domingo, 27 de febrero de 2011

Día Siete: ¿Idiota igual a bueno?


Ya vimos lo que Freud dejó escrito sobre nuestro hombre. Fromm dijo de él que fue de los que describieron el carácter en sentido dinámico. A los dieciocho años el mismo Dostoievski escribe en una carta que «...el hombre es un enigma». Se ocupó de ese enigma toda su vida, y para ello esta le fue brindando todas las oportunidades y le descubrió «la falta de sentido que aparece cuando se debilita la fuerza vinculante de las respuestas al «para qué» de la vida y del ser, lo cual sucede a lo largo del proceso histórico en el curso del cual los supremos valores tradicionales que daban respuesta a aquel «para qué» —Dios, la Verdad y el Bien— pierden su valor y perecen, generando la consideración de insensatez en la cual se encuentra la sociedad contemporánea».(1)





No puedo dejar de traer aquí lo que Dostoievski es para Baroja: «...un enfermo genial que hace la historia clínica de los inconscientes, de los hombres de doble personalidad, a los cuales ve mejor que nadie, porque su psicología entra en parte integramente dentro de lo patológico, y en parte, en la máxima clarividencia. Se comprende que Dostoievski pueda ser aprovechado por los psiquiatras, porque es el hombre que ha puesto la mayor atención en las anomalías del espíritu. Éstas le atraen porque participa de ellas». Anomalías del espíritu, no lo olvidemos.
El idiota —novela apostillada como la «salvación individual» tras Crimen y castigo cuyo objeto sería la «culpabilidad individual»— la leí hace ya años aguijoneado por una declaración del autor en una de sus cartas: «Ya hacía mucho tiempo que se me había ocurrido una idea; pero me arredraba la de hacer de ella una novela, pues el argumento es bastante difícil, y no estoy yo preparado para tocarlo, con ser tentador y gustarme a mí mucho. Esa idea es... la de presentar un hombre completamente bueno». Llegó a hacer de su idea una novela. Ese hombre completamente bueno resulta ser un príncipe idiota llamado Mischkin.
Dice Marina: «Si hacemos caso de sus confesiones, los autores suelen comenzar teniendo una idea muy vaga de lo que pretenden conseguir (...) se sabe que la creación artística puede considerarse como la solución de un problema. Lo que oscurece el asunto es que ni siquiera el autor podría precisar el problema que quiere resolver con su obra, ya que, de hecho, cuando la comienza sólo posee un esbozo vacío, casi un presentimiento. (...) La tarea creadora tiene comienzos humildes».(2)

   El idiota es una historia que nace así. Indudablemente este fue el caso de nuestro autor; críticos ha habido que han señalado que tras la Primera Parte de la novela se tiene la sensación de que Dostoievski no sabe cómo seguir.
Su acción transcurre en Rusia, los protagonistas son rusos, se va publicando por entregas en un semanario de allí: El Mensajero Ruso, y todo va sucediendo en la misma época en que se publica; sin embargo va siendo escrita mientras él y su mujer viajan por Europa. Cuando Dostoievski la inicia han pasado ya al menos cuatro años después de la última carta a su hermano Misha; la comenzó en Ginebra y la finalizó en Florencia en 1869. El protagonista sufre también de epilepsia como su autor (me parece que no hay novela suya en la que no haya un epiléptico) y se relatan hechos de la vida de él; sin ir más lejos en su Parte Primera, en el capítulo V, Dostoievski relata en palabras de Mischkin su «simulacro» de fusilamiento como si lo hubiera sufrido un individuo conocido del príncipe: «...había sido conducido, juntamente con otros, al cadalso, y le habían leído la sentencia condenándolo a muerte: fusilado, por delito político. Veinte minutos después le leyeron también el decreto de indulto, (...) afirmaba que jamás olvidaría nada de aquellos instantes...» Y narra minuciosamente todo lo sucedido.

  El idiota que yo leí consta de setecientas páginas; para gozarlo plenamente tuve que elaborar un drámatis personae puesto que son más de veinte los personajes que desfilan por ellas. A lo largo de la lectura me sentía obligado a ir consultando cada dos por tres quien era el personaje sobre el que estaba leyendo puesto que el autor se refiere a ellos unas veces por su nombre de pila, otras por su apellido y las más de las veces por el nombre familiar o por el diminutivo que, a veces, algunos hasta tienen más de dos; en Los Hermanos Karamázov, para Alexiéi, el hermano menor, Dostoieski utiliza hasta cuatro (Aliosha, Liosha, Lióshechka y Alióshenka); por cierto que siempre he encontrado ciertas concomitancias entre aquel Alexiéi, y el príncipe Mischkin o el idiota: «Alexiéi pertenecía a esa clase de jóvenes que son como los benditos...» (...) «un filántropo» (...) «amaba al prójimo» (...) «lo admitía todo sin reprobar nada» (...) «nunca recordaba las ofensas», o lo que es lo mismo: «un hombre completamente bueno». En el ejemplar del que dispongo de aquella novela se aclara a pie de página que «bendito» en ruso es yuródivi, palabra, se dice, que se puede traducir por «imbécil», «idiota», «inocente», «simple»; eso es lo que representa ser el príncipe Mischkin en la novela.
Indudablemente, para escribir la obra debió elaborar una lista de personas con todo detalle no sólo en cuanto a su identificación sino a sus rasgos físicos, carácter e historia personal que, lógicamente, consultaría frecuentemente a medida que escribía.

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Mas tratemos de responder a la pregunta con la que encabezamos estas líneas. En la novela parece que se quiere decir que en la sociedad materialista (la europea de su época y no la rusa), a un hombre justo, santo, se le considerará siempre idiota por darle un supremo valor a la bondad, la abnegación, la honestidad y el altruismo.
Por otra parte, algunos críticos encuentran que el príncipe Mishkin experimenta simpatía hacia el sufrimiento y las penas ajenas al tiempo que reprime sus agresivos sentimientos y se siente culpable; experimenta que es mejor ejercer la violencia sobre uno mismo que sobre los demás (masoquismo), que vale más la esclavitud que la dominación. Algo que forma parte de la doble personalidad—«anomalía del espíritu» que decía Baroja— de Dostoievski.
La verdad es que el príncipe no hace que la vida sea mejor para ninguno de los que va conociendo, y, por otra parte, él tampoco parece que consiga sentirse mejor: termina idiota total.
¿Qué es lo que quiere decirnos Dostoievski? Si es que quiere retratar a un santo, entonces, ¿el más cristiano es el más necio? ¿Eso es lo que nos quiere transmitir? De acuerdo con ello se puede sacar la conclusión de que un sanatorio psiquíatrico es el lugar más idóneo para un hombre bueno como el príncipe Mischkin. Quizá aquel mismo lugar en el que se encontraba, en Suiza, en el que había pasado cuatro años por motivos de salud y del que acababa de salir al comienzo de la novela.

     Sé que existe un epistolario del mismo Dostoievski sobre esta obra, pero no lo he podido encontrar. ¡Cómo me gustaría echarle un vistazo!
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(1) Volpi, Franco. El nihilismo
(2) Marina, J. Antonio, Teoría de la inteligencia creadora

domingo, 20 de febrero de 2011

Día Seis: Tener que escribir por encargo para poder comer; una herida del escritor


...«bestia de aguantes insospechados, animal de resistencias sin fin, capaz de dejarse la vida —y la reputación, y los amigos, y la familia, y demás confortables zarandajas— a cambio de un fajo de cuartillas en el que pueda adivinarse su minúscula verdad», así era como Camilo José Cela definía al escritor de raza, y yo me atrevía ayer a aplicarle esos «atributos» a Dostoievski.
Pero lo lamentable en la vida de Dostoievski fue que, quizás, la mayor parte de su vida, a cambio de un fajo de cuartillas recibió tan sólo unos kópeks que no le daban ni para vivir. O, lo que era peor: tenía que escribir por encargo de los editores, que le exprimían. En aquellas cartas a su hermano le confiesa en una de ellas: «¿Y para qué quiero la gloria, si escribo por pan? (...) ...me he hecho un juramento: que si no llegaba a ser absolutamente ineludible, me mantendría firme y no escribiría por encargo. (...) ¡Es una desgracia trabajar como jornalero! Matas todo: el talento, la juventud, la esperanza; el trabajo te repugna y finalmente te vuelves un emborronador y no un escritor».
Sí; ha sido una constante en gran cantidad de escritores. Manuel Azaña dejó escrito bajo el título Premios y palabras lo siguiente: «Quien primero se percató de los dinerales que pueden ganarse comprando masas de papel blanco para revenderlo a los particulares, cortado, plegado y cosido en porciones pequeñas, tras de estampar en todas las caras de cada porción unas líneas, fue un genio (...) Aquel genio, sus secuaces y sus continuadores inventaron el oficio de escritor...». Azaña tenía que haber terminado el párrafo añadiéndole a aquella última palabra la de «jornalero», que es la que citaba Dostoievski: «...escritor jornalero».

Nuestro héroe soñó muchas veces con editar él mismo sus obras. Lo de editar por su cuenta saltándose a los editores era su meta y su sueño; un sueño pueril e imposible. «Todos los editores son unos sinvergüenzas», le escribe a su hermano. Por eso «...Determiné y juré que desde ahora no publicaría nada sin reflexionar, nada inmaduro, que no publicaría (como antes) nada a un plazo fijo, que no es posible jugar con una obra de arte, que es necesario trabajar honradamente y que si escribo mal, lo que seguramente ocurrirá muchas veces, será porque no tengo demasiado talento pero no por descuido y ligereza».
Escribía magistralmente y el talento le sobraba. Es casi seguro que El diario de Raskólnikov, el protagonista como ya hemos mencionado de Crimen y castigo, no fue escrita por encargo de ningún editor. Esa verdadera obra de arte —tal como está considerada—, ejercicio literario-psicológico con el mismo tema de la novela aunque mucho menos extenso, debió salir sin descuido y ligereza de sus íntimas ansias de escritor que, ante todo, deseaba que se adivinase «su minúscula verdad».

Pero hay una etapa en la vida de nuestro hombre que, anulada por su fuerza como novelista, no se ha tenido apenas en cuenta; y es la etapa en la que simultáneamente ejerció como periodista. Si ella comienza veinte años antes de su muerte con la fundación por parte de su hermano Misha de una revista, El Tiempo —para lo cual tuvo que vender su fábrica de cigarrillos— acaba desgraciadamente pronto al ser suprimida la publicación catorce meses después por orden gubernativa. Es sin embargo diez años más tarde y ya muerto su hermano, cuando tras varios fracasos de ediciones de otras publicaciones, el propietario de El Ciudadano, un gran admirador suyo, le brindará ejercer plenamente el periodismo en esa revista. Tres mil rublos de sueldo fijo y un tanto por línea escrita es el trato, y allí inicia Dostoievski lo que se llamará Diario de un escritor. «Esta labor de periodismo activo (como a lo largo del tiempo les sucederá a numerosos escritores de todos los países) no solamente será un modo de ganarse el pan de cada día, sino también una actividad que le servirá de tubo de escape (...) Para Dostoievski resultó una liberación»(1), sobre todo si se tiene en cuenta que nunca tuvo un rublo asegurado y que todo eran deudas.
No obstante, fue su esposa Ana Grigorievna la que hizo realidad el sueño que su marido había siempre tenido: ella sí llegó a convertirse en editora aún en vida de él, y con éxito. Hasta la esposa de Tolstói, cuatro años después de fallecido Dostoievski, acude a entrevistarse con Ana para que la asesore, puesto que ella también está pensando en editar las obras de su marido: «...quería saber si eso producía muchas molestias y contratiempos (...) y la previne contra ciertos errores en los que yo había incurrido», escribirá Ana en sus Recuerdos. Nos resta decir que no «todos los editores eran unos sinvergüenzas», como había dejado escrito su marido.

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A mí me viene a la cabeza, a propósito del título de la «entrada» de hoy, el caso de un empleado de oficina que conocí hace ya varios años —años de mucha miseria— que también escribía por encargo para vivir. Aquel hombre, como complemento al paupérrimo sueldo que recibía de la empresa ¡escribía Quijotes! por encargo. Quiero decir que realizaba copias a mano de la entrañable obra de Cervantes con pluma de las de mojar en el tintero y con papel imitación al envejecido. Después, ya encuadernado simulando ser una edición del siglo diecisiete, conseguía unas pesetas para poder modestamente subsistir. Aunque se trataba de un «escribidor», en verdad escribía por encargo para poder comer.
   Y, por otra parte, ¿a quién no le gustaría legar con su biblioteca un Quijote escrito a mano con cuidada letra cervantina o lo más aproximada a ella?
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(1) Castresana, Luis de: Dostoievski

martes, 15 de febrero de 2011

Día Cinco: Pero ¿quién era Dostoievski?


Siempre que he leído a Dostoievski me he encontrado con un hombre vehemente y a la vez meticuloso; una persona muy intransigente, imperiosa, dominante. Alguien tan exigente no tan sólo con su hermano, como hemos atisbado en algunas de aquellas ochenta y cinco cartas escritas entre 1838 y 1864, sino también consigo mismo. Pero al tiempo una persona sensible, un hombre enormemente emotivo y melancólico, y, con mucha frecuencia, doliente. También ingenuo, a veces hasta pueril, soñador. Pero siempre... un trabajador incansable. Un hombre entregado por completo a la escritura en la forma en la que Cela definía lo que era ser escritor: Dostoievski demuestra ser una «bestia de aguantes insospechados, animal de resistencias sin fin, capaz de dejarse la vida —y la reputación, y los amigos, y la familia, y demás confortables zarandajas— a cambio de un fajo de cuartillas en el que pueda adivinarse su minúscula verdad» que decía Cela.
Leyendo muchas de sus obras me he llegado a preguntar ¿Pero ante quién me encuentro?, ¿ante quién estoy? ¡Ah!, ¡qué estudios de carácter, psicológicos, se habrán hecho sobre este hombre! No hay que olvidar que su segunda novela tiene como argumento la despersonalización de un sujeto, su desdoblamiento psíquico en otro personaje. Pero Dostoievski estudió ingeniería, o sea que podía ser un poco cartesiano. Y además fue militar. Militar lo fue por dos veces: la primera por su libre voluntad, la segunda forzosamente. Se movió mucho en ese clima imperativo, intransigente, de ordenes frías, escuetas y precisas: «ahora y porque sí».Y no hemos hablado de su enfermedad, su epilepsia: «Sí, tengo epilepsia, desgraciadamente, padezco esta enfermedad... Pero la enfermedad no es una vergüenza ni obstaculiza la actividad. Ha habido muchas personalidades famosas con esta enfermedad y uno de ellos cambió medio mundo siendo epiléptico». ¿Se estaba refiriendo a Mahoma, del que se ha supuesto que padecía esa dolencia conocida en algunas culturas como la «enfermedad sagrada», y en otras ocasiones como la de aquellos que habían sido poseídos por el demonio?
He mencionado estudios psicológicos sobre él. Pues bien, me encuentro en mi «morral» con los comentarios que Freud dejó sobre la personalidad de nuestro héroe en uno de sus variados ensayos. Y el gran maestro ruso sale malparado en cuanto a su personalidad. Asegura Freud que no sólo era un neurótico sino que tenía inclinaciones de criminal; que era sádico, masoquista e irritable; que tenía gusto en atormentar y era intolerante incluso con las personas queridas. Hay que señalar que Freud adivina en él hasta una homosexualidad reprimida.
Leyendo lo que Freud dejó escrito sobre Dostoievski e indagando al tiempo en la clasificación que hace Claudio Naranjo(1) de varias personalidades célebres dentro de los nueve tipos de su eneagrama, similar a la clasificación que aparece en el DSM(2) de los psiquiatras norteamericanos, Dostoievski aparece retratado por este último como formando parte de dos de sus nueve tipos: el VI y el VIII, los cuales vienen a corresponderse con las dos tendencias —o subpersonalidades— que ya Freud había intuido que se debatían en el carácter del escritor. En primer lugar le dominaba un temperamento explosivo, de destrucción, de criminal; se trata del tipo VIII, un carácter del que están dotados muchos personajes que aparecen en sus temas literarios en los que abundan los sádicos, egoístas, violentos y asesinos. Pero por el contrario evidencia también Dostoievski en sus escritos una bondad suprema que le permite amar y auxiliar sin límite, y junto a ella un masoquismo que le lleva a sufrir estoicamente el dolor y, quizás, hasta sentir una necesidad de castigo; se trata entonces del tipo VI, un carácter con el cual también abundan varios de los protagonistas de sus novelas.
Dice Freud: «El super-yo se ha hecho sádico, y el yo se hace masoquista. (...) es indudable que grandes grupos de delincuentes piden y ansían el castigo. Su super-yo lo exige...» (...) Dostoievski «era, pues, en las cosas pequeñas, sádico hacia fuera, y en las de más alcance, sádico hacia dentro, o sea, masoquista; esto es, un hombre benigno, bondadoso y auxiliador». Esta última personalidad o carácter permite explicar que pudiera soportar serenamente tantos años de humillaciones y miseria, y que, además, le llevase a ser durante su vida un reaccionario y también un místico —ello a pesar de las dudas que sobre la existencia de Dios y la inmortalidad del alma le debían acometer. ¿Encarnan las dos extremas personalidades de Dostoievski los dos protagonistas de sus novelas Crimen y castigo y El idiota?
Stefan Zweig, en su obra Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievski) en la cual le dedica al último tres cuartas partes de la misma, va mencionando rasgos y actitudes de nuestro protagonista que sin las valoraciones anteriores de Freud y Naranjo no es extraño que desconcierten al lector.
Allí vamos leyendo: «Durante toda su vida fue un hombre huraño y taciturno»; «Sus inclinaciones y perversidades»; «Sería pueril silenciar el lado demoníaco de su ser»; «En sus libros domina lo sombrío... miseria y oscuridad»; «Erótico, calculador y refinado»; «Su voluptuosidad sensual»; «El furibundo exagerado»; «En Dostoievski el amor puede ser odio metamorfoseado, compasión, obstinación, sensualidad, autoinmolación».
He aquí, sin embargo, lo bueno que desde el punto de vista exclusivamente literario también nos deja escrito Freud: «Los hermanos Karamázov es la novela más acabada que jamás se haya escrito, y el episodio del gran inquisidor es una de las cimas de la literatura mundial». Nada tengo que objetar. Aunque para mí, tras Crimen y castigo, lo más acabado de Dostoievski es su sencilla obra (sencilla al lado de las otras escritas) El jugador.
Yo me atrevería a decir que en nuestro personaje cabe todo. Si se ha dicho de él que en muchas de sus novelas escudriña el alma humana y el subconsciente, también se le ha llegado a tachar de nihilista moderno. Dostoievski era humano, demasiado humano..., podríamos decir parafraseando a Nietzsche.

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(1) Naranjo, Claudio: Carácter y neurosis y Autoconocimiento transformador
(2) DSM: Diagnostic and Statistical Manual of mental disorders de la APA o American Psiquiatric Association








  








sábado, 5 de febrero de 2011

Día Cuatro: Complacencia en la desdicha ajena




De todas la obras de Dostoievski quizás sea Crimen y castigo la que ha sido considerada la más trascendental; y hay razones para ello. Los inigualables monólogos de pensamiento del protagonista Raskólnikov; la magnífica construcción de los diálogos que en ella aparecen; la equilibrada exposición de ideas se diría que hasta filosóficas en que se sustenta; la ausencia de repeticiones; los singulares detalles descriptivos (por otro lado los justos, ni más ni menos), todo ello hace de esta obra un ejemplar literario singular. Por otra parte los personajes se ven, se mueven, viven ante el lector; éste se identifica con sus emociones. Y aún no hemos mencionado el argumento... ¡Y pensar que Dostoievski escribía esta novela por las mañanas mientras que por las tardes se dedicaba a dictar El jugador! Como siempre necesitaba dinero.
La primera vez que se lee esta novela, y especialmente si se es joven, no suele hacerse  con solaz y delectación sino con pasión y agitación; es como si se tratara de un thriller. Raskólnikov no puede vivir atormentado con su crimen; su conciencia al igual que un juez implacable y la angustia que le produce el poder ser descubierto le carcomen. Indudablemente es novela psicológica. Pero cuando se vuelve a releer pasados los años, ya con otra penetración especial, con un espíritu indagador, buscando el secreto del autor en esa exposición magistral, queriendo hallar el auténtico arte de la narrativa uno se encuentra con fragmentos de la misma, con pequeños detalles que antes le habían pasado desapercibidos.
 Decía Dostoievski: «Observad cualquier hecho de la vida real, incluso uno que no tenga nada de especial a primera vista; por poco ojo que tengáis y a poco que sepáis mirar, descubriréis una profundidad que no se encuentra ni siquiera en Shakespeare. Y a eso se reduce toda la cuestión: a tener ojo y saber mirar. Porque no sólo para crear y escribir obras literarias, sino para captar un hecho, se requieren en cierta manera dotes de artista».

En una parte de la novela relata Dostoievski un hecho. ¿Lo tomó de la vida real...? Escuchemos:
«Un hombre se está muriendo tras un accidente; y su mujer tosiendo hasta casi ahogarse, enferma de tisis, impreca a los curiosos vecinos que pretenden entrar en la habitación». Escribe entonces Dostoievski lo siguiente: «...los inquilinos se fueron retirando con la rara sensación de complacencia que se experimenta siempre, incluso por parte de los seres más allegados, ante la desgracia repentina de nuestro prójimo, de cuya sensación no se libra nadie, a pesar, incluso, del más sincero sentimiento de compasión y condolencia». Confieso que esto, al leerlo, me dejó anonadado, ¿será cierto?

Algunos años después de aquella segunda lectura descubrí en Russell, filósofo, escritor y matemático, el siguiente aserto: «En el hombre y la mujer medios hay una cierta cantidad de malevolencia activa, una mala voluntad especial dirigida contra los enemigos particulares y un placer general impersonal por las desdichas de los otros».
Si Crimen y castigo es en general una novela psicológica, hay que reconocer que en estas citas hay también mucho sobre el comportamiento de la psique humana. No me ha extrañado por tanto oirle decir a Castilla del Pino, psiquiatra y escritor, fallecido no hace mucho tiempo, aquello que ya les había oído y leído a otros como él. Que en las novelas de Dostoievski, de Sthendal, de Flaubert y de Balzac aprendieron más psicología que en los volúmenes estudiados durante toda la carrera. ¡Y pensar que llegó a escribir!: «Me llaman psicólogo: es mentira, sólo soy realista en un sentido elevado, es decir, represento toda la profundidad del alma humana»
No tiene ello nada de extraño: «Cuando deambulo por las calles, me gusta fijarme en transeúntes totalmente desconocidos, estudiar sus rostros y tratar de adivinar quiénes son, cómo viven, a qué se dedican y qué es lo que les preocupa en ese momento». ¿Es así como conseguía saber y enterarse acerca de la naturaleza humana?

En Los hermanos Karamázov hay otra observación de Dostoievski sobre esa naturaleza o profundidad del alma humana, aquella que él decía que representaba en sus novelas, y que en parte desdice la anterior «complacencia en la desdicha ajena» que había expuesto en Crimen y castigo, o «malevolencia y placer especial por las desdichas de los otros» que corroboraba Russell. Veamos:
 Fiódor Pávlovich Karamázov se acaba de enterar de la muerte de su primera esposa Adelaida Ivanóvna en Petersburgo, la cual lo había abandonado con su hijo. Según unos —cuenta Dostoievski— al saberlo se puso a gritar de alegría, y según otros lloró desconsoladamente. «Es muy posible que las dos cosas fueran ciertas, es decir, que se alegrara de su liberación y que llorase por su liberadora, todo a la vez» —y continúa— «En la mayor parte de los casos, la gente, incluso la mala gente, es mucho más ingenua y bondadosa de lo que nosotros nos figuramos. Sí, y también nosotros lo somos».
    ¿Nosotros?, ¿él y el lector de la novela?... Dice Stefan Zweig que «sus biógrafos no saben hasta qué punto de perversidad llegaron los agitados excesos libertinos de sus "años del subsuelo"(1); algo se puede colegir de aquello que dejó escrito: «Toda mi vida he excedido los límites en todo y por doquier».

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    El escándalo llamado «El caso Stavroguin», también conocido como «el incidente Strajov», estalló más o menos dos docenas de años después de su muerte, exactamente en 1913, al publicarse en una revista —El Mundo Contemporáneo— una carta privada de Strajov (su primer biógrafo) a Tolstoi: «...Viskovatov me ha contado que Dostoievski se había vanagloriado ante él de haber abusado en el baño de una jovencita que su institutriz le había llevado (...) Una escena de Los Demonios, la de la violación de aquella niña, se negó Katkov (el editor) a publicársela; pero Dostoievski se la leyó a muchos amigos...».
   Este capítulo de la novela es conocido como «la confesión de Stavroguin», el demoníaco protagonista de la novela. «No hay que decir que de la noche a la mañana, la silueta de Dostoievski pasó del blanco al negro, de lo angélico a lo demoníaco»(2).
   Su viuda Ana Grigorievna, que no se había decidido a incluir ese capítulo en la edición de sus obras completas, salió en su defensa. Entre otras cosas hizo público que era cierto que «Katkov no quiso publicar ese capítulo y le rogó que lo modificase. Mi marido se resistió, y para contrastar el juicio de Katkov leyó ese episodio a sus amigos... (...) sólo con la idea de conocer su opinión. (...) ...mi marido distó siempre de las ruindades y desenfrenos de sus héroes. Ningún gran talento necesita cometer él mismo las canalladas de sus personajes de ficción».

    Años después de la muerte del novelista, en 1906, Ana había entregado ese capítulo a Merejovsky (autor de El alma de Dostoievski y de Dostoievski y Tolstoi) que lo definió diciendo: «el arte supera los límites de sus posibilidades mediante la reconcentrada expresión de horror...».

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(1) Zweig, Stefan: Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievski)
(2) Castresana, Luis de: Dostoievski