lunes, 6 de febrero de 2012

Día Cuarenta y cinco: Henry, Anaïs y el aire acondicionado

Cuando Miller salió de Nueva York hacia París en 1930 con todo un capital de diez dólares que le habían sido prestados, no era la primera vez que se dirigía a Europa; dos años antes ya había llegado allí con su segunda esposa June, y juntos habían pasado en aquella deslumbrante ciudad un año. Pero en esta ocasión viajaba solo y con la intención de conquistar la ciudad y la fama. 
Si tal como decía Victoria Nelson es cierto que «la difícil tarea de descubrir la identidad propia como escritor es un proceso que dura toda la vida y evoluciona constantemente», Miller estaba ahora a punto de comenzar a descubrir esa identidad a pesar de haberlo intentado antes en su país sin ningún éxito. Allí, durante los próximos diez años iba a encontrar definitivamente todos los ingredientes para que su arte explosionara. Uno de ellos, muy importante y definitorio y que también le duró casi toda su vida, fue Anaïs Nin. Llegar a conocer a esta polémica y voluptuosa mujer y comenzar a escribir Trópico de Cáncer fue, se diría que simultáneo. Convertida en su amante jugó un papel muy importante en la promoción de la novela ante el editor; tres años después vería Miller en los escaparates de las librerías parisienses esta su primera obra publicada.

* * *

      Comentaba Miller que en un viejo libraco de llevar cuentas acostumbraba a anotar los innumerables detalles que constituyen la teneduría de libros de los escritores: «sueños, planes de ataque y de defensa, recuerdos, títulos de libros que intentaba escribir, nombres y direcciones de prestamistas posibles, frases obsesivas, editores a quienes asediar,batallas, monumentos, retiros monásticos...» Así comienza, o, mejor dicho eso es lo que nos cuenta en el Prólogo a su conocido libro de viajes The Air-Conditioned Nigthmare, título que no quiero expresamente traducir porque lo he encontrado escrito en español de muchas maneras, y a mí me parece que casi siempre equivocadamente.
¿Pero cual es la relación entre Anaïs y el aire acondicionado? ¡Ah!, esa es una gran pregunta.


      Miller, tras su estancia en Europa y después de haber descubierto no sólo Francia sino Grecia e Italia, manifiesta que siente la necesidad de reconciliarse con su país al que tanto ha denostado en sus obras, y para ello decide que debe realizar un viaje por los Estados Unidos. Desafortunadamente no consiguió reconciliación alguna, o, al menos, si es que existió sería cosa muy interesante saber qué es lo significaba para él reconciliarse. Simplemente con el título que le dio al libro, con el cual venía a decir que el viaje fue una pesadilla —aunque con aire acondicionado—, lo estaba volviendo a censurar.
En mi personal criterio no fue justo Miller en ese cuaderno de viaje enjuiciando a su país, meta siempre de tantos desheredados del planeta tal como Europa un día lo había sido para él. Bueno; quiero rectificar: no fue justo si exceptuamos el Sur, en especial Big Sur que fue donde se quedó a vivir. No hay capítulo del libro en el que no deje constancia de lo poco que le agrada su tierra y the american way of life, eso además de ponderar a Europa y en especial a Francia haciendo continuas comparaciones:

Prólogo: «Llamar a esto una sociedad de hombres libres es blasfemo».
I) "¡Buenas noticias! ¿Dios es amor!": «Hemos degenerado: hemos degradado la vida que queríamos crear en este continente».
II) "Vive la France!": «Nunca he conocido una plaza en Norteamérica que no me llenara de tristeza y hastío».
III) "El alma de la anestesia": (aquí habla del resto del mundo, pero no de su país).
IV) "The Shadows": «... no hay ninguna otra parte de los Estados Unidos donde se pueda tener una buena conversación, fuera del viejo Sur».
V) "El doctor Souchon, pintor cirujano": ¡Qué mundo tan aceitado, tan estéril, tan imitativo es el mundo de la pintura norteamericana! (...) ¿qué hay en Estados Unidos de valioso o de significativo entre el montón de telas que producimos como botellas?...

¡Para qué seguir!; si es usted antinorteamericano y al tiempo proeuropeo lea este libro —por otra parte extraordinario y lleno de reflexiones profundas sobre el hombre, la vida y el destino de la humanidad. ¡Ah!, y en él —cosa extraña— no hay sexo.

Sin embargo nos habíamos olvidado de Anaïs Nin y su relación con el aire acondicionado. Y para ello, para aclararlo, debemos mencionar primero que la relación de Miller con ella duró muchos años, incluso por correspondencia. Mientras realizaba ese viaje en un renqueante Buick allá por los años cuarenta le iba contando a ella en deliciosos textos epistolares todo lo que le venía sucediendo. Y es precisamente a través de esas cartas cuando de verdad se ve y se conoce a Estados Unidos, el país del aire acondicionado, de una manera más auténtica y menos desabrida.
Y viene quizás ahora muy a propósito señalar que, en general, todas las cartas de Henry Miller a Anaïs Nin que han sido publicadas me dejaron anonadado Hasta quinientas páginas en apretada letra de interminables cartas escritas desde distintos lugares de Europa (Francia, Italia, Grecia), y, tal como hemos dicho, desde los Estados Unidos.
Esas ciento noventa y siete cartas, seleccionadas de toda una ingente cantidad de las que le fue escribiendo entre 1931 y 1946, constituyen a mi entender otra gran obra literaria —y maestra— de Miller; obra la cual la iba elaborando, esta vez sí, según hablaba, y además sin enterarse. ¡Ah!, se me olvidaba: ¡tampoco en ellas hay sexo!
Redactadas en cualquier paradero, hotel, motel, restaurante o extraño lugar en el que se encontrase, y hasta sobre los más increíbles soportes (menús de restaurantes, facturas, cualquier papel que tuviera a mano) son excepcionales y revelan al escritor de raza. ¿No da pena pensar en lo que la Humanidad puede llegar a perder en el futuro con el correo electrónico?

    No quisiera dejar de hablar acerca de Miller y de su obra sin hacer una reflexión a la que invito a sumarse al lector. Independientemente del sexo duro presente en la mayoría de sus libros, y que posiblemente invitó en su época underground a muchos jóvenes lectores a conocerlo, puesto que fue así como sus relatos eran especialmente difundidos en el mundo anglosajón y también en otros por entonces muy católicos países, independientemente de ello, digo, Miller nos demuestra constantemente con su escritura que tiene una fuerza y un estilo (recordemos que «el estilo es el carácter» o «el estilo es el hombre mismo») no común a ningún otro escritor. Aún más y mucho más sorprendente: ¿cómo es posible que un hombre que abandona la universidad antes de finalizar su primer curso en ella llegue a adquirir una erudición tan completa como revela en sus escritos? Recordemos a Tolstói: también dejó la universidad en su primer año, se marchó a su finca y se puso a leer de todo —según él a estudiar— para poder escribir. ¿Son comparables? Tan sólo someramente; el conde Tolstói tenía mucho de casi todo, hablaba idiomas, viajó por Europa unos meses como turista y volvió a escribir a su país. El «pelao» Miller no tuvo nunca nada excepto problemas, embrollos, y sus manos y su cabeza encallecidas; no sabía idiomas y durmió muchas veces bajo los puentes del Sena.


Es indudable que para conseguir esa tremenda cultura que no sólo le permitió escribir copiosísimas vivencias y soberbios pensamientos junto con espléndidas reflexiones, sino ensayo y hasta teatro —independientemente de que llegó a interpretar al piano y a pintar a la acuarela— tuvo que leer más que Tolstói; eso además de trabajar, trabajar y trabajar..., y jamás desfallecer. Entiendo que Miller estaba dotado de unas cualidades natas excepcionales que a muy pocos humanos les son otorgadas por la madre Naturaleza.
No fue lo porno lo que lanzó a Miller al estrellato de la literatura; fue su descomunal valía. «Si pudiera uno escribir como habla...» se lamentaba. ¿Se equivocaba Buffon cuando aseguraba hace más de dos siglos que «aquellos que escriben como hablan, aunque hablen muy bien, escriben mal»? Yo juro que no sabría que contestar, pero la verdad es que cuando se lee a Miller, parece que uno está escuchando más que leyendo.

Finalizo con una de sus últimas reflexiones. Aquel Miller de tantos casamientos y relaciones extramatrimoniales le escribió a un amigo muy poco antes de morir: «En los últimos tramos del ser sólo existe un matrimonio de verdad: la unión de cada persona consigo mismo».

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