viernes, 19 de octubre de 2012

Día Setenta y siete: No puede existir creación sin desasosiego. Preguntadle a Pessoa


Cuando el día anterior finalizaba con Stendhal decidí que había llegado el momento de traer a estas notas a Pessoa. Si Stendhal se prodigó en seudónimos Pessoa lo hizo en seudónimos y heterónimos; si los manuscritos de Stendhal al morir fueron arrinconados en una biblioteca los de Pessoa a su muerte permanecían ignorados en un baúl. A ambos les importaba poco que casi nadie los leyera en vida y ambos fueron reconocidos y celebrados cincuenta años más tarde gracias a Stryenski y Gaspar Simões.


    Pero también en Pessoa hay algo de Poe y de Baudelaire con su muerte temprana a los cuarenta y siete años tras un anonimato no exento de alcohol; y nos trae a la memoria a Joyce caminando no durante veinticuatro horas como su Lopoldo Bloom por Dublín sino haciéndolo incansablemente durante veintisiete años por su entrañable Lisboa; y a Kafka con sus problemas respecto al sexo y al matrimonio y con sus temores y miedos, en su caso a la locura. Y sin embargo en Pessoa, al margen de su estampa de hombre vulgar y anodino, de un fracasado que careció de casi todo y al que hasta su familia despreciaba, se da el caso de que asumió y aceptó resignadamente la desdicha y el infortunio de ser para todos un inutil.
Pessoa, siempre reservado, con su compleja y desconcertante personalidad humana fue también un poeta maldito a su manera sin estridencias ni desentonos, sin borracheras y sin escándalos..., pero presa de un gran desasosiego interior; esa desazón que sacude y consume a todos los artistas y sin la cual no es posible crear. 
Pessoa, siempre impasible entre los lisboetas de su tiempo, pulcro y bien vestido y aseado, subiendo y bajando de los tranvías, recorriendo las céntricas rúas de la capital, trabajando en sus cartas comerciales en otros idiomas para poder comer, fumando incansablemente y bebiendo sus vinos y aguardientes en los cafés, cambiando más de veinte veces de piso con su baúl a cuestas, siempre silencioso e ignorado me recuerda aquello de Ortega y Gasset: algo así como que para el ayuda de cámara no existe el gran hombre, no es capaz de apreciarlo. Pessoa fue todo un genio ignorado en sus días por sus contemporáneos.
Apenas un libro y un puñado de poemas y ensayos dispersos en fugaces revistas literarias de vanguardia fue todo lo que en su vida vio la luz. Traduciendo cartas comerciales para varias empresas lisboetas, aquel hombre con el dominio de varios idiomas europeos y una enorme cultura que había adquirido mientras devoraba toda clase de lecturas desde su infancia transcurrida en Sudáfrica, llevó la vida más mediocre y anodina que se pueda imaginar. Pero al morir nos dejó un baúl, un arca llena de gente y también un libro: el Livro do desassossego el cual lo comenzó a escribir en el 1912 y no lo abandonó hasta su muerte en 1935: «un infatigable y bello dietario que lo reúne absolutamente todo: reflexiones estéticas y filosóficas, poemas, divagaciones y apuntes cotidianos a la manera de un gran laboratorio de escritura».


No obstante, lo que ha sorprendido de una forma extraordinaria a todo lector entusiasmado o estudioso de su obra ha sido aquella permuta o alteración y desdoblamiento de su personalidad a lo largo de su vida (para ser exactos desde los veintiséis años) en otros seres a los que él denominó heterónimos «Tuve siempre desde niño necesidad de aumentar el mundo con personalidades ficticias»; «...yo me siento vivir varios seres. Me siento vivir vidas ajenas...»; «...el fenómeno curioso del desdoblamiento es cosa que habitualmente tengo...». Fernando António Nogueira Pessoa sintió un día en el que se puso frenéticamente a escribir poesía, de pie sobre una cómoda, como a él le gustaba si podía hacerlo, que era otra persona la que redactaba aquellos treinta y tantos poemas; acababa de escribir El guardador de rebaños pero se dio cuenta de que no era obra suya. Aquel día «apareció en mí mi maestro»; «le di el nombre de Alberto Caeiro». Inmediatamente se puso a escribir más poesía y le salieron también de un tirón los seis poemas que componen La lluvia oblicua, y entonces reparó en que esos poemas sí eran suyos, de Pessoa.
Fue entonces cuando llegó a saber por primera vez de sus desdoblamientos de personalidad; fue ese el día en que supo de la «existencia» de Alberto Caeiro, su primer heterónimo; alguien con poca instrucción y sin profesión que pasó casi toda su vida en el campo. Después vendría el segundo, Ricardo Reis, un poeta epicúreo, un nihilista total que, exilado, publica poesía desde Brasil. A diferencia de Caeiro, Reis es culto, fue educado por los jesuitas y estudió medicina. El tercer heterónimo fue Álvaro Campos, un ingeniero naval que había estudiado en Escocia y trabajado en Glasgow, aunque en la actualidad permanecía inactivo en Lisboa. Aquel Campos se le había aparecido de forma similar a Caeiro el día en que compuso «de un tirón y en la máquina de escribir, sin pausas ni correcciones, como al dictado, La Oda triunfal». Además de estos tres heterónimos en la obra de Pessoa también están presentes los semiheterónimos, como Bernardo Soares, ayudante de contabilidad y autor del Libro del desasosiego, un diario íntimo y un auténtico retrato interior de Fernando Pessoa. Y están los innumerables seudónimos que no vamos a mencionar.
Hagamos una pausa. ¿Era Pessoa un desequilibrado? Él se diagnosticaba como «histeroneurasténico» y ya hemos mencionado su gran temor a caer en la locura la cual, por línea paterna, le amenazaba. Aunque cuando él contaba siete años su padre había muerto de tuberculosis, antes ya había mostrado signos de desequilibrio mental; a su abuela sin embargo la conoció totalmente enajenada. No dejó Pessoa nunca de sentirse al borde de la locura, «...la locura circula aparentemente en su obra (...) aflora y desaparece, circula latente o al descubierto...»(1), ¿o se trataba simplemente de un inadaptado, un esquivo a la vida en sociedad incapaz de aceptar sus cometidos existenciales? ¿Estamos de nuevo ante la ecuación genio-locura? Para Mario Saraiva, psiquiatra portugués, hay un diagnóstico: «...era un psicópata (...), no era lo que se llama un loco. Padecía de una nosofobia, o una fobia a la enfermedad»(2).
Pero regresemos a saber de todos los Pessoas —persona en portugués se escribe pessoa— que en él convivían; «La lectura de la obra de los heterónimos muestra (...) que cada uno de ellos tiene un estilo, un arte poética, una escritura —si se prefiere— característica y original. Es imposible confundir una oda de Reis con cualquiera de las de Campos, o una obra de cualquiera de ellos con uno solo de los poemas de Caeiro o con cualquiera de las composiciones de Pessoa...»(3). Y tanto fue así que escribió sus datos biográficos, ocupaciones, carácter, relaciones entre ellos y con él, críticas de las obras que aparecieron con sus nombres; en cierta ocasión su novia Ofélia recibió una carta firmada por Campos en la que le comenzaba diciendo que «Un abyecto y miserable individuo llamado Fernando Pessoa (...) me ha encargado comunicar a V.E. etc. Hay que hacer notar que Fernando se dirigía a ella habitualmente como su «bebé», su «bebecito».
Y a propósito de Ofélia Queirós —la única mujer que hubo en su vida— abordemos superficialmente el aspecto de su vida amorosa. Su noviazgo breve e interrumpido por una ruptura y después por la definitiva, nos confunde como casi todo en Pessoa. En ese noviazgo se dan situaciones de lo más común para la época y al mismo tiempo reacciones extrañas que ella misma ha relatado. Él, que ya tenía más de treinta años y bebía, la familia de ella (que tenía diecinueve) y no veía con buenos ojos aquella relación y, sobre todo, que «los alcohólicos revelan su personalidad anómala por la inmadurez acentuada, por la ambivalencia de las relaciones familiares, por el miedo al sufrimiento, por la introversión y por un sentimiento de inseguridad que los consume en sentimientos de angustia»(4) pudieron tener que ver con aquella ruptura; de cualquier forma —¿el miedo como Kafka al aburrimiento, al sufrimiento y al abandono de la escritura?— decidió mantenerse fuera del matrimonio, renunció a él si es que alguna vez lo contempló; es posible que también su idiosincrasia y sus estrecheces financieras jugaran un papel fundamental. Además, a Álvaro de Campos que era homosexual le malhumoraban aquellas relaciones. El sexo, como dice su biógrafo Crespo, fue siempre motivo de perplejidad para él.
Aunque hubo una época patriótica en su vida en la que se preocupó con celo de la política y el destino en la historia de su país, su gran amor, sin embargo, a medida que envejecía fue la astrología, la teosofía, las ciencias ocultas, la vida esotérica, la numerología sagrada y la santa cábala. En su «Ficha autobiográfica» alaba al Gran Maestre de los Templarios y se considera iniciado en los tres grados menores de la extinta Orden Templaria de Portugal. Se ha dicho que llegó a ser un experto en astrología.
Cincuenta años después de su muerte a causa de una cirrosis hepática, los restos de aquel señor tan raro cuya imagen es hoy ya un icono con su sombrero, sus lentes y su pajarita, aquel señor que hasta los veinte años pensaba, hablaba y escribía en inglés y que no quiso «prostituirse» ganando un buen salario con un empleo fijo que le ofrecieron pero sometido a rígidos horarios, y prefirió subsistir ganando lo mínimo pero dedicándose a escribir, aquel nostálgico de su infancia con dos únicas obras terminadas y una de ellas publicada (The Mad Fiddler, escrito en inglés, y su libro de poesías Mensaje), decía yo que sus restos fueron exhumados, trasladados y depositados en un túmulo en el monasterio de Los Jerónimos, el mismo lugar donde reposan Vasco de Gama y Camoens. Y allí, junto a su nombre, también están inscritos los de sus tres heterónimos Caeiro, Reis y Campos «como para dar testimonio de la pluralidad de su vida». Durante ella se había él preguntado: «¿Tendrá la gloria un gusto de muerte y de inutilidad, y el triunfo, un olor de podredumbre?»
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(1) Antonio Tabucchi, Un baúl lleno de gente
(2) Mario Saraiva, El caso clínico de Fernando Pessoa
(3) Angel Crespo, La vida plural de Fernando Pessoa.
(4) Taborda de Vasconcelos, Antropografía de Fernando Pessoa