lunes, 7 de noviembre de 2011

Día Treinta y cinco: Algo más sobre Wilde

No sé exactamente donde leí la frase siguiente como atribuida a Oscar Wilde: «Le debemos a los griegos la modernidad de nuestros días». Sea suya o no, es acertada si tenemos en cuenta la tremenda oscuridad del Medievo. Lo triste sin embargo es que el pobre Wilde no conoció la nuestra, nuestra modernidad, y tuvo que resignarse con aquella de la época victoriana.
    Señala uno de sus biógrafos que «la postura de Wilde frente a las mujeres es tan enigmática como los motivos de su homosexualidad»(1). Y posiblemente tenga razón. Cuando leí El retrato de Dorian Gray anoté las siguientes citas respecto a la mujer:
—«Ninguna mujer es genial. Las mujeres son sexo decorativo. Nunca tienen nada que decir pero lo dicen con encanto. Las mujeres representan el triunfo de la materia sobre la mente...»
—«Las mujeres se defienden atacando, exactamente igual que atacan por repentinas y extrañas sumisiones»
—«Las mujeres nos tratan igual que la humanidad trata a sus dioses. Ellas nos adoran y nos están molestando siempre para que hagamos algo por ellas»
—«Cualquier cosa que ellas piden, nos la han dado antes a nosotros. Ellas crean el amor en nuestra naturaleza. Tienen derecho a pedir que se les devuelva»
—«Las mujeres, como algún francés agudo dijo una vez, nos inspiran con el deseo de hacer obras maestras...»
—«Las mujeres están mejor dotadas para soportar las penas que los hombres»
—«Las mujeres nunca saben cuándo cae el telón. Ellas siempre quieren un sexto acto, y tan pronto como el interés por la obra está totalmente acabado ellas proponen que continúe. Si se les permitiera hacerlo a su modo, cada comedia tendría un final trágico, y cada tragedia culminaría en una farsa»
—«Las mujeres aprecian la crueldad, la verdadera crueldad, más que cualquier otra cosa. Tienen instintos maravillosamente primitivos. Nosotros las hemos emancipado, pero siguen siendo esclavas buscando a sus señores»
     Sin duda que en algunas de ellas hay cierto grado de misoginia. No obstante sabemos que en aquella sociedad dionisíaca y pagana que él tanto anhelaba existía también cierto desprecio hacia la mujer.
     La mujer tenía en aquella Grecia clásica y aristocrática un papel secundario. Existía por parte del varón cierta susceptibilidad, un sentimiento de desconfianza y prevención hacia ella: la sexualidad de la mujer era un poder irresistible que podía arrastrar al hombre sin que tuviera forma de defenderse. No se trataba de machismo, era temor. Nos estamos refiriendo a un repudio basado en una supuesta perfidia de la mujer. Es notorio que apenas se habla de relaciones íntimas o de amor entre hombres y mujeres en la literatura griega. El matrimonio era una institución útil, no una fuente de placer. El mundo erótico entre la clase patricia se reserva al amor entre el erastés (un adulto protector, guía, educador) y el erómenos (un joven al que aquel dedica sus atenciones); esa confusa homosexualidad tan explícita en el Banquete de Platón.
     Sabemos que Wilde estuvo enamorado de algunas mujeres y las amó; sin duda alguna a su esposa. Pero «...me mataba de aburrimiento la vida matrimonial». Posiblemente arrostró que el vivir aquel ideal que para él era la antigua Grecia tenía que llevar consigo el amor a la belleza en todas sus formas: «En el mundo no hay absolutamente nada más que la juventud». «Yo quería probar los frutos de todos los árboles del jardín del mundo». «No hubo placer que yo no gozase. Arrojé la perla de mi alma en una copa de vino. Descendí al son de la flauta y me alimenté de miel».
   Tal vez aquella relación íntima con el joven aristócrata Lord Alfred Douglas («Douglas es griego y gracioso»)(1) que significó su final, fue parte de una apuesta por la vida hedonista y dionisíaca que él tanto anhelaba desde sus años de Oxford.

Pero volvamos de nuevo a su famosa novela o más bien dilatado relato fantástico: «Acabo de terminar mi primera historia larga y estoy agotado». Aunque en su gran fecundidad literaria esa obra no fuera lo más relevante (todos sabemos de sus reputadas creaciones escénicas, dramas y comedias; de sus relatos y cuentos; de sus ensayos y críticas) El retrato de Dorian Gray lo estigmatizó y lo lanzó a la fama posiblemente por dos notables razones: la conducta inmoral del protagonista y el posterior escándalo que él mismo sufrió. 
Antes de seguir me gustaría señalar que previamente a la publicación de su famosa obra Wilde ya había escrito otro «retrato», esta vez un ensayo. Llevaba por título The Portrait of Mr. W. H.; el de un joven de diecisiete años «de extraordinaria hermosura personal» con el que supuestamente Shakespeare pudo haber tenido relaciones amorosas. ¿No resulta curioso conocer que Wilde ya había escrito sobre un caso de pederastia griega localizado en la Inglaterra del siglo XVI?
     Concluyamos; comenzábamos la entrada anterior mencionando la relación del Fausto de Goethe con El retrato... de Wilde. El asunto del primero era sin duda un tema muy manido: el demonio tienta al hombre y se lleva su alma, la pierde para siempre. Desde la Bíblia con Adán (y la mujer junto a la serpiente), se va repitiendo el argumento hasta llegar a Melmoth, el protagonista de una novela escrita por un antepasado de Wilde titulada Melmoth, the Wanderer que fue publicada en 1820. Sin embargo, el distanciamiento con aquellos y por lo tanto la originalidad de El retrato de Dorian Gray puede que resida en que en esa obra no aparece ningún demonio haciendo tratos con un humano ni hay pérdida de alma alguna; simplemente sucede un extraño sortilegio debido al ansia inmensa de eterna juventud y de belleza por parte del protagonista.
     Wilde conocía por supuesto aquella obra de su antepasado. Cuando tras dos años de trabajos forzados sale de la cárcel y evita ser idenficado adopta para ello un nuevo nombre: Sebastian Melmoth. Y ahí Wilde revela de nuevo cierta conexión no sólo con el Fausto sino con el mundo de las relaciones homoeróticas, puesto que el nombre de ese santo: Sebastián, era ya en aquellos años considerado figura o icono del mundo homosexual.

«Yo nunca he buscado la felicidad. ¡Qué importa la felicidad! Yo he buscado el placer»

Jorge Luis Borges escribió: «Leyendo y releyendo, a lo largo de años, a Wilde, noto un hecho que sus panegiristas no parecen haber sospechado siquiera: el hecho comprobable y elemental de que Wilde, casi siempre, tiene razón. (...) A diferencia de otros escritores que tratan de parecer profundos, Wilde esencialmente lo era y trataba de parecer frívolo».
———————



(1) Funke, Peter: Wilde


.