miércoles, 29 de agosto de 2012

Día Setenta: ...para morir entre las flores del mal



Posiblemente nunca Poe hubiera sido conocido ni apreciado sin Baudelaire, y este acaso no hubiera llegado nunca a romper barreras en el mundo de la poesía sin Poe. Ambos mutuamente se retroalimentan y de esa forma componen una única efigie difícil de diferenciar enmarcada en lo sorprendente, en la conmoción y lo extraño que para ambos forman parte de la belleza.
El último día citamos varias veces a Baudelaire a propósito de Poe, y quiero dejar claro que tanto esta entrada junto con la anterior componen una única perspectiva de ambos con un solo y exclusivo título para las dos.


Señalemos que Poe y Baudelaire llegaron a compartir muchas circunstancias. Ante todo una coetaneidad de cerca de treinta años y sobre todo un padre adoptivo en el primero desde los dos años, y un padrastro desde los seis en el otro a los que acaban aborreciendo. Ellos les representan el orden, la exigencia, la disciplina, la severidad..., una grieta de incomprensión que los lleva al repudio, al apartamiento, a la indolencia y a la intemperancia al tiempo que a una constante búsqueda de una diferencia y singularidad. Es por tanto común el sentimiento de soledad en las infancias de ambos.
Su desacomodo en un mundo de orden, un mundo filisteo regido por el mercantilismo, por el beneficio y por lo remunerador deja de ser comprendido en esa soledad melancólica. Puede que sea esa impronta la que lleve al alma de un niño a querer ser poeta, a buscar la belleza per se y a descubrir que cuando algo se ha vuelto útil acaso ha dejado de ser hermoso.
Si algo son, se trata en primer lugar de dos rebeldes contra el orden establecido. Si algo les une desde su primera adolescencia es la poesía. Poe necesitará un único poema para darse a conocer: El cuervo, que sin embargo no se lo aceptarán cuando trate de venderlo a un periódico y le darán quince dólares como limosna. Baudelaire, dejando atrás muchas limosnas en forma de pagarés, letras de cambio, subvenciones oficiales y anticipos contra promesas de obras incumplidas necesitará cien poemas dedicados a cantar tanto el horror como la belleza del mal. Fue precisamente bajo la influencia de Poe, después de haber leído profundamente a este y de haberlo traducido, cuando «llega a la certeza de que en los confines del hombre yace siempre, presidiéndolo, el mal»(1). Una diferencia: Poe se mantuvo en el periodismo para poder comer; trabajó en varias redacciones de periódicos y en un par de publicaciones llegó a ser jefe de redacción. Baudelaire se negó a ello, llevó su pureza literaria hasta el límite.
Las vidas de Poe y de Baudelaire son las de aquellos que no sólo han degustado repetidamente «el alimento de los héroes», sino que son vidas que parecen elegidas por un cierto hado demoníaco para ser destinadas a la gloria en presencia de sus despojos.
Baudelaire dice que nadie ha logrado explicar con tanta magia como lo hizo Poe «lo excepcional de la vida humana y de la naturaleza (...) las alucinaciones que abren de pronto un abismo a la duda con más fuerza que la propia realidad; lo absurdo que se apodera de la inteligencia y la gobierna con espantosa lógica (...) su preocupación por todos los temas realmente importantes y los únicos dignos de la atención de un hombre inteligente: probabilidades, enfermedades del espíritu, ciencias conjeturales... En la obra de Poe —dice— la naturaleza inanimada participa de la acción de los seres vivientes y como ellos se estremece temblando en forma sobrenatural y galvánica». «La naturaleza es fea, y yo prefiero los monstruos de mi fantasía a la trivialidad positiva». Lo escribió Baudelaire pero pudo escribirlo Poe.


Es verdad que cuando se ahonda en la vida de Baudelaire se experimenta cierta perplejidad. ¿Es realmente uno de los hombres de la literatura marcado inexorablemente por el infortunio?, ¿fue realmente un hombre de mala suerte como Poe, o simplemente se propuso vivir a expensas de la sociedad sin dar golpe? Si se tiene en cuenta que a la edad de cuarenta y seis años, la de su muerte, únicamente ha publicado dos obras, una en verso y otra en prosa; que no ha tenido un trabajo regular o al menos remunerado; que ha conocido todos los vicios imaginables de la época; que ha vivido de sablazos, préstamos, trampas y engaños y de una miserable asignación contra su fortuna heredada, la cual sus familiares han decidido que le fuese administrada a la vista de su dilapidación al entrar en posesión de ella, si se tiene en cuenta todo esto y que únicamente ha publicado en revistas y periódicos diversas críticas, ensayos, estudios, versos y una novela, ¿hasta qué punto es Baudelaire un autor creíble?
Y sin embargo lo fue.
Podríamos comenzar diciendo que en Baudelaire se da una compleja personalidad. «Desde muy pequeño sentí en mi corazón dos sentimientos contradictorios, el horror de la vida y el éxtasis de la vida». Cuando todavía es un niño quiere ser Papa y actor. Ya adolescente querrá ser autor. Toda su vida fue una continua contradicción: «Nunca he tenido la pretensión de no contradecirme». Versifica en latín y su espíritu es a veces místico y otras exaltado. Es expulsado del colegio, se niega a seguir una carrera como su madre y su padrastro desean, y desde los dieciocho años comienza una vida de vorágine y de bohemia sin sentir ninguna inclinación excepto degustar placeres, discutir durante horas, descubrir la belleza y poetizar.
Consubstancial con su vida serán las deudas contraídas, las enfermedades venéreas, el alcohol, el opio y el hachís. Baudelaire conoce pronto y profundamente las flores del mal. Su intermitente idilio con una mulata que le durará cerca de quince años, Jeanne, le inspirará parte de la obra por la que será conocido a los treinta y seis: un libro de versos de doscientas cuarenta y ocho páginas y cien poemas. Poemas escritos y vueltos a reescribir a lo largo de los años y al que fue dándole títulos diversos hasta su publicación cuando su editor le propuso llamarlo Las flores del mal. Ese libro fue el libro de su vida y lo transformó para siempre.
En Baudelaire encontramos a veces un místico y en otros momentos un pecador. Junto a una inagotable capacidad para el sufrimiento físico rozando la mística se encuentra siempre su perpetuo deseo de experimentar el deleite de todos sus sentidos.
Baudelaire es revolucionario y conservador, impío o devoto, reza y blasfema con la misma facilidad. Cuando muere, víctima de la sífilis e intoxicado por el alcohol y las drogas, en estado hemipléjico y afásico, es un anciano en mitad de los cuarenta. Sus deudas son incalculables y ha apurado la vida sorbo a sorbo. Se ha bebido la suya. Aún así, poco antes ha escrito: «De la mala suerte me vengaré si puedo; hay una especie de mala suerte suspendida sobre mí. (...) Si alguna vez vuelvo a tener el verdor y la energía de la que a veces he disfrutado, descargaré mi cólera en libros espantosos. Quisiera poner a la raza humana entera contra mí. Veo ahí una alegría que me consolará de todo».
¿La gloria, la gloria ulterior es lo que busca, o se trata del inmediato reconocimiento? «La falta de éxito puede tener efectos muy perjudiciales en la obra de un escritor, y la gimnasia moral requerida para mantenerse a flote de la indiferencia puede resultar agotadora cuando hay que practicarla durante toda la vida»(2). Nunca en Baudelaire aquella falta de éxito le significó el abandono a pesar de haber sufrido a menudo la decepción; aunque depresivo es persistente: «A los treinta años Balzac había adquirido desde hacía muchos años el hábito del trabajo permanente, y hasta este momento —él también está en los treinta— yo no tengo en común con él otra cosa que deudas y proyectos»; «A veces creo que me he convertido en un hombre excesivamente razonador, que he leído demasiado para concebir algo sincero y auténtico».
En Baudelaire se dan las dos circunstancias; ya hemos dicho que se trata de un carácter contradictorio: «Nadie vivió tan profundamente, en su contradicción insuperable, la actividad creadora»(3). Busca el reconocimiento inmediato pero nunca abandona la búsqueda de la celebridad futura; persigue en el fondo la gloria de la posteridad. Se mantiene incólume viviendo miserablemente —a veces tan sólo gracias al alcohol— mientras vaga por las redacciones de los periódicos solicitando anticipos y prometiendo hasta veinte novelas que tiene en la cabeza; por los bancos y las oficinas de los prestamistas y de los agentes de cambio anda negociando nuevas deudas para pagar las que le vencen; por el ministerio del interior u otro apropiado mendiga subvenciones que gracias a recomendaciones suele conseguir; a veces pone en venta hasta cartas de amigos famosos con tal de conseguir unos francos. Y sigue escribiendo aunque publicando poco —tan sólo a salto de mata— algún verso o artículo. En uno de ellos paradójica y contradictoriamente aconseja a los jóvenes literatos: «producir mucho, ir rápido (...) hay que apresurarse con lentitud (...) para escribir rápidamente hace falta haber pensado mucho (...) los borrones empañan el espejo del pensamiento». Él, durante los años que convive con Jeanne tiene a veces problemas para ponerse a escribir: «Estoy obligado a trabajar de noche a fin de tener calma y evitar las insoportables molestias de la mujer con la que vivo. A veces me escapo de mi propia casa para poder escribir, y voy a la biblioteca, o a una sala de lectura, o alguna tienda de vinos, o a un café. El resultado de todo ello es que vivo en un estado de cólera perpetua».
Cólera perpetua; le llegará a abrir la cabeza de un golpe contra una consola. ¿Es el infortunio un estímulo para un mayor éxito?, ¿los grandes triunfos se consiguen gracias a los sufrimientos de sus autores? Eso nos dice la leyenda. Algo parecido a la relación genio-locura. ¿Acabaron locos Baudelaire y Poe? De este asunto se han ocupado muchos expertos señalando algunos que el primero sufría una demencia sifilítica y el segundo alcohólica. Poe: «...mis enemigos atribuyen mi locura al abuso del alcohol en vez del abuso del alcohol a mi locura». De Baudelaire dice Asselinau, su gran amigo y primer biógrafo: «Todos, pequeños y grandes, dicen que conocieron mucho a Baudelaire y que saben perfectamente que estaba loco». Si algo hubo de ello, apostillaremos nosotros que ambos fueron «locos egregios».

 
   Un pájaro negro, un ave de mal agüero visita a alguien que ha sufrido la pérdida de un ser querido. Ese cuervo era la evocación de un «recuerdo triste e imperecedero»: ¡Never more! Se trata del poema que conmociona a América. La imagen de ese cuervo está grabada en su tumba, en la de Poe.
Un ramillete de poemas en forma de flores malignas sacude a Francia. Escándalo. Es considerado un atentado contra la moral pública y religiosa. El libro fue requisado y sus editores y autor condenados a una multa. Hoy está considerada la obra maestra de la modernidad. También habría que decir ¡Never more! No sé qué flores tendrá hoy Baudelaire en su tumba.
   Pero una cosa es cierta. Cuando ambos escuchaban «el sonido de las tinieblas deslizándose por el horizonte», ignoraban que sus nombres estaban entrando en la Inmortalidad junto a los más grandes de las letras.
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(1) Mario Campaña: Baudelaire, Juego sin triunfos
(2) Victoria Nelson: Sobre el bloqueo del escritor
(3) Jean-Paul Sartre: Baudelaire













miércoles, 15 de agosto de 2012

Día Sesenta y nueve: Escribir hasta alcanzar el delirium tremens...


Ignoro si todavía hoy el Washington Post comenta cada siete de octubre que en la madrugada de ese día han aparecido en Baltimore, depositados sobre la tumba de Edgar A. Poe por una mano anónima, una rosa roja junto a una botella mediada de coñac; hace unos años lo hacía. El escritor había acabado falleciendo en un hospital de esa ciudad al haber sido encontrado en estado grave y delirando en una de sus calles en la noche del siete de octubre de 1849. Tenía apenas cuarenta años.


   Habiendo hablado los últimos días de Rousseau, me hubiera gustado comenzar hoy recordando que Poe terminó una de sus más distintivas obras, Los asesinatos de la calle Morgue, citando una frase en francés de aquel tomada de su obra Julia o la nueva Eloísa.  Rousseau mencionaba allí que era una manía de todos los filósofos de todos los tiempos «negar lo que es y explicar lo que no es». Y aunque he preferido comenzar hablando del luctuoso suceso de la muerte de Poe y de cómo hasta hace algunos años era allí recordado, me quedan razones para traer esta sutil expresión aquí casi como lema exclusivo de este genial norteamericano. Veamos algunas de esas razones.
Ante todo, aquel extraño poeta incomprendido en su país, era cáustico, un sarcástico; lo notaréis leyéndolo. Pero también era sorprendentemente un filósofo que conocía oportunamente la cultura europea: «...un novelista, un crítico, un filósofo que no estaba hecho a su medida —la de América» dijo de él Baudelaire, su gran descubridor y divulgador.
Todo nos dice que Poe, aunque nacido en Boston, no era americano; Poe era un europeo errante en aquel país en el que se sentía despreciado e incomprendido. En Poe se detecta el spleen, aquel tedio que tanto invadió a los europeos de su época: «En vano he intentado remontar esta melancolía... Estoy destrozado y no sé porqué»; esa melancolía que allí, en la América de los descubrimientos frenéticos, del nacimiento de la técnica, de los grandes avances en física, en ingeniería, en química, de la industrialización y la mecanización, nadie experimenta, nadie siente.
Allí va, de Boston a Filadelfia, de Baltimore a Richmond y a Nueva York y siempre desarraigado de aquella sociedad norteamericana de su tiempo: «....los EEUU fueron para Poe una enorme jaula», América siempre lo consideró un descarriado, un extranjero que trataba de llevar al papel sus pesadillas enfebrecidas y sus quimeras de alcohólico las cuales a nadie allí le interesaban —«Vivo continuamente inmerso en una ensoñación de futuro».
Repetimos: ¿Poe filósofo?; sí, en parte lo fue. Así lo conceptuó Baudelaire, Mallarmé y Valéry. Su gran obra final Eureka, además de un poema cosmogónico es al tiempo un ensayo filosófico anticipativo del big bang que nos retrotrae hasta Lucrecio con su poema filosófico De rerum natura o De la naturaleza de las cosas. Y aunque se lo dedicó «a aquellos que sienten, más que a los que piensan», hemos de decir que tanto los primeros como los segundos están en esa obra midiendo la creación: ¿o es que no es filosofía enunciar lo siguiente?: «La proposición general es esta: Puesto que nada fue, en consecuencia todas las cosas son».


No obstante también nosotros nos estamos descarriando. ¡Desconcertante Poe! Concentrémonos en este intérprete de misterios del que hasta su misma vida fue uno de ellos. Sobre todo poeta, pero también crítico, autor de cuentos y ensayista. Y no nos quedemos ahí: estamos ante el fundador de la novela policíaca de la que autores como Christie, Doyle, Simenon y otros tanto aprenderán. Y aún más: fue primigenio entre los de la todavía no nacida ciencia ficción que más tarde le seguirán; y siempre con un sesgo de romanticismo entre sus elaboradas técnicas narrativas tan desconcertantes por su diversidad.
Entre lo terrible, lo maligno y lo satánico, y a la sombra de la ya agonizante novela gótica con aquel gusto por la oscuridad, las ruinas, los castillos, el culto a la muerte y lo oculto, Poe inventará y aplicará una lógica y un concienzudo raciocinio que él llamará el método analítico («El hombre verdaderamente imaginativo es un analista»), para desentrañar los misterios de sus espeluznantes crimenes con descuartizamientos y degollamientos incluidos, y a veces aderezado con intrincados criptogramas y anagramas que desconcertarán al lector amigo de lo horripilante y de lo grotesco. He aquí lo que le gusta expresar, acerca de lo que quiere escribir: «...del individuo elevado a la magnitud de lo grotesco, de lo terrible coloreado de horripilante, de lo ingenioso exagerado hasta lo burlesco, de lo singular forjado de manera que adquiera la forma de lo extraño y de lo místico». Y a continuación dice que si ello parece de mal gusto, él tiene sus dudas a este respecto. Es lo que él mismo denominaba como «arabesco»: lo extraño, lo extraordinario, lo fantástico.
¿No es sorprendente que también Poe al igual que los más grandes, hasta como el mismo Dostoievski esté hoy considerado como un hombre con dos personalidades? Para unos, para los que lo conocieron en los momentos íntimos se trataba de un hombre afectivo, cariñoso, benévolo, cordial y afectuoso; para otros fue un arrogante y un irritable, un sujeto torvo y sombrío y hasta falto de principios y de conciencia. «Su agudo sentido crítico, su cinismo, su extraordinaria inteligencia, su inmensa soberbia, le granjean la enemistad de cuantos le tratan»(1). Los dos caracteres cohabitarán en la mente del «poeta maldito» por excelencia con el que se identificará Baudelaire. Y también en las vidas de ambos convivirán los mismos espectros: la miseria económica, el desamparo, los odios literarios, el alcohol, la incomprensión y la soledad. Y ello hasta el punto de que el francés encuentra en Poe ideas y frases enteras que él mismo dice haber tenido en su cerebro. No es extraño que Baudelaire publicara Las flores del mal al tiempo que terminaba de traducir al francés los cuentos de Poe; encontró en él un poeta maldito no sólo en su vida sino «en su aislamiento, en su fracaso en el  mundo, el poeta proscrito de la sociedad»(2).Tiene sentido aquello que él mismo decía: «Es un placer tan grande como útil comparar los rasgos de un gran hombre con sus obras».


Esbocemos algunos trazos de su inquietante vida infeliz, atormentada, errante y amoral salpicada por el alcohol, el opio y el láudano. Madre tuberculosa y muerta cuando él cuenta dos años; acogimiento por un matrimonio y estancia desde los seis a los once años en Escocia y Londres con esos sus nuevos padres;  en la Universidad de Virginia donde entre lenguas antiguas y modernas alterna el juego y el alcohol; ruptura con sus protectores; soldado, sargento, cadete en West Point, expulsión. «¿Existe pues una providencia diabólica que prepara las desgracias desde la cuna?» se pregunta Baudelaire escribiendo sobre él. Se casa en secreto con su prima de trece años Virginia —«joven, pálida, morena, bellísima y enferma de tisis»— para quedar viudo once años más tarde; son los años de su esfuerzo literario. Después nada. Bueno, sí: Eureka. «Escribió esta obra después de la muerte de su joven esposa. Alucinado y borracho, errante en Filadelfia un año después escribiría: «No tengo deseos de vivir desde que escribí Eureka. No podría escribir nada más». La obra parece haber sido escrita rápidamente, obedeciendo a un impulso incontenible»(3).
Y siempre la pobreza y la locura del alcohol: «Ni siquiera el demonio ha sido tan pobre como yo. No puedo más, tengo que morir (...) Nunca estuve realmente loco, salvo en contadas ocasiones en que mi corazón zozobró». Su obra El corazón delator la comienza escribiendo: «¡Es verdad! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, lo he sido y lo soy; pero ¿por qué dicen que estoy loco...? De nuevo Baudelaire: «Los desesperados ecos de melancolía que cruzan las obras de Poe tienen un acento penetrante, sin duda, pero hay que admitir que esa melancolía resulta solitaria y poco simpática para el común de la gente»(4).


Un par de apuntes finales a la indescriptible trayectoria de este genio durante tanto tiempo incomprendido. ¿Por qué razón mentía tanto Poe?, ¿pretendía burlarse de todo el mundo? Mintió en sus cartas, mintió escribiendo sobre sus datos biográficos; le gustaba confundir, mentir y contradecirse; mediante invenciones y embustes llegó a convertirse en un mito desconcertando a sus futuros lectores.
 Una vez fallecido sus primeras biografías aparecieron con datos de sus propios escritos personales que resultaron ser falsos. El mismo Baudelaire se fue posiblemente a la tumba creyendo —como relata en lo que sobre su vida escribió— que Poe había estado en Grecia y allí había luchado al estilo de Byron, al que admiraba, y que en San Petersburgo, en Rusia, había estado a punto de ser condenado a prisión en Siberia.      
Y, finalmente. ¿Qué pensar de aquella breve pasión o erotomanía platónica sufrida después de la muerte de su joven esposa? Se enamora sucesiva y hasta simultáneamente de varias mujeres —la mayor parte de ellas ligadas al mundo de las letras— de las que con algunas de ellas llegaron a ser fijados los esponsales. Algo inexplicable.
Pero sí hay algo de humano, demasiado y terriblemente humano como escritor en su vida: su coraje corrigiendo sus textos; lo mismo que Dostoievski, lo mismo que todos los grandes. Y su sinceridad expresándolo: «Los escritores prefieren dar a entender que componen mediante una especie de bello frenesí, y literalmente se estremecerían si dejaran que el público echara una ojeada tras las bambalinas a los innumerables vislumbres de ideas que no llegaron a la madurez de la visión plena, a las cautelosas selecciones y rechazos, a los dolorosos borrones e interpolaciones».
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(1) Narciso Ibáñez Serrador: Prólogo a Narraciones extraordinarias
(2) Antoni Marí: Poe, Lecciones de literatura universal
(3) Julio Cortázar: Prólogo a Eureka
(4) Charles Baudelaire: Edgar Allan Poe

                                                                            

domingo, 5 de agosto de 2012

Día Sesenta y ocho: ¿Teresa y Juan-Jacobo?, ¿pero cómo se explica?



¿Cómo se explica qué? Pues sencillamente que uno de los más geniales e influyentes escritores y pensadores del siglo de las luces se acabe amancebando, o si se quiere uniendo sentimentalmente a una costurera, a una vulgar criada durante treinta y dos años. Estamos de nuevo ante una relación similar y tan insólita como la de Goethe con Christiane y la de Joyce con Nora que ya hemos tratado aquí... ¿Existirán más casos?

   En sus Confesiones dejó escrito: «Nada manifiesta tanto las verdaderas inclinaciones de un hombre, como la clase de relaciones a que está unido», y respecto a ello señala mediante un asterisco una nota a pie de página: «A menos que se haya engañado en su elección... Por lo demás aléjese toda aplicación injuriosa a mi mujer. Ella es a la verdad, más corta y fácil de engañar de lo que yo había creído; mas por su carácter casto, excelente, sin malicia, es digna de toda mi estimación y se la tendré mientras yo viva». Y lo cumplió.
   Cuando Jean-Jacques escribía esto contaba más o menos cincuenta y seis años y hacía veintitrés que había conocido a Thérèse Le Vasseur y la había hecho su amante. Pero veamos cómo se desarrolló todo aquello.
Se encontraba alojado de nuevo en París en una fonda que ya había sido anteriormente su hogar: «Allí me esperaba el único consuelo real que me ha concedido el cielo en medio de mi desdicha...». Era ella de «unos veintidós a veintitrés años» y la primera vez que la vio le «maravilló su aspecto modesto y más aún su mirada viva y dulce... Ella era muy tímida; yo lo mismo... De antemano le declaré que jamás la abandonaría si bien no me casaría tampoco». Sin embargo sí se acabó casando con ella.
La verdad es que aquel trotamundos que con las mujeres tiene un especial encanto y a tantas ha conquistado y lo han protegido, se convierte por primera vez en el protector de una muchacha inculta que tal como él mismo relata no sabe ni contar el dinero ni conoce el precio de las cosas, confunde las palabras con sus opuestas y nunca consiguió leer correctamente la hora marcada por un reloj o citar ordenadamente los doce meses del año.
¿Se habrá preocupado algún ensayista —quizás un psicólogo— de analizar estas curiosas relaciones del genio con la zafia criada-amante? Parece como si se tratara de una doble personalidad, una doble vida. Es como si el genio escritor necesitara una proyección exterior, una imagen mundana, una relación con su entorno y su mundo circundante; pero a su vez precisara de su soledad, su mundo interno donde pueda satisfacer su enorme ego —afectiva y sexualmente— como un déspota, sin que le rechisten, o ¿existe algo edípico también en esa relación? Entiendo que necesita dos mundos para realizarse; en el primero no tiene cabida esa mujer sumisa, del segundo excluye a la pléyade de personajes que le alaban y le critican, y en medio un muro que separa esos dos universos. Merece la pena recordar que la relación entre sexo, amor y vida conyugal se resolvía al parecer según Demóstenes de la siguiente manera: «Las cortesanas existen para el placer, las concubinas para los cuidados cotidianos, las esposas para tener una descendencia legítima y una fiel guardiana del hogar»(1).
Mas continuemos con ciertos detalles que nos arrojen alguna luz. Nunca le preocupó que Teresa hubiera tenido un desliz apenas salida de la infancia debido a su ignorancia y a la astucia de un seductor tal como ella se lo hizo saber. Una tan grande ignorancia que le lleva a él a tratar de instruirla: «Al principio me propuse formar su inteligencia, mas fue tiempo perdido» confiesa decepcionado, pero ello no le desalienta puesto que «En Teresa hallé el suplemento que necesitaba; por su medio viví feliz cuanto podía serlo...», y, además, con el tiempo descubrirá que aquella persona tan ignorante —él la llama hasta estúpida— tiene un instinto especial para las situaciones difíciles y le ayuda a tomar decisiones eficaces que ni siquiera él era capaz de vislumbrar: «Mas esta persona tan limitada y, si se quiere, también tan estúpida raciocina de un modo excelente en las ocasiones difíciles (...) en las catástrofes que he sufrido, ella ha visto lo que yo mismo no veía; me ha dado los mejores consejos; me ha sacado de peligros donde yo ciegamente me precipitaba...», y todo ello a pesar de no tener «...bastantes ideas comunes para que a veces nos faltase motivo fecundo de conversación, no pudiendo hablar siempre de nuestros proyectos...». Pero le es suficiente sentirse querido por ella: «Veía que me amaba sinceramente y esto redoblaba mi ternura», eso a pesar de tener que soportar a la madre puesto que ella vive con su familia: «...aunque Teresa fuese desinteresada como pocas, no así su madre (...) Cuanto hacía para Teresa quedaba destruido por su madre, que lo aplicaba al servicio de sus allegados».
No le agrada seguir viviendo así: «No salía más que para ir a casa de Teresa, que vino a ser casi la mía», y ello le lleva a buscar cierta autonomía junto a ella, necesita independizarse de la madre, y, de ahí «el deseo que tenía de mucho tiempo de no formar más que una casa con Teresa». Tal es así que no lo duda, puesto que «Había depositado mis más tiernas afecciones en una persona grata a mi corazón y esta me correspondía». Y, para ello, «con los muebles que ya tenía Teresa lo reunimos todo, y habiendo alquilado una pequeña habitación en la fonda..., nos arreglamos como pudimos y allí vivimos apacible y agradablemente durante siete años...» ¿Increíble? Sigamos: allí son felices cenando junto a una ventana sentados «...en dos pequeñas sillas colocadas sobre una maleta... sirviéndonos de mesa la ventana... lo delicioso de esas cenas que por todo manjar consistían en un cacho de pan de baja calidad, algunas cerezas, un poco de queso y medio cuartillo de vino...» ¿Cómo puede explicarse esta felicidad a pesar de que siga reconociendo que su Teresa «...tenía un corazón de ángel... habíamos nacido el uno para el otro»? Se acabará casando civilmente con ella a los cincuenta y seis años.

Pasemos ahora al gran escándalo que Voltaire provocó consecuencia de un panfleto anónimo y clandestino que hizo circular para denigrarlo, y que resultó ser el motivo de que dos años más tarde se pusiera a escribir sus Confesiones: Rousseau ha tenido con Thérèse cinco hijos que ha ido depositando en la Inclusa.
Él mismo trata de explicarlo en sus Confesiones, y hasta cierto punto intenta justificarse ante el lector: «Mientras yo engordaba..., mi pobre Teresa engrosaba por otro estilo...», pero él había aprendido que en aquellos tiempos «...el que más enriquecía la Inclusa era siempre el más aplaudido. Esto me pervirtió». Para el primero de los cinco hijos contó con la colaboración de su suegra, aunque con la resistencia de Teresa: «He ahí la salida que yo necesitaba, y me resolví a seguirla alegremente sin el menor escrúpulo; y el único que hube de vencer fue el de Teresa». Llegado el momento a Teresa la acompaña su madre a casa de la comadrona y es esta la que deposita a la criatura «en la Inclusa, del modo acostumbrado. Al año siguiente vuelta a lo mismo...» Reconoce que fue una «fatal conducta» pero también razona que «...entregando mis hijos a la educación pública por serme imposible educarlos por mí mismo, al destinarlos a ser obreros y campesinos mejor que aventureros y andariegos creí hacer un acto de ciudadano y de padre...»; «...fueron cinco los que tuve. Este proceder me pareció tan bueno, tan sensato, tan legítimo, que si no me jactaba de ello, sólo fue por respeto a la madre», y, sin embargo «...el pesar me ha indicado que me equivoqué».
Esta conducta de monstruo que sus enemigos aprovecharon para difamarlo merece que la analicemos someramente a la luz de lo que algunos estudiosos del tema han escrito sobre el mismo. 
   Primero de todo: ¿tuvo realmente Juan-Jacobo cinco hijos? Más aún: ¿llegó a tener algún hijo en su vida? No olvidemos su enfermedad genito-urinaria ni mucho menos su vida «galante» con tanta dama a la que, al parecer, a ninguna dejó jamás embarazada. En ningún escrito para ser publicado en vida hizo mención alguna a su paternidad, tan sólo lo hizo en aquellos que estaba previsto se publicasen tras su muerte. De esos cinco hijos tampoco se ha podido encontrar rastro o noticia alguna. ¿Fueron esos hijos tan sólo una invención de Teresa? También, aunque ella los hubiera tenido pudo ocurrir que Rousseau no fuera el padre de ellos, y que lo supiera, aunque no nos parece verosímil. De igual forma es posible que jugara un papel muy importante el salvar su virilidad para la historia contando esa fábula; al fin y al cabo había sido toda su vida un enfermo, y en consecuencia posiblemente un impotente. Sin embargo, antes de revelarlo en sus Confesiones, «...cuando Voltaire le acusa, se defiende, hace trampas y juega con las palabras. La vergüenza le obliga a callar o a salirse por la tangente: adivina que el silencio, el prestigio de su vida desgraciada son, mientras esté vivo, su mejor defensa»(2).
   La segunda parte a comentar sobre el tema tiene que ver con las costumbres de la época. Incluso suponiendo que los hechos sucedieran así y su virilidad fuera cierta, la realidad es que cada tiempo tiene sus modos y su proceder; él, tal como lo escribe, seguía «los usos del país», «del modo acostumbrado». En nuestra época, las prácticas abortivas en clínicas más o menos clandestinas es el medio que parte de la sociedad utiliza para deshacerse de los hijos no deseados, incluso son reconocidos ciertos abortos como legales. A mediados del siglo dieciocho era práctica habitual depositar en la Inclusa, así como en las iglesias y en los conventos, a los recién nacidos por alguna razón no queridos —la pobreza, el deshonor, la violación, el incesto. Se estima que la cifra llegó a alcanzar en cierto momento a un tercio del total de los nacidos. Ignoro las cifras proporcionales de abortos hoy día respecto al número de embarazos, aunque debe ser fácil conocerlas.


   Pero lamentablemente nos vamos sin conocer la cuestión primera: ¿qué es lo que pudo unir a una pareja como aquella o como las dos ya citadas? ¿Les unió eso que se llama amor, el enamoramiento, del que Ortega decía que se trataba solamente de «un estado de imbecilidad transitorio»? No; en los tres casos que nos ocupa no hubo nada transitorio; les duró toda una vida.
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(1) José A. Marina: Cartas de amor
(2) Jean Guéhenngo: Jean-Jacques Rousseau