domingo, 3 de julio de 2011

Día Veinticuatro: ¿Mishima energúmeno?

Dice José Antonio Marina que "A los creadores les cuadra más ser definidos como energúmenos, (palabra) que tiene la misma raíz que energía. (...) que les convierte con frecuencia en personajes incansables y obsesionados con su tarea, a mi juicio el rasgo que sirvió para fundar la desdichada conexión entre genio y locura" (1). ¡Genio y locura!; he ahí una gran cuestión, ¿dónde está la barrera que separa ambos conceptos? Ya Schopenhauer había conjeturado que "El genio vive solamente un piso por encima de la locura".
     Lo cierto es que en este caso nos encontramos ante la figura de uno de esos "energúmenos" que nada tienen que ver con los que el diccionario califica como "poseídos del demonio" o "furiosos y alborotados". Nos referimos a alguien con una capacidad fuera de lo normal para producir o crear y que, además, realiza multitud de otras actividades unas veces relacionadas con su producción literaria y otras totalmente ajenas a la misma y a menudo sorprendentes.
     Vallejo-Nágera, el psiquiatra, mencionaba en su libro Mishima o el placer de morir que muchos de sus críticos más hostiles le habían acusado de que toda su producción era autobiográfica. Ello parece increíble si se tiene en cuenta que a la edad de cuarenta y cinco años, la de su muerte, había escrito cuarenta novelas, dieciocho obras teatrales, veinte volúmenes de cuentos y otros tantos de ensayos literarios sin contar sus artículos periodísticos. Por escribir era capaz de escribirle una tesis sobre la Revolución Francesa a una amiga suya, como al parecer llegó a hacer. ¿Pero todo lo que escribió era autobiográfico?
      No; definitivamente y a primera vista nos negamos a creerlo; aunque... para poder escribir tanto en tan poco tiempo al menos hace falta tener memoria, ¡mucha memoria!: "Los grandes creadores han tenido descomunales memorias para lo referente a su arte", "...cuando se lee como escritor, lo aprendido puede transformarse en un sistema productor de ocurrencias" (1). ¡Eso puede ser!: lo aprendido se convierte en algo autobiográfico; lo narrado está influido por una "realidad ficticia". En sus novelas -dice de él la Yourcenar- "la fabulación está conectada con la realidad". Por otra parte se sabe que previamente visitaba siempre los lugares que después aparecían en sus novelas fueran estos cercanos o remotos. Por ejemplo: para escribir El rumor del oleaje, mediante la ayuda del Departamento de Pesca de su país se marchó a la isla Kamijima, un minúsculo islote de pescadores en el que pasó diez días conviviendo con sus habitantes, incluido el farero de la isla que repetidamente aparece en la novela.
     Si a esa memoria descomunal mediante la que retiene no sólo lo aprendido y lo leído sino lo vivido y lo experimentado, se le suma que a lo largo de toda su obra nos descubre constantemente sus sentimientos íntimos y sus firmes convicciones haciendo referencia a unos penetrantes y repetidos conceptos tales como muerte, amor, repulsión, belleza, odio, perfección, poesía, perversión... -mi gusto por las frases punzantes y la aparatosidad-, puede ser entonces que toda su obra nos parezca que de alguna manera tiene un penetrante sabor autobiográfico, eso a pesar de no haber tenido una grande y dilatada existencia.
     Lo cierto, sin embargo, es que fue un increíble fabulador que hipnotiza al lector transportándolo tanto a lugares simples, reales o inverosímiles y envuelto tanto en mitos y creencias como en historia o en auténtica actualidad. Sea como fuere Mishima poseía la magia de envolvernos en sus relatos con todos los ingredientes del lugar, con las imágenes, los colores, la atmósfera, los sentimientos y hasta los olores que percibe el protagonista de la novela. Se trata de algo como aquello de Ruskin: "sólo hay una forma de poseer la belleza, la cual pasa por la comprensión de ella, (...y) la manera más efectiva de aspirar a esta comprensión consiste en intentar describir los enclaves bellos por medio del arte, dibujándolos o escribiendo sobre ellos". A veces hasta uno percibe que hay en el relato algo de lo que se ha dado en llamar "flujo de conciencia", aquello más o menos de ser capaz de plasmar instantáneamente en el papel nuestros pensamientos a la velocidad de llegada a nuestro cerebro.
     Pero nunca conoceremos el secreto porque no nos dejó diarios íntimos como tantos otros escritores hicieron; los que llevaba los quemó justo antes de su boda. Nos quedan tan sólo aquellos que inició al ponerse a escribir La casa de Kyoto (para lo cual se "encarceló" en un hotel) y que no son demasiado trascendentes; precisamente la obra en la que puso tanto empeño y que resultó a sus treinta años su único fracaso; nunca llegó a ser traducida. En esos diarios va señalando meticulosamente el avance de la novela consignando el número de páginas escritas de las novecientas que había determinado que tendría; también había fijado el tiempo que le ocuparía. La comenzó en marzo de 1958: "...esa sensación agobiante, desagradable, que se apodera de mí cuando empiezo a trabajar una novela larga". La finalizaría en junio del siguiente año después de haber alcanzado la página 947: "...había terminado y dejé la pluma: no sentía la alegría que había imaginado, sólo una sensación de desamparo".
     Le compensará terminantemente de ello la obra final de su vida iniciada diez años después y compuesta de cuatro títulos bajo el genérico de El mar de la fertilidad. Será su triunfo y su adiós, su despedida.
       Antes de sumergirnos en Mishima hombre, en esa compleja figura de rasgos ciclópeos, cuestionables e ignotos que lo distingue excepcionalmente de cualquier otro escritor, quiero decir dos palabras acerca de la impresión que habitualmente me han producido la mayoría de los títulos de sus novelas. Y esa impresión o sensación radica simplemente en que detecto siempre en ellos cierta poesía. Repasemos algunos como si estuviéramos recitando:
     Años verdes, primavera tardía, caballos desbocados, rumor de oleaje, bosque florido, muerte en el estío, nieve de primavera, sol y acero...
     Sí; definitivamente Mishima fue un energúmeno de la literatura; un frenético y enloquecido escritor "bestia de aguantes insospechados, animal de resistencias sin fin, capaz de dejarse la vida -y la reputación, y los amigos, y la familia, y demás confortables zarandajas- a cambio de un fajo de cuartillas en el que pueda adivinarse su minúscula verdad"; frase que ya trajimos a este blog en una de aquellas sus primeras entradas.
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(1) Marina: Teoría de la inteligencia creadora