¿Cómo se
explica qué? Pues sencillamente que uno de los más geniales e
influyentes escritores y pensadores del siglo de las luces se acabe
amancebando, o si se quiere uniendo sentimentalmente a una costurera,
a una vulgar criada durante treinta y dos años. Estamos de nuevo
ante una relación similar y tan insólita como la de Goethe con
Christiane y la de Joyce con Nora que ya hemos tratado aquí...
¿Existirán más casos?
En
sus Confesiones
dejó escrito: «Nada
manifiesta tanto las verdaderas inclinaciones de un hombre, como la
clase de relaciones a que está unido», y
respecto a ello señala mediante un asterisco una nota a pie de
página: «A menos
que se haya engañado en su elección... Por lo demás aléjese toda
aplicación injuriosa a mi mujer. Ella es a la verdad, más corta y
fácil de engañar de lo que yo había creído; mas por su carácter
casto, excelente, sin malicia, es digna de toda mi estimación y se
la tendré mientras yo viva». Y
lo cumplió.
Cuando
Jean-Jacques escribía esto contaba más o menos cincuenta y seis
años y hacía veintitrés que había conocido a Thérèse Le Vasseur
y la había hecho su amante. Pero veamos cómo se desarrolló todo
aquello.
Se
encontraba alojado de nuevo en París en una fonda que ya había sido
anteriormente su hogar: «Allí
me esperaba el único consuelo real que me ha concedido el cielo en
medio de mi desdicha...». Era
ella de «unos
veintidós a veintitrés años» y
la primera vez que la vio le «maravilló
su aspecto modesto y más aún su mirada viva y dulce... Ella era muy
tímida; yo lo mismo... De antemano le declaré que jamás la
abandonaría si bien no me casaría tampoco».
Sin embargo sí se acabó casando con ella.
La verdad es que aquel trotamundos que con las mujeres
tiene un especial encanto y a tantas ha conquistado y lo han
protegido, se convierte por primera vez en el protector de una
muchacha inculta que tal como él mismo relata no sabe ni contar el
dinero ni conoce el precio de las cosas, confunde las palabras con
sus opuestas y nunca consiguió leer correctamente la hora marcada
por un reloj o citar ordenadamente los doce meses del año.
¿Se habrá preocupado algún ensayista —quizás un
psicólogo— de analizar estas curiosas relaciones del genio con la
zafia criada-amante? Parece como si se tratara de una doble
personalidad, una doble vida. Es como si el genio escritor necesitara
una proyección exterior, una imagen mundana, una relación con su
entorno y su mundo circundante; pero a su vez precisara de su
soledad, su mundo interno donde pueda satisfacer su enorme ego
—afectiva y sexualmente— como un déspota, sin que le rechisten,
o ¿existe algo edípico también en esa relación? Entiendo que
necesita dos mundos para realizarse; en el primero no tiene cabida
esa mujer sumisa, del segundo excluye a la pléyade de personajes que
le alaban y le critican, y en medio un muro que separa esos dos
universos. Merece la pena recordar que la relación entre sexo, amor
y vida conyugal se resolvía al parecer según Demóstenes de la
siguiente manera: «Las cortesanas existen para el placer, las
concubinas para los cuidados cotidianos, las esposas para tener una
descendencia legítima y una fiel guardiana del hogar»(1).
Mas
continuemos con ciertos detalles que nos arrojen alguna luz. Nunca le
preocupó que Teresa hubiera tenido un
desliz apenas salida de la infancia debido a su ignorancia y a la
astucia de un seductor tal como ella se lo hizo saber. Una tan grande
ignorancia que le lleva a él a tratar de instruirla:
«Al principio me propuse formar su
inteligencia, mas fue tiempo perdido» confiesa
decepcionado, pero ello no le desalienta puesto que «En
Teresa hallé el suplemento que necesitaba; por su medio viví feliz
cuanto podía serlo...», y, además, con el
tiempo descubrirá que aquella persona tan ignorante —él la llama
hasta estúpida— tiene un instinto especial para las situaciones
difíciles y le ayuda a tomar decisiones eficaces que ni siquiera él
era capaz de vislumbrar: «Mas esta persona
tan limitada y, si se quiere, también tan estúpida raciocina de un
modo excelente en las ocasiones difíciles (...) en las catástrofes
que he sufrido, ella ha visto lo que yo mismo no veía; me ha dado
los mejores consejos; me ha sacado de peligros donde yo ciegamente me
precipitaba...», y todo ello a pesar de no
tener «...bastantes ideas comunes para que a
veces nos faltase motivo fecundo de conversación, no pudiendo hablar
siempre de nuestros proyectos...». Pero le
es suficiente sentirse querido por ella: «Veía
que me amaba sinceramente y esto redoblaba mi ternura», eso
a pesar de tener que soportar a la madre puesto que ella vive con su
familia: «...aunque Teresa fuese
desinteresada como pocas, no así su madre (...) Cuanto hacía para
Teresa quedaba destruido por su madre, que lo aplicaba al servicio de
sus allegados».
No
le agrada seguir viviendo así: «No salía
más que para ir a casa de Teresa, que vino a ser casi la mía», y
ello le lleva a buscar cierta autonomía junto a ella, necesita
independizarse de la madre, y, de ahí «el
deseo que tenía de mucho tiempo de no formar más que una casa con
Teresa». Tal es así que no lo duda, puesto
que «Había depositado mis más tiernas
afecciones en una persona grata a mi corazón y esta me
correspondía». Y, para ello, «con
los muebles que ya tenía Teresa lo reunimos todo, y habiendo
alquilado una pequeña habitación en la fonda..., nos arreglamos
como pudimos y allí vivimos apacible y agradablemente durante siete
años...» ¿Increíble? Sigamos:
allí son felices cenando junto a una ventana
sentados «...en dos pequeñas sillas
colocadas sobre una maleta... sirviéndonos de mesa la ventana... lo
delicioso de esas cenas que por todo manjar consistían en un cacho
de pan de baja calidad, algunas cerezas, un poco de queso y medio
cuartillo de vino...» ¿Cómo puede
explicarse esta felicidad a pesar de que siga reconociendo que su
Teresa «...tenía un corazón de ángel...
habíamos nacido el uno para el otro»? Se
acabará casando civilmente con ella a los cincuenta y seis años.
Pasemos ahora al gran escándalo que Voltaire provocó consecuencia de un
panfleto anónimo y clandestino que hizo circular para denigrarlo, y
que resultó ser el motivo de que dos años más tarde se pusiera a
escribir sus Confesiones:
Rousseau ha tenido
con Thérèse cinco hijos que ha ido depositando en la Inclusa.
Él
mismo trata de explicarlo en sus Confesiones,
y hasta cierto
punto intenta
justificarse ante el lector: «Mientras
yo engordaba..., mi pobre Teresa engrosaba por otro estilo...», pero
él había aprendido que en aquellos tiempos «...el
que más enriquecía la Inclusa era siempre el más aplaudido. Esto
me pervirtió». Para el primero de los cinco
hijos contó con la colaboración de su suegra, aunque con la
resistencia de Teresa: «He ahí la salida que
yo necesitaba, y me resolví a seguirla alegremente sin el menor
escrúpulo; y el único que hube de vencer fue el de Teresa».
Llegado el momento a Teresa la acompaña su
madre a casa de la comadrona y es esta la que deposita a la criatura
«en la Inclusa, del modo acostumbrado. Al año
siguiente vuelta a lo mismo...» Reconoce que
fue una «fatal conducta» pero
también razona que
«...entregando mis hijos a la educación
pública por serme imposible educarlos por mí mismo, al destinarlos
a ser obreros y campesinos mejor que aventureros y andariegos creí
hacer un acto de ciudadano y de padre...»; «...fueron cinco los que
tuve. Este proceder me pareció tan bueno, tan sensato, tan legítimo,
que si no me jactaba de ello, sólo fue por respeto a la madre»,
y, sin embargo «...el pesar me ha indicado
que me equivoqué».
Esta conducta de monstruo que sus enemigos aprovecharon para difamarlo
merece que la analicemos someramente a la luz de lo que algunos
estudiosos del tema han escrito sobre el mismo.
Primero de
todo: ¿tuvo realmente Juan-Jacobo cinco hijos? Más aún: ¿llegó a
tener algún hijo en su vida? No olvidemos su enfermedad
genito-urinaria ni mucho menos su vida «galante» con tanta dama a
la que, al parecer, a ninguna dejó jamás embarazada. En ningún
escrito para ser publicado en vida hizo mención alguna a su
paternidad, tan sólo lo hizo en aquellos que estaba previsto se
publicasen tras su muerte. De esos cinco hijos tampoco se ha podido
encontrar rastro o noticia alguna. ¿Fueron esos hijos tan sólo una
invención de Teresa? También, aunque ella los hubiera tenido pudo
ocurrir que Rousseau no fuera el padre de ellos, y que lo supiera,
aunque no nos parece verosímil. De igual forma es posible que jugara
un papel muy importante el salvar su virilidad para la historia
contando esa fábula; al fin y al cabo había sido toda su vida un
enfermo, y en consecuencia posiblemente un impotente. Sin embargo, antes de
revelarlo en sus Confesiones, «...cuando
Voltaire le acusa, se defiende, hace trampas y juega con las
palabras. La vergüenza le obliga a callar o a salirse por la
tangente: adivina que el silencio, el prestigio de su vida
desgraciada son, mientras esté vivo, su mejor defensa»(2).
La segunda
parte a comentar sobre el tema tiene que ver con las costumbres de la
época. Incluso suponiendo que los hechos sucedieran así y su
virilidad fuera cierta, la realidad es que cada tiempo tiene sus
modos y su proceder; él, tal como lo escribe, seguía «los
usos del país», «del modo acostumbrado». En
nuestra época, las prácticas abortivas en clínicas más o menos
clandestinas es el medio que parte de la sociedad utiliza para
deshacerse de los hijos no deseados, incluso son reconocidos ciertos
abortos como legales. A mediados del siglo dieciocho era práctica
habitual depositar en la Inclusa, así como en las iglesias y en los
conventos, a los recién nacidos por alguna razón no queridos —la
pobreza, el deshonor, la violación, el incesto. Se estima que la
cifra llegó a alcanzar en cierto momento a un tercio del total de
los nacidos. Ignoro las cifras proporcionales de abortos hoy día
respecto al número de embarazos, aunque debe ser fácil conocerlas.
Pero
lamentablemente nos vamos sin conocer la cuestión primera: ¿qué es
lo que pudo unir a una pareja como aquella o como las dos ya
citadas? ¿Les unió eso que se llama amor, el enamoramiento, del que
Ortega decía que se trataba solamente de «un estado de imbecilidad
transitorio»? No; en los tres casos que nos ocupa no hubo nada
transitorio; les duró toda una vida.
———————
(1) José A.
Marina: Cartas de amor
(2) Jean
Guéhenngo: Jean-Jacques Rousseau