sábado, 15 de septiembre de 2012

Día Setenta y dos: El hambre de Knut Hamsun


«El estado del bienestar y la novela son incompatibles (...) Para ser novelista, para ser escritor, hay que forjarse, hay que curtirse, pasarlas putas, descender a los infiernos y trepar a los cielos. Hay que mezclarse con la vida. No puedes estar protegido por la sopa boba, por las subvenciones. No se puede ser escritor y funcionario al mismo tiempo (...) El dinero todo lo agosta». Lo escribió en la prensa hace unos años Sánchez Dragó; un escritor ya consagrado de mi generación.
   Y viene esto a cuento porque recuerdo como si fuera ayer los días de mi adolescencia en los que leí aquella novela que un compañero me había prestado y que había sido escrita por un autor escandinavo del que jamás había oído hablar: Knut Hansum. Hambre me conmocionó; nunca jamás llegué a leer después pasajes semejantes escritos con aquel realismo y crudeza expresando lo que pasaba por la mente humana en casos como el vivido y experimentado por su creador. Porque Hambre era la expresión autobiográfica de una situación límite narrada en primera persona en la que el autor, sin duda, había tenido que descender a los infiernos y trepar a los cielos para expresar aquellas sensaciones. El noruego Knut Hamsum tenía treinta y un años cuando aquella narración sin trama o argumento alguno, sin principio ni fin, sin planteamiento, nudo y desenlace, tan sólo una transcripción autobiográfica de unas muy personales sensaciones psíquicas y físicas, aparecía publicada y revolucionaba totalmente no sólo la literatura nórdica sino la occidental.


   Hambre fue la obra que lo reveló como escritor. Un día hizo cuentas y llegó a la conclusión de que tan sólo tenía en su historial doscientos cincuenta y dos días de escolarización. Y con ese acervo decidió que quería ser escritor. Había nacido al pie de la montaña más alta de Noruega, pero siempre se sintió tan europeo como si hubiera nacido en una de los márgenes del Sena; él, que a los tres años tuvo que emigrar con su padre mucho más al norte, cerca del círculo polar ártico, para tomar arrendada un granja.
Y allá va; siempre vagabundeando, leyendo, aprendiendo y escribiendo marchará de un lado a otro ejerciendo los más increíbles empleos. Será pastor, aprendiz de zapatero, carbonero, sustituto de maestro, picapedrero de carreteras, cartero rural, empleado comercial, vendedor ambulante, escribiente, estibador de muelle..., todo eso en Europa. En Norteamérica, en las Dakotas y en Chicago peón agrícola, obrero del ferrocarril, tranviario (conductor en los tanvías arrastrados por tiro animal y cobrador en los arrastrados por cable)..., hasta pretendió ser clérigo de la Iglesia Unitaria.
Pero siempre escribiendo; cuando vuelve a Europa quiere ejercer el periodismo, y es entonces, en ese esfuerzo de pseudoperiodista cuando conoce el hambre como parte de su miseria total. No ceja; con sus manuscritos bajo el brazo recibe rechazo tras rechazo. Pero ese será el tema de aquella novela escrita con la pluma «mojada en sangre y desesperación»; el drama de una persona hambrienta hasta rayar en el delirio. «Hambre es una obra psicológica (...), Hambre es un minucioso análisis y retrato de las experiencias físicas y psicológicas de un joven con ambiciones literarias y un gran talento poético pero falto de todo medio de subsistencia y de la necesaria habilidad para obtenerla y, por lo tanto, condenado a la inanición»(1). A la vez poético y realista, atribulado y lleno de vitalidad describe en esa obra con crudo realismo la batalla moral del hombre acosado por la más grande miseria física; una obra en la cual la sátira y el lirismo se mezclan en los desvaríos del protagonista, personaje en el que sus rasgos extremos rozan el esperpento.
¿Y por qué? ¿Qué le impedía hacer algo para comer tras haber llevado a empeñar todo lo que poseía, incluido su saco petate con el que tanto había viajado?. ¡Ah!, estamos a punto de entrar en la alambicada personalidad de Hamsun. Hemos escrito desvarío, y desvarío es delirio, desatino, locura... ¿De nuevo estamos ante un caso de demencia?: «Podía sentir la locura correr por mi sangre, notaba su celeridad en mi cerebro».
En su correspondencia deja escrito: «...a veces no como durante cuatro días y cuatro noches seguidas, y debo sentarme en algún sitio para masticar cerillas usadas».
Y en la novela: «El hambre me daba feroces mordiscos (...) no comprendía en absoluto cómo había merecido aquella persecución reservada a los elegidos. (...) El hambre me alteraba el sistema nervioso (...) El hambre me roía intolerablemente y no me dejaba reposar. De vez en cuando tragaba saliva con la esperanza de satisfacerme, y me parecía que esto me tranquilizaba. (...) ...cogí del suelo dos virutas de madera relucientes, me metí una en la boca (...) masticaba mi viruta sin interrupción (...) Saqué del bolsillo la segunda viruta y me la metí en la boca. De nuevo me sentí aliviado».

Se diría que de Dostoievski, a quien admiraba, ha aprendido que un desequilibrio mental es una de las herramientas más valiosas para un escritor, eso al tiempo de incorporar la psicología a la creación literaria; de ahí que su afectación y sus escrúpulos son parecidos a los que muestran los personajes de su maestro. El héroe de Hambre es un pasivo sufridor de una muy sensible y especial naturaleza; sufre su miseria y al mismo tiempo se apiada de la de los demás hasta el punto de que un mal pensamiento acerca de otro semejante que también esté sufriendo le causa remordimientos. Hambre es un ejemplo de hasta qué punto de distorsión puede llegar la irracionalidad humana y las excentricidades a las que puede ser conducida; por ejemplo —como en el caso del protagonista— tratar de mantenerse en el más puro estado de decoro exterior cuando su existencia está en plena decadencia física y mental hasta el punto de llegar a experimentar arrebatos rayanos en la locura y la estupidez.
   El protagonista de Hambre es incapaz de hacer daño para procurarse alimento; no roba, no engaña, no pide anticipos ni préstamos; ni siquiera es tampoco capaz de ponerse en una cola de mendigos en la que se reparte comida. Se mantendrá incólume en el estatus que él mismo se ha creado. 
Pero no se trata de un carácter ficticio; el conflicto de Hamsun es auténtico: «Quisiera penetrar en los aspectos más distantes del alma...». De ahí las excentricidades del protagonista de Hambre: es capaz de golpearse la cabeza contra las farolas mientras llora y jura, se clava las uñas en el dorso de sus manos, se muerde la lengua y mientras tanto ríe desesperado por el dolor producido. La verdad es que Kunt Hamsum tenía ya su sistema nervioso destrozado; sus síntomas de hipersensibilidad nerviosa eran notables y se hacían patentes en sus bruscos cambios de ánimo; una persona difícil y destructiva en el que no hubo día —ha escrito algún biógrafo— sin algún estallido de cólera o violento desaire. No sin razón se había pasado la vida leyendo artículos sobre el sistema nervioso; le subyugaba el sistema nervioso, la psicología y la vida interior.
De ahí que esa su personalidad nerviosa se desata en su obra; en ella es capaz de hacer añicos a carcajadas la autocompasión; presentes están en ella la autoironía lo mismo que las emociones que repentinamente le asaltan; junto con ellas se nos muestran los cambiantes estados emocionales de una persona hambrienta y de qué manera logra resistir maquinando nuevas formas de postergar las ganas de comer.


Mas también se daban otras hambres en Hamsun: su feroz hambre de triunfo y su profundo apetito por el bucólico mundo de los fiordos, las cascadas, los bosques y los prados de su país. Es paradójico que se diera a conocer precisamente con Hambre, una obra tan alejada de todo aquello. De hecho el Nobel se lo otorgó otra literatura muy distinta (diríamos que puramente lírica y elegíaca) en la que enaltece aquel goce del contacto con la tierra que desde su infancia llevaba en su ser. Toda su vida echó de menos una civilización rural y campesina que ya se encontraba en proceso de extinción.
Al menos sació su hambre de gloria. Con sus más de una veintena de obras escritas Henry Miller lo tuvo por el Dickens de su generación, llegó a ser el escritor preferido de Herman Hesse y de él dijo Thomas Mann que nunca nadie había merecido tanto el premio Nobel.

A título de anécdota, la primera vez que Hambre fue conocida y tanto sorprendió, resultó ser anónimamente, a través de una revista y tan sólo una de sus cuatro partes. Cuando la terminó de escribir y estaba ya en la imprenta intentó que no se publicara. Se había traducido El jugador de Dostoievski el cual estaba a la venta en las librerías y —hipersensibilidad extrema— temía que se le fuera a acusar de plagio.

Y ahora el triste final. Hamsun vivió hasta 1952 (más de noventa y dos años) y, sin embargo, en su país, en Noruega es hoy un proscrito, un desconocido. Todos los intentos de que una calle de Oslo lleve su nombre han fracasado hasta el momento. ¿Qué le hizo identificarse con el régimen nazi y aplaudir la invasión de su país por las tropas de Hitler en la segunda guerra mundial? Con posterioridad a aquella fue procesado, se le sometió a un examen psiquiatrico, se le declaró enfermo mental y se le desposeyó de sus bienes. En su última obra, Por senderos que la maleza oculta, un diario de su reclusión, dejó escrito antes de cumplir los noventa años:
«En mi vida, bastante larga ya, en todos los países por los que he viajado y entre todos los pueblos y gentes con los que me he mezclado, siempre he conservado y sostenido la patria en mi alma. Y aún pretendo conservar allí mi patria, mientras espero mi sentencia final».(2) 
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(1) Josef Wiehr: Knut Hamsun, his personality and his outlook upon life
(2) El resaltado aparece así en el original