lunes, 10 de septiembre de 2012

Día Setenta y uno: Lucrecio y Cicerón: contiguos, lejanos, próximos...


En una de las entradas recientes, hablando sobre Poe y su Eureka citábamos al poeta Lucrecio y su obra De la naturaleza de las cosas. Ello me ha dado ocasión para adentrarme hoy en él y en lo poco que se sabe de su vida. Mas, afortunadamente, Lucrecio nos trae de la mano a Cicerón por las razones que veremos, y de éste sí que se sabe mucho, muchísimo. Y ambos son literatos de una categoría que no podemos obviar; lo garantizo.


   Y, ¿qué quiero decir con ese «contiguos, lejanos, próximos...» del título? Pues bien: dar mis razones sobre ello sería entrar directamente en materia, en la vida de ambos, sus vínculos y conexiones. Pero antes de nada se me ha ocurrido pintar un sencillo gráfico; ruego se me disculpe. Es este: 
 
                            C.      8     L.       43         L.   12     C.                            
                Años ——106———98—————55———43—   

  Pretendo con ello situar en el tiempo, al que nos vamos a marchar, al audaz y sufrido lector de estos apuntes. Se trata de los años de nacimiento y muerte de ambos —antes de Cristo claro— y de los transcurridos entre esas fechas. Es fácil ver así que el poeta Lucrecio tan sólo vivió cuarenta y tres años —que ahora reparo que fueron tres más que Poe y tres menos que Baudelaire—, y que sumando los tres números (o restando las cifras de los extremos de los años de nacimiento) resulta que Cicerón llegó a vivir sesenta y tres.
   Y ahora sí puedo ya «entrar en harina». Está claro que, en el tiempo, Lucrecio y Cicerón están próximos, son contemporáneos, yuxtapuestos; sin embargo, veremos que en su pensamiento y especulación, en su obra, son totalmente opuestos, nada en común. ¡Y no obstante Cicerón se esforzó en que el mundo conociera a Lucrecio!, ¿no es sorprendente?

   Lucrecio, «one of the greatest of Roman poets» según la Enciclopedia Británica, dicen las crónicas que enloqueció por efecto de una bebida mágica o embrujada, un «filtro de amor» que llamaban los antiguos la cual le había sido proporcionada por una mujer. No obstante, en sus períodos de lucidez, antes de suicidarse, escribió su gran obra ya citada. Por estas referencias —bebedizo, locura, suicidio— parece que los «poetas malditos» ya se daban mucho antes del siglo diecinueve. Si Baudelaire al morir no había publicado más que dos libros, de Lucrecio no sabemos si había «publicado» alguno; pero lo que es cierto es que De rerum natura fue conocida por el público después de su muerte cuando Cicerón la hubo revisado y corregido y la hizo divulgar.
   Nos falta preguntarnos por qué si su obra está considerada hoy como una de las más grandes de la antigüedad, ¿cómo es posible que biográficamente se conozca tan poco de él e incluso que poetas como Horacio y Virgilio lo ignoren a pesar de haberlo imitado? Tanta oscuridad hace pensar a los historiadores y eruditos que el bebedizo de amor junto con su locura y suicidio pueden ser datos falsos y malintencionados para desacreditarlo, porque —y esto es lo más importante— Lucrecio seguía la doctrina epicúrea. De hecho (y ya hemos llegado a la gran cuestión), su gran obra De la naturaleza de las cosas es simplemente toda la filosofía del griego Epicuro puesta en 7.400 versos latinos después de ser predicada por aquel filósofo en la Grecia de dos siglos y medio antes. Es como si un poeta de nuestro tiempo se remontara ahora a cantar a Rousseau y su Contrato social.
Lucrecio en aquella su obra «Canta la aurora y las tinieblas, el horror y el placer, los hombres y los dioses, el mar y los astros, la materia y el vacío, lo infinitamente grande y lo excesivamente pequeño, el amor y la violencia, la razón y la locura, la prudencia y la angustia, la naturaleza y la muerte...»(1). Se diría que son «las flores del mal» del siglo I a. C., puesto que la doctrina epicúrea estaba muy alejada de la religión del Estado la cual englobaba una muy distinta moral basada en la tradición romana, con la cual chocaba, y no estaba bien vista. Lucrecio trataba de librar al ser humano de los miedos por él inventados que le imposibilitaban el placer de vivir.
Que posteriormente la obra llegara casi a desaparecer se explica también por la aversión del Cristianismo a esa filosofía que como una secta llegó a tener en cierto momento tantos seguidores como aquel.
   ¿Se pudo llegar a suicidar Lucrecio? Psiquiatras ha habido que han deducido de algunos aspectos de su obra que podría tratarse de una personalidad maniaco-depresiva: «Lucrecio, poeta de la melancolía...; (...) ...es la atmósfera de angustia o de melancolía que aflora con tanta frecuencia en su poema..., un velo trágico y sombrío»(1). ¿Sufría también Lucrecio aquel spleen de Poe y Baudelaire?
Dice J. A. Marina: «No encuentro nada exaltante en la idea de que el creador sea un divino maniaco, pero sí lo encuentro en pensar que es una inteligencia entusiasmada». «Creación significa, ante todo, emoción»(2). Y yo traigo estas citas aquí y ahora porque al parecer se deduce que Lucrecio escribió aquella obra en una «...tensión emocional e imaginativa, espejo de su soledad como escritor, único en toda la literatura latina, (...) su lenguaje, de un realismo vigoroso y denso, refleja una adhesión impulsiva, apasionada, a la realidad»(3). Lucrecio, indudablemente, tuvo que ser una inteligencia entusiasmada.

Pero regresemos al título: ¿Cicerón y Lucrecio a un tiempo lejanos y próximos? Sí, lo eran. Lucrecio escribe en verso y latín toda la filosofía del griego Epicuro, y Cicerón se dedica en la tercera parte de su vida a dar a conocer también en latín el pensamiento filosófico griego. Hasta la baja Edad Media él fue la fuente principal para el conocimiento de la filosofía griega, aunque de todo lo escrito nada fue de su cosecha, tan sólo trató de divulgar la pasada sabiduría de los griegos y especialmente las ideas de Platón y de Aristóteles.
Toda su vida se opuso al epicureísmo «cuyo mecanicismo le parecía negador de la libertad humana y cuya ética le parecía demasiado lejana de la moral romana»(3). Y, no obstante, como ya hemos dicho, tuvo el mérito, aun desprestigiando y combatiendo el epicureísmo, de publicar póstumamente De la naturaleza de las cosas.
Realmente, ¿fue Cicerón sobre todo un escritor? Sin duda alguna. Aunque en la política y en la administración romana lo había sido casi todo —cuestor, edil, pretor, cónsul, gobernador, augur—, se pasó escribiendo toda su vida. Cumplidos los veintitantos años se había estrenado con La invención retórica, un tratado que hoy llamaríamos de auto-ayuda similar a los que se publican hoy para hablar bien en público. Saltando a través de sus discursos políticos, Catilinarias y Filípicas incluidas, y las cartas a su amigo Ático, fue sin embargo en los últimos años de su existencia, a causa de sus desgracias familiares unidas éstas a los acontecimientos políticos, cuando se puso a escribir arrebatadamente (especialmente sobre temas filosóficos) como un remedio contra su dolor adoptando al tiempo una postura hostil hacia la vida. Escribía deprisa, precipitadamente, sin corregir, con desorden: «...en unos cuantos meses escribió, con tanto mal humor como desembarazo y precipitación, toda una gran biblioteca filosófica»(4).
   No obstante merece la pena leer hoy a Cicerón; este hombre tan capaz y al que tanto le debe la República; este hombre tan criticado y de vida tan azarosa y con un final turbulento debido a los odios que —entre muchos otros— se ganó de Marco Antonio a pesar de no tener participación en el asesinato de César. Toda su vida se la pasó buscando enemigos. ¿Envidias? Las sufrió de todas clases, sobre todo políticas y literarias. Y, sin embargo, qué sería hoy de nosotros sin Cicerón, sin sus obras y sus más de cincuenta discursos, sin sus tratados políticos o filosóficos, sus composiciones poéticas, sus traducciones de Homero y de tragedias griegas, sin sus más de un millar de cartas privadas a su amigo Ático —precisamente otro epicúreo. «Su prosa, sintácticamente compleja y rítmicamente medida, es al mismo tiempo límpida y muy atenta a los matices de significado»(3) Él tuvo que inventarse los términos romanos para dar a conocer lo que habían predicado los estoicos, los peripatéticos, los academicistas, los epicúreos, los escépticos...
   De entrada, conoceríamos la mitad de lo que se conoce sobre la cultura de su tiempo y posiblemente de la griega. Paradójicamente fueron los árabes los que tradujeron muchos siglos después aquellos textos griegos y no los monjes medievales que tan sólo se manejaban en latín.
   En su vida íntima Cicerón representa la indefinición y la indecisión. Inseguro entre las normas morales y éticas; obsesionado por la existencia o no de los dioses y del alma; vacilante entre César o Pompeyo; dudoso acerca de los ritos romanos como la práctica augur y su eficacia..., se diría que Cicerón trató siempre de armonizar, avenir y concordar. ¿Tuvo algo que ver en ello tanto criticismo? Desde Plutarco a Montaigne se le ha criticado como un sujeto falto de originalidad y hasta como un hombre con un insaciable amor a la gloria.
Bástenos al menos decir que Voltaire dejó escrito acerca de su obra Sobre los deberes que «jamás podrá escribirse nada más sabio, ni más verdadero, ni más útil».
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(1) André Comte-Sponville: Lucrecio, la miel y la absenta
(2) J. Antonio Marina: Teoría de la inteligencia creadora
(3) Enciclopedia de la Literatura Garzanti
(4) Anthony Everitt: Cicerón