sábado, 9 de junio de 2012

Día Sesenta y uno: Mujeres en la vida y obra de Dickens; locuras de amor

¡Con cuánta frecuencia se ignoran aquellos ramalazos, giros y extravíos existentes en la conducta de un escritor y que son tan frecuentes en la vida de todos ellos!, «...es sólo con la literatura como se alcanza a conocer al hombre, los dinamismos de su conducta, los de sus deseos y anhelos, los de sus frustraciones».(1)
  A menudo hemos hablado en estas notas del papel que las dolencias físicas y espirituales han jugado en la vida de muchos escritores: el alcoholismo, la locura, la epilepsia, la intolerancia, la cárcel, el exilio, el hambre, la fatiga, la persecución... ¿He escrito la locura? En el caso de Dickens se trata más bien de locuras, y, sobre todo, amorosas.
  Pero profundicemos antes algo en su carácter. Si prestamos atención a aquellos que lo conocieron, y por lo tanto a sus biógrafos, Charles Dickens se comportó siempre con los rasgos de lo que hoy denominamos un sujeto hiperactivo con una gran entereza y determinación; una persona vivaz, siempre ajetreada y agobiada que a menudo hablaba en forma atropellada; animoso y vitalista en toda ocasión ni le arredraba el trabajo ni las diversiones. Se le ha considerado un hombre raro, de ademanes en exceso afectados y de humor mudable e impredecible; alguien incapaz de dominarse si algo no estaba como él quería, y, a veces, con un brillo en sus ojos que podían llegar a infundir miedo: sus deseos eran leyes. Pero también un histriónico y un guasón incorregible con un gran sentido del humor al que le encantaba gastar bromas pesadas, lo que no impedía sin embargo que le fascinara contemplar un gran incendio. Además de otras extravagancias obsesivas y hasta alucinaciones era un maniático del orden y algo supersticioso: por ejemplo, dejaba Londres cuando se publicaba algo suyo, y donde quiera que parase cambiaba el mobiliario a su gusto y colocaba la cama orientada de norte a sur. No es extraño que a veces circulasen rumores acerca de su «locura».
Y en ese frenesí que fue su vida ¿hubo lugar para el amor? Sí lo hubo, pero no tuvo suerte. Habría que reconocer que sus relaciones amorosas con las mujeres de su vida fueron extrañas y desafortunadas. Ellas, lo mismo que los tristes sucesos de su infancia, llegarían a influir en su obra. Flaubert, en aquella novela semiautobiográfica La educacion sentimental pone en boca del protagonista Fréderic (el mismo Flaubert) la siguiente frase: «Las emociones extraordinarias son las que producen las obras sublimes». Y qué duda cabe que en la vida de Dickens hubo infinidad de emociones extraordinarias a las cuales estuvo fatídicamente abocado o voluntariamente se dejó conducir.

Ella se llamaba Maria Beadnell y fue su primer amor, y además «a primera vista». La conoció cuando con dieciocho años trabajaba como reportero de los juzgados y estaba por lo tanto empezando a escapar de aquella losa que pocos años antes sentía gravitar sobre él: acabar siendo un ignorante y zarrapastroso golfo de la ciudad. Maria contaba dos años más que él y era hija de un hombre de la banca; no parece que ella le correspondiera con idéntico o semejante apasionado sentimiento amoroso como aquel «don nadie» había puesto en ella. Aunque Dickens siempre aspiraba a subir peldaños ambiciosamente no parece tampoco que hubiera nada de eso en aquel envite; ¿o quizás sí?, ¿se trataba de ese «impulso íntimo que (a todos los artistas) obliga a seguir adelante, superando todos los obstáculos, sin apartarse de la meta que se han fijado»?(2) Fue dejando ella que se extinguiera aquella pasión de él (muy probablemente influida por su familia) y tres años más tarde Charles era consciente de que había sufrido uno de sus primeros rechazos. Pero..., ¡las curvas del destino! Puede ser que ese desprecio y esa frustración, al menos así se cree hoy, fuera el desencadenante auténtico de su fuerza y voluntad de escribir. Ambas cosas sucedieron tres años después de conocerse, y Dickens vio entonces su primer relato en letras de imprenta. A María Beadnell la podemos encontrar hoy convertida en Dora en David Copperfield.


   Tres años después de aquella ruptura, cuando ya trabaja en el periodismo, se casa con la hija mayor de su amigo y director del Evening Chronicle. Se llama Chaterine Hogarth y tiene diecinueve años; pero no lo arrastró entonces a ese matrimonio una pasión como la anterior. ¿Qué fue lo que le llevó a comprometerse apenas pasados tres meses de haberla conocido? ¿Era que Catherine se parecía mucho a Maria? Es algo que se ha apuntado quizás junto a la idea impulsiva —casi todo en él fue siempre impulsivo— de crear una familia ya, a sus veinticuatro años. Y no lo olvidemos: también con una muchacha de una familia de nivel superior a la suya.
  En quince años Catherine le dará diez hijos aunque apenas tenía nada en común con ella: «Es amable y complaciente pero es imposible que me comprenda». Y, sin embargo, ¡quién lo iba a decir!, de nuevo las curvas del destino le llevan por ese matrimonio a otra de aquellas «emociones extraordinarias que producen obras sublimes». Catherine tiene dos hermanas: Mary y Georgina, y estas sí serán mujeres verdaderamente influyentes en su vida, sobre todo Mary.
 
   Mary, con diecisiete años, viene a vivir a casa de los Dickens tras el primer parto de su mujer. Llevaba con ellos algo más de dos meses, cuando al regresar los tres del teatro se siente enferma y cae fulminada; murió al día siguiente en los brazos de Charles (según siempre él) se supone que de un ataque al corazón.
   Inexplicablemente —inexplicable hasta el día de hoy— desde aquel momento se produce una transformación insólita y extraña en la vida de Dickens. Queda tan anonadado y destruido por la muerte de su joven cuñada que la convertirá en un icono, en una efigie mágica que encarnará en su obra posterior en mujeres santas y virginales. Su comportamiento viene a estar dominado por una especie de histeria: toma del cadáver el anillo que llevaba y se lo pone para el resto de sus días; le corta un rizo de su cabello que conservará amorosamente; llevará luto por ella durante un tiempo inusitado; quiere ser enterrado en su misma tumba junto a ella el día que fallezca; guardará sus ropas que de tiempo en tiempo las sacará tiernamente del armario para contemplarlas, y, a su primera hija la bautizará con su nombre. Mary Hogarh pasará a ser para él desde aquel momento «ese espíritu que dirige mi vida...». Se asegura que su obsesión por su memoria limitó seriamente su capacidad para entender la psicología femenina.
   Por primera vez interrumpe su trabajo y no entrega los episodios de Pickwick y de Oliver Twist para ser publicados cuando corresponde; en Londres se rumorea que se ha vuelto loco. Sin embargo se recuperará y volverá a trabajar intensamente aunque sin olvidar a su cuñada; tendrá visiones de ella; escuchará su voz entre el sonido del agua de las cataratas del Niagara y se le aparecerá en Génova en el palacio en el que se hospeda. Se ha identificado a Mary Hogarth como Little Nell en The Old Curiosity Shop, Rose Maylie en Oliver Twist, Kate en Nicholas Nickleby y Agnes en David Copperfield.

  Es todavía joven, pues tiene treinta y dos años —aunque su matrimonio empieza por esos años a irse a pique— cuando creerá volver a encontrar una criatura como aquella o al menos con rasgos parecidos, en una muchacha a la que conoce en una velada en Liverpool interpretando al piano. Se enamora repentina y frenéticamente de Christiana Weller de tan sólo dieciocho años: «¡Dios mío, si alguien se enterase de los desvelos que ha despertado en mí esa muchacha, pensarían que me había vuelto loco!». Le obsesionó la idea de que Christiana como Mary Hogarth moriría joven, y hasta le llegó a escribir versos. Dos semanas después supo de su compromiso con un conocido suyo y su dolor al leer la carta fue indescriptible: «Sentí que la sangre se escapaba de mi rostro a no sé donde... y que mis labios se quedaban blancos...» ¿Qué habría podido suceder de no haberse comprometido y casado Christiana Weller?  


   A sus cuarenta y cinco años, cuando ya su matrimonio lleva varios años de crisis, aparece otra nueva mujer en su vida. Es una actriz, la más pequeña de tres hermanas que con su madre pertenecen al mundo de la farándula. Y esta vez, por fin, sí; no se le morirá ni se casará con otro. Ellen Ternan, a la que también le encuentra cierto parecido con aquella su fallecida e idolatrada cuñada Mary, también tiene dieciocho años (¡todas de dieciocho años!) y «fue la joven que agitó los más arriesgados y profundos sentimientos de Dickens»(2); será su amor definitivo, pero...
  Un error desencadenó la catástrofe. Un joyero envió equivocadamente a Catherine un brazalete que él le había comprado a Ellen. Ya hacía tiempo que había ordenado levantar un tabique en el dormitorio acomodando una cama para él en el lado del vestidor; —no sabemos cual de los dos tenía la libido mayor, aunque acusó reiteradamente a Catherine de haber tenido tantos hijos por culpa de ella. Desde lo sucedido con el broche tomó la decisión de iniciar la separación lo más discretamente posible, puesto que el divorcio sin causa de adulterio era entonces impensable; y así lo hicieron..., pero, un momento: nos habíamos olvidado de Georgina, la segunda hermana de Catherine que convivía en la casa desde que los esposos partieron para aquel viaje a los Estados Unidos. Había llegado allí lo mismo que su hermana Mary pero con catorce años, y ahora tenía treinta. Al separarse el matrimonio, ella decidió quedarse con Dickens (también sus hijos excepto el mayor que iría a vivir con su madre), y ello desencadenó una acusación de toda la familia Hogarth: se le acusó de estar manteniendo relaciones sexuales con su cuñada, algo que en aquel tiempo y lugar se consideraba incesto y estaba duramente penado. Decidió por lo tanto someter a Georgina a un examen médico; en él se dictaminaba que era virgo intacta.
 
  Pobre Charles, a pesar de estar legalmente separado no podía convivir con una chica de dieciocho, Ellen, teniendo él diez hijos y sobre todo cuarenta y seis años; se le acusaría de «seductor sin escrúpulos y a ella de muchacha inocente seducida»(3), aunque también debió influir en ello su reputación y consecuentemente el impacto que tendría en la venta de sus libros. Empieza para ellos una odisea que durará hasta el final de los días de Charles. Viajes frecuentes a Francia, a París, y casas alquiladas a nombres falsos que le permitían estar con ella días entre semana, compondrán definitivamente la relación amorosa de la pareja. Procuró guardar sobre todo ello la mayor reserva que pudo, no obstante siempre existió la sospecha de la existencia de un hijo habido en territorio francés. Parece ser que a Ellen la dejó retratada como Lucie Manette en Historia de dos ciudades y en el personaje Estella Havisham en Grandes esperanzas. A su esposa Catherine no la personificó en ninguna obra.
 
  ¿Amó Dickens también a Georgina que fue la que recibió la mayor parte de la herencia y que también tenía gran parecido con su cuñada Mary —«atisbo en ella destellos de su hermana»— y que permanecía a la cabecera de su lecho de muerte al parecer junto a Ellen Ternan en Gad's Hill Place?


   Había transcurrido medio siglo desde aquellos días en que siendo niño recorría a menudo aquel sendero que le llevaba a contemplar extasiado aquella mansión.
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(1) Castilla del Pino, Cordura y locura en Cervantes
(2) Ackroyd, Dickens. El observador solitario
(3) Pérez de Villar, Dickens enamorado