«Fuera del mundo literario... no hay nadie que tenga
la más mínima idea de la odisea terrible por la que los escritores alcanzan lo
que se llama boga, moda, reputación, fama, celebridad o favor del público...
Esa cosa tan exquisita que es la reputación objeto de tantos deseos, es casi
siempre una prostitución coronada». Aparece
ello escrito por Honoré de Balzac en Las
ilusiones perdidas —¡qué título para la obra de cualquier avezado escritor
fracasado! (me recuerda El divino fracaso,
de Cansinos) aunque lo que allí Balzac paradójicamente narra son sus
fracasos financieros.
¿De verdad atrevido lector de estos
apuntes, que has leído despacio la anterior afirmación y en especial la última
frase? Pues yo me atrevo a decirte que si la primera parte de ella puede que sea cabal, no lo es
exactamente la segunda. Al menos no podemos creer que lo fuera ya en la primera
mitad del siglo diecinueve, aunque, ¡un momento!, reparo en que dice «casi siempre». Entonces está claro que
para algunos como él mismo no existió «prostitución coronada» alguna.
Hemos llegado a Balzac,
intencionadamente traído a estas notas después de Whitman, debido notoriamente
a su azarosa biografía que posiblemente fuera la que Borges lamentaba no
encontrar en el pasado del norteamericano. Y yo me atrevería a decir que junto
con la de Dostoievski no han existido biografías tan aparatosas, espectaculares
y dramáticas como las suyas en la vida de escritor alguno. En ellas se mezclan
casi todos aquellos ingredientes que componen «el antiguo alimento de los
héroes...» que decía el mismo Borges; o aquello de Cela de que «el escritor es
bestia de aguantes insospechados, animal de resistencias sin fin...», e incluso
algo más reciente pero no menos expresivo de Sánchez Dragó, de que «para
ser novelista, para ser escritor, hay que forjarse, hay que curtirse, pasarlas
putas, descender a los infiernos...».
Le
hemos denominado energúmeno en el título, y es que sin duda estamos de nuevo ante uno de esos autores frenéticos, incansables y
obsesionados con su tarea, y al tiempo dotados de una capacidad fuera de lo
normal para producir; y ello simultáneamente al tiempo de vivir o dedicar
tiempo a distintas actividades totalmente ajenas a la escritura, se diría que
por el contrario adversas a ella; tareas que lógicamente le deberían restar la
concentración necesaria para crear. Y es que «Balzac fue un verdadero
torbellino. Las eternas noches de las que van naciendo sus personajes, los
largos y continuos viajes, la agitación sin tregua de su vida, todo presupone
una suma de fuerzas inconcebibles en alguien sin sus afanes y su genio»(1). Pero es hora de que
descendamos nosotros, en el tiempo, a Honorato de Balzac.
Y, ¿por dónde comenzar? Esa es en este preciso momento nuestra gran
duda, puesto que ¡tantas cosas se agolpan en mi cabeza! Primeramente se me está
ocurriendo situarlo junto con aquellos otros dos franceses, sin los cuales la
literatura del XIX de aquel país no sería ni la mitad de lo que hoy representa.
Mirad; gráficamente:
Stendhal 1783—¦——————1842
Balzac 1799—¦—————¦—1850
Flaubert 1821——————¦—1880
O sea, Balzac en el tiempo está en medio
de Stendhal y de Flaubert pero, como se ha dicho, reúne en cuanto a la novela
realista no sólo la mitad de cada uno de ellos sino, al mismo tiempo, lo que a
aquellos les falta.
Stendhal, el primero, describe poco o nada los ambientes y, aunque es
ya el maestro que sabe retratar los caracteres, los temperamentos y las
conductas de sus personajes, está siempre en la obra haciéndonos saber sus
propias opiniones —es un psicólogo presente y con juicio. Por otra parte
Flaubert despieza con todo detalle el marco en el que se desarrolla la escena y
al tiempo nos hace también conocer todas las pasiones de sus personajes; es
también un psicólogo, pero estando —como
Dios todopoderoso, decía él— fuera de la novela, sin opinión alguna.
Sin embargo, Balzac es el maestro completo. Su poder de imaginación no
tiene límites ni en cuanto a la descripción de los escenarios o ambientes, ni
tampoco acerca de los sentimientos, sensaciones, pasiones y emociones de sus
personajes; es además un entrometido enjuiciando las vidas de los mismos: los
valora, critica, opina, juzga, censura... Y todavía más: los «resucita» en
novelas sucesivas; los vemos en otros momentos de sus vidas y consigue que nos
parezca que existen fuera de sus novelas; su obra completa es una «comedia
humana».
Dostoievski dijo: «Balzac es grande. ¡Sus caracteres son obra de una
mente universal! No ya el espíritu del tiempo, sino milenios enteros han
preparado con su lucha tal desenlace en el alma del hombre». Y, sin embargo,
ahí lo tenemos: no sólo no pudo llegar a formar parte de la Academia (y mira
que lo intentó) sino que en su tiempo y para la gran mayoría —con su atuendo de
dandy, aparentando una nobleza que le
faltaba, ostentando una casaca con botones de oro, chaleco de seda y un bastón
con turquesas en la empuñadura— resulta ser un bufón; incluso hace que un «de»
preceda a su apellido cuando hasta hace muy poco tiempo firmaba con seudónimo.
Acabamos de citar la admiración por él
de Dostoievski. Pues bien, ese es su homólogo. No hay otro igual con más
constantes comunes y que haya dejado como él una huella tan profunda en la
literatura a partir del XIX. Balzac fue el monstruo
en la Europa occidental y Dostoievski en la lejana Rusia. He aquí una de las conclusiones de
Fromm: «Sólo grandes dramaturgos, como Shakespeare, y los novelistas insignes
como Dostoievski y Balzac, describieron el carácter en sentido dinámico,.. ».
La verdad es que se dejaron la piel escribiendo tras decirle al
demonio, como diría Zweig, que sí, que estaban dispuestos a arriesgar sus
futuros —con sus carreras terminadas— en aras de la literatura, la gloria y la
popularidad. Y comenzaron a pasarlo... muy mal. Hambres, miserias, reveses y
desdichas de todo tipo; y ello sin contar sus aciagas infancias y
adolescencias, debido a sus relaciones con la familia.
¿Mujeres?; varias mujeres en sus vidas. Pero dos, una a cada uno, les
llegan a fascinar hasta el punto de que —¡ironías del destino!— Dostoievski
sigue a Paulina frenéticamente hasta París para reunirse con ella, y Balzac
llega hasta San Petersburgo para encontrarse con Eveline.
También les fascina el dinero; el ruso pretende hacerse rico jugando a
la ruleta y el francés lo intenta haciendo negocios. Y pierden, y fracasan.
Deudas y más deudas, acreedores, venta de novelas antes de haberlas escrito y
por tanto recibiendo cuatro perras.
En resumen: necesitaban
escribir, ello fue una pasión sin límites; uno con un perenne samovar de té a
su lado y el otro teniendo a mano su sempiterna jarra de café. Como Ortega se
atrevió a decir, Balzac murió a consecuencia de sus borracheras de café; se
calcula que para soportar aquel ritmo de trabajo debió consumir más de
cincuenta mil tazas en sus últimos veinte años. A veces son hasta catorce horas
las que dedica a la escritura: «...me
absorbía de tal forma que sentía mi cerebro inflamado»; lo cual no nos debe
parecer extraño puesto que, al parecer, antes de ensimismarse, «Balzac sentía la imperiosa
necesidad de emborronar cuartillas para ponerse a tono y encontrar la
inspiración», según Huysmans. ¿Quién es capaz de escribir en aproximadamente veinte años noventa
novelas, treinta cuentos y algunas obras de teatro, colaborando al tiempo en la
prensa y redactando ingentes cantidades de cartas? ¿Tenemos que decir también
que al mismo tiempo aceptando los «favores» que varias mujeres le ofrecían?
Balzac «supo vivir como un personaje literario e insuflar vida, quizás arracándola
de sí mismo, a sus criaturas de ficción»(1)
Cuatro mil de esas criaturas de ficción había previsto que «actuarían»
en su comedia, La comedia humana, que
estaría compuesta por ciento cuarenta novelas. Se quedaron en dos mil
personajes que aparecen y desaparecen (y algunos vuelven a aparecer) en noventa
de las previstas, que retratan —se ha
dicho que históricamente— la sociedad que él contempló.
La primera obra en que comenzaron a aparecer personajes de obras
anteriores fue en El tío Goriot que,
junto a Eugénie Grandet son sus obras
de referencia. Esta segunda fue publicada un año antes que la anterior; son sus
novelas más famosas y están consideradas como las de mayor perfección; también
las más balzaquianas.
Aunque no hemos terminado hoy con
Balzac, convendría señalar algo más sobre las mismas. Contaba él treinta y
cuatro años cuando terminó Eugénie
Grandet; hacía algo más de cuatro que había comenzado su buena racha
publicando, después de casi una década de frustraciones tanto literarias como
en el mundo de los negocios.
En las dos obras es muy relevante el papel que juega el capital, las
posesiones, el dinero, el éxito en las inversiones y, especialmente, también el
vicio de la avaricia. Sin duda —se intuye— estaba resentido de su mala suerte
en las aventuras emprendedoras anteriormente intentadas, y en su mente debían
estar presentes hechos y eventos, y hasta personajes que había conocido que le
habían dejado muy malos recuerdos: sujetos avaros y codiciosos ávidos de
riquezas a cualquier precio. Lo bueno de esa época, pese a todo, era su
reciente enamoramiento y carteo con la duquesa Evelina Hanska; la que será el
gran amor de su vida.
Esto y algo más será materia de nuestra próxima incursión en el
apasionante mundo de Balzac.
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(1)
Ana M. Platas Tasende, Introducción a Eugénie
Grandet