miércoles, 15 de agosto de 2012

Día Sesenta y nueve: Escribir hasta alcanzar el delirium tremens...


Ignoro si todavía hoy el Washington Post comenta cada siete de octubre que en la madrugada de ese día han aparecido en Baltimore, depositados sobre la tumba de Edgar A. Poe por una mano anónima, una rosa roja junto a una botella mediada de coñac; hace unos años lo hacía. El escritor había acabado falleciendo en un hospital de esa ciudad al haber sido encontrado en estado grave y delirando en una de sus calles en la noche del siete de octubre de 1849. Tenía apenas cuarenta años.


   Habiendo hablado los últimos días de Rousseau, me hubiera gustado comenzar hoy recordando que Poe terminó una de sus más distintivas obras, Los asesinatos de la calle Morgue, citando una frase en francés de aquel tomada de su obra Julia o la nueva Eloísa.  Rousseau mencionaba allí que era una manía de todos los filósofos de todos los tiempos «negar lo que es y explicar lo que no es». Y aunque he preferido comenzar hablando del luctuoso suceso de la muerte de Poe y de cómo hasta hace algunos años era allí recordado, me quedan razones para traer esta sutil expresión aquí casi como lema exclusivo de este genial norteamericano. Veamos algunas de esas razones.
Ante todo, aquel extraño poeta incomprendido en su país, era cáustico, un sarcástico; lo notaréis leyéndolo. Pero también era sorprendentemente un filósofo que conocía oportunamente la cultura europea: «...un novelista, un crítico, un filósofo que no estaba hecho a su medida —la de América» dijo de él Baudelaire, su gran descubridor y divulgador.
Todo nos dice que Poe, aunque nacido en Boston, no era americano; Poe era un europeo errante en aquel país en el que se sentía despreciado e incomprendido. En Poe se detecta el spleen, aquel tedio que tanto invadió a los europeos de su época: «En vano he intentado remontar esta melancolía... Estoy destrozado y no sé porqué»; esa melancolía que allí, en la América de los descubrimientos frenéticos, del nacimiento de la técnica, de los grandes avances en física, en ingeniería, en química, de la industrialización y la mecanización, nadie experimenta, nadie siente.
Allí va, de Boston a Filadelfia, de Baltimore a Richmond y a Nueva York y siempre desarraigado de aquella sociedad norteamericana de su tiempo: «....los EEUU fueron para Poe una enorme jaula», América siempre lo consideró un descarriado, un extranjero que trataba de llevar al papel sus pesadillas enfebrecidas y sus quimeras de alcohólico las cuales a nadie allí le interesaban —«Vivo continuamente inmerso en una ensoñación de futuro».
Repetimos: ¿Poe filósofo?; sí, en parte lo fue. Así lo conceptuó Baudelaire, Mallarmé y Valéry. Su gran obra final Eureka, además de un poema cosmogónico es al tiempo un ensayo filosófico anticipativo del big bang que nos retrotrae hasta Lucrecio con su poema filosófico De rerum natura o De la naturaleza de las cosas. Y aunque se lo dedicó «a aquellos que sienten, más que a los que piensan», hemos de decir que tanto los primeros como los segundos están en esa obra midiendo la creación: ¿o es que no es filosofía enunciar lo siguiente?: «La proposición general es esta: Puesto que nada fue, en consecuencia todas las cosas son».


No obstante también nosotros nos estamos descarriando. ¡Desconcertante Poe! Concentrémonos en este intérprete de misterios del que hasta su misma vida fue uno de ellos. Sobre todo poeta, pero también crítico, autor de cuentos y ensayista. Y no nos quedemos ahí: estamos ante el fundador de la novela policíaca de la que autores como Christie, Doyle, Simenon y otros tanto aprenderán. Y aún más: fue primigenio entre los de la todavía no nacida ciencia ficción que más tarde le seguirán; y siempre con un sesgo de romanticismo entre sus elaboradas técnicas narrativas tan desconcertantes por su diversidad.
Entre lo terrible, lo maligno y lo satánico, y a la sombra de la ya agonizante novela gótica con aquel gusto por la oscuridad, las ruinas, los castillos, el culto a la muerte y lo oculto, Poe inventará y aplicará una lógica y un concienzudo raciocinio que él llamará el método analítico («El hombre verdaderamente imaginativo es un analista»), para desentrañar los misterios de sus espeluznantes crimenes con descuartizamientos y degollamientos incluidos, y a veces aderezado con intrincados criptogramas y anagramas que desconcertarán al lector amigo de lo horripilante y de lo grotesco. He aquí lo que le gusta expresar, acerca de lo que quiere escribir: «...del individuo elevado a la magnitud de lo grotesco, de lo terrible coloreado de horripilante, de lo ingenioso exagerado hasta lo burlesco, de lo singular forjado de manera que adquiera la forma de lo extraño y de lo místico». Y a continuación dice que si ello parece de mal gusto, él tiene sus dudas a este respecto. Es lo que él mismo denominaba como «arabesco»: lo extraño, lo extraordinario, lo fantástico.
¿No es sorprendente que también Poe al igual que los más grandes, hasta como el mismo Dostoievski esté hoy considerado como un hombre con dos personalidades? Para unos, para los que lo conocieron en los momentos íntimos se trataba de un hombre afectivo, cariñoso, benévolo, cordial y afectuoso; para otros fue un arrogante y un irritable, un sujeto torvo y sombrío y hasta falto de principios y de conciencia. «Su agudo sentido crítico, su cinismo, su extraordinaria inteligencia, su inmensa soberbia, le granjean la enemistad de cuantos le tratan»(1). Los dos caracteres cohabitarán en la mente del «poeta maldito» por excelencia con el que se identificará Baudelaire. Y también en las vidas de ambos convivirán los mismos espectros: la miseria económica, el desamparo, los odios literarios, el alcohol, la incomprensión y la soledad. Y ello hasta el punto de que el francés encuentra en Poe ideas y frases enteras que él mismo dice haber tenido en su cerebro. No es extraño que Baudelaire publicara Las flores del mal al tiempo que terminaba de traducir al francés los cuentos de Poe; encontró en él un poeta maldito no sólo en su vida sino «en su aislamiento, en su fracaso en el  mundo, el poeta proscrito de la sociedad»(2).Tiene sentido aquello que él mismo decía: «Es un placer tan grande como útil comparar los rasgos de un gran hombre con sus obras».


Esbocemos algunos trazos de su inquietante vida infeliz, atormentada, errante y amoral salpicada por el alcohol, el opio y el láudano. Madre tuberculosa y muerta cuando él cuenta dos años; acogimiento por un matrimonio y estancia desde los seis a los once años en Escocia y Londres con esos sus nuevos padres;  en la Universidad de Virginia donde entre lenguas antiguas y modernas alterna el juego y el alcohol; ruptura con sus protectores; soldado, sargento, cadete en West Point, expulsión. «¿Existe pues una providencia diabólica que prepara las desgracias desde la cuna?» se pregunta Baudelaire escribiendo sobre él. Se casa en secreto con su prima de trece años Virginia —«joven, pálida, morena, bellísima y enferma de tisis»— para quedar viudo once años más tarde; son los años de su esfuerzo literario. Después nada. Bueno, sí: Eureka. «Escribió esta obra después de la muerte de su joven esposa. Alucinado y borracho, errante en Filadelfia un año después escribiría: «No tengo deseos de vivir desde que escribí Eureka. No podría escribir nada más». La obra parece haber sido escrita rápidamente, obedeciendo a un impulso incontenible»(3).
Y siempre la pobreza y la locura del alcohol: «Ni siquiera el demonio ha sido tan pobre como yo. No puedo más, tengo que morir (...) Nunca estuve realmente loco, salvo en contadas ocasiones en que mi corazón zozobró». Su obra El corazón delator la comienza escribiendo: «¡Es verdad! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, lo he sido y lo soy; pero ¿por qué dicen que estoy loco...? De nuevo Baudelaire: «Los desesperados ecos de melancolía que cruzan las obras de Poe tienen un acento penetrante, sin duda, pero hay que admitir que esa melancolía resulta solitaria y poco simpática para el común de la gente»(4).


Un par de apuntes finales a la indescriptible trayectoria de este genio durante tanto tiempo incomprendido. ¿Por qué razón mentía tanto Poe?, ¿pretendía burlarse de todo el mundo? Mintió en sus cartas, mintió escribiendo sobre sus datos biográficos; le gustaba confundir, mentir y contradecirse; mediante invenciones y embustes llegó a convertirse en un mito desconcertando a sus futuros lectores.
 Una vez fallecido sus primeras biografías aparecieron con datos de sus propios escritos personales que resultaron ser falsos. El mismo Baudelaire se fue posiblemente a la tumba creyendo —como relata en lo que sobre su vida escribió— que Poe había estado en Grecia y allí había luchado al estilo de Byron, al que admiraba, y que en San Petersburgo, en Rusia, había estado a punto de ser condenado a prisión en Siberia.      
Y, finalmente. ¿Qué pensar de aquella breve pasión o erotomanía platónica sufrida después de la muerte de su joven esposa? Se enamora sucesiva y hasta simultáneamente de varias mujeres —la mayor parte de ellas ligadas al mundo de las letras— de las que con algunas de ellas llegaron a ser fijados los esponsales. Algo inexplicable.
Pero sí hay algo de humano, demasiado y terriblemente humano como escritor en su vida: su coraje corrigiendo sus textos; lo mismo que Dostoievski, lo mismo que todos los grandes. Y su sinceridad expresándolo: «Los escritores prefieren dar a entender que componen mediante una especie de bello frenesí, y literalmente se estremecerían si dejaran que el público echara una ojeada tras las bambalinas a los innumerables vislumbres de ideas que no llegaron a la madurez de la visión plena, a las cautelosas selecciones y rechazos, a los dolorosos borrones e interpolaciones».
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(1) Narciso Ibáñez Serrador: Prólogo a Narraciones extraordinarias
(2) Antoni Marí: Poe, Lecciones de literatura universal
(3) Julio Cortázar: Prólogo a Eureka
(4) Charles Baudelaire: Edgar Allan Poe