«El
estado del bienestar y la novela son incompatibles (...) Para ser
novelista, para ser escritor, hay que forjarse, hay que curtirse,
pasarlas putas, descender a los infiernos y trepar a los cielos. Hay
que mezclarse con la vida. No puedes estar protegido por la sopa
boba, por las subvenciones. No se puede ser escritor y funcionario
al mismo tiempo (...) El dinero todo lo agosta».
Lo escribió en la prensa hace unos años Sánchez
Dragó; un escritor ya consagrado de mi generación.
Y viene
esto a cuento porque recuerdo como si fuera ayer los días de mi
adolescencia en los que leí aquella novela que un compañero me había
prestado y que había sido escrita por un autor escandinavo del que
jamás había oído hablar: Knut Hansum. Hambre
me conmocionó; nunca jamás llegué a leer
después pasajes semejantes escritos con aquel realismo y crudeza
expresando lo que pasaba por la mente humana en casos como el vivido
y experimentado por su creador. Porque Hambre
era la expresión autobiográfica de una
situación límite narrada en primera persona en la que el autor, sin
duda, había tenido que descender a los infiernos y trepar a los
cielos para expresar aquellas sensaciones. El noruego Knut Hamsum
tenía treinta y un años cuando aquella narración sin trama o
argumento alguno, sin principio ni fin, sin planteamiento, nudo y
desenlace, tan sólo una transcripción autobiográfica de unas muy
personales sensaciones psíquicas y físicas, aparecía publicada y
revolucionaba totalmente no sólo la literatura nórdica sino la
occidental.
Hambre
fue la obra que lo reveló como escritor. Un
día hizo cuentas y llegó a la conclusión de que tan sólo tenía
en su historial doscientos cincuenta y dos días de escolarización.
Y con ese acervo decidió que quería ser escritor. Había nacido al
pie de la montaña más alta de Noruega, pero siempre se sintió tan
europeo como si hubiera nacido en una de los márgenes del Sena; él,
que a los tres años tuvo que emigrar con su padre mucho más al
norte, cerca del círculo polar ártico, para tomar arrendada un
granja.
Y
allá va; siempre vagabundeando, leyendo, aprendiendo y escribiendo
marchará de un lado a otro ejerciendo los más increíbles empleos.
Será pastor, aprendiz de zapatero, carbonero, sustituto de maestro,
picapedrero de carreteras, cartero rural, empleado comercial,
vendedor ambulante, escribiente, estibador de muelle..., todo eso en
Europa. En Norteamérica, en las Dakotas y en Chicago peón agrícola,
obrero del ferrocarril, tranviario (conductor en los tanvías
arrastrados por tiro animal y cobrador en los arrastrados por
cable)..., hasta pretendió ser clérigo de la Iglesia Unitaria.
Pero
siempre escribiendo; cuando vuelve a Europa quiere ejercer el
periodismo, y es entonces, en ese esfuerzo de pseudoperiodista cuando
conoce el hambre como parte de su miseria total. No ceja; con sus
manuscritos bajo el brazo recibe rechazo tras rechazo. Pero ese será el
tema de aquella novela escrita con la pluma «mojada en sangre y
desesperación»; el drama de una persona hambrienta hasta rayar en
el delirio. «Hambre es
una obra psicológica (...), Hambre
es un minucioso análisis y retrato de las experiencias físicas y
psicológicas de un joven con ambiciones literarias y un gran talento
poético pero falto de todo medio de subsistencia y de la necesaria
habilidad para obtenerla y, por lo tanto, condenado a la
inanición»(1). A la vez poético y realista, atribulado y lleno de
vitalidad describe en esa obra con crudo realismo la batalla moral
del hombre acosado por la más grande miseria física; una obra en la
cual la sátira y el lirismo se mezclan en los desvaríos del
protagonista, personaje en el que sus rasgos extremos rozan el
esperpento.
¿Y
por qué? ¿Qué le impedía hacer algo para comer tras haber llevado
a empeñar todo lo que poseía, incluido su saco petate con el que
tanto había viajado?. ¡Ah!, estamos a punto de entrar en la
alambicada personalidad de Hamsun. Hemos escrito desvarío, y
desvarío es delirio, desatino, locura... ¿De nuevo estamos ante un
caso de demencia?: «Podía sentir la locura
correr por mi sangre, notaba su celeridad en mi cerebro».
En
su correspondencia deja escrito: «...a veces
no como durante cuatro días y cuatro noches seguidas, y debo
sentarme en algún sitio para masticar cerillas usadas».
Y
en la novela: «El hambre me daba feroces
mordiscos (...) no comprendía en absoluto cómo había merecido
aquella persecución reservada a los elegidos. (...) El hambre me
alteraba el sistema nervioso (...) El hambre me roía
intolerablemente y no me dejaba reposar. De vez en cuando tragaba
saliva con la esperanza de satisfacerme, y me parecía que esto me
tranquilizaba. (...) ...cogí del suelo dos virutas de madera
relucientes, me metí una en la boca (...) masticaba mi viruta sin
interrupción (...) Saqué del bolsillo la segunda viruta y me la
metí en la boca. De nuevo me sentí aliviado».
Se
diría que de Dostoievski, a quien admiraba, ha aprendido que un
desequilibrio mental es una de las herramientas más valiosas para un
escritor, eso al tiempo de incorporar la psicología a la creación
literaria; de ahí que su afectación y sus escrúpulos son parecidos
a los que muestran los personajes de su maestro. El héroe de Hambre
es un pasivo sufridor de una muy sensible y
especial naturaleza;
sufre su miseria y al mismo tiempo se apiada de la de los demás
hasta el punto de que un mal pensamiento acerca de otro semejante que
también esté sufriendo le causa remordimientos. Hambre
es un ejemplo de hasta qué punto de
distorsión puede llegar la irracionalidad humana y las
excentricidades a las que puede ser conducida; por ejemplo —como en
el caso del protagonista— tratar de mantenerse en el más puro
estado de decoro exterior cuando su existencia está en plena
decadencia física y mental hasta el punto de llegar a experimentar
arrebatos rayanos en la locura y la estupidez.
El protagonista de Hambre es incapaz de hacer daño para procurarse alimento; no roba, no engaña, no pide anticipos ni préstamos; ni siquiera es tampoco capaz de ponerse en una cola de mendigos en la que se reparte comida. Se mantendrá incólume en el estatus que él mismo se ha creado.
El protagonista de Hambre es incapaz de hacer daño para procurarse alimento; no roba, no engaña, no pide anticipos ni préstamos; ni siquiera es tampoco capaz de ponerse en una cola de mendigos en la que se reparte comida. Se mantendrá incólume en el estatus que él mismo se ha creado.
Pero
no se trata de un carácter ficticio; el conflicto de Hamsun es
auténtico: «Quisiera penetrar en los
aspectos más distantes del alma...». De ahí
las excentricidades del protagonista de Hambre:
es capaz de golpearse la cabeza contra las farolas mientras llora y
jura, se clava las uñas en el dorso de sus manos, se muerde la
lengua y mientras tanto ríe desesperado por el dolor producido. La
verdad es que Kunt Hamsum tenía ya su sistema nervioso destrozado; sus
síntomas de hipersensibilidad nerviosa eran notables y se hacían
patentes en sus bruscos cambios de ánimo; una persona difícil y
destructiva en el que no hubo día —ha escrito algún biógrafo—
sin algún estallido de cólera o violento desaire.
No sin razón se había pasado la vida
leyendo artículos sobre el sistema nervioso; le subyugaba el sistema
nervioso, la psicología y la vida interior.
De
ahí que esa su personalidad nerviosa se desata en su obra; en ella
es capaz de hacer añicos a carcajadas la autocompasión; presentes
están en ella la autoironía lo mismo que las emociones que
repentinamente le asaltan; junto con ellas se nos muestran los
cambiantes estados emocionales de una persona hambrienta y de qué
manera logra resistir maquinando nuevas formas de postergar las ganas
de comer.
Mas
también se daban otras hambres en Hamsun: su feroz hambre de triunfo
y su profundo apetito por el bucólico mundo de los fiordos, las
cascadas, los bosques y los prados de su país. Es paradójico que se
diera a conocer precisamente con Hambre,
una obra tan alejada de todo aquello. De hecho el Nobel se lo otorgó
otra literatura muy distinta (diríamos que puramente lírica y
elegíaca) en la que enaltece aquel goce del contacto con la
tierra que desde su infancia llevaba en su ser. Toda su vida echó de
menos una civilización rural y campesina que ya se encontraba en
proceso de extinción.
Al
menos sació su hambre de gloria. Con sus más de una veintena de
obras escritas Henry Miller lo tuvo por el Dickens de su generación,
llegó a ser el escritor preferido de Herman Hesse y de él dijo
Thomas Mann que nunca nadie había merecido tanto el premio Nobel.
A
título de anécdota, la primera vez que Hambre
fue conocida y tanto sorprendió, resultó ser
anónimamente, a través de una revista y tan sólo una de sus cuatro
partes. Cuando la terminó de escribir y estaba ya en la imprenta intentó
que no se publicara. Se había traducido El
jugador de Dostoievski el cual estaba a la venta en
las librerías y —hipersensibilidad extrema— temía que se le
fuera a acusar de plagio.
Y
ahora el triste final. Hamsun vivió hasta 1952 (más de noventa y
dos años) y, sin embargo, en su país, en Noruega es hoy un
proscrito, un desconocido. Todos los intentos de que una calle de
Oslo lleve su nombre han fracasado hasta el momento. ¿Qué le hizo
identificarse con el régimen nazi y aplaudir la invasión de su país
por las tropas de Hitler en la segunda guerra mundial? Con
posterioridad a aquella fue procesado, se le sometió a un examen
psiquiatrico, se le declaró enfermo mental y se le desposeyó de sus
bienes. En su última obra, Por senderos que
la maleza oculta, un diario de su reclusión,
dejó escrito antes de cumplir los noventa años:
«En
mi vida, bastante larga ya, en todos los países por los que he
viajado y entre todos los pueblos y gentes con los que me he
mezclado, siempre he conservado y sostenido la patria en
mi alma. Y aún pretendo conservar allí mi patria, mientras espero
mi sentencia final».(2)
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(1)
Josef Wiehr: Knut
Hamsun, his personality and his outlook upon life
(2) El resaltado aparece así en el original
(2) El resaltado aparece así en el original