lunes, 25 de julio de 2011

Día Veintiséis: La valentía de reescribir

Quizás no haya habido en la historia de la literatura dos figuras tan dispares -y sin embargo coexistentes en una misma época- como Marguerite Yourcenar y Yukio Mishima. Esa característica y el haber traído a estas mal pergeñadas páginas tantas citas de aquella, también el tener la ocasión de explorar por primera vez el mundo de una escritora y no de un escritor -alguien que además tuvo un formidable respeto y cariño por el segundo y por su obra- me han encaminado a detenerme en esta belga-francesa-norteamericana incansable viajera y trashumante y, al igual que Sísifo, capaz de empujar una y otra vez la gran roca por la montaña arriba sin importarle las veces que aquella ruede de nuevo hasta la hondonada antes de haber alcanzado la cima. Pero con una diferencia fundamental: en ella no significó un esfuerzo inútil como en aquel.

     Pienso que tanto separa a Yourcenar de Mishima como puntos comunes tuvo aquella con Flaubert; sencillamente la tengo considerada una flaubertiana total. Si él le dedicó a Las tentaciones de San Antonio treinta años, Marguerite Yourcenar le dedicó a Memorias de Adriano veintisiete.
     - "Me ocurre que al cabo de cinco o seis páginas tengo que suprimir frases que me han exigido días enteros", escribía Flaubert.
     - "Para escribir las cuarenta páginas del prefacio a La couronne et la lyre, necesité cerca de un año", le respondería Yourcenar.
     Para qué seguir...; hemos visto que Mishima daba suelta a su riquísimo caudal con la fluidez de un torrente, y nadie jamás ha hecho referencia a perfeccionismo alguno tratando de corregir y de encontrar la frase exacta o tersamente pulida. Pues bien, estamos en el caso opuesto; además de su perfeccionismo -de su flaubertismo- Marguerite Yourcenar va todavía más lejos: a veces destruye la obra entera y, quizás años después, la vuelve a componer. Prácticamente su vida de escritora consistió en un hacer y deshacer lo mismo que Penélope tejía el manto para su suegro Laertes durante el día y lo deshacía por la noche. A la pregunta de por qué quemar tantas primeras versiones acostumbraba a responder: "En materia de libros, hay que saber esperar; volví a escribir los libros que consideraba frustados o incompletos".
     Esa era su gran manía: "un extraño comportamiento autárquico que le llevaba siempre a modificar, prolongar y ampliar lo ya parcialmente realizado", revisar y corregir su obra. "Refritos" fueron llamados algunos de sus libros; ella misma lo reconocía: "...que tantas veces reviso y reescribo algunos de mis libros, para perfeccionarlos y enriquecerlos si es posible". Se trata a veces de sus obras ya reeditadas las cuales corrige "para acercarse al máximo a lo que ella quiere decir exactamente". No hubo reedición de ninguna de sus obras que no fuera supervisada personalmente por ella, para desesperación de sus editores.
     Josyane Savigneau, para mí su mejor biógrafa, dice que "consideraba a sus diferentes libros como las diversas partes de una sola obra jamás acabada, a la cual revisaba, perfeccionaba, y trataba de enriquecer o simplificar poco a poco".
    
     Pero ¿qué nos atrae sobre todo de Marguerite Yourcenar mujer y escritora? Yo diría que era todo un carácter. He aquí una mujer inquieta, activa, nacida con el siglo en el corazón de una Europa decadente, y educada en un mundo elegante, pero que sabe lo que quiere. Prueba de ello es que al margen de sus largos y prolongados viajes elige finalmente para vivir la costa de un lugar frío, desolado e inhóspito de una isla del norte de los Estados Unidos. Una francesa de su clase y cosmopolita, allí, con su compañera norteamericana, parece increíble.
     "Siempre me gustó el aislamiento...". Sí; pero nunca perderá el amor a los viajes, un amor "tan violento como el deseo carnal". Una mujer según su biógrafa "propensa a la meticulosidad, incluso puntillosa hasta lindar con la manía". Según ella sus demonios eran: "la alternancia de pasiones y depresiones como consecuencia de su concentración en su actividad de escritora, la disipación mental, el amor al nomadismo que la lleva a dar vueltas incesantemente por el mundo, el recogimiento en sí misma llevado hasta la tentación del mutismo y la impotencia". ¿Tendría que ver ese recogimiento y mutismo con su sintonía oriental?; al igual que Borges -sin necesidad de remontarnos a Schopenhauer- he aquí un espíritu atraído por la mística oriental: "...las bases o armonizaciones de mi pensamiento: (...) las meditaciones de los upanishads y de los sutras, los axiomas taoistas". Esa clase de aceptación de la existencia influirá mucho en su obra.
     Pero he aquí que convive con alguien, su Grace, que es su compañera, secretaria, administradora, cocinera, ama de llaves y traductora al inglés de sus obras; porque "un escritor siempre encuentra la manera de escapar a todo y a todos para realizar lo que es para él indispensable, lo que justifica su vida. Pero (...) el creador necesita testigos, gente cercana a él que crea en su obra, alguien que atestigüe la absoluta necesidad de su trabajo". Y a mí me vienen a la memoria las compañeras de Goethe, de Rousseau y de Joyce.


     He aquí sus recomendaciones para alguien que quería escribir:
     1. Trabajar. El arte de escribir se aprende. Se trata de decir lo más clara y fuertemente posible lo que uno siente y piensa. Pruebe a hacerlo así: oblíguese a describir exacta y completamente un cuadro que haya visto usted en un museo, una escena callejera, trate de relatar una conversación a la que haya asistido, de desentrañar sus ideas sobre un tema que le interese y póngalas por escrito. Nunca más de unas cuantas páginas a la vez. Haga y rehaga, hasta que lo que vea sea exactamente como quiere usted que sea tras haber eliminado todo lo ficticio y todo lo inútil.
     2. Aprender a pensar, instruirse. Nunca se ha leído lo bastante ni se ha visto y reflexionado lo suficiente. Hágase un programa de lecturas inmenso y desinteresado (es decir, sin el objetivo inmediato de utilizarlo para sus escritos). Que una lectura lleve a otra y controle a la otra. Nunca excluya ningún campo mientras no sepa usted cual de ellos es el que le interesa para pofundizar más en él.
      3. Aprender a ver y a oír, desde el más mínimo utensilio de cocina hasta las estrellas, desde el perro que ladra hasta la voz del viento.
      4. Pensar poco en uno mismo, y jamás en el éxito, en la gloria, en esas pamplinas. Pregúntese por qué razón desea usted escribir.

     Reparemos que en el punto segundo ha señalado "aprender a pensar". Pues bien; oigámosla: "Siempre escribí mis libros con el pensamiento antes de transcribirlos al papel, y a veces los olvidé inclusive durante diez años antes de darles una forma escrita". Asegura que escribió enteramente con el pensamiento el largo relato de La mort conduit l'attelage, y aunque eso sucedió en el año cincuenta y siete sólo retornó al proyecto veinte años más tarde: "Lo recordé como una historia que me hubieran relatado, como si el agua comenzara a correr de nuevo, luego de haber estado congelada durante más de veinte años".
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