domingo, 13 de mayo de 2012

Día Cincuenta y siete: Los Mann, una caprichosa y candente incógnita

Se me puede reprochar que busco casi siempre el contraste; y es verdad que hoy lo hago intencionadamente trayendo a estas notas a la convulsa e inquietante familia Mann como la antítesis del misógino solterón y solitario que acabamos de abandonar en aquel caserón de Croisset, sobre la margen derecha del Sena, donde transcurrió la mayor parte de su existencia.

Bien, ¿qué clase de sortilegio pudo suceder para que sobre la descendencia de un matrimonio de la burguesía alemana de finales del XIX viniera a anidar súbita y caprichosamente el hálito de la musa de las letras, de la cultura y de la intelectualidad junto con el desorden, la intemperancia y el arrebato? Estamos ante una incógnita de la historia de las letras alemanas en la transición al siglo veinte que aún hoy sigue siendo intrigante. 
Y para comenzar con ellos, con la insólita familia Mann, nada mejor que identificar antes de nada a los personajes de los que nos vamos a ocupar. ¿Qué parentela era aquella a la que me estoy refiriendo? Helos aquí: una rama familiar compuesta de trece personajes, se diría que como los seis de Pirandello en busca de autor. Pero no; autor no lo necesitan; además de «actores» casi todos ellos fueron autores; llegaron a ser a un tiempo grandes creadores y protagonistas en cualquier sentido que se le dé a estas palabras.
Thomas Johann Heinrich Mann y su esposa Julia da Silva Bruhns son los primigenios, los progenitores de Heinrich, Thomas, Julia (Lula), Carla y Viktor.
De Thomas, el segundo citado y casado con Katia, son los protagonistas sus hijos Erika, Klaus, Angelus (Golo), Monika, Elisabeth y Michael.
Sin embargo precisemos: ni el gran patriarca ni sus hijos Lula, Carla y Viktor llegaron a publicar nada; tampoco Michael. Pero todos ellos nos son necesarios para comprender mediante sus complejas e intrincadas relaciones la sorprendente obra escrita que dejaron los demás.
   Thomas Johann Heinrich Mann es un joven y notable comerciante de grano en Lübeck que contrae allí matrimonio con una muchacha brasileña hija de un alemán afincado en Brasil el cual la ha traído hasta aquella ciudad siendo muy niña tras la muerte de su madre. Julia da Silva —¿por qué no «Bruhns da Silva», me pregunto yo?— llega a aquel lugar con cinco años sin hablar una palabra de alemán. Lo contará todo ello en sus memorias, aunque no serán publicadas hasta después de su muerte y las de sus hijos.
Aquel resultó ser un matrimonio extraño. La exuberancia y belleza latina de Julia, su carácter, su coquetería y sus flirteos chocaban abiertamente con la conducta diríase que prusiana de su esposo, que siempre tuvo graves problemas surgidos en la gestión económica de la herencia comercial recibida y, el cual, muy pronto además, es elegido senador de la ciudad. Y muere joven; tras poco más de veinte años de matrimonio le sobreviene la muerte que aún hoy sigue considerándose extraña. ¿Qué sucedió? Al parecer predijo semanas antes de morir —padecía un cáncer— el día y la hora exacta de su muerte. ¿Se envenenó?
Pero no nos anticipemos; durante esos años han nacido los cinco hijos que ya hemos enumerado cuyas relaciones entre ellos y con sus padres darán sustento a la «leyenda» de los Mann. Si en cualquier tipo de familia existen siempre tiranteces, preferencias y desdenes, exagerados privilegios y hasta maquinales rechazos se diría que en la de Thomas y Julia ello prolifera y se desata hasta límites anormales, y todo amalgamado con una común personalidad creadora y un espíritu precoz siempre presente en la mayoría de los cinco hijos. Ellos representan el despertar de la familia más sobresaliente en las letras alemanas hasta nuestros días; pero por encima del resto de ellos Thomas, el segundo, que llegará a convertirse en el personaje capital alrededor del cual girarán los demás. No tenemos más remedio que aceptar que en gran medida «...la literatura debe su origen al sufrimiento que producen en el individuo su propia existencia y el mundo en el que vive inmerso ...—por ello—... los escritores están dotados de una sensibilidad extraordinaria que es a la vez una bendición y una maldición»(1).
   Atención, se da la circunstancia de que «el mundo en el que viven inmersos» los pequeños Heinrich y Thomas es un mundo agonizante, el fin de una era dominada por aquella aparente inmutable burguesía europea que, sin darse cuenta, está dejando paso a la más perturbadora modernidad; un mundo que será terriblemente convulsivo en su etapa de adultos. Se llevaban cuatro años: habían nacido respectivamente en el año 71 y 75 del siglo diecinueve, y la sociedad alemana iba a sufrir una de las etapas más estremecedoras durante la existencia de ambos que, además, llegarán a vivir muchos años. Repito, entiendo que es una familia apasionante en un mundo delirante y conmovedor.
Heinrich no tuvo por parte de su madre —aquella veleidosa latina que lo ha traído al mundo antes de cumplir los veinte años— no tuvo al parecer la dedicación y entrega que se podía esperar tratándose de un primogénito. ¿No lo había deseado?; parece ser que le interesaba cualquier cosa menos él. Y se desarrolla en su primera infancia la inseguridad y el miedo: lo denotan sus primeras narraciones que compuso siendo muy joven. Añádase a ello la predilección de Julia por el moreno Thomas —que no es rubio nórdico como su hermano mayor el cual además se parece a su padre. Rabia y cólera, al tiempo que una desesperación resignada, serán las constantes en la infancia del primogénito destronado. Thomas, que también comenzará a escribir muy pronto, se convertirá desde entonces para él, y cada vez más, en un rival de sangre al que no será capaz de superar.
   Tiene trece años y comienza a escribir, decide ser escritor. Sus escarceos por los lugares prohibidos de Lübeck, junto con el fuerte tirón sexual con el que ha nacido le llevan, para escándalo de su padre y familia, a abandonar el instituto y a escribir literatura precisamente con una carga fuertemente erótica. Es muy curioso que ambos hermanos escriben a una misma edad, a los diecinueve, —lógicamente con una diferencia en el tiempo de cuatro años— dos obras que serán sus primeros trabajos serios: Veleidades y Agrado les dieron por títulos; y, al parecer, tenían un contenido muy parecido, con la diferencia de que Heinrich escribe Veleidades en primera persona y Thomas Agrado como un narrador que conoce el relato a través de un amigo. ¿Primera envidia literaria y plagio? Parece increíble en el joven Thomas.
En contraposición a su hermano, Heinrich será toda su vida el rebelde; estará contra el mundo burgués y contra cualquier código moral, y, finalmente, se opondrá al nazismo desde el primer momento. Escribirá mucho y muy deprisa; sin embargo le faltará siempre la disciplina, la constancia, el esmero y la paciencia de Thomas que incluso le criticará su literatura licenciosa con frecuencia: «Ese constante ardor tan poco convincente y ese continuo olor a carne acaban por cansar y repugnar (...) haber consumado un acto normal además de otro lesbiano y otro pederasta...» le reprochará en una carta. ¡Precisamente él, que tendrá una doble vida ocultando su tendencia sodomita en sus obras aunque confesándola abiertamente en sus diarios!   
   Thomas desbordará a su hermano como escritor cuando a los veintiséis años publique la considerada quizás su mejor obra —poco conocida hoy comparada con las restantes— titulada Los Buddenbrook: la decadencia de una dinastía burguesa (la suya) a lo largo de casi cuatro generaciones. Si se quiere conocer de donde viene Thomas Mann léase esa obra en la que ha contado todo sobre su familia, aunque trastocando nombres y parentescos. Fue la obra que en el fondo le dio el premio Nobel en 1929 después de publicar La montaña mágica —pero no ésta— y que alcanzó fama mundial eso a pesar de que en su primera edición, en dos volúmenes, apenas se vendió.
   Lo que no se vendía de ninguna forma, sin embargo, eran las obras de Heinrich que además de su carga sexual llevarán frecuentemente —y mucho más con el tiempo— una carga político-social humanitaria que nunca se encontrará en las de Thomas. Eran extremos opuestos; se diría que lo prusiano, lo firme, lo rígido y lo establecido frente a lo bávaro, lo regalado, lo sensual y lo voluptuoso; ello junto a la denuncia y la protesta por un mundo tan injusto que acabará reflejando años después en El súbdito, quizás también su mejor obra de su etapa madura de escritor llevada a la pantalla como El ángel azul.   
   El triunfo del joven Thomas afecta a Heinrich; Thomas está impartiendo conferencias a los veintiocho años cuando a él no lo lee nadie. Su también opera prima, tan temprana como la de su hermano (tenía tan sólo veintitrés años) la publica tras un viaje por Italia y estando precisamente en Munich; obra que ha llegado a ser considerada por algunos entendidos piedra de escándalo, de los primeros, de la familia. Le dio el título La caza del amor, y nos viene a pintar una pasión poco entendible. Digámoslo sin ambages: Claude ama a una actriz, Ute, que —como su hermana Carla a la que Heinrich le lleva diez años— únicamente desea vivir para el arte. Pero aunque Claude no cesa de tener aventuras con otras mujeres (y ella con otros hombres) la ama como si fuera realmente su hermana..., respetándola y colmándola de regalos..., aunque con deseos carnales que a cada momento se manifiestan en la obra: «En este relato encontramos, pues, los apenas ocultos deseos incestuosos de Heinrich»(2).
   Carla se suicidó al ingerir un veneno a los veintinueve años después de llevar una agitada vida como actriz. Necesaria y repetidamente tendremos que hablar más adelante de otros suicidios en la historia de los Mann.  
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(1) Reich-Ranicki, Marcel: Thomas Mann y los suyos
(2) Krül, Marianne: La familia Mann