¡Con cuánta
frecuencia se ignoran aquellos ramalazos, giros y extravíos
existentes en la conducta de un escritor y que son tan frecuentes en
la vida de todos ellos!, «...es sólo con la
literatura como se alcanza a conocer al hombre, los dinamismos de su
conducta, los de sus deseos y anhelos, los de sus frustraciones».(1)
A menudo
hemos hablado en estas notas del
papel que las dolencias físicas y espirituales han jugado en la vida
de muchos escritores: el alcoholismo, la locura, la epilepsia, la
intolerancia, la cárcel, el exilio, el hambre, la fatiga, la
persecución... ¿He escrito la locura? En el caso de Dickens se
trata más bien de locuras, y, sobre todo, amorosas.
Pero
profundicemos antes algo en su carácter. Si prestamos atención a
aquellos que lo conocieron, y por lo tanto a sus biógrafos, Charles
Dickens se comportó siempre con los rasgos de lo que hoy denominamos
un sujeto hiperactivo con una gran entereza y determinación; una
persona vivaz, siempre ajetreada y agobiada que a menudo hablaba en
forma atropellada; animoso y vitalista en toda ocasión ni le
arredraba el trabajo ni las diversiones. Se le ha considerado un
hombre raro, de ademanes en exceso afectados y de humor mudable e
impredecible; alguien incapaz de dominarse si algo no estaba como él
quería, y, a veces, con un brillo en sus ojos que podían llegar a
infundir miedo: sus deseos eran leyes. Pero también un histriónico
y un guasón incorregible con un gran sentido del humor al que le
encantaba gastar bromas pesadas, lo que no impedía sin embargo que
le fascinara contemplar un gran incendio. Además de otras
extravagancias obsesivas y hasta alucinaciones era un maniático del
orden y algo supersticioso: por ejemplo, dejaba Londres cuando se
publicaba algo suyo, y donde quiera que parase cambiaba el mobiliario
a su gusto y colocaba la cama orientada de norte a sur. No es extraño
que a veces circulasen rumores acerca de su «locura».
Y
en ese frenesí que fue su vida ¿hubo lugar para el amor? Sí lo
hubo, pero no tuvo suerte. Habría que reconocer que sus relaciones
amorosas con las mujeres de su vida fueron extrañas y
desafortunadas. Ellas, lo mismo que los tristes sucesos de su
infancia, llegarían a influir en su obra. Flaubert, en aquella
novela semiautobiográfica La educacion
sentimental pone en boca del protagonista
Fréderic (el mismo Flaubert) la siguiente frase: «Las
emociones extraordinarias son las que producen las obras sublimes».
Y qué duda cabe que en la vida de Dickens hubo infinidad de
emociones extraordinarias a las cuales estuvo fatídicamente abocado
o voluntariamente se dejó conducir.
Ella
se llamaba Maria Beadnell y fue su primer amor, y además «a primera
vista». La conoció cuando con dieciocho años trabajaba como
reportero de los juzgados y estaba por lo tanto empezando a escapar
de aquella losa que pocos años antes sentía gravitar sobre él:
acabar siendo un ignorante y zarrapastroso golfo de la ciudad. Maria
contaba dos años más que él y era hija de un hombre de la banca;
no parece que ella le correspondiera con idéntico o semejante
apasionado sentimiento amoroso como aquel «don nadie» había puesto
en ella. Aunque Dickens siempre aspiraba a subir peldaños
ambiciosamente no parece tampoco que hubiera nada de eso en aquel
envite; ¿o quizás sí?, ¿se trataba de ese «impulso íntimo que
(a todos los artistas) obliga a seguir adelante, superando todos los
obstáculos, sin apartarse de la meta que se han fijado»?(2) Fue
dejando ella que se extinguiera aquella pasión de él (muy
probablemente influida por su familia) y tres años más tarde
Charles era consciente de que había sufrido uno de sus primeros
rechazos. Pero..., ¡las curvas del destino! Puede ser que ese
desprecio y esa frustración, al menos así se cree hoy, fuera el
desencadenante auténtico de su fuerza y voluntad de escribir. Ambas
cosas sucedieron tres años después de conocerse, y Dickens vio
entonces su primer relato en letras de imprenta. A María Beadnell la
podemos encontrar hoy convertida en Dora en David
Copperfield.
Tres años
después de aquella ruptura, cuando ya trabaja en el periodismo, se casa
con la hija mayor de su amigo y director del Evening
Chronicle. Se llama Chaterine Hogarth y tiene
diecinueve años; pero no lo arrastró entonces a ese matrimonio una
pasión como la anterior. ¿Qué fue lo que le llevó a comprometerse
apenas pasados tres meses de haberla conocido? ¿Era que Catherine se
parecía mucho a Maria? Es algo que se ha apuntado quizás junto a la
idea impulsiva —casi todo en él fue siempre impulsivo— de crear
una familia ya, a sus veinticuatro años. Y no lo olvidemos: también
con una muchacha de una familia de nivel superior a la suya.
En quince
años Catherine le dará diez hijos aunque apenas tenía nada en
común con ella: «Es amable y complaciente
pero es imposible que me comprenda». Y, sin
embargo, ¡quién lo iba a decir!, de nuevo las curvas del destino le
llevan por ese matrimonio a otra de aquellas «emociones
extraordinarias que producen obras sublimes». Catherine tiene dos
hermanas: Mary y Georgina, y estas sí serán mujeres verdaderamente
influyentes en su vida, sobre todo Mary.
Mary, con
diecisiete años, viene a vivir a casa de los Dickens tras el primer
parto de su mujer. Llevaba con ellos algo más de dos meses, cuando
al regresar los tres del teatro se siente enferma y cae fulminada;
murió al día siguiente en los brazos de Charles (según siempre él)
se supone que de un ataque al corazón.
Inexplicablemente —inexplicable hasta el día de hoy— desde aquel momento se produce una transformación insólita y extraña en la vida de Dickens. Queda tan anonadado y destruido por la muerte de su joven cuñada que la convertirá en un icono, en una efigie mágica que encarnará en su obra posterior en mujeres santas y virginales. Su comportamiento viene a estar dominado por una especie de histeria: toma del cadáver el anillo que llevaba y se lo pone para el resto de sus días; le corta un rizo de su cabello que conservará amorosamente; llevará luto por ella durante un tiempo inusitado; quiere ser enterrado en su misma tumba junto a ella el día que fallezca; guardará sus ropas que de tiempo en tiempo las sacará tiernamente del armario para contemplarlas, y, a su primera hija la bautizará con su nombre. Mary Hogarh pasará a ser para él desde aquel momento «ese espíritu que dirige mi vida...». Se asegura que su obsesión por su memoria limitó seriamente su capacidad para entender la psicología femenina.
Inexplicablemente —inexplicable hasta el día de hoy— desde aquel momento se produce una transformación insólita y extraña en la vida de Dickens. Queda tan anonadado y destruido por la muerte de su joven cuñada que la convertirá en un icono, en una efigie mágica que encarnará en su obra posterior en mujeres santas y virginales. Su comportamiento viene a estar dominado por una especie de histeria: toma del cadáver el anillo que llevaba y se lo pone para el resto de sus días; le corta un rizo de su cabello que conservará amorosamente; llevará luto por ella durante un tiempo inusitado; quiere ser enterrado en su misma tumba junto a ella el día que fallezca; guardará sus ropas que de tiempo en tiempo las sacará tiernamente del armario para contemplarlas, y, a su primera hija la bautizará con su nombre. Mary Hogarh pasará a ser para él desde aquel momento «ese espíritu que dirige mi vida...». Se asegura que su obsesión por su memoria limitó seriamente su capacidad para entender la psicología femenina.
Por primera
vez interrumpe su trabajo y no entrega los episodios de Pickwick
y de Oliver Twist
para ser publicados cuando corresponde; en Londres se rumorea que se
ha vuelto loco. Sin embargo se recuperará y volverá a trabajar
intensamente aunque sin olvidar a su cuñada; tendrá visiones de
ella; escuchará su voz entre el sonido del agua de las cataratas del
Niagara y se le aparecerá en Génova en el palacio en el que se
hospeda. Se ha identificado a Mary Hogarth como Little Nell en The
Old Curiosity Shop, Rose Maylie en Oliver
Twist, Kate en Nicholas
Nickleby y Agnes en David
Copperfield.
Es todavía
joven, pues tiene treinta y dos años —aunque su matrimonio empieza
por esos años a irse a pique— cuando creerá volver a encontrar
una criatura como aquella o al menos con rasgos parecidos, en una
muchacha a la que conoce en una velada en Liverpool interpretando al
piano. Se enamora repentina y frenéticamente de Christiana Weller de
tan sólo dieciocho años: «¡Dios mío, si
alguien se enterase de los desvelos que ha despertado en mí esa
muchacha, pensarían que me había vuelto loco!». Le
obsesionó la idea de que Christiana como Mary Hogarth moriría
joven, y hasta le llegó a escribir versos. Dos semanas después supo
de su compromiso con un conocido suyo y su dolor al leer la carta fue
indescriptible: «Sentí que la sangre se
escapaba de mi rostro a no sé donde... y que mis labios se quedaban
blancos...» ¿Qué habría podido suceder de
no haberse comprometido y casado Christiana Weller?
A sus
cuarenta y cinco años, cuando ya su matrimonio lleva varios años de
crisis, aparece otra nueva mujer en su vida. Es una actriz, la más
pequeña de tres hermanas que con su madre pertenecen al mundo de la
farándula. Y esta vez, por fin, sí; no se le morirá ni se casará
con otro. Ellen Ternan, a la que también le encuentra cierto
parecido con aquella su fallecida e idolatrada cuñada Mary, también
tiene dieciocho años (¡todas de dieciocho años!) y «fue la joven
que agitó los más arriesgados y profundos sentimientos de
Dickens»(2); será su amor definitivo, pero...
Un error
desencadenó la catástrofe. Un joyero envió equivocadamente a
Catherine un brazalete que él le había comprado a Ellen. Ya hacía
tiempo que había ordenado levantar un tabique en el dormitorio
acomodando una cama para él en el lado del vestidor; —no sabemos
cual de los dos tenía la libido mayor, aunque acusó reiteradamente
a Catherine de haber tenido tantos hijos por culpa de ella. Desde lo
sucedido con el broche tomó la decisión de iniciar la separación
lo más discretamente posible, puesto que el divorcio sin causa de
adulterio era entonces impensable; y así lo hicieron..., pero, un
momento: nos habíamos olvidado de Georgina, la segunda hermana de
Catherine que convivía en la casa desde que los esposos partieron
para aquel viaje a los Estados Unidos. Había llegado allí lo mismo
que su hermana Mary pero con catorce años, y ahora tenía treinta.
Al separarse el matrimonio, ella decidió quedarse con Dickens
(también sus hijos excepto el mayor que iría a vivir con su madre),
y ello desencadenó una acusación de toda la familia Hogarth: se le
acusó de estar manteniendo relaciones sexuales con su cuñada, algo
que en aquel tiempo y lugar se consideraba incesto y estaba duramente
penado. Decidió por lo tanto someter a Georgina a un examen médico;
en él se dictaminaba que era virgo intacta.
Pobre
Charles, a pesar de estar legalmente separado no podía convivir con
una chica de dieciocho, Ellen, teniendo él diez hijos y sobre todo cuarenta
y seis años; se le acusaría de «seductor sin escrúpulos y a ella
de muchacha inocente seducida»(3), aunque
también debió influir en ello su reputación y consecuentemente el
impacto que tendría en la venta de sus libros. Empieza para ellos
una odisea que durará hasta el final de los días de Charles. Viajes
frecuentes a Francia, a París, y casas alquiladas a nombres falsos
que le permitían estar con ella días entre semana, compondrán
definitivamente la relación amorosa de la pareja. Procuró guardar
sobre todo ello la mayor reserva que pudo, no obstante siempre
existió la sospecha de la existencia de un hijo habido en territorio
francés. Parece ser que a Ellen la dejó retratada como Lucie
Manette en Historia de dos ciudades y
en el personaje Estella Havisham en Grandes
esperanzas. A su esposa Catherine
no la personificó en ninguna obra.
¿Amó
Dickens también a Georgina que fue la que recibió la mayor parte de
la herencia y que también tenía gran parecido con su cuñada
Mary —«atisbo en ella destellos de su
hermana»— y que permanecía a la cabecera de
su lecho de muerte al parecer junto a Ellen Ternan en Gad's Hill
Place?
Había
transcurrido medio siglo desde aquellos días en que siendo niño
recorría a menudo aquel sendero que le llevaba a contemplar
extasiado aquella mansión.
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(1) Castilla
del Pino, Cordura y locura en Cervantes
(2) Ackroyd,
Dickens. El observador solitario
(3) Pérez
de Villar, Dickens enamorado