lunes, 15 de agosto de 2011

Día Veintiocho: La humillación, la desdicha, la discordia: Ovidio

En las Memorias de Adriano sobre las que hablábamos "ayer", hay un pasaje en el que Yourcenar pone la siguiente frase en los labios de aquel: "Gusté por sobre todo de los poetas más complicados y oscuros, (...) Pero por aquel entonces amaba en el arte de los versos lo que toca más de cerca de los sentidos, el metal pulido de Horacio, la blanda carne de Ovidio". Y este último, Ovidio Nasón, ha sido el que me ha dado pie para saltar en la historia dos mil años atrás al objeto de hablar hoy sobre él. Y ello por varias razones:
     Ovidio fue un poeta, un escritor cuyas obras nos deleitan hoy en prosa, vapuleado por ese mal de todos los países y de todos los tiempos el cual han venido sufriendo tantos escritores posteriores a él: la censura, la intransigencia, el autoritarismo, el puritanismo, la inquisición, las épocas victorianas, los índices de libros prohibidos, el Fahrenheit 451. En una palabra, la quema de libros y el acoso y el castigo a sus autores por alguna clase de autoridad. Ovidio lo sufrió hace justamente tres años, más los dos mil anteriores; exactamente en el año 8 y bajo el poder del Emperador Octavio Augusto.

     Ovidio y su caso no sólo interesan porque parece que son de reciente actualidad, se diría que casi del siglo pasado. Ovidio interesa porque se trata de un escritor de casta que escribe de todo y sobre lo más variopinto, y que escribe elegía, épica, tragedia y hasta literatura licenciosa... Ovidio nos interesa porque no le arredra el castigo en cuanto a su arraigada vocación de escritor. No dejó de escribir ni siquiera durante la travesía del Adriático y a lo largo de su viaje a Tomis, el lugar de su exilio en la actual Rumanía a dos mil kilómetros (de los de aquella época) de su patria. Ovidio no dejó de escribir -se diría, y es verdad- ni a. de C. ni d. de C.
     Sin ánimo de ser exhaustivo ponderando a este genial escritor, viene bien parafrasear a un gran erudito de la literatura romana: "Ovidio ha sido en la tradición clásica el poeta latino de mayor garra: menos venerable que Virgilio, menos imitable que Horacio, menos apasionado que Lucrecio y que Catulo, menos tierno que Propercio o Tibulo, menos caprichoso que Lucano o Estacio. Es más directo que todos ellos, más elemental y próximo, más de todos los tiempos, más semejante a la vida" (1). ¡Eso es: "más elemental y próximo, más de todos los tiempos, más semejante a la vida"! ¿Pues no es capaz de relatarnos en su obra Amores un "gatillazo" que le sobrevino en uno de sus encuentros con una nueva amante?
     Yo he de decir que disfruté mucho en su día leyendo el Arte de amar, o los trucos para "ligar" en aquella Roma de los años en que comenzaba el Imperio, trucos que no han cambiado demasiado; como tampoco los de las mujeres para seducirnos, los cuales Ovidio va recomendando. ¡Qué barbaridad!, mentira parece que haya existido un Medievo entre la escritura de ese libro y el comienzo de este tercer milenio. Sobre aquella "obrita" dejé anotado que vino a ser, en mis lecturas del momento, como una brisa suave y perfumada de la dulce Italia de todos los tiempos.


     Mas yo quisiera profundizar hoy en Ovidio no sobre esos dos libros ni siquiera sobre su obra cumbre las Metamorfosis, sino sobre lo que escribió desde su destierro y, aún más, sobre los dos motivos que dieron lugar a aquel. Me estoy refiriendo sobre todo a las Tristes: una elegía, un doloroso lamento en epístolas de su aciaga suerte; aquellas cartas las cuales se puso ya a escribir camino de su exilio, justo al tiempo de comenzar a degustar aquel "alimento de los héroes" del que un día hablamos: "la humillación, la desdicha, la discordia".
     Esa "relegación" o destierro decretado  personalmente por Augusto, oficial y públicamente impuesto por ser autor de el Arte de amar que fue retirado de todas las bibliotecas y prohibida su lectura, dice él sin embargo que le fue también impuesto por haber visto algo que no tenía que haber contemplado, un error. ¡Pobre Ovidio lamentándose de ello en sus Tristes!: "Concedamos que me han perdido dos delitos: un poema y un error; sobre la culpabilidad del segundo de estos delitos es mejor que calle...". "¿Por qué tuve yo que ver algo? ¿Por qué tomé culpables mis ojos? ¿Por qué, ¡imprudente de mí!, tuve yo conocimiento de aquel delito? ...una equivocación ha sido el motivo de que se me acuse". "...conviene que permanezca oculto bajo el velo de una oscura noche". "Busco en la poesía el olvido de mi situación calamitosa".
     No han conseguido ni la historia ni los historiadores saber esa segunda causa; ¿qué diantre es lo que vio? Si a Livia la mujer del Emperador desnuda, al propio Augusto en pleno incesto con su hija, los preparativos de un envenenamiento, los de una conspiración... ¡Verdaderamente apasionante! Lo "triste" es que jamás regresó de la actual Constanza desde la que fue enviando las Tristes a su esposa y a determinados amigos, y sus Pónticas (o epístolas desde aquella región: el Ponto Euxino) a personajes importantes y a otros amigos. Nueve años allí y, finalmente la muerte. El gran regalado, placentero y mundano Ovidio que supuestamente entraba y salía de palacio cuando le parecía, tuvo que sufrir aquello.
      Veamos. En su destierro Ovidio escribe cuatro obras. Además de las dos ya citadas escribe Nux e Ibis; y esta última es la que ahora nos interesa porque "va dirigida contra un enemigo del poeta, presumiblemente el culpable de su destierro", "un enemigo al que desea todos los incalculables males, sufrimientos y muertes que padecieron diversos personajes míticos, legendarios o históricos". Se trata de un opúsculo injurioso e insultante plagado de invectivas que pone de manifiesto el odio que le profesaba: "Que la tierra te niegue sus frutos, el río su corriente, el viento y la brisa te nieguen sus soplos", "...me alimentaré siempre de la esperanza de tu muerte", "...te maldigo a ti y a los tuyos" son algunos de los improperios más suaves que le dedica en seiscientos versos.

     Lo siento; soy consciente de mi atrevimiento, pero humilde y personalmente no me he creído nunca que el motivo de su deportación fuera otro distinto que el oficial. O sea, que su Arte de amar (a pesar de que era conocida y se venía leyendo desde hacía ocho años) fuera tenida por licenciosa por Octavio Augusto en aquel período del Imperio en que él preconizaba y exigía mediante leyes la "moralidad" en las costumbres. Y he aquí mi razonamiento:
     -¿Cómo es posible que aquello que Ovidio vio no lo llegara jamás a confesar por escrito, ni siquiera a comentarlo a otros, tales como su esposa, hija y amigos íntimos que nos lo hubieran transmitido? Si lo hubiera hecho lo habríamos llegado a conocer, hubiera sido vox populi en Roma. Nunca lo hizo.
     -Si lo que vio afectaba gravemente al emperador, ¿por qué no deshacerse de Ovidio pagando unos pocos denarios a cualquier asesino -algo muy común en la época- y no exponerse a que algún día fuera aquello públicamente conocido?
     -¿Por qué razón Ovidio ocultó la identidad de su gran enemigo contra el que sin embargo escribió aquel opúsculo oprobioso, insultante y colmado de maldiciones? Evidentemente no podía citar su nombre por algún motivo muy serio.
     -¿Cómo es posible que una vez fallecido Augusto no se le desatara la lengua y dijera qué fue lo que vio, después de tanta inutil alabanza y adulación a aquel en las Tristes y en las Pónticas esperando su perdón y repatriación?
     John C. Thibault en su obra The mystery of Ovid's exile, después de rebatir todos los supuestos motivos y causas que se han barajado a través de la historia, viene a decir (reproduzco textualmente): "Ovid may never have kown the real cause o his exile. A victim of the secret policy or suspicions of a despot, he may vainly have lamented at Tomis an error that was not only venial, but really irrelevant".


      Finalmente y en dos palabras. Utilizando la lógica y los hechos que hemos relatado hay que deducir que alguien, aquel enemigo (que sabemos hablaba en el Foro) al que él apoda Ibis -el cual debía ser desde luego un personaje importante, poderoso y cercano al Emperador- por envidia, o por otra razón que desconocemos, debió ser el que intrigó ante Augusto acerca del Arte de amar para que nuestro poeta fuera deportado; y eso Ovidio lo debió saber. Pero al tiempo es posible que el mismo Ovidio sospechara que el haber posiblemente presenciado casualmente algún irrelevante hecho sucedido en la corte, al que él le dio una excesiva importancia, era también la causa de su desgracia.
     Sin embargo es necesario deducir que ese enemigo debía tener las espaldas muy cubiertas, o en otras palabras: tenía que tener a Ovidio muy bien "cogido" o "agarrado" para que no hablase ni sobre él ni sobre lo que había visto: ¿estaban amenazadas quizá las vidas de su esposa e hija? Posiblemente Ovidio razonó siempre que el hacer público el nombre de su enemigo y lo que él había visto (es posible que también quizás su enemigo supiera qué era), hubiera hecho más fatal la situación para los suyos y para él.


     "Es necesario aprender a sufrir lo que no se puede evitar". Lo dejó escrito Montaigne en sus Ensayos muchos años después.
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(1) Ruíz de Elvira, Antonio: Valoración ideológica y estética de las Metamorfosis