jueves, 23 de febrero de 2012

Día Cuarenta y siete: Qué diantres es el senequismo


Nos atrevíamos a decir el día anterior que Séneca era actual, y vamos a procurar razonarlo. Yo pienso que es actual dado que escribió poco más o menos como si lo hiciera en un país democrático de nuestro tiempo, con la única limitación de procurar no ofender al César y a las instituciones del Imperio. Séneca —poeta, literato y dramaturgo— no está sometido a grandes limitaciones de opinión; tiene libertad de expresión en cuanto que ningún dogma le coarta ni tampoco allí existen dictaduras políticas de las sufridas hasta no hace mucho tiempo por occidente. No han arribado todavía a la península itálica los fanatismos ni las intolerancias que durante tantos siglos sacudieron a Europa.
Séneca, que nos ha llegado como un estoico, puede escribir que no le teme a la pobreza pero prefiere la riqueza —algo que no suena a estoicismo—, y nadie se escandaliza. Séneca, entiendo yo, no se siente comprometido con doctrina filosófica alguna; ha recorrido todas, y de cada una de ellas se ha ido quedando con lo que le ha parecido. Así, por ejemplo, se justifica ante Lucilio de que un estoico como él recurra tantas veces en sus citas a Epicuro —lo menciona más veces que a Sócrates— cuya doctrina, aunque bastante lejos de la suya, reconoce tiene cosas muy aprovechables.
Según se cita en la Introducción de sus epístolas era «moralista más que metafísico, realista y ecléctico en sus ideas, básicamente estoicas pero fuertemente influidas por otras escuelas, la epicúrea sobre todas; enemigo de dogmatismos, su espíritu inquieto lo lleva al escepticismo y a la contradicción». Yo me atrevería a decir que en verdad este hombre fue el primer «renacentista» —quizás por eso lo adoraba Montaigne.
    Séneca escribe muy mediatizado por el ambiente de su época; es verdad que el refinamiento, la voluptuosidad, el lujo y el despilfarro tal como los describe, eran entonces enormes —tanto o más que ahora— al menos según lo que cuenta en su epístola noventa y cinco. Se necesitaba algo nuevo; una «filosofía» distinta. Por otra parte la vida de un ser humano no tenía ningún valor; no le agradaba a Séneca la esclavitud, hacía falta encontrar un poco de dignidad humana. Algunos cambios se han producido desde entonces, aunque ¿qué pensaría Séneca de las atrocidades de la última guerra mundial en el corazón del «imperio» del cristianismo?
Séneca busca el eclecticismo en casi todo; se diría que en su ética está flotando continuamente aquella métrica epicúrea del placer que llegó hasta los utilitaristas del diecinueve. Tan pronto encuentro en Séneca un humanista que ha nacido una docena de siglos antes de que se «inventase» el humanismo, como llego a la conclusión de que Séneca, sin saberlo, fue un utilitarista; sobre todo tras releer aquel su código de conducta titulado Sobre la vida feliz.
He aquí algunas sentencias suyas que posiblemente puedan sorprender. Y he de decir que las traigo escogidas con la única intención de darlo a conocer y «desencasillarlo»; en modo alguno con el ánimo de hacer proselitismo:
«Propio de un espíritu pusilánime es no poder soportar las riquezas»
«Todo lo que ha de venir está en entredicho: vive al día»
«El sabio jamás provocará la cólera de los poderosos, antes bien la esquivará»
«Piensa siempre en la calidad de la vida, no en su duración»
«El único bien, causa y soporte de la vida feliz, consiste en confiar en sí mismo»
«Es preferible preocuparse de los propios males que de los ajenos»
«Actuemos en todos nuestros proyectos y negocios igual que solemos hacerlo siempre que acudimos a un mercader: consideremos a que precio se ofrece el objeto que deseamos»
«Ten cuidado de no hacer nada contra tu voluntad. No es uno desgraciado por hacer lo que le mandan, sino por hacerlo contra su voluntad»
«Téngase con el cuerpo un cuidado muy solícito, mas de tal suerte que cuando lo exija la razón, la dignidad, la lealtad, estemos dispuestos a arrojarlo a las llamas»
«¿Qué es fundamental? Poder soportar la adversidad con ánimo alegre. Sobrellevar todo lo que te suceda tal como si hubieras querido que te sucediera (...) ¿Qué es fundamental? Un espíritu fuerte y tenaz frente a las calamidades; no sólo ajeno al lujo, sino enemigo de él (...) ¿Qué es fundamental? No acoger en tu espíritu los malos pensamientos (...) ¿Qué es fundamental? Levantar el espíritu muy por encima de los acontecimientos casuales (...) ¿Qué es fundamental? Tener el alma a flor de piel»
«No me aterra ni el garfio, ni el magullamiento, horrible a la vista, de mi cadáver abandonado a los escarnios. A nadie pido los últimos obsequios, a nadie encomiendo mis despojos. La naturaleza ha previsto que nadie quedase insepulto; a quien la crueldad ha dejado abandonado el tiempo lo cubrirá»

Es muy sincero el autor de su biografía, Socas —al cual citábamos el día anterior— al presentar a un hombre tan contradictorio en su vida y con tantos fervorosos admiradores e insidiosos críticos. ¡Cómo sabe vagabundear al igual que Montaigne! Sin pelos en la lengua pasa por «el tiempo y la vejez, los viajes y las lecturas, la amistad y el retiro, el silencio y el estudio, el miedo a la muerte, el dolor y la pobreza, la serenidad y la firmeza ante los golpes del azar, el rechazo de la estravagancia en el filósofo, los defectos naturales y las pasiones, la necesidad de un modelo o guía espiritual, la conciencia del bien y del mal, la participación en política y la deuda del filósofo con el poder civil, los favores y el agradecimiento, el trato con los esclavos, la salud, la dieta y la gimnasia, el uso del vino, la virtud como verdadero y único bien, la condición y eficacia de los preceptos morales, la elocuencia conveniente al sabio, la divinidad que vive en nosotros, las sutilezas dialécticas, la celebridad tras la muerte y la posible pervivencia del alma»(1), y aún todo esto no es nada cuando nos da noticia de lo que está sucediendo o acaba de suceder en su entorno y lo que piensa sobre ello, sus sentimientos.
    Dice también Socas, y así lo he interpretado siempre yo, que «Séneca transmitió una sabiduría mundana práctica en consejos breves y sentenciosos». Y se pregunta: «¿Qué es alguien cuando la gente dice de él que es un "séneca"? No otra cosa que uno que se toma la vida con filosofía, que vive tranquilo y fuerte, no se desquicia y es capaz de dejar caer alguna que otra vez un dicho sentencioso».
    Y me place añadir a mí que para definir el «senequismo» hay que conocer al Séneca que en su senectud hacía gimnasia y jogging teniendo un esclavo como sparring; el que con más de sesenta años y ánimo inquebrantable salta al agua en un naufragio y alcanza a nado la orilla; el que no cesa de leer, escribir, viajar, moverse y al tiempo cuidar de sus viñedos; el que se priva a veces de ciertos delicatessen; el que sabe soportar el sufrimiento cuando no tiene solución; el que aunque tísico y asmático permanece inmutable ante el desánimo; el que ha conocido el destierro; el que ha caído, y ha vuelto a luchar y a subir; el que ha sufrido y ha gozado; el que posee una gran riqueza como si no la poseyera, y la tiene con el aire de provisionalidad del condenado a muerte; el que abandona cansado la corte de Nerón enfrentándose a la voluntad del tirano; el que al final de su vida acude a diario, como un joven, a escuchar clases de filosofía; el que permanece aprendiendo hasta el último día de su vida; el que escribe esas inigualables epístolas a Lucilio; aquel al que ya la sangre no le sale de las venas de los brazos cuando impasible se las abre por orden de Nerón, y tiene que recurrir a las de las piernas y las pantorrillas, y al final hasta a la cicuta...
    ¡Habría tanto que parafrasear de Séneca! Pero no debemos extendernos demasiado; podríamos llegar al empalago. Tan sólo dejaré aquí una larga parrafada que yo conservo en mi mochila especial, la que llamo Breviario de certidumbres en la que no tengo recogida ninguna cita literaria; únicamente las vitales y vivenciales:
«Yo miraré a la muerte con el mismo semblante con que oigo de ella. Yo me someteré a los trabajos, sean como sean de grandes, apuntalando el cuerpo con el espíritu. Yo menospreciaré igualmente las riquezas tanto presentes como ausentes, ni más triste si se hayan en otro lugar, ni más animoso si resplandecen a mi alrededor. Yo no me percataré de la suerte ni cuando venga ni cuando se vaya. Yo veré todas las tierras como si fueran mías, y las mías como de todos. Yo viviré como sabiendo que he nacido para los demás y por ello daré gracias a la naturaleza: pues ¿de qué forma ha podido llevar mejor mis asuntos? Me ha dado a mí solo para todos, a todos para mí solo. Todo lo que llegaré a tener ni lo guardaré avaramente ni lo dilapidaré prodigamente: creeré que nada poseo con más verdad que lo que haya dado con generosidad. No calcularé los favores por su número ni por su peso ni por ninguna consideración más que la del beneficiario; nunca para mí significará mucho lo que reciba uno digno de ello. Nada haré por una suposición, todo por mis convicciones. Creeré que todo lo que hago sólo a mis sabiendas lo hago mientras me contempla la gente. Para mí la finalidad de comer y beber será apagar los deseos naturales, no atiborrar el estómago y vaciarlo. Seré jovial con mis amigos, condescendiente y afable con mis enemigos. Obtendrán cosas de mí antes de que las soliciten y me anticiparé a las peticiones honestas. Sabré que mi patria es el mundo y mis protectores los dioses, que éstos están por encima de mí y alrededor de mí como jueces de mis hechos y mis dichos. Y cuando mi espíritu o bien mi naturaleza lo reclame o bien la razón lo libere, me marcharé dejando testimonio de que yo he amado los conocimientos buenos, las aficiones buenas, de que por mi culpa no se ha mermado la libertad de nadie, mucho menos la mía».
Goethe: «Leyendo no aprendemos nada, nos convertimos en algo»
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(1) Socas, Francisco: Séneca, cortesano y hombre de letras