de la verdadera vida sexual me está vedado...»; «Queridísima, (...) mis temores deben parecerte ridículos; pero son temores espantosamente bien fundados»; «...yo consideraba el matrimonio una de las cosas deseables de la vida en cierto sentido, pero me era imposible casarme»; «¿Qué has hecho con el don del sexo que recibiste? Fue un fracaso, al final eso será lo único que digan».
   Aunque pudiera parecer que la causa de su fracasada trayectoria amorosa fuera una disfunción sexual o el temor a una cierta clase de impotencia, se estima hoy que los problemas eran muy diferentes.
Kafka, en sus relaciones temporales o esporádicas con mujeres se comporta de forma muy distinta a como lo hace cuando piensa en casarse. Con vistas al matrimonio rechaza el contacto carnal, le repugna, sobre todo le tiene miedo; es por ello que idealiza a sus prometidas, y su noviazgo es sobre todo epistolar. Pero, además, —y esto es lo más importante— ve el matrimonio como el fin de su carrera de escritor; no se puede imaginar casado y escribiendo. Estando enamorado pero libre, escribe; puede dar rienda suelta a su pasión que es la literatura: «Por eso, con tembloroso temor, protejo la escritura de toda perturbación, y no únicamente la escritura, sino la soledad que forma parte de ella». Hasta los que consideraba sus maestros literarios habían sido solteros y lamentaba que Dostoievski se hubiera casado.
En resumen, podemos decir que a Kafka como escritor lo configuró la amalgama de un padre con una imponente personalidad, la angustia de un trabajo de oficina con un horario rígido, y una malograda relación amorosa debida a su temor al matrimonio. Si Franz Kafka se hubiera desvinculado de su familia, si hubiera abandonado su burocrático empleo o si se hubiera casado, nunca habría existido Kafka.


Pero deseo hacer una reflexión más. ¿Cómo se explica que un oscuro escritor de la capital de Bohemia que únicamente ha conseguido publicar algunos cuentos en vida y que muere a los cuarenta años, haya pasado a ser una figura tan trascendental en la historia de la literatura?, ¿cuántos como él nos hemos perdido —nada más que en toda Europa— en los últimos cien o doscientos años? Conocéis la respuesta ¿verdad? Los restos de Franz Kafka yacerían en su tumba del cementerio de Strasnice Kewosj de Praga y nadie sabría nada de él, sus obras nos serían totalmente desconocidas y nada nos parecería hoy kafkiano de no ser por su amigo Max Brod que se negó a cumplir su voluntad y quiso que el mundo lo conociera.    
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(1) Naranjo, Claudio: Carácter y neurosis
(2) Begley, Louis: El mundo formidable de Franz Kafka
(3) Hayman, Ronald: Kafka, biografía