jueves, 25 de agosto de 2011

Día Veintinueve: Fahrenheit 451; Celsius 233

La triste historia de Ovidio que hemos recordado "ayer" me ha animado a garabatear algo sobre esa persecución que han venido padeciendo muchos hombres de la pluma a través de la historia. Persecución, acoso u hostigamiento que si no acabó con las vidas de muchos de ellos, sí pretendió terminar con sus obras.
     Gracias a aquella película de Truffaut, Fahrenheit 451, rodada allá por el año 1968, nos enteramos de cual es la temperatura necesaria para que comience a arder un libro. En una sociedad futurista  y dictatorial -que podría ser ya, hoy mismo- una especie de Unidad compuesta por unos sicarios que parece se comportan como si fueran bomberos, tiene como misión sin embargo incendiar libros; acuden allá donde se detecta que un ciudadano tiene una biblioteca y se la queman. Todo ello me hace meditar que hoy, frente a los "hombres-libros" que Truffaut ideó para evitar la pérdida de tanta creación literaria (individuos cada uno de los cuales tenía memorizada en su cabeza una obra), la sociedad del siglo XXI tiene los e-books. Hoy ya no existiría apenas problema; las bibliotecas públicas estarán todas muy pronto digitalizadas, y nadie en aquella situación tendría que memorizar un libro para transmitirlo al mundo del mañana.
     Sin embargo no podemos olvidar que antes nunca fue así, y la persecución del escritor y de su obra ha estado a la orden del día. Unas veces han sido los regímenes políticos, otras las creencias religiosas y, con frecuencia, la simple moral del momento. También ello ha dado lugar en ocasiones al "venial" retoque del texto por la censura oficial, otras a la retirada y confiscación de la obra, aunque en algunos casos se ha llegado hasta su quema en una pira para escarmiento público.
     Generalmente se ha realizado ello sustentado por un sentimiento paternalista en aras de una supuesta defensa del resto de la sociedad, pero las más de las veces ha sido fruto de la envidia, de la exaltación de unos principios o "valores" que eran incompatibles con los expuestos en la obra, de intereses espurios, de torpe ignorancia y fanatismo, de arraigadas creencias o de oposición y lucha contra el pensamiento y la razón.

     Cuenta Bertrand Russell en su Autobiografía que en cierta ocasión se le ocurrió una pregunta que hizo a mucha gente. La pregunta era: "Si tuviera usted poder para destruir el mundo, ¿lo haría?". Al formulársela a su amigo Bob Treveland le contestó: "¡Cómo! ¿Destruir mi biblioteca?... ¡Jamás!"
     A mí se me ocurren dos interpretaciones a esta respuesta. Una: no existía otro mundo para él que sus libros. Dos: si destruía el mundo también acabaría destruida su biblioteca (aquello que más le importaba del mundo).
     La Biblioteca de Alejandría, sin embargo, no debía importarle más que a unos pocos; por eso fue uno de los primeros "mártires" de la historia en la que se alcanzó la temperatura del título, u otra aproximada. Al parecer, aquella inmensa biblioteca creada por los Ptolomeos llegó a ser el centro mundial de la cultura en el siglo tercero a. de C. con cerca de un millón de volúmenes o rollos. En ella Eratóstenes de Cirene pudo calcular con una notable precisión el perímetro terrestre y Euclides sentó allí las bases de la geometría que todos hemos estudiado. Cerca de cuatrocientos mil volúmenes se cree que ardieron en el año 48 como resultado de enfrentamientos entre egipcios amotinados y las legiones romanas. El resto de la destrucción, que comenzó bajo Teodosio, pudo ser la consecuencia del paso de tanta creencia religiosa que sucesivamente fueron trayendo los pueblos que ocuparon aquel país.

     Víctimas de ministros de la propaganda, de inquisidores generales, de guardianes de la revolución, de defensores de la ortodoxia, de vigilantes de la moralidad o, simplemente, de garantes de las costumbres, y hasta de sociedades, grupos, familias u organizaciones dedicadas a la extorsión infinidad de escritores han sufrido como mínimo el rechazo y la humillación, desafortunadamente otros la cárcel o el destierro y, algunos, hasta su sentencia de muerte. Escribir -por supuesto bien y llegar a publicar- puede salir muy caro.
     Dejad, por favor, que me detenga brevemente en algunos "Ovidios" de la historia de las letras. A  este fin he decidido que debería seguir algún tipo de pauta en su ordenamiento, y por ello lo haré a mi buen entender más o menos in crescendo de sus penas:
     - Siendo ya un autor destacado en las letras alemanas e internacionalmente conocido, Thomas Mann tuvo que exilarse en Suiza y más tarde en los Estados Unidos al ver el tinte que iban tomando los acontecimientos en su país con el ascenso y la propagación del nazismo.
     - Contaba Friedrich Nietzsche veintisiete años cuando a consecuencia de su primera obra El nacimiento de la tragedia ve truncada, siendo catedrático en la Universidad de Basilea, su carrera profesional. Comienza a partir de entonces su aislamiento debido al desdén y al rechazo surgido a su alrededor. En una carta a un amigo le confiesa: "...todos se vuelven enconadamente contra mí, y parece que, a su entender, he cometido un crimen..."
     - A raíz y como resultado de la publicación de su novela Madame Bovary, Gustave Flaubert se vio envuelto en un proceso penal al ser tildada esta obra de una ofensa a la moral y a la religión. Afortunadamente el juicio concluyó con la declaración de la inocencia del escritor.
     - Citemos a Bertrand Russell al que anteriormente nos hemos referido. Tras haber obtenido su designación como profesor  en el City College de Nueva York tuvo que sufrir un proceso judicial  por el cual le fue revocado su nombramiento. En la sentencia se decía que "no estaba capacitado moralmente para enseñar en la Universidad"; la culpa la tenían dos de sus obras: En qué creo y Modales y morales.
     - A Fray Luis de León se le ocurrió (entre otras determinaciones) traducir el Cantar de los cantares a la lengua vulgar para que todo el mundo la pudiera conocer; quizás no reparó que en aquel texto bíblico había además de mucha belleza una gran carga de sensualidad. Su proceso se demoró más de cinco años y él pasó en la cárcel cerca de cuatro para, afortunadamente, salir al final absuelto. ¿Será cierto que al abandonar la celda dejó escrito en sus paredes aquellos versos que comenzaban diciendo: "Aquí la envidia y mentira / me tuvieron encerrado..."
     - Algo más duro fue lo que le sucedió a Baltasar Gracián en relación con su obra El criticón. No sólo fue desposeído de su cátedra por las autoridades eclesiásticas sino confinado a un inhóspito edificio en un apartado lugar: Graus. Allí, castigado a una dieta de pan y agua, también tuvo que sufrir algo peor: estar privado en adelante de tinta, pluma y papel. Parece ser que también frecuentemente le eran examinadas las manos en busca de manchas de tinta.
     - El caso de Bertolt Brecht pudo llegar a ser más grave si no hubiera huido a tiempo a Dinamarca  tras la irrupción de los nazis en la representación de una de sus obras; tras su evasión fueron quemados públicamente todos sus libros. Después de un peregrinaje que le llevó hasta Norteamérica donde vivió  de escribir guiones para Hollywood, llegó a estrenar en el cine La vida de Galileo Galilei, aunque como intelectual de ideología marxista fue considerado sospechoso de participar en actividades anti-americanas y decidió escapar a Suiza.
     - Alexander Solzhenitsyn sufrió una condena en campos de trabajo y un destierro "a perpetuidad" en su propio país. Fue torturado, encarcelado y finalmente expulsado de la URSS. La obra "culpable" de todo su infortunio fue Un día en la vida de Iván Denisovich. Sin embargo, incluso después de su acogida e integración en el mundo occidental éste le acabó volviendo la espalda: se había vuelto demasiado crítico acerca de los modos occidentales.
     - Lo sucedido al poeta Ezra Pound fue terrible. Su "fascismo de izquierdas", como él lo definía, le llevó a escribir artículos y a dar charlas radiofónicas en la Italia de Mussolini. Detenido en Pisa por las fuerzas aliadas fue encerrado en una jaula de barrotes metálicos, como si se tratara de una fiera, en la que permaneció a la intemperie tres semanas en un campo militar. Posteriormente fue juzgado como culpable de un delito de traición a su país. No obstante, gracias a la intervención de relevantes figuras del mundo de la cultura se le declaró loco y se le internó en un manicomio; allí siguió elaborando Los Cantos y traduciendo a Confucio.
     - Es posible que todos, incluso los más jóvenes, podamos recordar al escritor anglo-indio Salman Rushdie y su ordalía vivida en los años ochenta. Sus Versos satánicos fueron declarados impíos y blasfemos para el mundo musulmán a partir de una apreciaciación de esa naturaleza del Ayatollah Jomeini. Su condena a muerte -su ejecución allá donde se encontrase- tenía una recompensa de tres millones de dólares que más adelante fue duplicada.
     - Hace pocos años Roberto Saviano escribió un libro titulado Gomorra en el que ponía al descubierto los métodos, las actividades y otra información sobre la mafia napolitana acerca de la cual parece que estaba en posesión de sus secretos. Desde la publicación y el enorme éxito de su obra Saviano no ha sabido lo que es estar sin escolta las veinticuatro horas del día, puesto que fue y sigue estando amenazado de muerte por aquella.
     - Ginebra, Toulouse, París, Oxford, Londres, Wittenberg, Praga, Helmstaedt, Frankfurt, Zurich y finalmente Venecia fueron lugares por los que anduvo fugitivo, escribiendo y disertando en centros y universidades durante diecisiete años Giordano Bruno; en esa última ciudad aquel que lo protegía lo vino a denunciar. Iniciado su proceso en Venecia se le trasladó posteriormente a Roma. Allí, después de ocho años en prisión, se le llegó a quemar vivo en la hoguera en el Campo dei Fiori ante su negativa a retractarse de sus "doctrinas" o "desvaríos".  
______________
  

lunes, 15 de agosto de 2011

Día Veintiocho: La humillación, la desdicha, la discordia: Ovidio

En las Memorias de Adriano sobre las que hablábamos "ayer", hay un pasaje en el que Yourcenar pone la siguiente frase en los labios de aquel: "Gusté por sobre todo de los poetas más complicados y oscuros, (...) Pero por aquel entonces amaba en el arte de los versos lo que toca más de cerca de los sentidos, el metal pulido de Horacio, la blanda carne de Ovidio". Y este último, Ovidio Nasón, ha sido el que me ha dado pie para saltar en la historia dos mil años atrás al objeto de hablar hoy sobre él. Y ello por varias razones:
     Ovidio fue un poeta, un escritor cuyas obras nos deleitan hoy en prosa, vapuleado por ese mal de todos los países y de todos los tiempos el cual han venido sufriendo tantos escritores posteriores a él: la censura, la intransigencia, el autoritarismo, el puritanismo, la inquisición, las épocas victorianas, los índices de libros prohibidos, el Fahrenheit 451. En una palabra, la quema de libros y el acoso y el castigo a sus autores por alguna clase de autoridad. Ovidio lo sufrió hace justamente tres años, más los dos mil anteriores; exactamente en el año 8 y bajo el poder del Emperador Octavio Augusto.

     Ovidio y su caso no sólo interesan porque parece que son de reciente actualidad, se diría que casi del siglo pasado. Ovidio interesa porque se trata de un escritor de casta que escribe de todo y sobre lo más variopinto, y que escribe elegía, épica, tragedia y hasta literatura licenciosa... Ovidio nos interesa porque no le arredra el castigo en cuanto a su arraigada vocación de escritor. No dejó de escribir ni siquiera durante la travesía del Adriático y a lo largo de su viaje a Tomis, el lugar de su exilio en la actual Rumanía a dos mil kilómetros (de los de aquella época) de su patria. Ovidio no dejó de escribir -se diría, y es verdad- ni a. de C. ni d. de C.
     Sin ánimo de ser exhaustivo ponderando a este genial escritor, viene bien parafrasear a un gran erudito de la literatura romana: "Ovidio ha sido en la tradición clásica el poeta latino de mayor garra: menos venerable que Virgilio, menos imitable que Horacio, menos apasionado que Lucrecio y que Catulo, menos tierno que Propercio o Tibulo, menos caprichoso que Lucano o Estacio. Es más directo que todos ellos, más elemental y próximo, más de todos los tiempos, más semejante a la vida" (1). ¡Eso es: "más elemental y próximo, más de todos los tiempos, más semejante a la vida"! ¿Pues no es capaz de relatarnos en su obra Amores un "gatillazo" que le sobrevino en uno de sus encuentros con una nueva amante?
     Yo he de decir que disfruté mucho en su día leyendo el Arte de amar, o los trucos para "ligar" en aquella Roma de los años en que comenzaba el Imperio, trucos que no han cambiado demasiado; como tampoco los de las mujeres para seducirnos, los cuales Ovidio va recomendando. ¡Qué barbaridad!, mentira parece que haya existido un Medievo entre la escritura de ese libro y el comienzo de este tercer milenio. Sobre aquella "obrita" dejé anotado que vino a ser, en mis lecturas del momento, como una brisa suave y perfumada de la dulce Italia de todos los tiempos.


     Mas yo quisiera profundizar hoy en Ovidio no sobre esos dos libros ni siquiera sobre su obra cumbre las Metamorfosis, sino sobre lo que escribió desde su destierro y, aún más, sobre los dos motivos que dieron lugar a aquel. Me estoy refiriendo sobre todo a las Tristes: una elegía, un doloroso lamento en epístolas de su aciaga suerte; aquellas cartas las cuales se puso ya a escribir camino de su exilio, justo al tiempo de comenzar a degustar aquel "alimento de los héroes" del que un día hablamos: "la humillación, la desdicha, la discordia".
     Esa "relegación" o destierro decretado  personalmente por Augusto, oficial y públicamente impuesto por ser autor de el Arte de amar que fue retirado de todas las bibliotecas y prohibida su lectura, dice él sin embargo que le fue también impuesto por haber visto algo que no tenía que haber contemplado, un error. ¡Pobre Ovidio lamentándose de ello en sus Tristes!: "Concedamos que me han perdido dos delitos: un poema y un error; sobre la culpabilidad del segundo de estos delitos es mejor que calle...". "¿Por qué tuve yo que ver algo? ¿Por qué tomé culpables mis ojos? ¿Por qué, ¡imprudente de mí!, tuve yo conocimiento de aquel delito? ...una equivocación ha sido el motivo de que se me acuse". "...conviene que permanezca oculto bajo el velo de una oscura noche". "Busco en la poesía el olvido de mi situación calamitosa".
     No han conseguido ni la historia ni los historiadores saber esa segunda causa; ¿qué diantre es lo que vio? Si a Livia la mujer del Emperador desnuda, al propio Augusto en pleno incesto con su hija, los preparativos de un envenenamiento, los de una conspiración... ¡Verdaderamente apasionante! Lo "triste" es que jamás regresó de la actual Constanza desde la que fue enviando las Tristes a su esposa y a determinados amigos, y sus Pónticas (o epístolas desde aquella región: el Ponto Euxino) a personajes importantes y a otros amigos. Nueve años allí y, finalmente la muerte. El gran regalado, placentero y mundano Ovidio que supuestamente entraba y salía de palacio cuando le parecía, tuvo que sufrir aquello.
      Veamos. En su destierro Ovidio escribe cuatro obras. Además de las dos ya citadas escribe Nux e Ibis; y esta última es la que ahora nos interesa porque "va dirigida contra un enemigo del poeta, presumiblemente el culpable de su destierro", "un enemigo al que desea todos los incalculables males, sufrimientos y muertes que padecieron diversos personajes míticos, legendarios o históricos". Se trata de un opúsculo injurioso e insultante plagado de invectivas que pone de manifiesto el odio que le profesaba: "Que la tierra te niegue sus frutos, el río su corriente, el viento y la brisa te nieguen sus soplos", "...me alimentaré siempre de la esperanza de tu muerte", "...te maldigo a ti y a los tuyos" son algunos de los improperios más suaves que le dedica en seiscientos versos.

     Lo siento; soy consciente de mi atrevimiento, pero humilde y personalmente no me he creído nunca que el motivo de su deportación fuera otro distinto que el oficial. O sea, que su Arte de amar (a pesar de que era conocida y se venía leyendo desde hacía ocho años) fuera tenida por licenciosa por Octavio Augusto en aquel período del Imperio en que él preconizaba y exigía mediante leyes la "moralidad" en las costumbres. Y he aquí mi razonamiento:
     -¿Cómo es posible que aquello que Ovidio vio no lo llegara jamás a confesar por escrito, ni siquiera a comentarlo a otros, tales como su esposa, hija y amigos íntimos que nos lo hubieran transmitido? Si lo hubiera hecho lo habríamos llegado a conocer, hubiera sido vox populi en Roma. Nunca lo hizo.
     -Si lo que vio afectaba gravemente al emperador, ¿por qué no deshacerse de Ovidio pagando unos pocos denarios a cualquier asesino -algo muy común en la época- y no exponerse a que algún día fuera aquello públicamente conocido?
     -¿Por qué razón Ovidio ocultó la identidad de su gran enemigo contra el que sin embargo escribió aquel opúsculo oprobioso, insultante y colmado de maldiciones? Evidentemente no podía citar su nombre por algún motivo muy serio.
     -¿Cómo es posible que una vez fallecido Augusto no se le desatara la lengua y dijera qué fue lo que vio, después de tanta inutil alabanza y adulación a aquel en las Tristes y en las Pónticas esperando su perdón y repatriación?
     John C. Thibault en su obra The mystery of Ovid's exile, después de rebatir todos los supuestos motivos y causas que se han barajado a través de la historia, viene a decir (reproduzco textualmente): "Ovid may never have kown the real cause o his exile. A victim of the secret policy or suspicions of a despot, he may vainly have lamented at Tomis an error that was not only venial, but really irrelevant".


      Finalmente y en dos palabras. Utilizando la lógica y los hechos que hemos relatado hay que deducir que alguien, aquel enemigo (que sabemos hablaba en el Foro) al que él apoda Ibis -el cual debía ser desde luego un personaje importante, poderoso y cercano al Emperador- por envidia, o por otra razón que desconocemos, debió ser el que intrigó ante Augusto acerca del Arte de amar para que nuestro poeta fuera deportado; y eso Ovidio lo debió saber. Pero al tiempo es posible que el mismo Ovidio sospechara que el haber posiblemente presenciado casualmente algún irrelevante hecho sucedido en la corte, al que él le dio una excesiva importancia, era también la causa de su desgracia.
     Sin embargo es necesario deducir que ese enemigo debía tener las espaldas muy cubiertas, o en otras palabras: tenía que tener a Ovidio muy bien "cogido" o "agarrado" para que no hablase ni sobre él ni sobre lo que había visto: ¿estaban amenazadas quizá las vidas de su esposa e hija? Posiblemente Ovidio razonó siempre que el hacer público el nombre de su enemigo y lo que él había visto (es posible que también quizás su enemigo supiera qué era), hubiera hecho más fatal la situación para los suyos y para él.


     "Es necesario aprender a sufrir lo que no se puede evitar". Lo dejó escrito Montaigne en sus Ensayos muchos años después.
______________



(1) Ruíz de Elvira, Antonio: Valoración ideológica y estética de las Metamorfosis

jueves, 4 de agosto de 2011

Día Veintisiete: ¿Adriano?, ¿Qué? La eternidad

"Las tres cuartas partes de un trabajo bien hecho consiste en rechazar", Valéry. Las Memorias de Adriano, la obra vértice de Marguerite Yourcenar, fue el trabajo de veintisiete años, aunque bien es verdad que no continuados. Tomada y abandonada, retomada y vuelta a abandonar y a retomar desde sus veinte hasta sus cuarenta y siete años -sin carecer en ese tiempo de otros impulsos creativos- se publicó en 1951. Fue esta obra, sobre todo, la que le supuso llegar a ser la primera mujer admitida treinta años más tarde en la Academia Francesa, concretamente el jueves 22 de enero de 1981 y en presencia del Presidente de la República.

     ¿Se debe iniciar la lectura de un libro sin saber todo lo posible sobre el autor y sobre la propia obra? No; pienso que es totalmente desacertado. Quién la escribió; de qué asunto se ocupa; cuándo fue escrita; qué le indujo a su autor a escribirla; en qué situación la escribió; qué dijo la crítica... Cuantas más preguntas de este tipo puedan ser respondidas, más disfrutaremos de ella, más enriquecedora nos será. De ahí quizás mi rechazo a leer las obras más recientemente publicadas.
     En este caso estamos ante un trabajo literario en el que, al menos, antes de comenzar su lectura es necesario iniciarse en el asunto; mejor dicho: saber del protagonista y su circunstancia. La lectura de esta obra (que no me emocionó lo más mínimo) me hizo saber que su autora poseía..., no sé; quizás y por este orden: tenacidad, inteligencia y memoria.
     El libro es monótono, golpeador, a veces mecánico, frío y bruñido como el mármol bien trabajado; pero encierra una pasión, un desvarío, un esfuerzo extenuante por hacer hablar a la historia y al ambiguo personaje que ardorosamente ella ha descubierto; quizás, como en su día se llegó a decir, su otro yo: "...el emperador de la novela dice más sobre la faceta oculta del mundo interior de Marguerite Yourcenar que sobre el universo mental y físico de su criatura" escribió un crítico de la época. No es el libro, por otra parte -en mi insignificante conocimiento literario-, una gran obra maestra; yo la llamaría obra titánica, preciosista y perfectamente acabada. Y, finalmente -insisto-, es imposible disfrutarla si no se ha documentado uno previamente sobre el protagonista y su tiempo.
     Si difícil fue siempre escribir unas memorias (acertar a contar eso tan íntimo que a uno le queda dentro al final de su vida) qué no será siendo mujer -a pesar de su "talento viril"- las de un hombre, un emperador romano del siglo II d. de C., entre el 117 y el 138.

     Edward Gibbon, en su afamada obra del siglo dieciocho Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, que todavía se sigue editando, dice de Adriano que era de temperamento cambiante, "capaz tanto de bastardías como de sentimientos generosos"; que su vida "se redujo a un viaje perpetuo, (...) satisfacía su curiosidad al tiempo de cumplir con sus obligaciones"; lo describe como de temperamento "variable y dubitativo" y asegura que sus impulsos dominantes eran la "curiosidad y la vanagloria".
     Pero M. Yourcenar se basó para saber de Adriano y del Imperio de su tiempo no en Gibbon sino, además de en otros muchos documentos, en "las dos fuentes principales de la vida de Adriano": Dion Casio y la Historia Augusta -lo dejó escrito ella; precisamente dos de las fuentes más mencionadas por Edward Gibbon.
     Quizás en ello radica el que al haber vuelto ahora a releer algunas páginas de la historia escrita por Gibbon, he redescubierto aquella "su prosa medida y cuidada que sugiere que cada palabra ha sido pesada y vuelta a pesar", lo mismo que en la obra de Yourcenar.

     A mí me ha emocionado, sin embargo, mucho más que las "memorias" de este emperador tan viajero enamorado de un jovenzuelo egipcio, seducido por la cultura griega y el mundo oriental, algo estoico y también un poco epicúreo, y que tuvo el acierto de nombrar acertados sucesores, a mí como digo me emocionó sumergirme de lleno en los Cuadernos de notas a las "Memorias de Adriano" de la misma Yourcenar. Y verdaderamente recomiendo su lectura.
     No obstante, no me puedo resistir a dejar de traer aquí unas minúsculas referencias tomadas de esos cuadernos. Echémosles un vistazo: 
     "Este libro fue concebido y después escrito, en su totalidad o en parte, bajo diversas formas, en el lapso que va de 1924 a 1929 (...) Todos esos manuscritos fueron destruidos y merecieron serlo"
     "...proyecto retomado y abandonado muchas veces entre 1934 y 1937"
     "Hay libros a los que no hay que atreverse hasta no haber cumplido los cuarenta años"
     "Dejo de trabajar en este libro (salvo durante algunos días, en París) entre 1937 y 1939"
     "Proyecto abandonado desde 1939 hasta 1948"
     "Hundimiento en la desesperación de un escritor que no escribe"
     "En la primavera de 1947, ordenando papeles, quemé los apuntes tomados en Yale"
     "Muy tarde en la noche, trabajé en él entre Nueva York y Chicago encerrada en mi camarote... (...) durante todo el día siguiente, continué en el restaurante de una estación de Chicago... (...) sola en el coche del expreso de Santa Fe, rodeada por las oscuras cimas de las montañas del Colorado..., escribí sin interrupción los pasajes sobre la infancia, el amor, el sueño y el conocimiento del hombre. No recuerdo día más ardiente ni noches más lúcidas"
     "...esa magia simpática que consiste en transportarse mentalmente al interior de otro"
     "Las reglas del juego: aprenderlo todo, leerlo todo, informarse de todo... (...) Rastrear a través de millares de fichas (...) Tratar de leer un texto del siglo II con los ojos, el alma y los sentimientos del siglo II..."
     "Hice revisar por médicos varias veces los breves pasajes de las crónicas que se refieren a la enfermedad de Adriano"
     "No hay tarea tan apasionante como la de confrontar los textos" 
     "Pero quemaba cada mañana el trabajo de cada noche"
     "Grosería de los que dicen: Adriano es usted"
    "Esforzarse es lo mejor. Volver a escribir. Retocar, siquiera inperceptiblemente, alguna corrección" 

     Marguerite no dejó de viajar, de escribir y de reescribir. Y, antes del final, la muerte de su compañera: "qué aburrido hubiera sido ser feliz". Allí, "al borde del Atlántico, en el silencio casi polar de la isla de los Montes Desiertos, en los Estados Unidos", en aquella entonces salvaje isla -¡ojo!- , isla unida por un puente al continente; puente al que yo le veo un especial simbolismo, algo así como un cordón umbilical que la mantiene conectada con el resto del mundo; el puente de sus constantes viajes.
     ¿Qué? La eternidad es el título que dará a la tercera parte de su autobiografía. Y a partir de entonces una espiral sin freno en la recta final de su vida por la vida. Rayando en lo grotesco, se podría pensar; pero no: apurando el cáliz, gozando. Es ya una anciana que va a llegar a octogenaria lúcida, viajando sin cesar, escribiendo, dando conferencias; "...al igual que Montaigne también sabía que el gran problema es vivir, no morir". Marguerite Yourcenar, "singular personaje de novela", "entró en la muerte" a los ochenta y cuatro años sin reposar, sin tenderse un rato al borde del camino. Fue allí, digo, donde esta belga-francesa-norteamericana se encontró con la eternidad: otro proyecto de un largo y lejano viaje; fue en Bar Harbor, en USA. Para ella "este gran país a la vez tan extenso y tan secreto".
_________________