¿O no es
extraño, para comenzar, que un muchacho humilde que pasa su
adolescencia solo, separado de su familia, trabajando desde los
quince años como mancebo de farmacia en una insignificante población
noruega a unos doscientos cincuenta kilómetros de Cristianía, hoy
Oslo, en la que no hay teatro alguno, escriba a los veinte años nada
menos que un drama en verso sobre el personaje Catilina después de
haber leído a Cicerón y a Salustio?
Y aún más:
¿no parece inverosímil que ese muchacho, tras haber intentado
estrenar sin éxito Catilina,
consiga que se le represente en el Teatro Nacional de Oslo a los
veintidós años una segunda obra, El túmulo
vikingo?
Otrosí
(como escriben los hombres de leyes): ¿es que resulta normal que a
los veintitrés sea nombrado director de escena de un nuevo teatro de
Bergen y cinco años después, con veintiocho, llegue a ser director
artístico del Teatro Noruego de Cristianía? No; desde luego no
parece muy normal pero, no obstante, ya veremos que no es ello lo
único extraño en la vida de Enric Ibsen, uno de los dramaturgos más
grandes de todas las épocas.
1828;
Skien, el lugar donde ese año nace Enric Ibsen, está situado a unos
ciento cincuenta kilómetros de Cristianía por caminos que suponemos
difíciles de transitar en aquellos tiempos, y, Grimstad, la aldea
costera donde trabaja desde los quince años se encuentra a unos cien
de Skien.
El
pequeño Enric, que comienza a acusar en su carácter cierta
misantropía, tristeza y soledad como consecuencia de los
consiguientes cambios a peor derivados de la ruina sobrevenida a su
padre cuando él cuenta tan sólo ocho años, estudia desde esa edad
hasta los quince en un par de colegios. Decimos que estudia pero
desde luego no en centros de élite donde los clásicos de la
antigüedad sean importantes; su familia es ahora humilde y hasta ha
tenido que irse a vivir a una granja a las afueras de la ciudad desde
la que él tiene que desplazarse cinco kilómetros para asistir a la
escuela; los dos últimos años estudiará ya en Skien en un colegio
religioso. ¿Qué le enseñarían en aquellos colegios al pequeño
Enric antes de marchar a Grimstad, a trabajar en una farmacia, para
salir de allí a los veinte años con su Catilina
bajo el brazo camino de Cristianía? Lamento
ejercer de biógrafo estando Wikipedia al
alcance de cualquiera, pero a veces es necesario «remachar» algunos
datos. Créaseme: para que sucediera lo que sucedió, únicamente hay
una explicación: «El genio, en todos los terrenos del arte humano,
transforma cuanto toca»(1), y, a aquel muchacho le había tentado,
no sabemos por qué, el teatro.
No
vamos a continuar citando datos biográficos, sino que en su lugar
vamos a insistir escuetamente en que Enric Ibsen ha sido catalogado
por sus biógrafos como un..., diríamos que como un inconformista,
eso es. Ninguno que yo sepa lo ha llamado de este modo, pero sí han
insistido en que se trataba de un carácter especial; alguien que
nunca se encontraba satisfecho viviendo una vida ordinaria compuesta
de las naturales satisfacciones y dificultades que a todos nos suele
la existencia deparar. No; indudablemente nos hallamos ante un hombre
perteneciente a aquel grupo de selectos, a los cuales hemos hecho ya
referencia anteriormente en estas páginas, que suelen exigirse
mucho, al menos más que los demás, y que acumulan sobre sí mismos
excepcionales dificultades y deberes realizando un esfuerzo de
perfección no común a los demás mortales. Se trata de personas que
«necesitan una misión que realizar, un proyecto que se encuentre
muchas veces por encima de sus fuerzas, que los haga sentirse solos,
incomprendidos y al final derrotados, pero orgullosos de haberse
aventurado en ese viaje a los cielos»(2). Así era el dramaturgo
Ibsen y también la mayor parte de los protagonistas de sus mejores
obras —recuérdese que se escribe siempre sobre uno mismo.
Con
individuos de esta clase, al parecer, y parece lógico, no es fácil
la convivencia. Nunca lo ha sido con un genio según vemos en sus
biografías, y no es por tanto extraño que Ibsen sea retratado como
un malhumorado, un irritable y un
colérico; además «se complacía en la rumia amarga de su
destierro, de su pobreza, de la ruindad de la crítica, de la
incomprensión popular»(2). Cuando joven, nos lo han representado
como lector habitual de la historia y de la Biblia —aunque ateo con
posterioridad—, puritano y al tiempo sensual, convencional y
revolucionario, férreo en sus decisiones y sin embargo timorato,
lento y metódico, reservado pero siempre apasionado y brusco o
violento a la hora de discutir.
Hasta
aquí el personaje y su temperamento. Añadamos no obstante algo muy
importante y que puede que fuera decisivo en su vida. Su esposa
Susannah con la que casó joven, ha sido considerada como su
inspiradora y su custodia; no sólo le soportó sino que siempre le
ayudó; inicialmente le apoyó sobrellevando el autoexilio y la
indigencia de los primeros años, y después, en los de triunfo en el
centro de Europa —nada menos que durante treinta y seis— fue su
colaboradora y su único consejero; a ella sola le leía sus dramas y
le comunicaba sus proyectos. Le ayudó; su mujer ejerció sobre él
una grandísima fuerza, y, ¿hemos de decirlo?: Ibsen no creía en el
matrimonio, era un fiero detractor del mismo.
En
el primer párrafo hemos dicho que su Catilina
—una especie de rehabilitación del
conspirador romano— no tuvo éxito, y sí lo tuvo
su segunda obra El
túmulo vikingo. Y
ello y lo que sigue nos deja la puerta abierta para pensar que Ibsen
se dio cuenta pronto de que lo que podía sacarle adelante era
escribir teatro sobre temas históricos basados en el pasado mítico
de Escandinavia, especialmente Noruega y Dinamarca, a la que tenía como
segunda patria. Y eso fue lo que —gracias indudablemente a su
genio— le catapultó meteoríticamente; el romano Catilina a pocos
noruegos podía importarle demasiado. Aunque, detengámonos: es
típico en él admirar a los individuos notables caídos y
frecuentemente no atractivos para la mayoría de los demás; si Ibsen
hubiera vivido en la segunda parte del siglo pasado hubiera escrito
sendos dramas sobre Azaña y Nixon. De todas maneras, en cuanto pudo,
abandonó tanto los personajes históricos como los temas heroicos
del pasado escandinavo y se dedicó a presentarnos personas de la
vida real, de su tiempo, aunque eso sí: personas que se enfrentan a
ese tiempo: con él llegó al teatro el escándalo. Puede ser, como
se ha dicho, que Ibsen no se adelantara a su tiempo mostrando
aquellos conflictos de su teatro, puede ser que las personas de su
tiempo se habían quedado retrasadas.
Ibsen
se dedica a presentar individuos que se atreven a hacer frente al
mundo, a aquella sociedad, al destino y hasta a la santa providencia
y todo ello envuelto en cierto aspecto psicológico; en ese asunto es
un Stendhal o un Dostoievski con los cuales ha sido comparado puesto
que lo expresa en forma parecida a ellos. Describe la vida íntima de
ciertos seres que sufren, destapa los conflictos anímicos del
individuo y, generalmente, nos muestra su toma de resolución —algo
que entonces escandalizó—, o en otros casos se la deja al
espectador para que él decida.
Digamos algo en
el tiempo que todavía nos resta sobre sus tres principales
obras, o al menos las más populares. Casa de
muñecas y El pato
salvaje son indudablemente las más
reconocidas y valoradas, y a ellas vamos a añadirle Un
enemigo del pueblo que es posiblemente la
más divulgada. Quizás, si no habéis tenido ocasión de leerlas, es
posible, que sí las halláis contemplado en un escenario, en la
pantalla pequeña, o puede ser que en la grande.
De Casa
de muñecas, con la que se reveló a sus
cincuenta y un años y que escribió en Italia a donde había
marchado autoexilado pero pensionado —aunque entonces ya era rico y
vivía de sus obras—, de ella decía Ortega que cuando Ibsen la
escribía «...ser feliz sonaba a frivolidad, si no a pecado.
El escándalo que en Europa produjo Casa
de muñecas de Ibsen me sirve como prueba
(...) La Nora ibseniana no pide sino esto: ser feliz... —algo
entonces— absurdo e intolerable...». Nora es una heroína del
feminismo cuando para su marido y para el mundo es una fútil y
graciosa muñeca; y, sin embargo, ¡qué paradoja!, Ibsen no era
feminista, tenía a las mujeres por inferiores. El gran «escándalo»
que late en la obra, así como el motivo, nos parecen sin embargo
nimios en la sociedad de la violencia doméstica de hoy. Supongo que
entonces todo lo que a Nora le atormenta haber realizado pudiera ser
monstruoso; lo que no le perdonó la sociedad a Ibsen fue que Nora se
marchara de su casa y abandonara hijos y marido buscando una vida
independiente: gran escándalo. Por cierto, la obra está basada en
una historia real con final distinto. Nora era Laura Kieler, una
escritora alemana admiradora de él con la que mantenía amistad; la
historia real finalizó más trágicamente con un internamiento en un
sanatorio psiquiátrico y el divorcio y la separación de los hijos.
«Todo cuanto he escrito tiene la conexión más íntima con lo que
he vivido, aún cuando no haya sido mi propia experiencia personal».
El
pato salvaje, considerada la más compleja y
original de sus obras, es un estudio acerca de las falsas ilusiones
que a todos nos permiten hacer frente a nuestras miserias y a
nuestros condicionamientos sociales. Ibsen retrata a un puñado de
personajes víctimas de la falsedad, del egoísmo y de su falta de
dignidad. Mediante la conversación de dos amigos jóvenes que se
reencuentran, se le ponen de manifiesto al espectador todos aquellos
vicios y las lagunas del pasado de los padres de ambos, también
amigos pero que no han tenido la misma suerte en la vida ni han
actuado con la misma honestidad e integridad, al menos uno de ellos.
Hialmar, uno de los jóvenes amigos, al igual que Nora, vive una
existencia miserable e irreal: pero esta vez Ibsen no lo libera como
hace con aquella en Casa de muñecas; en
este caso es posiblemente mejor que siga engañado porque el
desenlace podría ser fatal para terceros.
Yo
diría que Un enemigo del pueblo
se está escribiendo hoy, todos los días, en nuestra prensa diaria.
La corrupción que nos invade, política o no, está ahí, en esa
obra, en la que está en juego la salud de los ciudadanos. Siempre he
visto en este héroe, el doctor Stockmann, un noble Quijote dispuesto
a sacrificar todo lo que posee, incluida su familia, para que se sepa
la verdad a pesar de acarrearle la enemistad con su hermano el
alcalde, y el odio del pueblo que no quiere creer la gran verdad. Que
las aguas que ellos pretenden que atraigan al pueblo visitantes,
aguas curativas, están envenenadas.
Se
ha escrito que de Ibsen se nutrieron Shaw, Strindberg, Chéjov, Gorki,
Pirandello, Sartre, Camus y O'Neill. ¿Nada más que estos? Desde
luego ellos, y también Miller puede que llevaran el realismo de la
literatura de su tiempo, el de cada uno, al teatro o a la novela.
Pero quizás él, Enric Ibsen fue el primero que puso en escena las
complicadas situaciones cotidianas y nos hizo pensar en ellas; el que
«metió» argumentos literarios, de novela, dentro de un escenario.
En ellos, en los escenarios anteriores hasta entonces tan sólo se
mostraba puro entretenimiento.
——————
(1) Jesús
Pardo, Nota preliminar
a Poesía completa de Ibsen
(2)
Mario Parajón,
Introducción a Casa
de muñecas y El pato
salvaje
(3)
Ángel García Pintado,
Introducción a Casa
de muñecas