Recuerdo
haberle leído en alguna ocasión a cierto autor que sería capaz de
cualquier cosa por conocer todos los títulos de los libros que
devoró Dostoievski. A mí me viene a la cabeza que desde luego a
Balzac sí lo leyó, puesto que su novela
Eugenia Grandet la tradujo. Por otra parte es
seguro que leyó a Chateaubriand, concretamente su primera obra
Atala, ya que sobre
ella se expresaba en alguna carta a su hermano Misha. También me
costa, porque lo dejó escrito, que había leído
a Dickens: Los
documentos póstumos del club Pickwick,
también a Victor Hugo: Nuestra Señora de
París y Los
miserables, y, por supuesto, Guerra
y paz de Tostói.
Normalmente solemos preguntarnos a menudo cuales han podido ser las influencias que ha tenido el escritor al que leemos, aunque seguro que tratándose de Dostoievski ninguno de aquellos le debió de influir demasiado; probablemente además de estos títulos leyó muchísimos más, sobre todo de autores rusos.
Sin embargo sí sabemos que hubo una obra que seguro leyó y que le dejó buen gusto aunque mucha tristeza; fue Don Quijote..., puesto que de ella dejó escrito que era «...la más grande y más triste de cuantas ha creado el genio humano...»
Decíamos al principio que Dostoievski no escribió unos verdaderos diarios íntimos aunque exista hoy publicado su Diario de un escritor. Este «diario» sin embargo no lo es tal, sino la recopilación de unos artículos escritos en la prensa durante la última parte de su vida en la que todo, más o menos, estaba mejorando para él.
Digámosle de momento adiós, por lo tanto, hablando sobre su «diario»; un cajón de sastre o «papelera de reciclaje» en el que todo cabe, aunque dos son allí los temas que sobre los demás le arrastran u obsesionan: el crimen y el suicidio.
En primer lugar hay que decir que es en estos «diarios» donde Dostoievski es ya más escueto que en sus novelas. ¿Se equivocaba Ortega y Gasset cuando decía de él lo siguiente?: «Sus libros son casi siempre de muchas páginas, y, sin embargo, la acción presentada suele ser brevísima. A veces necesita dos tomos para describir un acaecimiento de tres días, cuando no de unas horas. ... No duele nunca a Dostoievski llenar páginas y páginas con diálogos sin fin de sus personajes. Merced a este abundante flujo verbal, nos vamos saturando de sus almas, van adquiriendo las personas imaginarias una evidente corporeidad que ninguna definición puede proporcionar» Me explicaré: Victor Gallego Ballestero escribe en la Introducción a esos «diarios» que sus «prolijas novelas, desmesuradas y a veces caóticas» tenían una explicación. «Como le retribuían por pliegos, cuanto más alargaba la novela más le pagaban; de modo que el escritor hacía cuanto podía por aumentar las páginas, complicar la trama, dar vueltas y más vueltas al argumento y perderse a veces en conversaciones interminables, cuyo hilo conductor a veces no hay manera de determinar». Dejémoslo en la mitad para cada uno; ambas interpretaciones pueden ser ciertas.
Sin embargo hemos mencionado antes aquella obra de Cervantes la cual al parecer le apenó, y he considerado digno de traer a estas páginas, a propósito de ella, la «ingeniosa y sorprendente mentira» que Dostoievski contó en aquellos «diarios» o artículos acerca de la citada novela. En uno de aquellos artículos, exactamente el que lleva por título "Una mentira se mitiga con otra" Dostoievski no comenta nada de lo que viene sucediendo a su alrededor en San Petersburgo, sino que se despacha nada menos que con Don Quijote... Pero aún hay más: se inventa un pedazo de la obra de Cervantes; reproduce como auténtico un fragmento en el que el Hidalgo le cuenta a Sancho cómo ha resuelto un enigma, y al final del párrafo que ha puesto en boca de Don Quijote, dice Dostoievski: «En este pasaje el gran poeta y conocedor de los hombres ha reparado en uno de los aspectos más profundos y misteriosos del alma humana (...)». ¡Sorprendente! ¡Pero sorprendente por dos motivos! Primero el atrevimiento de Dostoievski al falsear la obra mundialmente conocida, con un párrafo en ella inexistente y además sacar conclusiones sobre las espurias palabras del Hidalgo; y, segundo porque la ausencia de esas palabras del genial loco en la obra fue mencionada por primera vez en el año 1953 por el hispanista Maldonado de Guevara que no las pudo encontrar. ¡Nada menos que setenta y seis años después de haberse publicado el artículo, exactamente en 1877! ¿Es que nadie leía los «diarios» de Dostoievski o es que aquellos que los leían desconocían el contenido de El Quijote? ¿O poseía posiblemente Dostoievski una versión adulterada de la obra de Cervantes y no se inventó nada? Esto último lo descarto.
Yo me he devanado la sesera desde que leyendo los «diarios» me enteré de ello, y he intentado buscar que le pudo llevar a idear ese embuste. Ante todo pudo ser un atrevimiento burlesco: algo así como «me voy a demostrar a mí mismo que soy capaz de escribir un episodio del libro cervantino al igual que Fernández de Avellaneda escribió una segunda parte». Hasta pudo preguntarse: «¿Será alguien capaz de detectar que nunca fue escrito esto en aquella obra?». Pero lo más considerable es que el soporte de su argumento —que una mentira mitiga o suaviza otra— no tiene sustento si no es en la parrafada de Don Quijote que él, Dostoievski, se inventa. La cosa es por lo tanto muy «grave», pues se nota que está todo muy forzado, quiero decir que su razonamiento no lo encontró en ninguna noticia del momento sobre cualquier suceso acerca de los que escribía sus diarios. No; tuvo que irse a los Libros de Caballerías (sobre los que supuestamente diserta Don Quijote) y mentir al lector inventándose que una mentira paliaba otra mentira. ¿Es que quizás se le ocurrió que en los citados libros publicados sobre Caballeros Andantes era donde más mentiras se habían escrito?
De cualquier forma hay que reconocerle valor a Dostoievski: Un gran valor también en ese chusco episodio al margen del gran valor de sus novelas. Creo que vienen muy a propósito aquí y ahora —y para despedirnos de él— las palabras de un médico y escritor: «El valor de Dostoiesvki, y ello, aunque reconocido y vulgar, no deja de ser cierto, está en su mezcla de sensibilidad exquisita, de brutalidad y de sadismo, en su fantasía enferma, y al mismo tiempo poderosa, en que toda la vida que representa en sus novelas es íntegramente patológica por primera vez en la literatura, y que esta vida se halla alumbrada por una luz fuerte de alucinación, de epiléptico y de místico». Lo dejó Baroja escrito en Desde la última vuelta del camino.
Normalmente solemos preguntarnos a menudo cuales han podido ser las influencias que ha tenido el escritor al que leemos, aunque seguro que tratándose de Dostoievski ninguno de aquellos le debió de influir demasiado; probablemente además de estos títulos leyó muchísimos más, sobre todo de autores rusos.
Sin embargo sí sabemos que hubo una obra que seguro leyó y que le dejó buen gusto aunque mucha tristeza; fue Don Quijote..., puesto que de ella dejó escrito que era «...la más grande y más triste de cuantas ha creado el genio humano...»
Decíamos al principio que Dostoievski no escribió unos verdaderos diarios íntimos aunque exista hoy publicado su Diario de un escritor. Este «diario» sin embargo no lo es tal, sino la recopilación de unos artículos escritos en la prensa durante la última parte de su vida en la que todo, más o menos, estaba mejorando para él.
Digámosle de momento adiós, por lo tanto, hablando sobre su «diario»; un cajón de sastre o «papelera de reciclaje» en el que todo cabe, aunque dos son allí los temas que sobre los demás le arrastran u obsesionan: el crimen y el suicidio.
En primer lugar hay que decir que es en estos «diarios» donde Dostoievski es ya más escueto que en sus novelas. ¿Se equivocaba Ortega y Gasset cuando decía de él lo siguiente?: «Sus libros son casi siempre de muchas páginas, y, sin embargo, la acción presentada suele ser brevísima. A veces necesita dos tomos para describir un acaecimiento de tres días, cuando no de unas horas. ... No duele nunca a Dostoievski llenar páginas y páginas con diálogos sin fin de sus personajes. Merced a este abundante flujo verbal, nos vamos saturando de sus almas, van adquiriendo las personas imaginarias una evidente corporeidad que ninguna definición puede proporcionar» Me explicaré: Victor Gallego Ballestero escribe en la Introducción a esos «diarios» que sus «prolijas novelas, desmesuradas y a veces caóticas» tenían una explicación. «Como le retribuían por pliegos, cuanto más alargaba la novela más le pagaban; de modo que el escritor hacía cuanto podía por aumentar las páginas, complicar la trama, dar vueltas y más vueltas al argumento y perderse a veces en conversaciones interminables, cuyo hilo conductor a veces no hay manera de determinar». Dejémoslo en la mitad para cada uno; ambas interpretaciones pueden ser ciertas.
Sin embargo hemos mencionado antes aquella obra de Cervantes la cual al parecer le apenó, y he considerado digno de traer a estas páginas, a propósito de ella, la «ingeniosa y sorprendente mentira» que Dostoievski contó en aquellos «diarios» o artículos acerca de la citada novela. En uno de aquellos artículos, exactamente el que lleva por título "Una mentira se mitiga con otra" Dostoievski no comenta nada de lo que viene sucediendo a su alrededor en San Petersburgo, sino que se despacha nada menos que con Don Quijote... Pero aún hay más: se inventa un pedazo de la obra de Cervantes; reproduce como auténtico un fragmento en el que el Hidalgo le cuenta a Sancho cómo ha resuelto un enigma, y al final del párrafo que ha puesto en boca de Don Quijote, dice Dostoievski: «En este pasaje el gran poeta y conocedor de los hombres ha reparado en uno de los aspectos más profundos y misteriosos del alma humana (...)». ¡Sorprendente! ¡Pero sorprendente por dos motivos! Primero el atrevimiento de Dostoievski al falsear la obra mundialmente conocida, con un párrafo en ella inexistente y además sacar conclusiones sobre las espurias palabras del Hidalgo; y, segundo porque la ausencia de esas palabras del genial loco en la obra fue mencionada por primera vez en el año 1953 por el hispanista Maldonado de Guevara que no las pudo encontrar. ¡Nada menos que setenta y seis años después de haberse publicado el artículo, exactamente en 1877! ¿Es que nadie leía los «diarios» de Dostoievski o es que aquellos que los leían desconocían el contenido de El Quijote? ¿O poseía posiblemente Dostoievski una versión adulterada de la obra de Cervantes y no se inventó nada? Esto último lo descarto.
Yo me he devanado la sesera desde que leyendo los «diarios» me enteré de ello, y he intentado buscar que le pudo llevar a idear ese embuste. Ante todo pudo ser un atrevimiento burlesco: algo así como «me voy a demostrar a mí mismo que soy capaz de escribir un episodio del libro cervantino al igual que Fernández de Avellaneda escribió una segunda parte». Hasta pudo preguntarse: «¿Será alguien capaz de detectar que nunca fue escrito esto en aquella obra?». Pero lo más considerable es que el soporte de su argumento —que una mentira mitiga o suaviza otra— no tiene sustento si no es en la parrafada de Don Quijote que él, Dostoievski, se inventa. La cosa es por lo tanto muy «grave», pues se nota que está todo muy forzado, quiero decir que su razonamiento no lo encontró en ninguna noticia del momento sobre cualquier suceso acerca de los que escribía sus diarios. No; tuvo que irse a los Libros de Caballerías (sobre los que supuestamente diserta Don Quijote) y mentir al lector inventándose que una mentira paliaba otra mentira. ¿Es que quizás se le ocurrió que en los citados libros publicados sobre Caballeros Andantes era donde más mentiras se habían escrito?
De cualquier forma hay que reconocerle valor a Dostoievski: Un gran valor también en ese chusco episodio al margen del gran valor de sus novelas. Creo que vienen muy a propósito aquí y ahora —y para despedirnos de él— las palabras de un médico y escritor: «El valor de Dostoiesvki, y ello, aunque reconocido y vulgar, no deja de ser cierto, está en su mezcla de sensibilidad exquisita, de brutalidad y de sadismo, en su fantasía enferma, y al mismo tiempo poderosa, en que toda la vida que representa en sus novelas es íntegramente patológica por primera vez en la literatura, y que esta vida se halla alumbrada por una luz fuerte de alucinación, de epiléptico y de místico». Lo dejó Baroja escrito en Desde la última vuelta del camino.
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