Se me puede
reprochar que busco casi siempre el contraste; y es verdad que hoy lo
hago intencionadamente trayendo a estas notas a la convulsa e
inquietante familia Mann como la antítesis del misógino solterón y
solitario que acabamos de abandonar en aquel caserón de Croisset,
sobre la margen derecha del Sena, donde transcurrió la mayor parte
de su existencia.
Bien,
¿qué clase de sortilegio pudo suceder para que sobre la
descendencia de un matrimonio de la burguesía alemana de finales del
XIX viniera a anidar súbita y caprichosamente el hálito de la musa
de las letras, de la cultura y de la intelectualidad junto con el
desorden, la intemperancia y el arrebato? Estamos ante una incógnita
de la historia de las letras alemanas en la transición al siglo
veinte que aún hoy sigue siendo intrigante.
Y
para comenzar con ellos, con la insólita familia Mann, nada mejor
que identificar antes de nada a los personajes de los que nos vamos a
ocupar. ¿Qué parentela era aquella a la que me estoy refiriendo?
Helos aquí: una rama familiar compuesta de trece personajes, se
diría que como los seis de Pirandello en busca de autor. Pero no;
autor no lo necesitan; además de «actores» casi todos ellos fueron
autores; llegaron a ser a un tiempo grandes creadores y protagonistas
en cualquier sentido que se le dé a estas palabras.
Thomas
Johann Heinrich Mann y su esposa Julia da Silva Bruhns son los
primigenios, los progenitores de Heinrich, Thomas, Julia (Lula),
Carla y Viktor.
De
Thomas, el segundo citado y casado con Katia, son los protagonistas
sus hijos Erika, Klaus, Angelus (Golo), Monika, Elisabeth y Michael.
Sin
embargo precisemos: ni el gran patriarca ni sus hijos Lula, Carla y
Viktor llegaron a publicar nada; tampoco Michael. Pero todos ellos
nos son necesarios para comprender mediante sus complejas e
intrincadas relaciones la sorprendente obra escrita que dejaron los
demás.
Thomas
Johann Heinrich Mann es un joven y notable comerciante de grano en
Lübeck que contrae allí matrimonio con una muchacha brasileña hija
de un alemán afincado en Brasil el cual la ha traído hasta aquella
ciudad siendo muy niña tras la muerte de su madre.
Julia da Silva —¿por qué no «Bruhns da
Silva», me pregunto yo?— llega a aquel lugar con cinco años sin
hablar una palabra de alemán. Lo contará todo ello en sus memorias,
aunque no serán publicadas hasta después de su muerte y las de sus
hijos.
Aquel
resultó ser un matrimonio extraño. La exuberancia y belleza latina
de Julia, su carácter, su coquetería y sus flirteos chocaban
abiertamente con la conducta diríase que prusiana de su esposo, que
siempre tuvo graves problemas surgidos en la gestión económica de
la herencia comercial recibida y, el cual, muy pronto además, es
elegido senador de la ciudad. Y muere joven; tras poco más de veinte
años de matrimonio le sobreviene la muerte que aún hoy sigue
considerándose extraña. ¿Qué sucedió? Al parecer predijo semanas
antes de morir —padecía un cáncer— el día y la hora exacta de
su muerte. ¿Se envenenó?
Pero
no nos anticipemos; durante esos años han nacido los cinco hijos que
ya hemos enumerado cuyas relaciones entre ellos y con sus padres
darán sustento a la «leyenda» de los Mann. Si en
cualquier tipo de familia existen siempre tiranteces, preferencias y
desdenes, exagerados privilegios y hasta maquinales rechazos se diría
que en la de Thomas y Julia ello prolifera y se desata hasta límites
anormales, y todo amalgamado con una común personalidad
creadora y un espíritu precoz siempre presente en la mayoría de los
cinco hijos. Ellos representan el despertar de la familia más
sobresaliente en las letras alemanas hasta nuestros días; pero por
encima del resto de ellos Thomas, el segundo, que llegará a
convertirse en el personaje capital alrededor del cual girarán los
demás. No tenemos más remedio que aceptar que en gran medida «...la
literatura debe su origen al sufrimiento que producen en el individuo
su propia existencia y el mundo en el que vive inmerso ...—por
ello—... los escritores están dotados de una sensibilidad
extraordinaria que es a la vez una bendición y una maldición»(1).
Atención,
se da la circunstancia de que «el mundo en el que viven inmersos»
los pequeños Heinrich y Thomas es un mundo agonizante, el fin de una
era dominada por aquella aparente inmutable burguesía europea que,
sin darse cuenta, está dejando paso a la más perturbadora
modernidad; un mundo que será terriblemente convulsivo en su etapa
de adultos. Se llevaban cuatro años: habían nacido respectivamente
en el año 71 y 75 del siglo diecinueve, y la sociedad alemana iba a
sufrir una de las etapas más estremecedoras durante la existencia de
ambos que, además, llegarán a vivir muchos años. Repito, entiendo
que es una familia apasionante en un mundo delirante y conmovedor.
Heinrich
no tuvo por parte de su madre —aquella veleidosa latina que lo ha
traído al mundo antes de cumplir los veinte años— no tuvo al
parecer la dedicación y entrega que se podía esperar tratándose de
un primogénito. ¿No lo había deseado?; parece ser que le
interesaba cualquier cosa menos él. Y se desarrolla en su primera
infancia la inseguridad y el miedo: lo denotan sus primeras
narraciones que compuso siendo muy joven. Añádase a ello la
predilección de Julia por el moreno Thomas —que no es rubio
nórdico como su hermano mayor el cual además se parece a su padre.
Rabia y cólera, al tiempo que una desesperación resignada, serán
las constantes en la infancia del primogénito destronado. Thomas,
que también comenzará a escribir muy pronto, se convertirá desde
entonces para él, y cada vez más, en un rival de sangre al que no
será capaz de superar.
Tiene trece
años y comienza a escribir, decide ser escritor. Sus escarceos por
los lugares prohibidos de Lübeck, junto con el fuerte tirón sexual
con el que ha nacido le llevan, para escándalo de su padre y
familia, a abandonar el instituto y a escribir literatura
precisamente con una carga fuertemente erótica. Es muy curioso que
ambos hermanos escriben a una misma edad, a los diecinueve,
—lógicamente con una diferencia en el tiempo de cuatro años—
dos obras que serán sus primeros trabajos serios: Veleidades
y Agrado les
dieron por títulos; y, al parecer, tenían un contenido muy
parecido, con la diferencia de que Heinrich escribe Veleidades
en primera persona y Thomas Agrado
como un narrador que conoce el relato a
través de un amigo. ¿Primera envidia literaria y plagio? Parece
increíble en el joven Thomas.
En
contraposición a su hermano, Heinrich será toda su vida el rebelde;
estará contra el mundo burgués y contra cualquier código moral, y,
finalmente, se opondrá al nazismo desde el primer momento. Escribirá
mucho y muy deprisa; sin embargo le faltará siempre la disciplina,
la constancia, el esmero y la paciencia de Thomas que incluso le
criticará su literatura licenciosa con frecuencia: «Ese
constante ardor tan poco convincente y ese continuo olor a carne
acaban por cansar y repugnar (...) haber consumado un acto normal
además de otro lesbiano y otro pederasta...» le
reprochará en una carta. ¡Precisamente él, que tendrá una doble
vida ocultando su tendencia sodomita en sus obras aunque confesándola
abiertamente en sus diarios!
Thomas
desbordará a su hermano como escritor cuando a los veintiséis años
publique la considerada quizás su mejor obra —poco conocida hoy
comparada con las restantes— titulada Los
Buddenbrook: la decadencia de una dinastía
burguesa (la suya) a lo largo de casi cuatro generaciones. Si se
quiere conocer de donde viene Thomas Mann léase esa obra en la que
ha contado todo sobre su familia, aunque trastocando nombres y
parentescos. Fue la obra que en el fondo le dio el premio Nobel en
1929 después de publicar La montaña mágica
—pero no ésta— y
que alcanzó fama mundial eso a pesar de que en su primera edición,
en dos volúmenes, apenas se vendió.
Lo que
no se vendía de ninguna forma, sin embargo, eran las obras de Heinrich que además
de su carga sexual llevarán frecuentemente —y mucho más con el
tiempo— una carga político-social humanitaria que nunca se
encontrará en las de Thomas. Eran extremos opuestos; se diría que
lo prusiano, lo firme, lo rígido y lo establecido frente a lo
bávaro, lo regalado, lo sensual y lo voluptuoso; ello junto a la
denuncia y la protesta por un mundo tan injusto que acabará
reflejando años después en El súbdito,
quizás también su mejor obra de su etapa
madura de escritor llevada a la pantalla como El ángel azul.
El triunfo
del joven Thomas afecta a Heinrich; Thomas está impartiendo
conferencias a los veintiocho años cuando a él no lo lee nadie. Su
también opera prima,
tan temprana como la de su hermano (tenía tan sólo veintitrés años)
la publica tras un viaje por Italia y estando precisamente en Munich;
obra que ha llegado a ser considerada por algunos entendidos piedra
de escándalo, de los primeros, de la familia. Le dio el título La
caza del amor, y nos viene a pintar una
pasión poco entendible. Digámoslo sin ambages: Claude ama a una
actriz, Ute, que —como su hermana Carla a la que Heinrich le lleva diez
años— únicamente desea vivir para el arte. Pero aunque Claude no
cesa de tener aventuras con otras mujeres (y ella con otros hombres)
la ama como si fuera realmente su hermana..., respetándola y
colmándola de regalos..., aunque con deseos carnales que a cada
momento se manifiestan en la obra: «En este relato encontramos,
pues, los apenas ocultos deseos incestuosos de Heinrich»(2).
Carla se
suicidó al ingerir un veneno a los veintinueve años después de
llevar una agitada vida como actriz. Necesaria y repetidamente
tendremos que hablar más adelante de otros suicidios en la historia
de los Mann.
________________
(1)
Reich-Ranicki, Marcel: Thomas Mann y los suyos
(2) Krül,
Marianne: La familia Mann