viernes, 13 de enero de 2012

Día Cuarenta y dos: De Levin a Pózdnychev


«Pese a que durante aquellos quince años consideraba la escritura una tarea trivial, seguí escribiendo»; «Pero hace cinco años empezó a ocurrirme algo muy extraño. Mi vida se detuvo...»
    Han pasado quince años desde el día de su matrimonio y Tolstói está entrando en lo que se ha denominado su «conversión». A partir de entonces —superada la idea del suicidio por no encontrarle sentido a la vida— y hasta el día de su fuga y su muerte treinta años más tarde, la existencia le resultará una contradicción y un tormento.
     Se trata de un estado de lucha consigo mismo: se llega a avergonzar de lo que hasta entonces ha escrito y se dedica a profundizar en las enseñanzas del Evangelio, en las de la Iglesia y en las de las demás religiones. Viviendo con su familia en el lujo que sus dos obras le están proporcionando no puede permanecer impasible a la vista de tantas miserias y tantas penurias como las que le rodean; quiere darle a su vida un sentido coherente dentro de la religión, y al no encontrar respuestas racionales se va convirtiendo él mismo en un moralista y un profeta; detesta la vida de opulencia y frivolidad en la que se ve obligado a vivir mientras a su alrededor los campesinos, en sus miserables cabañas, pasan toda clase de indigencias y privaciones.
Abandona la narrativa y se dedica a escribir tratados religiosos para demostrar la inconsecuencia de la Iglesia con los Evangelios; y es excomulgado. Para su mujer Sonia lo que está sucediendo es una catástrofe y ello los acaba distanciando; destruyó la armonía familiar y arruinó su matrimonio.
Como la familia no comparte su forma de pensar pretende irse, contempla la idea de dejar a sus hijos y a su mujer y convertirse en un eremita; pero no llega a hacerlo, siempre encuentra una excusa. Finalmente, cerca ya de los sesenta años el conde León Nicoláievich Tolstói decide ponerse el blusón de mujik y hacerse la habitación, trabajar en el campo, empuñar el arado, segar el heno o el centeno, tomar el hacha y cortar leña, coser zapatos que él mismo usa, dejar de comer carne..., pero, a pesar de predicar la abstinencia sexual incluso en el matrimonio, algo que él mismo considera pecado, no lo consigue:

1884: «He estado traduciendo a Lao-tse»; «Lei sobre Confucio»; «Por la tarde trabajé bien en las botas»; «Hice mi habitación»; «Tuve vergüenza de hacer lo que hay que hacer: sacar el orinal»; «...seré útil a los seres humanos»; «Fui a casa del zapatero»; «Lei un poco y me puse a coser»; La situación en la familia es dolorosa»; «...cólera y acusación de rencor personal»; «...un abatimiento terrible»; Estuve cosiendo botas toda la tarde...»; el espíritu castrado de su madre»; «...la causa principal del mal que hay en mí es la incontinencia en la comida, en el deseo carnal, en el tabaco»; «...comencé a no comer carne...»; «Estuve segando...»; «La ruptura con mi mujer (...) es total»; trabajé con los campesinos todo el día»; «...segué durante todo el día...»; «Ella se pone a tentarme carnalmente»; «...llamé a mi mujer y ella (...) me rechazó»; «...me sacó de mis casillas»; «Salió corriendo presa de la histeria»; «Estuve cortando leña».

Además de sus impulsos sexuales tampoco consigue dejar el tabaco y se consuela escribiendo que cuando sea declarado pecado lo abandonará. Hay una etapa en la que ni se asea para así vivir más intensamente las privaciones de los humildes, pero huele, y su mujer no puede soportarlo.
Sonia lo consideraba un hipócrita pues ella seguía quedando embarazada. Hasta el hecho de tener nodriza lo consideraba él un pecado capital; no podía superar la cólera por haber dado ella a amamantar a su hija a una nodriza.
Hemos de señalar que ambos mantenían diarios que no se ocultaban, estaban al alcance de cualquiera. Esos diarios les sirven también para difamarse, herirse y replicarse. Escuchemos a Sonia en algunas de las entradas en los suyos:

«...la adulación de los demás, (...) y la fama, su insaciable ansia de fama, es lo que lo mueve constantemente»
«...si sus lectores tuvieran idea de la voluptuosa vida que lleva, descenderían a esa deidad del pedestal al que lo han subido»
«...sale con el caballo que le apetece montar, come —espléndidamente— lo que otros cocinan para él...»
«...Para él, el mundo es simplemente el medio que rodea a su genio y toma de él lo que puede ser útil para su obra. (...) Coge de mí, por ejemplo, mi labor de copista, mi preocupación por su bienestar físico, mi cuerpo»
«...no es honrado ni sincero. (...) la vanidad, la insaciable sed de fama...»

     Pero es que hasta él mismo, mientras organiza la lucha contra la miseria y crea comedores para la hambruna, reconoce: «desde luego, el desdichado deseo de fama mundial interviene también».
A sus sesenta y tres años se siente deprimido por no poder refrenar su sensualidad: «...la cópula es una abominación...». Ella escribe: «...por sus deseos yo he estado embarazada dieciséis veces: trece hijos y tres abortos». 
Y sin embargo lo peor está por llegar: será la lucha que hasta su muerte mantienen ella, los hijos, uno de los más fervientes seguidores de él y el mismo Tolstói por los derechos de sus obras (quiere que pertenezcan al pueblo) y por la custodia de sus diarios; eso además de querer entregar sus propiedades a los campesinos. Ella no está dispuesta a quedarse en la miseria con sus hijos, y es la época de las llamaradas de celos y de los intentos de suicidio...

1894: «Señor, ayúdame. Enséñame a llevar esta cruz»; «Volví a adquirir vívidamente conciencia del pecado de poseer tierra»
1896: «He dominado la lujuria»
1898: «Creo poco en Dios...»
* * *
    En sendos personajes protagonistas de dos de sus novelas Tolstói nos ha dejado buena parte de su compleja personalidad. Estamos hablando del terrateniente Levin de Anna Karenina y del asesino Pózdnychev de la Sonata a Kreutzer.
    Se podría decir que en la primera de ellas hay dos argumentos con dos protagonistas independientes: Anna y Levin. Se desarrollan en realidad en la obra dos novelas con sus dos «estrellas» y sus respectivas camarillas alrededor de cada una bien se trate de padres, hermanos, esposos, parientes, siervos o amigos. Levin es el noble y Anna es la pérfida; eso es lo que está claro y lo que él quiere que se vea. Tolstói va trenzando la novela con habilidad desde la vida de uno de estos personajes a la del otro; ambos son verdaderamente protagonistas independientes con escasas y prácticamente inexistentes relaciones directas. Sus vidas tan sólo se entrecruzan ligeramente a través de otros personajes secundarios y, por lo tanto, hay en la obra dos vidas diferentes. Se empeña el autor en contar en ella las excelencias de la vida en el campo paralelamente a la intriga de un adulterio en la alta sociedad; pero se diría que casi le dedica mucho más tiempo a la vida de Levin (su alter ego) que a la de Anna la adúltera.
    En la novela Sonata a Kreutzer, título tomado de la obra para piano y violín de Beethoven que le hizo a él llorar de emoción la primera vez que la escuchó, y que escribió a los sesenta años en plena crisis reanudando magistralmente su labor narrativa tras sus escritos morales, filosóficos y religiosos, Tolstói no sólo se retrata nuevamente a sí mismo sino que nos relata la sordidez a la que ha llegado su matrimonio. Pózdnychev es alguien a quien el narrador ha conocido en un compartimento de tren y que se complace en relatar minuciosamente su tormentosa vida conyugal con una mujer a la que tras casarse llegó a odiar, y con la que no obstante compartía una intensa sexualidad. Todo ello le sirve a Tolstói para -¿de forma hipócrita?- condenar el amor carnal desenfrenado entre marido y mujer, pero también para identificar la institución del matrimonio como una prostitución legalizada.
    Pózdnychev acaba asesinando a su esposa a cuchilladas sospechando que le engaña con un violinista al que ambos conocen. Han escuchado la célebre sonata interpretada por aquel y su esposa que  les ha emocionado. Al encontrar inesperadamente a la pareja en su casa no puede reprimir su furia. Esta violencia física de género tan condenada hoy es la única parte de la obra que no toma Tolstói de la triste realidad de su matrimonio puesto que allí no llega nunca a suceder. Pero, ¡ojo!, Pózdnychev ha sido absuelto al haber actuado en defensa de su honor.

    Raskólnikov, el protagonista de Crimen y castigo asesina; Pózdnychev, el de la Sonata a Kreutzer también. Me gustaría profundizar algo en las relaciones de los autores de estas dos sublimes obras que, aunque contemporáneos —y famosos a un tiempo—, jamás se llegaron a encontrar.
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