De un
desconocido sujeto llamado Henri Beyle que un día de marzo de 1842
cayó fulminado en plena calle en París a consecuencia de un ictus cerebral. Unos dicen que lo metieron en un portal y otros que en
una tienda cercana donde trataron de reanimarlo; sin embargo nada se
pudo hacer y unas horas después exhalaba su último suspiro. Había
escrito muchísimo, y sin embargo no era demasiado conocido; al día
siguiente los periódicos hacían referencia a él como a un autor con
algunos libros de viajes y algunas novelas que apenas nadie había
leído. Todos sus manuscritos se envían entonces a la Biblioteca de
Grenoble donde cincuenta y nueve años antes había nacido, para que
duerman allí el sueño de los justos. Acababa de morir Stendhal.
Escribió
Cela que «No hay más escritor comprometido
que aquel que se jura fidelidad a sí mismo, que aquel que se
compromete consigo mismo. (...) El escritor nada pide porque nada —ni
siquiera voz ni pluma— necesita; le basta con la memoria».
Henri Beyle era, como veremos, un escritor comprometido que se había
jurado una gran fidelidad a sí mismo y que en su vida no había
pedido demasiado; ni siquiera que lo leyesen. De hecho, estaba
convencido de que escribía para unos pocos elegidos que lo leerían
y lo comprenderían tan sólo en el futuro, en el año 1935
conjeturaba él mismo; serían los happy few
como los denominaba, una minoría selecta de «almas sencillas».
Stefan
Zweig, en su obra La lucha contra el demonio
—obra que precisamente se la dedicó a Freud— hace una
comparación entre Hölderlin y Stendhal (fallecidos ambos con la
diferencia de unos meses) en cuanto a la ignorancia y el desprecio de
sus contemporáneos por lo que escribían. Si todo lo escrito por
Stendhal se envía a la Biblioteca de Grenoble a su muerte, lo que
había dejado Hölderlin se archiva en la de Sttutgart. Cincuenta
años después son tremendamente valorados y reconocidos como «el
mejor prosista francés y el mejor lírico alemán» afirma Zweig. En
cuanto a Stendhal, se diría que sus libros eran «sagrados». Su
editor le había dicho que al menos Del amor
sí lo era puesto que
nadie lo tocaba. «Aunque mis obras hayan de
ser siempre sagradas... Bien sé que, siguiendo mi método, es casi
imposible llegar a lo que aquí llaman gloria...».
Henri
Beyle necesitaba de la literatura exclusivamente por tres razones:
porque escribir le proporcionaba placer, le permitía luchar contra
el desánimo y le resultaba un acto liberador. Lo de menos, aunque en
el fondo también soñase con ella, era la gloria. Sus contemporáneos
lo conocieron poco y, además, lo conocieron mal: «En
el fondo, yo desconcertaba o escandalizaba a todo el mundo». Y
ese fue su gran «problema»: nunca quiso «ser
como los demás», jamás se plegó a las
modas. Stendhal, aunque romántico, despreció a los escritores
contemporáneos que hicieron del romanticismo una escuela lírica y
elocuente. Stendhal, con su personalísimo estilo, con su naturalidad
y su realismo no se sujeta a regla alguna. Stendhal es desinhibido
escribiendo y no oculta estar contra los fanatismos, la intolerancia
y el clericalismo. Se ha dicho que esa naturalidad en la escritura de
Stendhal tiene algo de una mezcla de Rousseau con el Código Civil,
el cual —según él— leía todas las mañanas para mantener su
estilo.
Y,
sin embargo, ¿qué sucedió para que Stendhal haya llegado a ser una
gloria universal de la literatura a partir de un siglo después de su
muerte? Todo se lo debemos a un profesor de apellido polaco el cual,
enseñando en el Liceo de Grenoble cincuenta años más tarde de la
muerte de Henri Beyle, «se interna en la montaña de los manuscritos
de Stendhal que yacen empolvados..., y emprende, con tanto amor como
fidelidad a los textos, la publicación de inéditos sensacionales
que renuevan y revolucionan la exégesis stendhaliana»(1). Acaba de
resucitar Sthendhal.
No
obstante, como tantas otras veces, me he precipitado. Hay que decir
que sí, que también hubo algún que otro happy
few mucho antes de que aquel profesor del
Liceo de Grenoble, Stryenski, desempolvara sus manuscritos. En vida,
Goethe lo leyó y lo estimó y Balzac elogió excepcionalmente una
de sus novelas. Después Taine, Nietzsche, Tolstói, Zola... Habría
que decir que alguien estuvo siempre leyendo a aquel desconocido
llamado Henri Beyle que tantos amores tuvo y nunca llegó a amar a
nadie, eso a pesar de haber escrito Del amor.
Que
tuvo muchos amores fue indudable; se ha escrito de él que toda su
vida estuvo amando a alguna mujer bien soltera o casada, francesa o
italiana, actriz o condesa...; tenía que estar constantemente en un
cierto estado de enamoramiento para poder escribir. Como resulta que
Stendhal escribió afortunadamente mucho sobre sí mismo, incluyendo
una autobiografía, los stendhalistas posteriores han tratado de
conocer quienes fueron ellas indagando en sus escritos, pero ni se
sabe cabalmente. Primero porque trató de ocultar identidades y
nombres, y segundo porque sus estados de enamoramiento eran muy «sui
géneris». Se ha dicho que aunque para él tan sólo existía el
«amor-pasión» amaba a veces tan sólo con su imaginación
descubriendo una dama entre las columnas en alguno de los muchos
salones galantes y elegantes que durante su vida frecuentó. Que en
realidad nunca llegó a amar o no supo lo que era el amor lo han
escrito otros, por ejemplo Ortega y Gasset que, si no era un
stendhaliano le faltó poco. En su ensayo Amor
en Stendhal nos dice sobre él y su libro Del
amor: «El libro es de lectura deliciosa.
Stendhal cuenta siempre, hasta cuando define, razona y teoriza. (...)
es el mejor narrador que existe, el archinarrador ante el Altísimo»,
y más adelante añade: «Se trata de un hombre que ni verdaderamente
amó ni, sobre todo, verdaderamente fue amado. (...) Stendhal no
consiguió ser amado verdaderamente por ninguna mujer. (...) Los
amores de Stendhal fueron pseudoamores». Lo primero que el lector de
su libro se pregunta es que, cómo a los treinta y nueve años se
puede publicar un tratado con ese título: Del
amor. Lo segundo es que todavía, y además,
Stendhal no había vivido todas sus intensas pasiones amorosas alguna
de las cuales a punto estuvieron de llevarlo al matrimonio. Se podría
pensar que nos estamos dedicando demasiado a la vida amorosa de este
irremediable soltero, pero hay que señalar que ese aspecto frívolo
y sensual de su existencia es muy importante. Esa faceta de amador
junto con la de constante viajero por Europa, de parte a parte y no
como turista sino debido a sus obligaciones y reveses, son dos rasgos
inconfundibles en su personalidad. Mas entonces, después de señalar
lo anterior, reparo en que lo más importante ahora es trazar un
esbozo de lo que fue su vida.
A
diferencia de otros artistas de la pluma que dedicaron toda su
existencia exclusivamente a ella, como Flaubert, Henri Beyle
compartió simultáneamente la pasión de la escritura con otras
profesiones y actividades. Hay que señalar —lo han consignado
muchos— que las vidas de ambos son paradigmáticamente diferentes
no sólo en ello sino en todo lo demás, y, sobre todo, en el estilo
de escribir; tendremos tiempo de detenernos en ello. Pero ahora
volvamos a los exclusivos azares de Stendhal.
Desde
que de Grenoble marcha a París con un buen historial académico para
iniciar estudios superiores en la prestigiosa Escuela Politécnica,
su vida es un constante ajetreo pues ni siquiera se presentará al
examen de ingreso; únicamente quería huir de Grenoble y dejar
atrás su —para él— penosa infancia y adolescencia. Será,
gracias a ciertos apoyos familiares, secretario provisional en el
Ministerio de la Guerra a las órdenes de un pariente; marchará a
Italia para unirse a las tropas de Napoleón como oficial de un
Regimiento de dragones; dejará el cuartel para ir a Marsella y establecerse
como banquero; no tiene ayudas y retorna a París; su pariente lo
envía a Alemania como funcionario y después a Austria, y asiste en
Moscú a la retirada de las tropas de Napoleón. Perdido el empleo
vuelve a Italia, a Milán, y se dedica a escribir; lo echan por
liberal y vuelve a París, y de nuevo Milán. Escribiendo para
revistas francesas e inglesas otra vez París, Inglaterra, Italia,
Francia y España (Barcelona); cónsul en Trieste y después en
Civitavecchia. Tres años antes de su muerte realiza un viaje por
Alemania, Bélgica, Holanda y Suiza; el final ya lo hemos contado.
Apasionante vida envuelta en ¿una docena? de amores, intrigas sin
fin, y obras terminadas y a medio terminar: ensayos, crónicas
artísticas y literarias, libros de viajes, biografías de algunos
personajes ilustres, escritos autobiográficos y, por encima de todo,
dos obras terminadas consideradas maestras: El
rojo y el negro y La
Cartuja de Parma. No pasó demasiadas
privaciones; tan sólo, y no de las peores, antes de llegar a ejercer
como diplomático en Trieste.
Hasta
aquí y a grandes brochazos las idas y venidas de Stendhal. Parecerá
que poco nos resta decir superficialmente de él si exceptuamos el
hablar sobre sus obras; y no es así, hay algo más. Es poco pero
puede que sea fundamental para intentar explicar su carácter, su
pensamiento y actitud ante la existencia. Ante todo habría que
preguntarse el por qué de ese seudónimo que utilizó por primera vez
en su estudio Del amor, aunque
siempre había utilizado otros.
Ese poco pero fundamental que nos queda por conocer y que nos explicará muchas cosas, se encuentra en su infancia y en su adolescencia. Lo hemos de conocer.
Ese poco pero fundamental que nos queda por conocer y que nos explicará muchas cosas, se encuentra en su infancia y en su adolescencia. Lo hemos de conocer.
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(1) Consuelo
Berges, Stendhal y su mundo