lunes, 26 de septiembre de 2011

Día Treinta y uno: El enigna Goethe

Año 1897: Nietzsche llega a Weimar para morir. Año 1775: Goethe llega a Weimar para vivir. Tan sólo esa ciudad -para uno la de la muerte y para el otro la de la vida- une a estos dos egregios alemanes tan diferentes, tan opuestos, tan peculiares... y, sin embargo, posiblemente, en la actualidad los más universales.
     Ayer hablábamos de Nietzsche y hoy toca hacerlo sobre Goethe. ¿Quién fue Goethe?, ¿cómo era Goethe?, ¿qué quiso ser Goethe?, ¿cómo se condujo Goethe?, ¿qué hizo Goethe? ¿Será un atrevimiento decir que Goethe era todo y quiso abarcarlo todo? Cuanto más se quiere saber sobre Goethe más confuso se encuentra uno mismo. Después de procurar ir leyendo todo lo que me ha sido posible sobre su vida y su obra, llegué a consultar también la Enciclopedia Británica para saber más de él, y en ella me encontré con un largo artículo de casi siete páginas el cual finalizaba con esta sentencia: "His life was his greatest work".
     
     Intentemos descubrir algo, tan sólo un poco, sobre Johann Wolfgang Goethe; alguien que escribe en tan sólo cuatro semanas un relato romántico tan sublime que conmueve a la Europa de su época: el Werther, y tarda más de cuarenta años en escribir el Fausto, una historia de argumento similar a una leyenda que se venía transmitiendo durante generaciones. Para escribir Las desventuras del joven Werther se basó en su propio enamoramiento de la prometida de un amigo, Carlota Buff y en el suicidio de un colega que había sido rechazado por la dama a la que amaba. El personaje Fausto parece ser que llegó a existir; igual o parecida ficción que la relativa a aquel sujeto se venía propalando desde hacía mucho tiempo y de la misma hasta hubo una primera edición en el año 1540, sesenta años después de morir el tal Fausto; inclusive se siguieron escribiendo y editando diferentes versiones durante más de doscientos años.
     Ello, por lo pronto, nos produce perplejidad. Mas también nos la produce su ingente producción literaria y su frenética actividad en los más insospechados quehaceres al margen de las letras. Si dejamos de momento su autobiografía titulada Poesía y verdad, una biografía atípica y únicamente  de su juventud, pues finaliza con su llegada a Weimar a los veintisiete años que es cuando comienza su intensa vida, nos quedan sus Diarios y anales. No obstante en ellos Goethe exclusivamente se limita a relatar como un notario, sin pulso ni pasión, año por año, los hechos desnudos que le vienen acaeciendo. Y aun así no todos, tan sólo los que a él le interesan; por ejemplo, por ellos desfilan infinidad de personajes de toda clase y condición pero evita citar a su mujer, ni siquiera nos dice cuándo la conoce ni cuándo contrae matrimonio, no la menciona ni una sola vez; tampoco nos relata, y ni siquiera hace referencia alguna, a su relevante entrevista con Napoleón, el invasor de su patria y al que sin embargo veneraba... Inquietante Goethe que a los setenta y cuatro años se quiere casar con una joven de diecinueve que lógicamente se burla de él. Por otro lado le objeta teorías de física a Leibniz, descubre la existencia del hueso intermaxilar, escribe con éxito -objetando a Newton- la Teoría de los colores, dirige y actúa en el teatro de la corte, traduce, pinta, estudia minerales y plantas al microscopio y contempla eclipses con el telescopio..., pero le atrae la nigromancia, cree en el horóscopo y la alquimia, y no asimila la gran revolución social de fin de siglo que está transformando su mundo.
     ¿Deseáis conocer una muestra de las variadas y ajenas ocupaciones de aquel consejero de la corte de Weimar? He aquí una selección extraída de sus Diarios y anales que no tiene desperdicio: 
1791: "...encarguéme con placer de dirigir el teatro de la corte"
1792: "La primavera reanudó mis trabajos cromáticos y redacté la segunda parte de las Contribuciones de la Óptica"
1793: "...bajo el despejado cielo, cobré ideas cada vez más libres sobre las diversas condiciones en que se aparece el color"
1794: "¿qué sino los ligamentos, sirve de lazo de unión entre los músculos y los huesos?"
1795: "...no pude menos de ponerlos al tanto en el curso de nuestras conversaciones de mis ideas respecto a la Anatomía comparada..."
1796: "...durante el verano encontré la más lúcida oportunidad para criar plantas bajo cristales de colores, así como para inquirir las metamorfosis de los insectos"
1798: "En el capítulo de las Ciencias Naturales encontré mucho que pensar, ver y hacer"; "animales exóticos notables, sobre todo un elefante joven, acrecieron nuestras experiencias"
1799: "...visité mi jardín (...) para observar con un buen telescopio un eclipse total de luna"
1801: "...empecé la traducción del Tancredo, de Voltaire"; "...dediquéme a traducir el librito de Teofrasto De los colores"; "...visité las canteras de basalto de Dransfelt, cuya problemática aparición ya por aquel tiempo preocupaba a los investigadores"
1802: "También la Anatomía comparada, que siempre llevaba en el pensamiento de un modo especial, tuvo gran parte en mis atareadas horas"
1803: "...hube de pasar tremendos apuros en la traducción del Cellini"
1804: "Cuanto más iba yo avanzando en mis estudios cromáticos..."
1806: "A fin de internarme hasta donde me fuera posible en las Matemáticas..."; "...andaba a la búsqueda de variedades minerológicas principales..."
1807: "...dedicamos los siguientes meses al teatro, e iniciamos e instruimos a los jóvenes actores en todo cuanto había menester"
1813: "...acometí la representación gráfica de las alturas orográficas del antiguo y nuevo mundo en un mapa comparativo"; "...escribí un artículo sobre el doble espato"
1816: "...vinieron a incorporarse a mi colección minerales de Westerwlad y el Rin, así como también un hialito  de Francfort..."
1821: "Muchos años llevaba ya ocupándome en el estudio de la morfología de las nubes..."

     A través de esas escuetas y desangeladas páginas sabemos de su curiosidad por la geología, la anatomía, la física, la meteorología, la botánica, la paleontología, la medicina... y, cómo no, la música, la pintura, el teatro y, especialmente, la literatura. En esos mismos diarios dejó escrito: "...suele el hombre intentar empresas para las que la Naruraleza hale negado condiciones y a las que nunca podrá darles cima, un íntimo sentimiento aconséjale entonces que desista, pero no acierta a ver claro en sí mismo y persevera en seguir un falso camino hacia fines falsos, sin que él mismo sepa qué hacerse". ¿Era ese su caso? Probablemente no.
     Lo veremos el siguiente día.
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jueves, 15 de septiembre de 2011

Día Treinta: Las mil y una tragedias de Nietzsche

Dice Ortega y Gasset de Nietzsche, al que llama el "ultimo romántico", que no llegó a saber lo que era la tragedia ni lo que era la filosofía. Casi en lo de la filosofía estoy de acuerdo, en lo de la tragedia no. Si una palabra le acompañó en su más bien corta vida fue la tragedia. Suya es la frase: "El artista es el hombre que nace encadenado"; y esto es lo que fue su vida de escritor: un permanente encadenamiento, pero siempre con la tragedia.

     En la anterior entrada a este blog mencionábamos que con la publicación de su primera obra a los veintisiete años, El nacimiento de la tragedia, comenzó su aislamiento como consecuencia del desdén y del rechazo surgido a su alrededor. Desde ese momento en que con la edición del libro le sobreviene la primera tragedia de su vida de escritor -el título dado al libro fue premonitorio-, hasta los cuarenta y siete en que la locura y la parálisis lo deja postrado en una habitación mirando al infinito esperando su muerte ocurrida diez años más tarde, Nietzsche no vive otra cosa que una continua tragedia, una constante sucesión de infortunios. Veinte años de conflicto, de lucha y fatigas, pero son los veinte años en que escribe todos sus libros; aunque, mejor decir que sus grandes obras las escribe tan sólo en apenas una docena de años, la década del 1880. ¡Quién sabe si precisamente gracias a esa vida atormentada es por lo que podemos plenamente gozar hoy y siempre de su prosa! ¿Hubiera existido el Nietzsche apasionado de los éxtasis literarios?, ¿el de tanto destello inimitable?, ¿el de pasajes tan sonoros y vigorosos?, ¿el de la más sobresaliente prosa poética conocida?, ¿el Nietzsche impetuoso de fulminantes y encendidas sentencias?, ¿el de expresiones tan vibrantes como golpes en el yunque que inflaman los sentidos del lector? Hoy sabemos que jamás se dedicó a escribir serenamente, de forma escrupulosa y con calma; siempre lo hacía en un estado de arrobo, siempre agitado y jadeante.

     En la escritura de Nietzsche hay claramente, separadas como posiblemente no lo hay en otro autor, dos presencias: mensaje y estilo. Se puede estar de acuerdo o no con su revelación vulneradora y destructiva, pero no es posible sustraerse y permanecer ajeno a su verbo, a su lenguaje esmerado, a ese juego preciso y preciosista de sus palabras ensambladas prodigiosamente. Por decirlo de una vez: a su destreza literaria.
     Nietzsche es indudablemente un poeta; es más poeta que filósofo. Curiosamente él mismo escribió: "Los grandes maestros de la prosa han sido casi siempre también poetas, bien públicamente, o bien sólo en secreto y en su fuero interno, ¡y es que la buena prosa se escribe ciertamente pensando en la poesía!". Su mensaje, junto con el de Marx y Freud fue en su época indiscutiblemente trascendental, pero quizá con el paso del tiempo será pasajero y superado. Lo mejor en su obra es el "cómo", su elegancia, su expresividad, su riqueza en la exposición de la idea; ello siempre perdurará. Multitud de intelectuales han confesado que les cuesta entender a Kant, a Hegel, a Husserl o a Dilthey. A Nietzsche no sólo se le entiende sino que se le goza. Escribió Thomas Mann: "Quien toma en serio a Nietzsche, quien lo toma al pie de la letra y lo cree, está perdido". Creo que es cierto, siempre me he dicho que a Nietzsche hay que leerlo como si fuera un poeta y no un filósofo.
     Uno de sus biógrafos, no precisamente apasionado y elogioso sino crítico, escribe de él acerca de su etapa de profesor en Basilea: "Nietzsche había demostrado ya que poseía en alto grado un don, una habilidad. Podía escribir. Desde su temprana infancia había cultivado esa habilidad técnica para manejar las palabras, habilidad para la que, podemos decir sin duda, poseía una aptitud especial e innata y que aumentó con el ejercicio y el adiestramiento. Nietzsche poseía el don de las palabras como otros poseen los dones de la música, la pintura, la matemática, el arte culinario o la gimnasia" (1).
     Hablábamos de golpes sobre el yunque, y es que él mismo se autodenominó filósofo armado de martillo. Esa prosa vibrante que como golpes en el yunque vas escuchando, te va machacando el cerebro, y te hace daño... pero te gusta. "Me han dicho que, una vez empezado, es imposible cerrar un libro mío antes de haberlo acabado, que perturba incluso el descanso nocturno...". ¡Y tanto! Debo confesar que en aquella época en la que leí a Nietzsche tuve que dejar de hacerlo por la noche, no podía conciliar después el sueño; su lectura me alteraba demasiado y acababa oyendo el martillo. Tuve que leerlo a primera hora de la tarde o por la mañana.
     Repetidamente él mismo confesó que las ideas plasmadas en sus obras habían sido concebidas en la soledad de los senderos, cerca de los ríos y de las montañas, dando largas caminatas y al tiempo meditando; "no creer en ningún pensamiento que no haya surgido al aire libre y estando nosotros en movimiento". Con sus abigarrados apuntes volvía a la soledad -siempre la soledad- de su por lo regular minúscula habitación del hostal o pensión y allí culminaba frenéticamente su creación. Varios días de esta actividad, de estos esfuerzos especulativos, le resultaba una tarea agotadora que extenuaba sus fuerzas y su inspiración. Y entonces se desencadenaban los desastres, todas las calamidades: los insomnios, las nauseas, las migrañas.

     Entremos definitivamente en ellas, en esas tragedias del título que lo acompañaron hasta el día de su locura final.
     "...he padecido tres grandes accesos de dolor de cabeza, con vómitos que duraron días enteros", "...me falta una salud fuerte", "...mi inestable salud", "...ni la salud ni los ojos me responden", "¡Qué interminables dolores!", "¿Quién ha soportado tanto como yo?", "...nuevos sufrimientos y tragedias", "...un permanente dolor de cabeza que duró tres días", "...un molestísimo vómito de mucosidades", "tengo el sistema gástrico sumamente debilitado", "...aquel largo período de enfermedad", "...mi larga enfermedad".
     Se ha especulado como origen de todo su pésimo estado de salud, el cual le llevó finalmente a la locura, con una enfermedad venérea; concretamente una sífilis que pudo haber contraído en sus años mozos. Pero lo que sí es cierto es que las secuelas de la disentería y la difteria que contrajo en la guerra franco-prusiana de 1870, las cuales le obligaron a dejar su puesto de enfermero, jugaron un papel el resto de sus días. Ya en 1867, en la guerra entre Austria y Prusia, al montar en su caballo se golpeó el pecho con el pomo de la montura que le desgarró los músculos y le fracturó varias costillas.
     Sus migrañas que a veces le duran treinta horas, los insufribles insomnios y las drogas tomadas para combatirlos, el crónico padecimiento de la vista que en ocasiones le lleva a pocos pasos de la ceguera, los dolores de estómago con los consiguientes vómitos de bilis..., todo ello le obliga en principio a dejar la enseñanza en la universidad. Él mismo estima que se encuentra incapacitado para un trabajo normal las dos terceras partes del tiempo.
     Pero también están sus desgracias afectivas. Ya hemos hablado de que con su primera obra consigue que los estudiantes lo eviten, el público lo desdeñe y sus colegas lo censuren y critiquen. Su rompimiento con Wagner al que al principio idolatraba, y su enamoramiento platónico de Cosima su esposa. Su relación sentimental con Lou Andreas-Salomé que lo lleva a solicitarla en matrimonio y que finaliza con un burlón desenlace para el escritor que le hace contemplar el suicidio. El tener que editar la cuarta parte del Zaratustra a sus expensas, así como toda su producción posterior pues los editores no acceden a ello, sus libros no se venden...

     A una crisis demencial surgida en Turín le sigue una parálisis cerebral progresiva de tipo esquizofrénico. Once años después fallece en Weimar.
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(1) Brinton, Crane: Federico Nietzsche