¿Puede
una fortísima tormenta cambiar la vida de un hombre? O mejor y más preciso:
¿puede que una noche de tormenta perfecta, como se dice hoy, haga que un joven
dedicado por entero a la poesía y enamorado platónicamente de una muchacha, con
la que ni siquiera ha cruzado una palabra, sufra una crisis espiritual o de
identidad que le haga decidir un cambio radical en su modo de vida?
Fue posiblemente la famosa
«noche de Génova» del 4 al 5 de octubre de 1892, cuando Paul Valéry tenía
veintiún años, la que nos deparó al poeta filósofo que de otra forma nunca
hubiera existido. Tras aquella noche decidió evadirse y renunciar a todo
aquello que pudiera impedirle el dominio de su propio ser. «Decidió abandonar
la actividad poética: se le rompieron entonces los «ídolos» del amor y de la poesía» (...) «cosas vagas» que enturbian la lucidez soberana del intelecto»(1),
y prometió dedicarse en adelante al estudio, sobre todo al de las ciencias y en
especial a las matemáticas, poniendo también una atención especial a la mente y
al espíritu.
Afortunadamente no se
cumplió todo ello tan rígidamente y Paul Valéry volvió a poetizar y a amar. Sin
embargo, lo que aquella tormenta nos deparó fue un «versificador» como él se
denominará, y al tiempo un pensador acerca del «mundo, el cuerpo y el
espíritu».
¿Qué sucedió aquella noche? Oigámosle: «Noche espantosa. La pasé sentado en la cama. Tormenta por todas
partes. Con cada rayo, una claridad deslumbrante en mi cuarto, y todo mi destino,
en mi cabeza. Estoy entre yo y yo.
»Noche infinita. Crítica.
Tal vez como consecuencia de esa tensión de la atmósfera y del espíritu. Y esas
explosiones recurrentes, cada vez más intensas, del cielo, ese relampagueo
repentino, abrupto entre las paredes de cal claras, desnudas.
»Por la mañana me siento OTRO. Pero
—sentirse OTRO— no puede durar mucho, ya sea que uno vuelva a transformarse en
lo que era y el anterior venza, ya sea que el hombre nuevo absorba al anterior
y lo aniquile».
No habla aquí sin embargo de
la pasión amorosa que le inspiraba una bella catalana de Montpellier, Madame de
Rovira, «l'idole catalane» que
representaba su descontrol interior y por la cual el joven Valéry experimentó
una pasión muda y dolorosa y ello sin siquiera conocerla:
—«El amor insensato hacia
esa dama de Rovira que nunca conocí sino de vista»
—«Fue un período muy duro
y muy fecundo. Una lucha contra los demonios. Noche de Génova en octubre del
92»
—«La señora de Rovira. Me volví loco y horriblemente desdichado durante años, ¡imaginando a esta mujer con la que ni siquiera llegué a hablar!»
—«Esta ingenua, brutal y
temible decisión-descubrimiento hecha para y por defensa general contra mi
capacidad de sufrir en espíritu —(Madame de Rovira) con un mínimo de causa (continuación, por otra
parte, del ejercicio de la conciencia-conciencia (C²) y del trabajo de
versificación), me apartó muchísimo de todos»
Desde entonces se levantará
todas las mañanas entre las 4 y las 5 de la madrugada a escribir tres o cuatro
horas —«entre la lámpara y el sol»— sobre los temas más diversos que pueda uno
imaginar. Realizará un extraordinario ejercicio mental que plasmará en
magníficas reflexiones y aforismos, apuntes psicológicos, análisis estéticos,
disquisiciones filosóficas, consideraciones sociológicas, poemas en prosa,
críticas literarias, ensayos y hasta formulas matemáticas, dibujos e inclusive
datos autobiográficos. Esas notas y apuntes redactados entre dos luces —su
particular «livro do desassossego»— serán los Cahiers, los «cuadernos» que no dejará de escribir durante los
siguientes cincuenta y un años de vida que aún le quedaban por vivir
—fallecería a los setenta y cuatro. Resultarán en total 261 cuadernos que se
publicarán en la década de los años cincuenta del pasado siglo en una edición
facsímil de veintinueve volúmenes con un total de 26.600 páginas.
Decíamos que afortunadamente
no se cumplió tan rígidamente lo decidido aquella noche, puesto que veinte años
más tarde volvió a escribir poesía, aunque... filosófica. Hacia 1913 —contaba
cuarenta y dos años— volvió a versificar, pero esta vez «con pensamiento». Será
La joven Parca la primera obra; le
llevó cuatro años y fue calificada como un drama y al tiempo una metamorfosis
de la conciencia humana; muy lejos por cierto de aquellos poemas escritos entre
los dieciséis y los veinte años y que verán la luz bajo el título Álbum de versos antiguos.
Pero lo más sorprendente es
que aquella obra, o su más conocida El
cementerio marino, a Valéry le podía haber llevado, como le llevaron los Cuadernos, el resto de su vida: «Me ha gustado trabajar una página —como un
pintor un cuadro— indefinidamente. Sin límite»; «Trabajo una estrofa, no me
quedo satisfecho diez veces, veinte veces, pero a fuerza de insistir me
familiarizo no con mi texto, —sino con sus posibilidades, sus armónicos». Fue gracias a Gide que La joven Parca dejó de estar en un cajón para ser retocada de vez
en cuando y fue publicada. Respecto a su famosísimo poema El cementerio marino, escuchemos lo que él mismo cuenta:
«Una tarde del año 1920,
nuestro inolvidable amigo Jacques Rivière, que acudió a visitarme, me encontró
ante un "estado" de ese Cementerio marino pensando en revisar, suprimir, sustituir, retocar aquí y allá...
Rivière no paró hasta que consiguió leerlo, y después de leído, hasta que se
quedó con él». No es extraño que tardara más de cuarenta años en escribir
el Narcisse.
Estamos ya haciendo su
biografía y no hemos dicho que, al igual que Rilke y Yeats, Valéry vivió a
caballo del XIX y del XX. Qué casualidad que el gran poeta en alemán hubiera
nacido en el año 1865, el bardo que poetizó en inglés en 1875 y el
«versificador» en francés en 1871. No olvidemos que Rilke llegó a traducir a
Valéry al que personalmente conoció.
La primera luz que vio Valéry, hijo de corso e
italiana genovesa, fue la luz mediterránea iluminando aquel cementerio blanco
de Sète tendido al azul del mar. De nuevo estamos ante aquello que decía
Marina, y que parafraseábamos ayer, de que «el escritor vuelve a la infancia
como vuelve el emigrante a un país del que le hubiera gustado no salir nunca».
Al igual que las cenizas de Yeats regresaron a Sligo, también volverán a Sète
las cenizas de Valéry; exactamente al «cementerio marino» de aquel lugar,
próximo a Montpellier, que dio nombre al más popular o famoso de sus poemas.
El resto de sus datos
biográficos o son intranscendentes o ya los hemos mencionado. Se instala en
París a los veintitrés y cultiva la amistad de Stéphane Mallarmé y André Gide
entre otros muchos escritores. Pero tiene que comer, y aunque licenciado en
derecho trabaja como redactor de una revista del Ministerio de la Guerra; tres
años después, y hasta que la fama se lo permite y su empleador fallece, lo hace
como secretario particular del director de una poderosa agencia de noticias;
ambos empleos sin rígidos horarios le permitirán compaginar las actividades
literarias. Cuenta entonces cincuenta y un años y es ya un afamado ensayista y
poeta filósofo; tres años más tarde ingresará en la Academia Francesa.
Terminará siendo el poeta francés más citado del siglo veinte al igual que
Victor Hugo lo fue del anterior; y de la misma manera que sucedió con aquel, el
día de su muerte será declarado en Francia día de luto nacional.
Y, sin embargo, será también
muy discutido entre sus contemporáneos y aun entre los posteriores a él. ¿Por
qué? ¿Escribía Valéry únicamente para las minorías? Recuerdo que cuando leí sus
Estudios literarios, en el que se
incluían diversos ensayos —algún discurso también— sobre muchos personajes de
la literatura, me sorprendí y me sentí confundido; la prosa, la composición, el
discurso de Valéry lo encontré de difícil lectura. Aunque me parecía estar
leyendo a Ortega cuando este escribía sobre autores y obras literarias, me
resultó sin embargo muy lejos de la simplicidad del lenguaje y de la exposición
del hispano. O lo que es lo mismo, noté que ambos tenían un idéntico anhelo
escribiendo, un mismo objetivo y sentimiento, pero el francés daba la sensación
que prefería escribir sólo para unos pocos.
Cioran dijo que «Valéry hizo
del lenguaje su dios, (...) se convirtió en un fanático del verbo, o de la
"forma" si se prefiere». En otro trabajo sobre él, afirmó que «para un autor resulta una
verdadera desgracia ser comprendido», y que Valéry «cometió la imprudencia de
dar demasiadas precisiones sobre sí mismo y sobre su obra, (...) que disipó
buena parte de esos malentendidos indispensables al prestigio secreto de un
escritor..., exageró hasta el vicio la manía de explicarse»; que «cada vez nos
interesa más no lo que un autor ha dicho, sino lo que hubiera querido decir»,
para seguidamente
hablar del
esfuerzo de aquel por «lograr un brillo abstracto de la frase». Todo lo cual puede que esté en
perfecta consonancia con lo que el mismo Valéry pensaba. En uno de sus textos,
precisamente acerca de Mallarmé, encontré quizás la explicación; dice allí
Valéry: «La facilidad de lectura se ha
convertido en una especie de regla (...) Todo el mundo tiende a leer aquello
que todo el mundo hubiera podido escribir. (...) que no se le ocurra a nadie
pedir un esfuerzo, ni invocar la voluntad. (...) Por lo que a mí respecta, debo
confesar que si algún libro no me ofrece alguna resistencia prácticamente no me
entero de nada.» Por eso él utiliza la perífrasis y la oración retorcida,
con lo cual hay que leer el texto más de una vez para captar cual es el
mensaje. Insólito ¿no?
Digamos que en el otro
extremo de Cioran hubo otros muchos que no ahorraron palabras para elogiarlo.
Octavio Paz nos dejó escrito lo siguiente: «Cuando era adolescente, uno de los
escritores que más veneraba era Paul Valéry. Lo he releído hace poco y
encuentro que el verdadero filósofo francés de nuestra época no es Sartre: es
Valéry, como lo revela, sobre todo, la publicación póstuma de los Cahiers».
Y es que los Cahiers son algo distinto, y sin ninguna
duda extraordinarios. Yo me voy a permitir traer a estas páginas algunos de los
apuntes realizados entre dos luces, durante tantos años, por aquel hombre
genial. Los he escogido de mi macuto en el que guardé bastantes de la selección
de sus Cuadernos que se publicó en
español en la década pasada, y lógicamente pertenecen exclusivamente a las
secciones —de las treinta y una en total en que sus apuntes fueron
clasificados— relativas a Lenguaje, Literatura, Poesía, etcétera. Pienso que
descubren mucho de la personalidad y el pensamiento literario del escritor.
—«El verdadero escritor es un hombre que no encuentra sus palabras. Así
que las busca. Y buscándolas, encuentra las mejores»
—«Cuando una obra es muy hermosa, pierde su autor. Ya no es propiedad
suya. Conviene a todos. Devora a su progenitor —Él sólo fue su instrumento. La
obra lo despoja»
—«Escribir —para conocerse— y eso es todo»
—«Aprovechar el accidente afortunado. El verdadero escritor abandona su
idea en beneficio de otra que le surge mientras buscaba las palabras de la que
quería, a través de las palabras mismas»
—«Mediante la mezcla de palabras muy corrientes, el escritor sabe
ensanchar el mundo expresado»
—«El deseo de originalidad es el padre de todos los préstamos, de todas
las imitaciones»
—«El placer literario no consiste tanto en expresar tu pensamiento como
en encontrar lo que no te esperabas de ti mismo»
—«Las tres cuartas partes de un trabajo hermoso se va en rechazos»
—«Escribir. Resolver una nebulosa interna»
—«Las bellas obras son hijas de su forma —que nace antes que ellas»
—«En la
práctica literaria, las palabras proporcionan, como promedio, tantas ideas como
las ideas proporcionan las palabras»
—«En cuanto un escritor es bueno para mucha gente, desconfío de él del
mismo modo que desconfío de mucha gente»
—«No es nunca el autor el que hace una obra maestra. La obra maestra se
debe a los lectores, a la calidad del lector...»
—«Escribir es necesitar a los demás»
—«En nueve de cada diez casos, es cien veces más fácil escribir una
cosa bella que una cosa precisa»
—«Prefiero ser leído varias veces por una sola persona que una vez sola
por varias»
—«Cuando el verso es muy hermoso no pensamos ni siquiera en
comprenderlo»
—«El verdadero poeta no sabe exactamente el sentido de lo que acaba de
tener la fortuna de escribir»
—«Hay que ser verdaderamente estúpido para atribuir a un poeta los
sentimientos que aparecen en sus versos»
—«Es poeta aquel a quien la dificultad inherente al verso le da ideas
—y no lo es aquel a quien se las retira»
—«Es un dicho gracioso y trillado afirmar que el poeta expresa sus
dolores, sus grandezas y sus aspiraciones en sus versos. Eso sólo es verdad en
poetas vulgares...»
—«El trabajo del poeta es quizá, de todos los trabajos, aquel en el que
la mayor impaciencia tiene esencial necesidad de la mayor paciencia»
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(1) Enciclopedia Garzanti de la Literatura