lunes, 17 de enero de 2011

Día Uno: A los cuatro vientos estelares, a modo de Introducción; Indice de títulos

De los aproximadamente cuatro mil quinientos millones de vueltas que este Planeta sobre el que gravito lleva dadas alrededor del Sol, según aseguran los astrofísicos, tengo entendido (porque así se me ha venido diciendo) que mi cambiante yo ha permanecido posiblemente sobre él tan sólo algunas más de las últimas sesenta circunvalaciones realizadas.
     Sean esas más o menos las vueltas que pululando sobre esta corteza que ahora piso y me sostiene llevo dadas alrededor de ese fabuloso astro, presiento y conozco que me ha llegado por fin la hora de olvidarme de mi existencia anterior, a la que un día fui abocado y permanecí en ella prisionero, y, rompiendo hoy toda amarra con ese pasado efímero, noto que he llegado al punto de dedicarme a la tarea de lanzar a los cuatro vientos estelares -y a los artificiales satélites que nos circundan- las cuatro inciertas verdades que a lo largo de ese tiempo han ido quedando depositadas como oscuros posos en el fondo del vaso de mi intelecto. Y he de darme prisa, puesto que posiblemente me queden ya muy pocas vueltas.
     Amparado en el anonimato de las ondas, de los modem/routers, los web/serves, los discos duros y toda la parafernalia creada por la técnica en el último trecho que hemos recorrido en esta Era llamada cristiana y que yo llamaría jesusista (de Buda budista, de Confucio confucianista...), un reciente y exuberante trecho que Lipovetsky denomina "era del vacío" o de la posmodernidad, pretendo verter usando de mi libertad de blog -al igual que los catedráticos usan de su libertad de cátedra- la emoción o el desasosiego sentidos un día leyendo en las páginas de un libro una historia, una biografía, una novela, un relato de amor, de intriga, de acción o de sexo; la duda, la desesperanza, la sorpresa, el pasmo, el extravío, la incertidumbre o la obsesión causadas en mi ánimo por un texto salido de la pluma, de la máquina de escribir o del computer de un pensador, de un fabulador o simplemente de un estudioso e ilustrado.
     No es cierto -perdón- que una imagen valga siempre más que mil palabras. Sería ello cierto únicamente si comparásemos una obra de Goya, o de otro genio de la pintura o de la imagen, con las mal escritas palabras de un escribidor de los de mi talla que habitan y han habitado este Planeta.
     ¡Que la suerte sea conmigo!