domingo, 27 de enero de 2013

Día Ochenta y nueve: Energúmeno y con biografía: Balzac

«Fuera del mundo literario... no hay nadie que tenga la más mínima idea de la odisea terrible por la que los escritores alcanzan lo que se llama boga, moda, reputación, fama, celebridad o favor del público... Esa cosa tan exquisita que es la reputación objeto de tantos deseos, es casi siempre una prostitución coronada». Aparece ello escrito por Honoré de Balzac en Las ilusiones perdidas —¡qué título para la obra de cualquier avezado escritor fracasado! (me recuerda El divino fracaso, de Cansinos) aunque lo que allí Balzac paradójicamente narra son sus fracasos financieros.
    ¿De verdad atrevido lector de estos apuntes, que has leído despacio la anterior afirmación y en especial la última frase? Pues yo me atrevo a decirte que si la primera  parte de ella puede que sea cabal, no lo es exactamente la segunda. Al menos no podemos creer que lo fuera ya en la primera mitad del siglo diecinueve, aunque, ¡un momento!, reparo en que dice «casi siempre». Entonces está claro que para algunos como él mismo no existió «prostitución coronada» alguna.

     Hemos llegado a Balzac, intencionadamente traído a estas notas después de Whitman, debido notoriamente a su azarosa biografía que posiblemente fuera la que Borges lamentaba no encontrar en el pasado del norteamericano. Y yo me atrevería a decir que junto con la de Dostoievski no han existido biografías tan aparatosas, espectaculares y dramáticas como las suyas en la vida de escritor alguno. En ellas se mezclan casi todos aquellos ingredientes que componen «el antiguo alimento de los héroes...» que decía el mismo Borges; o aquello de Cela de que «el escritor es bestia de aguantes insospechados, animal de resistencias sin fin...», e incluso algo más reciente pero no menos expresivo de Sánchez Dragó, de que «para ser novelista, para ser escritor, hay que forjarse, hay que curtirse, pasarlas putas, descender a los infiernos...».
    Le hemos denominado energúmeno en el título, y es que sin duda estamos de nuevo ante uno de esos autores frenéticos, incansables y obsesionados con su tarea, y al tiempo dotados de una capacidad fuera de lo normal para producir; y ello simultáneamente al tiempo de vivir o dedicar tiempo a distintas actividades totalmente ajenas a la escritura, se diría que por el contrario adversas a ella; tareas que lógicamente le deberían restar la concentración necesaria para crear. Y es que «Balzac fue un verdadero torbellino. Las eternas noches de las que van naciendo sus personajes, los largos y continuos viajes, la agitación sin tregua de su vida, todo presupone una suma de fuerzas inconcebibles en alguien sin sus afanes y su genio»(1). Pero es hora de que descendamos nosotros, en el tiempo, a Honorato de Balzac.
   Y, ¿por dónde comenzar? Esa es en este preciso momento nuestra gran duda, puesto que ¡tantas cosas se agolpan en mi cabeza! Primeramente se me está ocurriendo situarlo junto con aquellos otros dos franceses, sin los cuales la literatura del XIX de aquel país no sería ni la mitad de lo que hoy representa. Mirad; gráficamente:

           Stendhal 1783—¦——————1842

                                      Balzac 1799—¦—————¦—1850                           

                                             Flaubert 1821——————¦—1880

     O sea, Balzac en el tiempo está en medio de Stendhal y de Flaubert pero, como se ha dicho, reúne en cuanto a la novela realista no sólo la mitad de cada uno de ellos sino, al mismo tiempo, lo que a aquellos les falta.
Stendhal, el primero, describe poco o nada los ambientes y, aunque es ya el maestro que sabe retratar los caracteres, los temperamentos y las conductas de sus personajes, está siempre en la obra haciéndonos saber sus propias opiniones —es un psicólogo presente y con juicio. Por otra parte Flaubert despieza con todo detalle el marco en el que se desarrolla la escena y al tiempo nos hace también conocer todas las pasiones de sus personajes; es también un psicólogo,  pero estando —como Dios todopoderoso, decía él— fuera de la novela, sin opinión alguna.
Sin embargo, Balzac es el maestro completo. Su poder de imaginación no tiene límites ni en cuanto a la descripción de los escenarios o ambientes, ni tampoco acerca de los sentimientos, sensaciones, pasiones y emociones de sus personajes; es además un entrometido enjuiciando las vidas de los mismos: los valora, critica, opina, juzga, censura... Y todavía más: los «resucita» en novelas sucesivas; los vemos en otros momentos de sus vidas y consigue que nos parezca que existen fuera de sus novelas; su obra completa es una «comedia humana».
Dostoievski dijo: «Balzac es grande. ¡Sus caracteres son obra de una mente universal! No ya el espíritu del tiempo, sino milenios enteros han preparado con su lucha tal desenlace en el alma del hombre». Y, sin embargo, ahí lo tenemos: no sólo no pudo llegar a formar parte de la Academia (y mira que lo intentó) sino que en su tiempo y para la gran mayoría —con su atuendo de dandy, aparentando una nobleza que le faltaba, ostentando una casaca con botones de oro, chaleco de seda y un bastón con turquesas en la empuñadura— resulta ser un bufón; incluso hace que un «de» preceda a su apellido cuando hasta hace muy poco tiempo firmaba con seudónimo.

     Acabamos de citar la admiración por él de Dostoievski. Pues bien, ese es su homólogo. No hay otro igual con más constantes comunes y que haya dejado como él una huella tan profunda en la literatura a partir del XIX. Balzac fue el monstruo en la Europa occidental y Dostoievski en la lejana Rusia. He aquí una de las conclusiones de Fromm: «Sólo grandes dramaturgos, como Shakespeare, y los novelistas insignes como Dostoievski y Balzac, describieron el carácter en sentido dinámico,.. ».
La verdad es que se dejaron la piel escribiendo tras decirle al demonio, como diría Zweig, que sí, que estaban dispuestos a arriesgar sus futuros —con sus carreras terminadas— en aras de la literatura, la gloria y la popularidad. Y comenzaron a pasarlo... muy mal. Hambres, miserias, reveses y desdichas de todo tipo; y ello sin contar sus aciagas infancias y adolescencias, debido a sus relaciones con la familia.
¿Mujeres?; varias mujeres en sus vidas. Pero dos, una a cada uno, les llegan a fascinar hasta el punto de que —¡ironías del destino!— Dostoievski sigue a Paulina frenéticamente hasta París para reunirse con ella, y Balzac llega hasta San Petersburgo para encontrarse con Eveline.
También les fascina el dinero; el ruso pretende hacerse rico jugando a la ruleta y el francés lo intenta haciendo negocios. Y pierden, y fracasan. Deudas y más deudas, acreedores, venta de novelas antes de haberlas escrito y por tanto recibiendo cuatro perras.
 En resumen: necesitaban escribir, ello fue una pasión sin límites; uno con un perenne samovar de té a su lado y el otro teniendo a mano su sempiterna jarra de café. Como Ortega se atrevió a decir, Balzac murió a consecuencia de sus borracheras de café; se calcula que para soportar aquel ritmo de trabajo debió consumir más de cincuenta mil tazas en sus últimos veinte años. A veces son hasta catorce horas las que dedica a la escritura: «...me absorbía de tal forma que sentía mi cerebro inflamado»; lo cual no nos debe parecer extraño puesto que, al parecer, antes de ensimismarse, «Balzac sentía la imperiosa necesidad de emborronar cuartillas para ponerse a tono y encontrar la inspiración», según Huysmans. ¿Quién es capaz de escribir en aproximadamente veinte años noventa novelas, treinta cuentos y algunas obras de teatro, colaborando al tiempo en la prensa y redactando ingentes cantidades de cartas? ¿Tenemos que decir también que al mismo tiempo aceptando los «favores» que varias mujeres le ofrecían? Balzac «supo vivir como un personaje literario e insuflar vida, quizás arracándola de sí mismo, a sus criaturas de ficción»(1)
Cuatro mil de esas criaturas de ficción había previsto que «actuarían» en su comedia, La comedia humana, que estaría compuesta por ciento cuarenta novelas. Se quedaron en dos mil personajes que aparecen y desaparecen (y algunos vuelven a aparecer) en noventa de las previstas, que retratan —se ha dicho que históricamente— la sociedad que él contempló.
 
La primera obra en que comenzaron a aparecer personajes de obras anteriores fue en El tío Goriot que, junto a Eugénie Grandet son sus obras de referencia. Esta segunda fue publicada un año antes que la anterior; son sus novelas más famosas y están consideradas como las de mayor perfección; también las más balzaquianas.
     Aunque no hemos terminado hoy con Balzac, convendría señalar algo más sobre las mismas. Contaba él treinta y cuatro años cuando terminó Eugénie Grandet; hacía algo más de cuatro que había comenzado su buena racha publicando, después de casi una década de frustraciones tanto literarias como en el mundo de los negocios.
En las dos obras es muy relevante el papel que juega el capital, las posesiones, el dinero, el éxito en las inversiones y, especialmente, también el vicio de la avaricia. Sin duda —se intuye— estaba resentido de su mala suerte en las aventuras emprendedoras anteriormente intentadas, y en su mente debían estar presentes hechos y eventos, y hasta personajes que había conocido que le habían dejado muy malos recuerdos: sujetos avaros y codiciosos ávidos de riquezas a cualquier precio. Lo bueno de esa época, pese a todo, era su reciente enamoramiento y carteo con la duquesa Evelina Hanska; la que será el gran amor de su vida. 
Esto y algo más será materia de nuestra próxima incursión en el apasionante mundo de Balzac.
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(1) Ana M. Platas Tasende, Introducción a Eugénie Grandet