sábado, 5 de febrero de 2011

Día Cuatro: Complacencia en la desdicha ajena




De todas la obras de Dostoievski quizás sea Crimen y castigo la que ha sido considerada la más trascendental; y hay razones para ello. Los inigualables monólogos de pensamiento del protagonista Raskólnikov; la magnífica construcción de los diálogos que en ella aparecen; la equilibrada exposición de ideas se diría que hasta filosóficas en que se sustenta; la ausencia de repeticiones; los singulares detalles descriptivos (por otro lado los justos, ni más ni menos), todo ello hace de esta obra un ejemplar literario singular. Por otra parte los personajes se ven, se mueven, viven ante el lector; éste se identifica con sus emociones. Y aún no hemos mencionado el argumento... ¡Y pensar que Dostoievski escribía esta novela por las mañanas mientras que por las tardes se dedicaba a dictar El jugador! Como siempre necesitaba dinero.
La primera vez que se lee esta novela, y especialmente si se es joven, no suele hacerse  con solaz y delectación sino con pasión y agitación; es como si se tratara de un thriller. Raskólnikov no puede vivir atormentado con su crimen; su conciencia al igual que un juez implacable y la angustia que le produce el poder ser descubierto le carcomen. Indudablemente es novela psicológica. Pero cuando se vuelve a releer pasados los años, ya con otra penetración especial, con un espíritu indagador, buscando el secreto del autor en esa exposición magistral, queriendo hallar el auténtico arte de la narrativa uno se encuentra con fragmentos de la misma, con pequeños detalles que antes le habían pasado desapercibidos.
 Decía Dostoievski: «Observad cualquier hecho de la vida real, incluso uno que no tenga nada de especial a primera vista; por poco ojo que tengáis y a poco que sepáis mirar, descubriréis una profundidad que no se encuentra ni siquiera en Shakespeare. Y a eso se reduce toda la cuestión: a tener ojo y saber mirar. Porque no sólo para crear y escribir obras literarias, sino para captar un hecho, se requieren en cierta manera dotes de artista».

En una parte de la novela relata Dostoievski un hecho. ¿Lo tomó de la vida real...? Escuchemos:
«Un hombre se está muriendo tras un accidente; y su mujer tosiendo hasta casi ahogarse, enferma de tisis, impreca a los curiosos vecinos que pretenden entrar en la habitación». Escribe entonces Dostoievski lo siguiente: «...los inquilinos se fueron retirando con la rara sensación de complacencia que se experimenta siempre, incluso por parte de los seres más allegados, ante la desgracia repentina de nuestro prójimo, de cuya sensación no se libra nadie, a pesar, incluso, del más sincero sentimiento de compasión y condolencia». Confieso que esto, al leerlo, me dejó anonadado, ¿será cierto?

Algunos años después de aquella segunda lectura descubrí en Russell, filósofo, escritor y matemático, el siguiente aserto: «En el hombre y la mujer medios hay una cierta cantidad de malevolencia activa, una mala voluntad especial dirigida contra los enemigos particulares y un placer general impersonal por las desdichas de los otros».
Si Crimen y castigo es en general una novela psicológica, hay que reconocer que en estas citas hay también mucho sobre el comportamiento de la psique humana. No me ha extrañado por tanto oirle decir a Castilla del Pino, psiquiatra y escritor, fallecido no hace mucho tiempo, aquello que ya les había oído y leído a otros como él. Que en las novelas de Dostoievski, de Sthendal, de Flaubert y de Balzac aprendieron más psicología que en los volúmenes estudiados durante toda la carrera. ¡Y pensar que llegó a escribir!: «Me llaman psicólogo: es mentira, sólo soy realista en un sentido elevado, es decir, represento toda la profundidad del alma humana»
No tiene ello nada de extraño: «Cuando deambulo por las calles, me gusta fijarme en transeúntes totalmente desconocidos, estudiar sus rostros y tratar de adivinar quiénes son, cómo viven, a qué se dedican y qué es lo que les preocupa en ese momento». ¿Es así como conseguía saber y enterarse acerca de la naturaleza humana?

En Los hermanos Karamázov hay otra observación de Dostoievski sobre esa naturaleza o profundidad del alma humana, aquella que él decía que representaba en sus novelas, y que en parte desdice la anterior «complacencia en la desdicha ajena» que había expuesto en Crimen y castigo, o «malevolencia y placer especial por las desdichas de los otros» que corroboraba Russell. Veamos:
 Fiódor Pávlovich Karamázov se acaba de enterar de la muerte de su primera esposa Adelaida Ivanóvna en Petersburgo, la cual lo había abandonado con su hijo. Según unos —cuenta Dostoievski— al saberlo se puso a gritar de alegría, y según otros lloró desconsoladamente. «Es muy posible que las dos cosas fueran ciertas, es decir, que se alegrara de su liberación y que llorase por su liberadora, todo a la vez» —y continúa— «En la mayor parte de los casos, la gente, incluso la mala gente, es mucho más ingenua y bondadosa de lo que nosotros nos figuramos. Sí, y también nosotros lo somos».
    ¿Nosotros?, ¿él y el lector de la novela?... Dice Stefan Zweig que «sus biógrafos no saben hasta qué punto de perversidad llegaron los agitados excesos libertinos de sus "años del subsuelo"(1); algo se puede colegir de aquello que dejó escrito: «Toda mi vida he excedido los límites en todo y por doquier».

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    El escándalo llamado «El caso Stavroguin», también conocido como «el incidente Strajov», estalló más o menos dos docenas de años después de su muerte, exactamente en 1913, al publicarse en una revista —El Mundo Contemporáneo— una carta privada de Strajov (su primer biógrafo) a Tolstoi: «...Viskovatov me ha contado que Dostoievski se había vanagloriado ante él de haber abusado en el baño de una jovencita que su institutriz le había llevado (...) Una escena de Los Demonios, la de la violación de aquella niña, se negó Katkov (el editor) a publicársela; pero Dostoievski se la leyó a muchos amigos...».
   Este capítulo de la novela es conocido como «la confesión de Stavroguin», el demoníaco protagonista de la novela. «No hay que decir que de la noche a la mañana, la silueta de Dostoievski pasó del blanco al negro, de lo angélico a lo demoníaco»(2).
   Su viuda Ana Grigorievna, que no se había decidido a incluir ese capítulo en la edición de sus obras completas, salió en su defensa. Entre otras cosas hizo público que era cierto que «Katkov no quiso publicar ese capítulo y le rogó que lo modificase. Mi marido se resistió, y para contrastar el juicio de Katkov leyó ese episodio a sus amigos... (...) sólo con la idea de conocer su opinión. (...) ...mi marido distó siempre de las ruindades y desenfrenos de sus héroes. Ningún gran talento necesita cometer él mismo las canalladas de sus personajes de ficción».

    Años después de la muerte del novelista, en 1906, Ana había entregado ese capítulo a Merejovsky (autor de El alma de Dostoievski y de Dostoievski y Tolstoi) que lo definió diciendo: «el arte supera los límites de sus posibilidades mediante la reconcentrada expresión de horror...».

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(1) Zweig, Stefan: Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievski)
(2) Castresana, Luis de: Dostoievski