miércoles, 5 de octubre de 2011

Día Treinta y dos: Goethe y Christiane

Goethe quería vivir, amaba la vida; era un gran curioso y un profundo observador. Enormemente vitalista, amante y gozador de los placeres de este mundo procuraba huir de las tragedias y de los dolores humanos. Su vida, desde su llegada a la corte de Weimar y su nombramiento como consejero del duque, transcurre por unos cauces placenteros que le permiten sobre todo ser feliz, algo que sin duda era lo que más ambicionaba. Goethe es sosegado, prudente, moderado, conservador, odia la anarquía, es un fanático de la felicidad individual, un amante de la vida tranquila y, hasta si queréis..., egoísta. Huye de la muerte, la aparta de su lado, la teme; hasta procura no ver el cadáver de su amigo Schiller y ni asiste a su funeral.
     Nos preguntábamos el día anterior si aquella frase en la que decía que a veces "...el hombre (...) no acierta a ver claro en sí mismo y persevera en seguir un falso camino hacia fines falsos..." era aplicable a sí mismo, a su enciclopédica actividad, a su diletantismo. Y hay un momento en el que aunque no reconoce estar siguiendo ningún camino falso, acepta que pretende abarcar demasiado: "Debo evitar emprender proyectos que excedan al ámbito de mis facultades, donde no hago más que agotarme sin provecho alguno", o "nunca me resigné a dedicar a un trabajo el tiempo que de hecho requiere", y también: "...mi mala costumbre de empezar muchas cosas y dejarlas de lado cuando mi interés por ellas disminuye ha ido en aumento con los años". Todo ello nos viene a descubrir, simplemente, que Goethe era humano, muy humano. Nos alivia escuchar eso que le sucede y que a todos nos viene sucediendo.

     Y es que desde su llegada a Weimar no le ha faltado nada. Goethe brilla en Europa desde aquel pequeño lugar. La corte y sus damas, sus intrigas, sus flirteos, sus bellas e inteligentes amigas; las frecuentes visitas de nobles e intelectuales que le llevan piezas con las que enriquecer sus colecciones; los conciertos, o las tertulias en su casa con hombres cultos; sus numerosas estancias en balnearios, sobre todo en Karlsbad, pero también en Pyrmont o en Lauhstädt donde pone en escena obras teatrales; todo ello sin olvidar sus tournées o circuitos, siempre con añadidas excursiones. Bien acompaña en sus viajes al duque Carlos Augusto o visita con otros colegas lugares únicos por sus fenómenos geológicos o por la existencia en ellos de fósiles o hasta de comunidades extrañas como los cuáqueros, y ello sin olvidar museos, monasterios medievales, bibliotecas; su curiosidad le lleva a trepar a los más altos riscos y a descender al fondo de profundos torrentes. Todo le atrae y quiere conocerlo; ha viajado a Suiza y a Italia, y aunque su casa está en Weimar se mueve frecuentemente a Jena comprometido por su Universidad; pero también a Hersleben a conocer sus canteras de toba y sus conchas de agua dulce, visita Harz (lugar donde situa el aquelarre del Fausto), Wieliczka con sus minas de sal, las canteras de basalto de Dransfeld y los granitos de Engelhans, llega hasta el bajo Rin, pasa estancias en Götinga, disfruta obsequiosas acogidas como la que le proporcionan en Gotha, vuelve a los cantones y a los lagos suizos, en Magdeburgo se entusiasma con la riqueza de su catedral; y de allí marcha a Helmstedt... No hay nada que no merezca su curiosidad y siempre es bien acogido con un buen borgoña, apetitosos convites y suculentas cenas.

     Y ahora, dicho todo lo anterior, es tiempo de la sorpresa, del escándalo, de la campanada. ¿Cómo es posible que llevando esa clase de vida Goethe se amancebe? Cierto día de 1788 -cuenta por tanto treinta y nueve años- mientras permanece en el parque lo aborda una joven de tan sólo veintitrés solicitándole ayuda para su hermano. Sorprendentemente, -enigmático Goethe-, la acabará haciendo su amante; al año siguiente tendrá un hijo de Christiane Vulpius. El prudente, el sosegado, el creador y gran poeta pero siempre escurridizo del demonio del que Zweig dice que continuamente trató de huir, deja estupefacta a la sociedad de Weimar.
     Escribe Ludwig: "Mete en su casa por primera vez a una mujer, a esta chiquilla, que, hija de un empleado de los archivos, huerfana de padre y sin recursos, fabrica flores en una casa. Acabará usando de ella como de un instrumento de sus caprichos físicos, abandonándola el resto del tiempo a los quehaceres domésticos para llevar por su parte una segunda existencia, diferente, con los hombres y las mujeres" (1). Dieciocho años después se acabará casando con ella. Más escándalo: ¡Se ha casado con la hermosa Christiane Vulpius, la florista, la cocinera!; y goza de la sexualidad manteniéndola apartada de su vida social, de sus cultas tertulias, de las lecturas de sus obras, de sus estudios científicos, de sus viajes, de sus estancias en los balnearios y de sus expediciones y correrías. Christiane será su otra privadísima vida de puertas adentro.
     Sigrid Damm es una avezada escritora y biógrafa berlinesa que ha indagado entre viejos papeles de sacristías, cancillerías y archivos municipales acerca de esa relación insólita entre la vulgar Vulpius y el genial Goethe... Las grandes, frecuentes y dilatadas separaciones antes y después de casarse... ¿Realmente la amó durante un tiempo? o ¿resultó ser para él simplemente el descanso del guerrero?, la compañera ideal de todo creador que, como tal, gusta de la independencia, de la libertad y del aislamiento: "...compartió sus crisis creadoras, su desesperación, sus enfermedades, sus nuevos puntos de partida, sus éxitos y sus fracasos como poeta, político y cortesano... (le proporcionó) seguridad física, apoyo, bienestar, cuidados, libertad para elegir el lugar de estancia y de escritura sin tener que preocuparse por su casa y sus propiedades, y la posibilidad de regresar a ella después de meses, de semestres de ausencia" (2). Así termina la escritora su detallado relato sobre este apasionante emparejamiento. Libro que se lee ávidamente, como si se tratara de un thriller; libro trepidante que conmociona, que casi sugestiona por su prosa concisa, fría y disciplinada pero al tiempo intensa, encendida, volcada en los avatares y destinos de los dos personajes. Y yo me pregunto: ¿fue realmente la Vulpius la "esclava" (la criada y la puta) del fascinante Goethe?
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(1) Emil Ludwig: Goethe: historia de un hombre
(2) Sigrid Damm: Christiane y Goethe