Acabé el último día citando a Cioran y no me gustaría dejarlo ahí abandonado sabiendo al menos que dentro de unos días, exactamente el ocho de abril, se cumplirán cien años de su llegada a este Planeta.
Cioran siempre me ha confundido; leo y releo sus páginas preciosistas como si se trataran de poesía y, sin embargo, noto que estoy ante una prosa destructiva aunque no violenta; prosa sibilina y enigmática, a veces difícil de asimilar, prosa que parece hubiera sido escrita por alguien salido de su yo y que estuviera escribiendo desde otra dimensión. No sé que pensar; hasta se ha mencionado que sus obras son como una consulta con el psiquiatra. Sus tesis, marcadas por un pesimismo llevado al límite, se leen no obstante con la ligereza que un esquiador evidencia cuando desciende por una rampa de competición -no se me ocurre una expresión más acertada.
De una somera biografía suya me quedan en el morral algunos rastros: "rumano", "...terribles episodios de insomnio", "...plan para suicidarse antes de cumplir veintidós años", "Francia", "...su editor destruyó la edición completa de Silogismo de la amargura porque no se vendían", "...vio dormirse ante sus incrédulos ojos al primero que le leyó la primera página de su Breviario de podredumbre, libro que reescribió al menos cuatro veces", "...vivió la mayor parte de su vida en hoteles", "...nunca se casó ni trabajó", "...jamás profesó religión alguna", "...se resistió a aceptar premios por su reticencia a recibir dinero en público".
Cuando por primera vez leí su Breviario de podredumbre tenía la sensación de que esa obra era realmente la copia de un auténtico devocionario (o de muchos refundidos) en el cual el autor había ido cambiando ciertas frases o palabras. Todo lo que el "clérigo Cioran", ese sacerdote de la nada había publicado en su breviario de putrefacción sobre la miseria de la vida y sobre la mierda que somos, tenía la sensación de que lo había leído antes en mi infancia o me había sido ya dicho; la diferencia estribaba sólo, exclusivamente, en que Cioran se quedaba ahí, y en aquella época anterior se nos decía que, por lo tanto y al menos, nos quedaba el Más Allá. De momento -no sé en el futuro- prefiero a Nietzsche el cual aseguraba que la vida puede que no sea podredumbre si sabe vivirse y encauzarse dionisíacamente, y él fue además el primero que se atrevió a predicar eso. Aunque en cuanto al "más allá", ambos coinciden.
Se me ocurre jugar con tres palabras: nada, algo y todo. Y me salen varias opciones: Nada y Nada (Cioran), Nada y Todo (Cristianismo), Algo y Nada (Nietzsche). Hay más combinaciones pero no me convencen. Cioran afirma en cierto momento que "Como no hay más que tres o cuatro actitudes ante el mundo -y poco más o menos otras tantas maneras de morir-..." A mí sólo me salen aquellas tres. Es posible que a algún exaltado, a un fanático de lo terrenal le parezca bien esta cuarta: Todo y Nada.
En mi morral consta que Cioran siempre suministra un concentrado de pesimismo que envenena mortalmente todos los ideales, las esperanzas y los posibles arrebatos místicos. En su A modo de confesión dice que sólo tiene ganas de escribir estando en una situación tensa, explosiva; entonces la escritura es para él como una salida que reemplaza a las bofetadas o a los golpes; es una forma de diferir una agresión, le resulta un alivio. "Escribir es -dice- deshacerse de nuestros remordimientos y de nuestros rencores, es vomitar nuestros secretos. El escritor es un desequilibrado que utiliza esas ficciones que son las palabras para curarse. (...) Cuando se escribe sobre un tema cualquiera, aunque sea mediocre, se experimenta un sentimiento de plenitud acompañado de una brizna de altivez". Algo de esto último es verdad.
Y en cuanto a su concepto del proceso creativo del que hablábamos el otro día desbarata todas las teorías y asegura que "Toda inspiración procede de una facultad de exageración (...) No hay verdadera inspiración que no surja de la anomalía de un alma más vasta que el mundo...". "No dejar nada a la improvisación o a la inspiración, vigilar a las palabras, sopesarlas, no olvidar nunca que el lenguaje es la sóla, la única realidad".
Terminaba el día anterior mis notas con Emile Cioran y hoy quiero finalizarlas con Caraco. Su nombre ha acudido a mi mente por otro breviario, la única obra que he encontrado traducida al español: Breviario del caos. Sin embargo me pareció más bien un "manual de suicidio". Al menos eso sugiere cuando al final ofrece al lector la ventana abierta, el cuchillo afilado y la soga oscilante.
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