«Yo he
escogido por vivienda una casa en ruinas. Soy débil; he nacido en
las ruinas y me complazco en ellas; (...) He encontrado centenares de
sitios habitados; pero en unos existen conflictos y en otros hay
odio. El que quiere vivir en paz debe ir a vivir entre las ruinas. Si
tristemente resido entre las ruinas es porque es allí donde están
escondidos los tesoros». Esta es la respuesta que el búho le da a la
abubilla en El coloquio de los pájaros, obra
del poeta y místico persa del siglo XII Farid Uddin Attar, cuando
aquella les propone iniciar un largo viaje en busca de su rey.
Y es que
sucede que esta réplica del búho a la abubilla retrata a las mil
maravillas el carácter o la personalidad esquizoide que según la
psiquiatría moderna era el dominante en Kafka. «El tema de muchas
obras de Kafka es la vulnerabilidad y la impotencia de un carácter
exageradamente pasivo e inexpresivo o insensible (...) acosado en un
mundo donde no hay posibilidad de socorro ni manera alguna de
encontrar a las autoridades competentes»(1).
Pero,
además del carácter esquizoide, la personalidad fóbica o evitadora
con su timidez, cobardía y miedo definen a mi entender más
realísticamente la conducta de Kafka. Son personas que necesitan
cuestionar intensamente sus deseos y tienen un temor constante a
tomar decisiones ante el riesgo de cometer errores. Ello, junto con
su sentimiento de culpa, su desánimo, misantropía, inseguridad,
pusilanimidad e irresolución hace que sean considerados por los
demás como precavidos, reservados y tortuosos.
El día
anterior hacíamos referencia a los continuos lamentos y repetidas
quejas que Kafka fue dejando en sus Diarios
y Cartas así como en
su Carta al padre y en
los Fragmentos de cuadernos y hojas sueltas
que su amigo y custodio testamentario Max Brod hizo publicar a su
muerte —además del resto de sus obras inacabadas—, ignorando la
voluntad de Franz Kafka que había establecido que todo fuera
destruido. Y yo he pensado que antes de despedirnos de Kafka
profundicemos algo más en los motivos de aquellas lamentaciones;
motivos que yo he llamado hoy aquí «demonios». A saber: la
relación con su padre, el ejercicio de su empleo y su trabajo, y el
enfoque de su vida ante su posible matrimonio.
Franz
Kafka es el primogénito y él único varón, que junto con tres hermanas
menores y sus padres componen una acomodada familia. Su padre es un comerciante judío
que ha pasado las mayores privaciones y miserias cuando tenía la
edad de Kafka, y que con trabajo y esfuerzo ha llegado a disfrutar de
una holgada situación. Pero los separan más cosas: ese padre es
físicamente descomunal y Franz es escuálido, aquel es decidido y
arrogante mientras que su hijo es tímido e inseguro. Su padre desea
un sucesor para sus negocios y detecta que ese hijo, que ha estudiado
y se ha doctorado en leyes por su voluntad, no tiene el mínimo
interés en seguir con sus actividades comerciales ni de otra clase;
Hermann Kafka se siente decepcionado cuando percibe que todo el
interés de su hijo reside en escribir. Primero simultaneándolo con
el trabajo en un bufete de abogado, después al tiempo que trabaja
sin remuneración en los tribunales de justicia, a continuación en
una importante compañía de seguros italiana y, finalmente, y
buscando un horario más reducido para poder escribir, entrando en el
Instituto se Seguros de Accidentes de los Trabajadores donde
permanecerá hasta que lo derribe la tuberculosis a los cuarenta
años.
Ya tenemos
dos de los protagonistas de su desdicha: un padre rudo y decepcionado
y una empresa semiestatal de Bohemia en la que trabaja de ocho de la
mañana a dos y media de la tarde. Dice su amigo Max Brod que «la
raíz de su evolución posterior en el mundo del sufrimiento» estaba
—a su parecer— en «la opresión que le causaba el empleo (...) y
no en los lazos que le ataban al padre», lazos que —continua—
«eran exagerados por Franz». Su biógrafo Hayman añade además que
«Lo más probable es que Hermann Kafka no tuviera más deseo que su
primogénito llegase a la madurez e independencia, dado que Kafka
tenía que sacudirse la protección paterna».
Cualquier
joven de su edad estaría satisfechísimo de su empleo en aquel
edificio suntuoso, con secretaria a la que le dicta, con frecuentes
giras de inspección a las fábricas del país —comidas, hoteles y
nuevos paisajes—, con el afecto de sus superiores que ven y
aprecian la calidad de su trabajo hasta el punto de ascenderle a los
cinco años a «Vicesecretario» después de haberle subido el sueldo
dos años antes. Sin embargo a Franz todo ello le roba el tiempo que
él piensa necesita para escribir: «Todo en
mí está preparado para una labor creadora y tal labor sería para
mí una solución celestial; en cambio, aquí, en la oficina, por
culpa de una miserable acta, debo arrancarle a un cuerpo capaz de
semejante felicidad un trozo de carne».
Pero
no nos olvidemos que tras esa jornada de trabajo de tan sólo algo
más de seis horas, Franz almorzaba y se acostaba hasta las siete y
media, paseaba antes de cenar y era hacia las once de la noche cuando
se ponía a escribir hasta las dos o las tres de la madrugada. «¡Si
fuera posible ir a Berlín, independizarme, vivir al día, hasta
padecer hambre, pero derrochar todas mis fuerzas...!»
¡Ah! Ahí está su indecisión: prefiere retirarse todos los días a
su casa «...en realidad voy a una prisión
especialmente construida para mí...» donde
tiene su dormitorio situado entre el de sus padres y el cuarto de
estar, y no soporta los ruidos que le llegan a través de las
paredes: «mi habitación es el cuartel
general del ruido de toda la casa»; entre
otros ruidos los del habitual juego de cartas de sus progenitores en
el cuarto de estar, y, hasta a menudo, el de los coitos de su padre.
No es extraño que no pudiera soportar verlos a él en pijama y a
ella en camisón; con ella no cruzaba más de veinte palabras al día
y con él tan sólo los saludos.
En su
inmensa Carta al padre
—una carta privada escrita a los treinta y seis años a su padre y
que Max Brod publicó como una obra literaria— una carta de cerca
de cien cuartillas que le entregó a su madre y que ésta le devolvió
y su padre nunca llegó a leer, le dice: «...ni
por lo más remoto he creído yo nunca en una culpabilidad de tu
parte (...) tú, en el fondo, eres un hombre blando y bondadoso».
«Kafka veneraba y detestaba a su padre como
figura descomunal, poderosa, intelectualmente dominante y brutalmente
eficiente»(2); y respecto a su trabajo Max Brod señala: «Con
respecto al tema de no poder escribir por culpa del empleo dicen los
Diarios cosas
estremecedoras».
¿Cómo
es posible que se pase meses y hasta un año sin escribir y, en otras
ocasiones, en un estado de energía creadora, recién salido de un
foso de depresión se ponga a escribir compulsivamente tres obras al
mismo tiempo? «¿Para quién escribía Kafka? (...) escribiendo
exteriorizaba todas sus inquietudes (...) el deseo de tener una mala
opinión de sí mismo»(3). No; no fueron meramente el empleo que
tenía ni su padre quienes le fustigaron y supuestamente le llevaron
a escribir maravillas; fue sobre todo su carácter esquizoide y
evitador: sus repugnancias, su continuo temor, sus complejos, su
inseguridad, su retraimiento semejante al del búho que prefiere vivir
entre las ruinas. Gracias a ello tenemos hoy entre nosotros a Kafka.
Nos resta
hablar del tema femenino, otro de los «demonios» que se desprende
existieron en su vida y que le influyeron como escritor. Más de una
docena de mujeres ejercieron sobre él diversos influjos durante su
existencia. Según Max Brod, Franz recordaba una relación muy lejana
con una profesora de francés; a los veinte años vivió su primera
experiencia sexual con una dependienta de una tienda de ropa, y dos
años más tarde tuvo una relación con una mujer madura mientras
convalecía en un sanatorio. Después Hedwig Weiler, una estudiante
de Viena con la que se inicia en el carteo que será para él
—posteriormente— una forma más de literatura; pero también está
la camarera Hansi en la etapa en que frecuenta los clubes nocturnos y
con la que se fotografía. Cuenta veintiocho años cuando se enamora
de la actriz Mania Tschissik, y en Weimar de la hija del vigilante de
la casa de Goethe. Por fin, con casi treinta años, conoce a Felice
Bauer, activa y enérgica y con un cargo directivo en una empresa de
Berlín. Después de cinco años de acercamientos y distanciamientos,
con dos compromisos formales de matrimonio y sus respectivas
rupturas, todo se queda en nada. Y, al tiempo de su relación con
ella, y posteriormente, Grete Bloch, amiga de Felice; cartas y más
cartas con ambas y con la segunda posiblemente un hijo; pero en ese
período de tiempo ha llegado a tener también una aventura con una
suiza mientras convalece en un sanatorio. Ya con treinta y seis años
un romance serio con Julie Wohryzek, sombrerera e hija de un zapatero
con la que también se compromete en matrimonio a pesar de la
oposición de Hermann Kafka; no obstante rompe el compromiso y ello motiva
la escritura de aquella extensa carta. Y por fin Milena Jesenská, su
gran amor; una casada que reside en Viena con la que después de
cruzar muchas cartas tampoco encontrará una estabilidad. El año
anterior a su muerte, ya enfermo, conoce a Dora Dymant; será la
última y la única mujer con la que convivirá.
Escuchemos:
«Fue todo tentador, excitante y
asqueroso...»; «El coito con la persona amada puede conducir a la
perdida del amor»; «El
coito como castigo por la felicidad de estar juntos...»; «Mi único
temor es que nunca seré capaz de poseerte...»; «Cualquier pareja
de enamorados (...) me resulta una visión repulsiva...»; «El
terreno más profundo de la verdadera vida sexual me está
vedado...»; «Queridísima, (...) mis temores deben parecerte
ridículos; pero son temores espantosamente bien fundados»; «...yo
consideraba el matrimonio una de las cosas deseables de la vida en
cierto sentido, pero me era imposible casarme»; «¿Qué has hecho
con el don del sexo que recibiste? Fue un fracaso, al final eso será
lo único que digan».
Aunque
pudiera parecer que la causa de su fracasada trayectoria amorosa
fuera una disfunción sexual o el temor a una cierta clase de
impotencia, se estima hoy que los problemas eran muy diferentes.
Kafka,
en sus relaciones temporales o esporádicas con mujeres se comporta
de forma muy distinta a como lo hace cuando piensa en casarse. Con
vistas al matrimonio rechaza el contacto carnal, le repugna, sobre
todo le tiene miedo; es por ello que idealiza a sus prometidas, y su
noviazgo es sobre todo epistolar. Pero, además, —y esto es lo más
importante— ve el matrimonio como el fin de su carrera de escritor;
no se puede imaginar casado y escribiendo. Estando enamorado pero
libre, escribe; puede dar rienda suelta a su pasión que es la
literatura: «Por eso, con tembloroso temor,
protejo la escritura de toda perturbación, y no únicamente la
escritura, sino la soledad que forma parte de ella».
Hasta los que consideraba sus maestros literarios habían sido
solteros y lamentaba que Dostoievski se hubiera casado.
En
resumen, podemos decir que a Kafka como escritor lo configuró la
amalgama de un padre con una imponente personalidad, la angustia de
un trabajo de oficina con un horario rígido, y una malograda
relación amorosa debida a su temor al matrimonio. Si Franz Kafka se
hubiera desvinculado de su familia, si hubiera abandonado su
burocrático empleo o si se hubiera casado, nunca habría existido
Kafka.
Pero
deseo hacer una reflexión más. ¿Cómo se explica que un oscuro
escritor de la capital de Bohemia que únicamente ha conseguido
publicar algunos cuentos en vida y que muere a los cuarenta años,
haya pasado a ser una figura tan trascendental en la historia de la
literatura?, ¿cuántos como él nos hemos perdido —nada más que
en toda Europa— en los últimos cien o doscientos años? Conocéis
la respuesta ¿verdad? Los restos de Franz Kafka yacerían en su
tumba del cementerio de Strasnice Kewosj de Praga y nadie sabría
nada de él, sus obras nos serían totalmente desconocidas y nada nos
parecería hoy kafkiano
de no ser por su amigo Max Brod que se negó a cumplir su voluntad y
quiso que el mundo lo conociera.
__________________
(1) Naranjo,
Claudio: Carácter y neurosis
(2) Begley,
Louis: El mundo formidable de Franz Kafka
(3) Hayman,
Ronald: Kafka, biografía