Ante
todo quiero poner de manifiesto el por qué traer a Mark Twain en
este preciso momento, o digamos «Día». Y he aquí la razón:
cuando «ayer» y «anteayer» me refería al matrimonio Woolf
manejando aquella anticuada prensa en la que ejercían de cajistas
colocando los tipos a mano, línea a línea..., a mí me vino a la
cabeza una historia que Twain contaba en su autobiografía y que
entonces me dejó pasmado. ¿Se puede imaginar alguien a un cajista o
tipógrafo (no sé muy bien la diferencia, si es que existe) el cual
se dedica a publicar sin haber escrito previamente un manuscrito? ¡Lo
hacía directamente en la prensa al tiempo (de paso) que trabajaba en
ella para el periódico!; se llamaba Bret Harte y llegó a ser un
escritor distinguido y hasta embajador: «A
Harte le pagaban por poner los tipos para componer textos, (...) pero
aportaba algo de literatura al periódico sin que nadie le invitara a
hacerlo. (...) iba sacando de la cabeza su literatura mientras
trabajaba en la caja y la iba componiendo a la vez con las matrices
correspondientes».
Yo
también, de paso, me he detenido hoy placenteramente en este
sorprendente Mark Twain o Samuel L. Clemens, que ese era su nombre,
el cual además de piloto fluvial de aquellos vapores de paletas del
Mississippi comenzó como aprendiz de cajista de imprenta y allí le
nació la pasión de escribir.
Puede
ser que el atrevido lector de estas notas esté pensando que el autor
de Tom Sawyer y de
Huckleberry Finn no sea en realidad un
«escritor relevante» con sorprendentes obras e hitos en su vida y,
en fin, es posible que piense que no reune los atributos, cualidades
y características que se citan bajo el título de este blog.
Sin embargo, me atrevo a retar a ese lector a
que no pensará de igual manera después de conocer su vasta y
variada obra y su indudable complejidad humana.
«Van
Wyck Brooks quiere demostrar que Mark Twain era potencialmente un
genio...»; «Si algún derecho excepcional a nuestra memoria tiene
Mark Twain, es como escritor...»; «John Macy —"The Spirit of
American Literature", página 249— propone una conducta
desesperada: "reconocer que ese incorregible bromista es un
pensador poderoso y original»; «Mark Twain ha escrito Huckleberry
Finn, libro que basta para la gloria». Todo
esto lo he arrancado a cuajo de algo que Borges escribió con motivo
del aniversario de la fecha de nacimiento de aquel. Fue un 30 de
noviembre de 1935 cuando Borges comenzaba diciendo. «Hoy, a cien
años de esa fecha...»
Supe
por primera vez de Mark Twain, o Sam Clemens, quizás con siete o
nueve años de edad. ¡Ah!, la cueva de Tom Sawyer en aquella
película en color... —dudo que hoy, con una consola Nintendo o PSP
y hasta un simple iPod, los chavales tengan ganas de leer las
aventuras de aquel muchacho.
Y
fue últimamente, hace unos pocos años, cabalmente en el 2004,
cuando supe de la calidad disimulada y escondida que existía en este
gran hombre gracias a su Autobiografía, libro
nunca publicado en mi país hasta esa fecha. Fue a partir de ese
momento, repito, cuando descubrí a un genio nunca verdaderamente
conocido quizás por..., yo diría que por tres razones: primero
haber escrito aquellas dos obras para adolescentes que lo
encasillaron, segundo haber nacido en los Estados Unidos y en aquella
época y, tercero —y en consecuencia— haberse publicado tan sólo
de él aquello que resultaba cómico, humorístico, sarcástico y
mordaz. Se trata puramente de mi opinión.
«¿Soy
honesto? En confianza les doy mi palabra de honor de que no lo soy.
Durante siete años he ocultado un libro, que mi conciencia me dice
debo publicar...» Esto lo confesaba a sus
setenta años y al libro le había dado el título ¿Qué
es el hombre? Y ello sucedía cuando su fama
inundaba el mundo como el más conocido y valorado de los escritores
norteamericanos. Digámoslo sin rodeos: Mark Twain —como aseguró
Faulkner— fue el padre de la literatura norteamericana; después de
él vendrán todos los grandes que hemos conocido, aunque ninguno
llegará a ser como él.
Aquel
libro no se atrevió a publicarlo; «los americanos —pensaba—
eran ortodoxos y convencionales, y encerrados en una teología
infantil, (...) y él tenía que mantener su posición social...».
¿Sabíais que Huckleberry Finn la
comenzó a escribir con más de cuarenta años y lo tuvo archivado
durante ocho? «No sentía especial agrado por esa novela y tenía
pocos deseos de terminarla»(1). ¿Podéis imaginar que anhelaba ser
recordado como escritor por la biografía de
Juana de Arco a la que le dedicó muchos años
y que él la tenía considerada como su mejor obra?
Pero
una vez más me he precipitado. Ante todo, tratándose de Mark Twain,
hay que hablar en primer lugar de aquel Mississippi en cuya ribera
derecha, la del estado de Missouri, fue a vivir con su familia cuando
contaba cuatro años; y que sin él, sin ese Old
Man River, sería difícil concebir a este
sublime personaje de temperamento deslumbrante y a la vez escritor nato.
Si
algo tenía Sam Clemens eran inquietudes —eso además de ser un
«culo de mal asiento». Su ajetreada vida está sembrada de las
palabras «abandonar» y «comenzar». A la muerte de su padre le
pidió a su madre fervorosamente que le permitiese abandonar la
escuela, y allí, en Hannibal, sobre el Mississipi, comenzó como
aprendiz de imprenta. La abandonará para ganarse la vida como
impresor y gacetillero de ocasión en St Louis, pero... decide viajar
al este, a New York, a Filadelfia... para volver al estado de
Missouri. Tras haber abandonado su trabajo de escritor de breves
crónicas humorísticas, cuando bajaba por el Mississippi hacia New
Orleans dispuesto a llegar al Amazonas decidió que quería ser
piloto fluvial; tuvo que navegar durante dos años como aprendiz
hasta llegar a conocer como la palma de su mano las dos mil millas
del Mississippi que se le exigía para conseguir su título de
piloto. Durante otros dos años ejerció esa tarea: navegó
incansablemente con un puro en su boca las mil trescientas millas
llenas de recodos, embarcaciones, bancos de arena, troncos, barreras
y endebles embarcaderos que separaban St Louis de New Orleans.
«Pilotar
el río Mississippi no supuso un trabajo para mí; era un juego, un
juego delicioso, un juego vigoroso y aventurero; y me encantaba».
Y aunque el Mississippi le había conquistado para siempre, al
terminar la guerra civil y percibir que el tren amenazaba acabar con
el tráfico fluvial, abandona al gran río y decide trabajar como
minero: se marcha al oeste. Fracasado, abandona la minería de plata
en Nevada y retorna allí mismo al periodismo; fue en Virginia City
donde comenzó verdaderamente su carrera de escritor que ya no
abandonará. Escribirá durante cerca de cincuenta años más de
trescientas obras que hoy existen publicadas, aunque aún se siguen
descubriendo textos inéditos.
Por
cierto que, todavía, cuando escribía en el Enterprise
de Virginia City, no era Mark Twain; utilizaba otros seudónimos,
"Josh" por ejemplo. Pero necesitaba uno con fuerza, y al
saber de la muerte del capitán Sellers, otro navegante del
Mississippi que publicaba en la prensa de New Orleans informaciones
sobre el estado del río con aquel seudónimo, optó por apropiarse
del mismo. «Mark twain» o dos brazas de profundidad —un par de
marcas— eran las palabras que el sondeador del barco gritaba cuando
había al menos el mínimo fondo necesario para navegar por aquel
río. Si en la elección del seudónimo fue un plagiario hemos de
perdonarlo teniendo en cuenta que aunque se encontraba en Nevada no
había olvidado al gran Mississippi. El Old
Man River permanecerá en la imaginación de
Sam Clemens aun cuando durante toda su vida esté recorriendo el
mundo entero.
Sin
embargo es necesario señalar que este hombre de enormes bigotazos y
alborotada cabellera —que según cuenta en su autobiografía la
conservó toda su vida así gracias a que la lavaba con mucha
frecuencia— tuvo una envidiable existencia que a cualquiera de
nosotros nos hubiera gustado vivir. Yo lo tengo considerado en parte
como un «senequista», y no sólo porque era realista y ecléctico
en sus ideas, enemigo de dogmatismos y con un espíritu inquieto que
lo lleva al escepticismo y a la contradicción, sino porque como
aquel romano, por ejemplo, nunca le temió a la pobreza pero le
gustaba más la riqueza —«La honrada
pobreza es un tesoro que hasta un rey se sentiría satisfecho de
poseer, pero yo deseo deshacerme de él». No
le convenció jamás ningún credo religioso y se formó sus propias
ideas, se ha dicho que pertenecía a la religión de los
conformistas. Como a Séneca no
le agradaba la esclavitud y quería encontrar un poco de dignidad en
la «maldita raza humana», término que él mismo acuñó y utilizó
con mucha frecuencia y que lo acabó encasillando como pesimista; y
ello pese a que siempre trató de soportar la adversidad y el
sufrimiento con ánimo alegre y
burlón, haciendo
un chiste, y con ese ánimo escribía. No
cesaba de leer, escribir, viajar, moverse, y —como ya hemos dicho—
gustaba de «quemar las naves» y volver a empezar. Y, finalmente, a
mí me da la impresión de que era capaz de poseer una gran riqueza
como si no la poseyera, la sabía tener con el aire de
provisionalidad que la puede tener un condenado a muerte. No sé; es
posible que me equivoque, pero creo que no demasiado.
Mark
Twain puede que se estuviese riendo de sí mismo cuando anunciaba que
ya que había nacido cuando el cometa Halley había aparecido,
también moriría cuando regresara aquel: setenta y cinco años más
tarde; y el caso es que acertó. Durante cuarenta y ocho años
escribió libros de viajes, novela, teatro, biografía, ensayos y...
hasta filosofía, y todo por un primer éxito periodístico relativo
a una rana saltarina que fue leído en todo el país. Ganó una
fortuna y la perdió toda con un invento relacionado con la impresión,
pero se propuso recuperarla y recorrió el mundo contando historias
chocantes, y la volvió a conseguir. Cuando le sobrevinieron todas
sus desgracias familiares había residido en varios países y
recorrido muchas veces el mundo como corresponsal y
conferenciante —al igual que había antes recorrido cada rincón del Mississippi. Su mayor orgullo, sin embargo, fue haber sido
nombrado Doctor en Literatura por la Universidad de Oxford.
Y
pensar que todo ello le sucedió a aquel travieso chaval que en la
margen derecha del Mississippi vivió aventuras sin fin...: «¡Tom!
(...) ¡Diablo de chico! ¡Cuándo acabaré de aprender sus mañas!(2).
—————————
(1)
S. K. Ratcliffe: Introducción a ¿Qué es el
hombre?
(2)
Del comienzo de las Aventuras de Tom Sawyer