domingo, 7 de octubre de 2012

Día Setenta y cinco: De un desconocido sujeto llamado Henri Beyle

De un desconocido sujeto llamado Henri Beyle que un día de marzo de 1842 cayó fulminado en plena calle en París a consecuencia de un ictus cerebral. Unos dicen que lo metieron en un portal y otros que en una tienda cercana donde trataron de reanimarlo; sin embargo nada se pudo hacer y unas horas después exhalaba su último suspiro. Había escrito muchísimo, y sin embargo no era demasiado conocido; al día siguiente los periódicos hacían referencia a él como a un autor con algunos libros de viajes y algunas novelas que apenas nadie había leído. Todos sus manuscritos se envían entonces a la Biblioteca de Grenoble donde cincuenta y nueve años antes había nacido, para que duerman allí el sueño de los justos. Acababa de morir Stendhal.


Escribió Cela que «No hay más escritor comprometido que aquel que se jura fidelidad a sí mismo, que aquel que se compromete consigo mismo. (...) El escritor nada pide porque nada —ni siquiera voz ni pluma— necesita; le basta con la memoria». Henri Beyle era, como veremos, un escritor comprometido que se había jurado una gran fidelidad a sí mismo y que en su vida no había pedido demasiado; ni siquiera que lo leyesen. De hecho, estaba convencido de que escribía para unos pocos elegidos que lo leerían y lo comprenderían tan sólo en el futuro, en el año 1935 conjeturaba él mismo; serían los happy few como los denominaba, una minoría selecta de «almas sencillas».
Stefan Zweig, en su obra La lucha contra el demonio —obra que precisamente se la dedicó a Freud— hace una comparación entre Hölderlin y Stendhal (fallecidos ambos con la diferencia de unos meses) en cuanto a la ignorancia y el desprecio de sus contemporáneos por lo que escribían. Si todo lo escrito por Stendhal se envía a la Biblioteca de Grenoble a su muerte, lo que había dejado Hölderlin se archiva en la de Sttutgart. Cincuenta años después son tremendamente valorados y reconocidos como «el mejor prosista francés y el mejor lírico alemán» afirma Zweig. En cuanto a Stendhal, se diría que sus libros eran «sagrados». Su editor le había dicho que al menos Del amor sí lo era puesto que nadie lo tocaba. «Aunque mis obras hayan de ser siempre sagradas... Bien sé que, siguiendo mi método, es casi imposible llegar a lo que aquí llaman gloria...».
Henri Beyle necesitaba de la literatura exclusivamente por tres razones: porque escribir le proporcionaba placer, le permitía luchar contra el desánimo y le resultaba un acto liberador. Lo de menos, aunque en el fondo también soñase con ella, era la gloria. Sus contemporáneos lo conocieron poco y, además, lo conocieron mal: «En el fondo, yo desconcertaba o escandalizaba a todo el mundo». Y ese fue su gran «problema»: nunca quiso «ser como los demás», jamás se plegó a las modas. Stendhal, aunque romántico, despreció a los escritores contemporáneos que hicieron del romanticismo una escuela lírica y elocuente. Stendhal, con su personalísimo estilo, con su naturalidad y su realismo no se sujeta a regla alguna. Stendhal es desinhibido escribiendo y no oculta estar contra los fanatismos, la intolerancia y el clericalismo. Se ha dicho que esa naturalidad en la escritura de Stendhal tiene algo de una mezcla de Rousseau con el Código Civil, el cual —según él— leía todas las mañanas para mantener su estilo.    
Y, sin embargo, ¿qué sucedió para que Stendhal haya llegado a ser una gloria universal de la literatura a partir de un siglo después de su muerte? Todo se lo debemos a un profesor de apellido polaco el cual, enseñando en el Liceo de Grenoble cincuenta años más tarde de la muerte de Henri Beyle, «se interna en la montaña de los manuscritos de Stendhal que yacen empolvados..., y emprende, con tanto amor como fidelidad a los textos, la publicación de inéditos sensacionales que renuevan y revolucionan la exégesis stendhaliana»(1). Acaba de resucitar Sthendhal.


No obstante, como tantas otras veces, me he precipitado. Hay que decir que sí, que también hubo algún que otro happy few mucho antes de que aquel profesor del Liceo de Grenoble, Stryenski, desempolvara sus manuscritos. En vida, Goethe lo leyó y lo estimó y Balzac elogió excepcionalmente una de sus novelas. Después Taine, Nietzsche, Tolstói, Zola... Habría que decir que alguien estuvo siempre leyendo a aquel desconocido llamado Henri Beyle que tantos amores tuvo y nunca llegó a amar a nadie, eso a pesar de haber escrito Del amor.
Que tuvo muchos amores fue indudable; se ha escrito de él que toda su vida estuvo amando a alguna mujer bien soltera o casada, francesa o italiana, actriz o condesa...; tenía que estar constantemente en un cierto estado de enamoramiento para poder escribir. Como resulta que Stendhal escribió afortunadamente mucho sobre sí mismo, incluyendo una autobiografía, los stendhalistas posteriores han tratado de conocer quienes fueron ellas indagando en sus escritos, pero ni se sabe cabalmente. Primero porque trató de ocultar identidades y nombres, y segundo porque sus estados de enamoramiento eran muy «sui géneris». Se ha dicho que aunque para él tan sólo existía el «amor-pasión» amaba a veces tan sólo con su imaginación descubriendo una dama entre las columnas en alguno de los muchos salones galantes y elegantes que durante su vida frecuentó. Que en realidad nunca llegó a amar o no supo lo que era el amor lo han escrito otros, por ejemplo Ortega y Gasset que, si no era un stendhaliano le faltó poco. En su ensayo Amor en Stendhal nos dice sobre él y su libro Del amor: «El libro es de lectura deliciosa. Stendhal cuenta siempre, hasta cuando define, razona y teoriza. (...) es el mejor narrador que existe, el archinarrador ante el Altísimo», y más adelante añade: «Se trata de un hombre que ni verdaderamente amó ni, sobre todo, verdaderamente fue amado. (...) Stendhal no consiguió ser amado verdaderamente por ninguna mujer. (...) Los amores de Stendhal fueron pseudoamores». Lo primero que el lector de su libro se pregunta es que, cómo a los treinta y nueve años se puede publicar un tratado con ese título: Del amor. Lo segundo es que todavía, y además, Stendhal no había vivido todas sus intensas pasiones amorosas alguna de las cuales a punto estuvieron de llevarlo al matrimonio. Se podría pensar que nos estamos dedicando demasiado a la vida amorosa de este irremediable soltero, pero hay que señalar que ese aspecto frívolo y sensual de su existencia es muy importante. Esa faceta de amador junto con la de constante viajero por Europa, de parte a parte y no como turista sino debido a sus obligaciones y reveses, son dos rasgos inconfundibles en su personalidad. Mas entonces, después de señalar lo anterior, reparo en que lo más importante ahora es trazar un esbozo de lo que fue su vida.


A diferencia de otros artistas de la pluma que dedicaron toda su existencia exclusivamente a ella, como Flaubert, Henri Beyle compartió simultáneamente la pasión de la escritura con otras profesiones y actividades. Hay que señalar —lo han consignado muchos— que las vidas de ambos son paradigmáticamente diferentes no sólo en ello sino en todo lo demás, y, sobre todo, en el estilo de escribir; tendremos tiempo de detenernos en ello. Pero ahora volvamos a los exclusivos azares de Stendhal.
Desde que de Grenoble marcha a París con un buen historial académico para iniciar estudios superiores en la prestigiosa Escuela Politécnica, su vida es un constante ajetreo pues ni siquiera se presentará al examen de ingreso; únicamente quería huir de Grenoble y dejar atrás su —para él— penosa infancia y adolescencia. Será, gracias a ciertos apoyos familiares, secretario provisional en el Ministerio de la Guerra a las órdenes de un pariente; marchará a Italia para unirse a las tropas de Napoleón como oficial de un Regimiento de dragones; dejará el cuartel para ir a Marsella y establecerse como banquero; no tiene ayudas y retorna a París; su pariente lo envía a Alemania como funcionario y después a Austria, y asiste en Moscú a la retirada de las tropas de Napoleón. Perdido el empleo vuelve a Italia, a Milán, y se dedica a escribir; lo echan por liberal y vuelve a París, y de nuevo Milán. Escribiendo para revistas francesas e inglesas otra vez París, Inglaterra, Italia, Francia y España (Barcelona); cónsul en Trieste y después en Civitavecchia. Tres años antes de su muerte realiza un viaje por Alemania, Bélgica, Holanda y Suiza; el final ya lo hemos contado. Apasionante vida envuelta en ¿una docena? de amores, intrigas sin fin, y obras terminadas y a medio terminar: ensayos, crónicas artísticas y literarias, libros de viajes, biografías de algunos personajes ilustres, escritos autobiográficos y, por encima de todo, dos obras terminadas consideradas maestras: El rojo y el negro y La Cartuja de Parma. No pasó demasiadas privaciones; tan sólo, y no de las peores, antes de llegar a ejercer como diplomático en Trieste.  
Hasta aquí y a grandes brochazos las idas y venidas de Stendhal. Parecerá que poco nos resta decir superficialmente de él si exceptuamos el hablar sobre sus obras; y no es así, hay algo más. Es poco pero puede que sea fundamental para intentar explicar su carácter, su pensamiento y actitud ante la existencia. Ante todo habría que preguntarse el por qué de ese seudónimo que utilizó por primera vez en su estudio Del amor, aunque siempre había utilizado otros.
   Ese poco pero fundamental que nos queda por conocer y que nos explicará muchas cosas, se encuentra en su infancia y en su adolescencia. Lo hemos de conocer.
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(1) Consuelo Berges, Stendhal y su mundo