viernes, 9 de marzo de 2012

Día Cuarenta y nueve: ¿Que no ha leído usted el Ulises?

Pido disculpas por esta pregunta quizás irreverente para el lector, pero también quiero ofrecerle una explicación. En un ejemplar del periódico El País del año 1993 aparecía un artículo con el siguiente título: «Yo no he leído el Ulises, ¿y qué?». He pensado que podría ser la respuesta acertada a una cierta pregunta, y cavilando cual pudiera ser he elegido la que hoy aparece como título de esta «entrada».
         Recuerdo haberle leído a H. Miller en su obra Los libros en mi vida algo así como que algunos libros que le apasionaron a los veintitantos años le parecieron horribles, soporíferos e ilegibles a los cincuenta. Nos ha pasado a todos.
         Yo tengo que confesar, además, que con Ulises me sucedió lo anterior pero al revés, y tan sólo en el plazo de unos meses. Adquirí el libro después de haberme encontrado cientos de veces con toda clase de comentarios acerca de él, la mayoría positivos. Comencé su lectura y hasta dos veces lo abandoné sin pasar de su primer capítulo. Al tercer intento no sólo conseguí continuar con él sino que me empezó a encandilar; cuando conseguí terminarlo me había acabado deslumbrando aunque había pensado al principio que se trataba de una superchería. Sin embargo y para ser sincero, si bien me había encontrado con pasajes extraordinarios, es verdad que también hallé fragmentos e incluso capítulos inaceptables. En una palabra: es muy posible que el libro no acabe gustando a todo el mundo. Si se rechaza su lectura porque resulta malo, inatractivo, aburrido e incomprensible..., no pasa nada; se deja, y en paz; se supone que leemos para satisfacer nuestra curiosidad, para pasar un buen rato o para disfrutar una obra de arte. A Virginia Woolf, Bernard Shaw o André Gide no les gustó el Ulises e hicieron comentarios muy despectivos acerca del mismo.

      Antes de hablar acerca de su contenido o sobre lo que se piensa de él, me gustaría dejar constancia de que en su nacimiento, como en tantas otras grandes obras, tuvo mucho que ver la casualidad. «No se puede apresurar la inspiración. En nuestras manos está sólo depositar la semilla en el fondo de nuestra alma y esperar que un día, calentada por soles que desconozco e impulsada por una vida que en ella yacía adormecida, se despierte y brote convertida en la primera palabra de un verso»; «Hay en la creación una antipática injerencia de la casualidad». Esto que dice Marina(1) tiene mucho que ver con lo sucedido acerca del nacimiento de Ulises. Parece ser que Joyce había acariciado la idea de incluir un cuento más en su Dublineses pensando en un incidente sufrido por él mismo en el que fue golpeado en la calle por un soldado y atendido por un conocido judío-cristiano que le ayudó a volver a casa, personaje del cual se rumoreaba que su mujer le era infiel. Resultó ser un «cuento» de dieciocho capítulos que puede llegar a ocupar según la edición hasta las mil páginas, le llevó más de siete años en los que invirtió veinte mil horas de trabajo, y sufrió ataques nerviosos, úlceras y una significativa agravación de su enfermedad ocular.

Este judío buen samaritano, su mujer y el mismo Joyce son en la novela Lopoldo Bloom, Molly y Stephen Dedalus; tres personajes vulgares a los que no les acaece nada extraordinario. El Ulises es simplemente lo que va sucediendo en la vida de mister Bloom en Dublín, en su recorrido por la ciudad durante las veinticuatro horas de un día: el 16 de junio de 1904. Ulises es una Odisea que como aquella comienza y acaba en un mismo sitio pero sin héroes, guerras, cíclopes ni sirenas, excepto en los títulos de sus diferentes capítulos.
Aquello que Ortega y Gasset dejó escrito a principios del siglo, posiblemente antes de la difusión de Ulises, creo que nos puede explicar en parte el por qué de su gran éxito: «...creo que el género novela, si no está irremediablemente agotado, se halla, de cierto, en su periodo último y padece de una tal penuria de temas posibles, que el escritor necesita compensarla con la exquisita calidad de los demás ingredientes necesarios para integrar un cuerpo de novela».
 Ese puede que sea el secreto de Ulises, la gran oportunidad y novedad de Joyce fue compensar la falta de argumento, de clímax, de intrigas, enredos, maquinaciones y hasta de «planteamiento, nudo y desenlace», con otros ingredientes de calidad exquisita logrando así integrar un cuerpo de novela que..., no se parecía en nada al resto de las publicadas. Así Joyce, gracias a su Ulises, fue proclamado por Time en 1998 como el más prestigioso autor del siglo veinte. Y téngase en cuenta que desde su edición primera, en París el 2 de febrero de 1922, el día de su cuarenta cumpleaños (fue un capricho suyo) han transcurrido noventa —exactamente el mes pasado. ¿Y qué ingredientes le incorporó Joyce a ese insulso tema dublinés para que despertara semejante interés? Ah; ¡ciertos «ingredientes», como decía Ortega!, ese es el quid.
Veamos. En el Ulises los estudiosos y eruditos han encontrado se diría que de todo: el mismo Joyce declaró que en el libro hay un esquema interpretativo: «He metido tantos enigmas y rompecabezas que tendré atareados a los profesores durante siglos discutiendo sobre lo que quise decir, y ese es el único modo de asegurarse la inmortalidad». Se habla de claves, símbolos, significados ocultos y de citas cabalísticas; se reconocen diferentes estilos en cada capítulo; se elogia el genial uso de la palabra; se le reconoce contener un compendio universal de conocimientos e información; se dice que la obra está saturada de incontables y minúsculos detalles y precisiones, de incidentes que nada tienen que ver con lo narrado y que dejan al lector en suspenso; y, finalmente, que aquellos pasajes en los que el autor hace uso del monólogo interior o flujo de conciencia son excepcionales.
Pero lo que sí pudo haber sucedido —otro ingrediente— es que Joyce en la obra trató de plasmar sus más íntimos y recónditos sentimientos, aconteceres y experiencias sin disimulo y con toda su crudeza, y lo consiguió. Su publicación inicial mediante entregas en la revista norteamericana Little Review fue demandada por obscena; se suspendió y sus editoras tuvieron que pagar una multa. Hasta 1933 no fue autorizada su publicación y eso quizás gracias a que el juez, esta vez, era un gran enamorado de la literatura en general.
    He revisado mis anotaciones hechas del tiempo en que leía el Ulises. Me voy a permitir dejar aquí algunas; son sinceras, son las de una persona de la calle al que también le gusta la literatura como le sucedía al juez aquel:
 
«No he podido con el Ulises de Joyce. Pido perdón a quién corresponda pero lo he tenido que dejar. Estoy dudando entre crearme un complejo de ignorante o ir contra todo y contra todos, porque esta obra ha sido considerada como la obra cumbre de la literatura en lengua inglesa del siglo veinte. (...) Lo volveré a intentar más adelante a ver si entonces mi capacidad intelectual, mis gustos, mi afinidad por esa clase de prosa es la apropiada.
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    En la larga introducción se dicen tantas cosas acerca de esta novela... Uno llega a la conclusión de que no va a ser capaz de leerla jamás. Y aquí viene mi desconcierto: pese a todo lo que de ella se dice (ni instruye, ni deleita, es tediosa, indescifrable, complicada, oscura) a mí me está fascinando; ojo, tan sólo voy por el tercer capítulo. Es verdad que, a veces, parece que lo que allí se lee no tiene ni pies ni cabeza; esos párrafos dislocados, esos monólogos inapropiados, confusos; pero también esa riqueza de vocabulario tan rico, tan sugerente; hasta esas palabras que el autor se inventa. Yo le encuentro expresividad, poesía hecha prosa; yo diría que en la poesía ocurre un poco lo mismo: importa más la palabra, el vocablo exacto y la sonoridad que el orden, el argumento y los hechos narrados; es más importante la forma que el fondo, el contenedor que el contenido. Empiezo a respetar a Joyce; nadie que no sea un genio es capaz de escribir con ese fluir, esa riqueza, vivacidad, ingenio, energía, brío...
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    Joyce utiliza el lenguaje al igual que un pintor usa los colores; esa es mi conclusión. Jamás había imaginado que se pudiese escribir así, libre, sin ninguna atadura gramatical, lanzando al papel coágulos de palabras, pellas de vocablos en mezcolanza total para, con un pincel o una espátula invisible, conseguir tonos, sombras, brillos... ¿Qué importancia tiene que haya lagunas, frases inconexas, palabras ininteligibles si al final lo que obtiene el lector es siempre un cromatismo literario, una verdadera pintura que está latiendo de auténtica que es? ¿Es que cuando miramos una acuarela o un oleo nos fijamos en cada trazo o línea del artista? Lo mismo ocurre aquí. Nos queda la impresión. Eso es, se trata de literatura impresionista. ¡Y qué riqueza cromática y palpitante.
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    El capítulo 9 de Ulises no lo encuentro tan soberbio como los anteriores. No deseo dejar la obra a medias. Espero que me agarre de nuevo.
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Joyce: un torrente. Por cierto, a Joyce le llevó cinco meses el capítulo 10; demasiado tiempo para tal desaguisado. (...) Cuando lo comencé a leer me pareció que me estaban tomando el pelo. Como en la introducción se va preparando al lector para cada uno de ellos, recurrí a la lectura del correspondiente a este. Explicación: el autor ensaya nuevo estilo en él. Un desastre; se dice que ha sido muy criticado. Intentó una especie de nueva técnica, una combinación de música y literatura que denominó fuga per canonem. «Uno de los capítulos más difíciles del Ulises que ha decepcionado a muchos lectores», se dice textualmente.
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 Retomo el Ulises, página 337. Parece mentira que en la mejor obra en lengua inglesa del siglo veinte no haya un argumento serio, una historia, una trama; todo es verbo y  verbo y, sin embargo, qué fluidez, qué desenvoltura.
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He seguido  a ratos con el Ulises y sigo encontrando un volcán de expresividad, de fuerza; es como si se derribara una presa y el agua allí retenida pudiera escapar. ¡Qué más da el argumento cuando uno escribe! Pienso que la perfección en la escritura radica en ese caudal de ideas y de palabras bien colocadas aunque no tengan ni sentido ni exista trama alguna».
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    Perdón por este atrevimiento, pero son auténticas notas de mi exilio literario, y, a lo mejor ayudan a intentar leer el Ulises. No obstante, una advertencia: se ha dicho que no es obra para leer en el metro o en el autobús. Y es cierto; necesita cierta concentración. Suerte.
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(1) Marina, J. Antonio: Teoría de la inteligencia creadora