De todas la obras de Dostoievski quizás sea Crimen y castigo la que ha sido
considerada la más trascendental; y hay razones para ello. Los inigualables
monólogos de pensamiento del protagonista Raskólnikov; la magnífica
construcción de los diálogos que en ella aparecen; la equilibrada exposición de
ideas se diría que hasta filosóficas en que se sustenta; la ausencia de
repeticiones; los singulares detalles descriptivos (por otro lado los justos,
ni más ni menos), todo ello hace de esta obra un ejemplar literario singular.
Por otra parte los personajes se ven, se mueven, viven ante el lector; éste se
identifica con sus emociones. Y aún no hemos mencionado el argumento... ¡Y
pensar que Dostoievski escribía esta novela por las mañanas mientras que por
las tardes se dedicaba a dictar El
jugador! Como siempre necesitaba dinero.
La primera vez que se lee
esta novela, y especialmente si se es joven, no suele hacerse con solaz y delectación sino con pasión y
agitación; es como si se tratara de un thriller.
Raskólnikov no puede vivir atormentado con su crimen; su conciencia al igual
que un juez implacable y la angustia que le produce el poder ser descubierto le
carcomen. Indudablemente es novela psicológica. Pero cuando se vuelve a releer
pasados los años, ya con otra penetración especial, con un espíritu indagador,
buscando el secreto del autor en esa exposición magistral, queriendo hallar el
auténtico arte de la narrativa uno se encuentra con fragmentos de la misma, con
pequeños detalles que antes le habían pasado desapercibidos.
Decía Dostoievski: «Observad cualquier hecho de la vida real, incluso
uno que no tenga nada de especial a primera vista; por poco ojo que tengáis y a
poco que sepáis mirar, descubriréis una profundidad que no se encuentra ni
siquiera en Shakespeare. Y a eso se reduce toda la cuestión: a tener ojo y
saber mirar. Porque no sólo para crear y escribir obras literarias, sino para
captar un hecho, se requieren en cierta manera dotes de artista».
En una parte de la novela
relata Dostoievski un hecho. ¿Lo tomó de la vida real...? Escuchemos:
«Un hombre se está muriendo tras un accidente; y su mujer tosiendo
hasta casi ahogarse, enferma de tisis, impreca a los curiosos vecinos que
pretenden entrar en la habitación». Escribe entonces Dostoievski lo siguiente: «...los inquilinos se fueron retirando con
la rara sensación de complacencia que se experimenta siempre, incluso por parte
de los seres más allegados, ante la desgracia repentina de nuestro prójimo, de
cuya sensación no se libra nadie, a pesar, incluso, del más sincero sentimiento
de compasión y condolencia». Confieso que esto, al leerlo, me dejó
anonadado, ¿será cierto?
Algunos años después de
aquella segunda lectura descubrí en Russell, filósofo, escritor y matemático, el
siguiente aserto: «En el hombre y la
mujer medios hay una cierta cantidad de malevolencia activa, una mala voluntad
especial dirigida contra los enemigos particulares y un placer general
impersonal por las desdichas de los otros».
Si Crimen y castigo es en general una novela psicológica, hay que
reconocer que en estas citas hay también mucho sobre el comportamiento de la
psique humana. No me ha extrañado por tanto oirle decir a Castilla del Pino,
psiquiatra y escritor, fallecido no hace mucho tiempo, aquello que ya les había
oído y leído a otros como él. Que en las novelas de Dostoievski, de Sthendal,
de Flaubert y de Balzac aprendieron más psicología que en los volúmenes
estudiados durante toda la carrera. ¡Y
pensar que llegó a escribir!: «Me llaman
psicólogo: es mentira, sólo soy realista en un sentido elevado, es decir,
represento toda la profundidad del alma humana»
No tiene ello nada de extraño: «Cuando
deambulo por las calles, me gusta fijarme en transeúntes totalmente
desconocidos, estudiar sus rostros y tratar de adivinar quiénes son, cómo
viven, a qué se dedican y qué es lo que les preocupa en ese momento». ¿Es
así como conseguía saber y enterarse acerca de la naturaleza humana?
En Los hermanos Karamázov hay otra observación de Dostoievski sobre
esa naturaleza o profundidad del alma humana, aquella que él decía que
representaba en sus novelas, y que en parte desdice la anterior «complacencia
en la desdicha ajena» que había expuesto en Crimen
y castigo, o «malevolencia y placer especial por las desdichas de los
otros» que corroboraba Russell. Veamos:
Fiódor Pávlovich Karamázov se acaba de enterar
de la muerte de su primera esposa Adelaida Ivanóvna en Petersburgo, la cual lo
había abandonado con su hijo. Según unos —cuenta Dostoievski— al saberlo se
puso a gritar de alegría, y según otros lloró desconsoladamente. «Es muy posible que las dos cosas fueran
ciertas, es decir, que se alegrara de su liberación y que llorase por su
liberadora, todo a la vez» —y continúa— «En
la mayor parte de los casos, la gente, incluso la mala gente, es mucho más
ingenua y bondadosa de lo que nosotros nos figuramos. Sí, y también nosotros lo
somos».
¿Nosotros?, ¿él y el lector de la novela?... Dice Stefan Zweig que «sus
biógrafos no saben hasta qué punto de perversidad llegaron los agitados excesos
libertinos de sus "años del subsuelo"(1); algo se puede colegir de
aquello que dejó escrito: «Toda mi vida
he excedido los límites en todo y por doquier».
* * *
El escándalo llamado «El caso Stavroguin»,
también conocido como «el incidente Strajov», estalló más o menos dos docenas
de años después de su muerte, exactamente en 1913, al publicarse en una revista
—El Mundo Contemporáneo— una carta
privada de Strajov (su primer
biógrafo) a Tolstoi: «...Viskovatov me ha contado que Dostoievski se había
vanagloriado ante él de haber abusado en el baño de una jovencita que su
institutriz le había llevado (...) Una escena de Los Demonios, la de la violación de aquella niña, se negó Katkov
(el editor) a publicársela; pero Dostoievski se la leyó a muchos amigos...».
Este capítulo de la novela es conocido como
«la confesión de Stavroguin», el demoníaco protagonista de la novela. «No hay
que decir que de la noche a la mañana, la silueta de Dostoievski pasó del
blanco al negro, de lo angélico a lo demoníaco»(2).
Su
viuda Ana Grigorievna, que no se había decidido a incluir ese capítulo en la
edición de sus obras completas, salió en su defensa. Entre otras cosas hizo
público que era cierto que «Katkov no quiso publicar ese capítulo y le rogó que
lo modificase. Mi marido se resistió, y para contrastar el juicio de Katkov
leyó ese episodio a sus amigos... (...) sólo con la idea de conocer su opinión.
(...) ...mi marido distó siempre de las ruindades y desenfrenos de sus héroes.
Ningún gran talento necesita cometer él mismo las canalladas de sus personajes
de ficción».
Años después de la muerte del
novelista, en 1906, Ana había entregado
ese capítulo a Merejovsky (autor de El
alma de Dostoievski y de Dostoievski
y Tolstoi) que lo definió diciendo: «el arte supera los límites de sus
posibilidades mediante la reconcentrada expresión de horror...».
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(1) Zweig, Stefan: Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievski)
(2) Castresana, Luis de: Dostoievski