miércoles, 29 de agosto de 2012

Día Setenta: ...para morir entre las flores del mal



Posiblemente nunca Poe hubiera sido conocido ni apreciado sin Baudelaire, y este acaso no hubiera llegado nunca a romper barreras en el mundo de la poesía sin Poe. Ambos mutuamente se retroalimentan y de esa forma componen una única efigie difícil de diferenciar enmarcada en lo sorprendente, en la conmoción y lo extraño que para ambos forman parte de la belleza.
El último día citamos varias veces a Baudelaire a propósito de Poe, y quiero dejar claro que tanto esta entrada junto con la anterior componen una única perspectiva de ambos con un solo y exclusivo título para las dos.


Señalemos que Poe y Baudelaire llegaron a compartir muchas circunstancias. Ante todo una coetaneidad de cerca de treinta años y sobre todo un padre adoptivo en el primero desde los dos años, y un padrastro desde los seis en el otro a los que acaban aborreciendo. Ellos les representan el orden, la exigencia, la disciplina, la severidad..., una grieta de incomprensión que los lleva al repudio, al apartamiento, a la indolencia y a la intemperancia al tiempo que a una constante búsqueda de una diferencia y singularidad. Es por tanto común el sentimiento de soledad en las infancias de ambos.
Su desacomodo en un mundo de orden, un mundo filisteo regido por el mercantilismo, por el beneficio y por lo remunerador deja de ser comprendido en esa soledad melancólica. Puede que sea esa impronta la que lleve al alma de un niño a querer ser poeta, a buscar la belleza per se y a descubrir que cuando algo se ha vuelto útil acaso ha dejado de ser hermoso.
Si algo son, se trata en primer lugar de dos rebeldes contra el orden establecido. Si algo les une desde su primera adolescencia es la poesía. Poe necesitará un único poema para darse a conocer: El cuervo, que sin embargo no se lo aceptarán cuando trate de venderlo a un periódico y le darán quince dólares como limosna. Baudelaire, dejando atrás muchas limosnas en forma de pagarés, letras de cambio, subvenciones oficiales y anticipos contra promesas de obras incumplidas necesitará cien poemas dedicados a cantar tanto el horror como la belleza del mal. Fue precisamente bajo la influencia de Poe, después de haber leído profundamente a este y de haberlo traducido, cuando «llega a la certeza de que en los confines del hombre yace siempre, presidiéndolo, el mal»(1). Una diferencia: Poe se mantuvo en el periodismo para poder comer; trabajó en varias redacciones de periódicos y en un par de publicaciones llegó a ser jefe de redacción. Baudelaire se negó a ello, llevó su pureza literaria hasta el límite.
Las vidas de Poe y de Baudelaire son las de aquellos que no sólo han degustado repetidamente «el alimento de los héroes», sino que son vidas que parecen elegidas por un cierto hado demoníaco para ser destinadas a la gloria en presencia de sus despojos.
Baudelaire dice que nadie ha logrado explicar con tanta magia como lo hizo Poe «lo excepcional de la vida humana y de la naturaleza (...) las alucinaciones que abren de pronto un abismo a la duda con más fuerza que la propia realidad; lo absurdo que se apodera de la inteligencia y la gobierna con espantosa lógica (...) su preocupación por todos los temas realmente importantes y los únicos dignos de la atención de un hombre inteligente: probabilidades, enfermedades del espíritu, ciencias conjeturales... En la obra de Poe —dice— la naturaleza inanimada participa de la acción de los seres vivientes y como ellos se estremece temblando en forma sobrenatural y galvánica». «La naturaleza es fea, y yo prefiero los monstruos de mi fantasía a la trivialidad positiva». Lo escribió Baudelaire pero pudo escribirlo Poe.


Es verdad que cuando se ahonda en la vida de Baudelaire se experimenta cierta perplejidad. ¿Es realmente uno de los hombres de la literatura marcado inexorablemente por el infortunio?, ¿fue realmente un hombre de mala suerte como Poe, o simplemente se propuso vivir a expensas de la sociedad sin dar golpe? Si se tiene en cuenta que a la edad de cuarenta y seis años, la de su muerte, únicamente ha publicado dos obras, una en verso y otra en prosa; que no ha tenido un trabajo regular o al menos remunerado; que ha conocido todos los vicios imaginables de la época; que ha vivido de sablazos, préstamos, trampas y engaños y de una miserable asignación contra su fortuna heredada, la cual sus familiares han decidido que le fuese administrada a la vista de su dilapidación al entrar en posesión de ella, si se tiene en cuenta todo esto y que únicamente ha publicado en revistas y periódicos diversas críticas, ensayos, estudios, versos y una novela, ¿hasta qué punto es Baudelaire un autor creíble?
Y sin embargo lo fue.
Podríamos comenzar diciendo que en Baudelaire se da una compleja personalidad. «Desde muy pequeño sentí en mi corazón dos sentimientos contradictorios, el horror de la vida y el éxtasis de la vida». Cuando todavía es un niño quiere ser Papa y actor. Ya adolescente querrá ser autor. Toda su vida fue una continua contradicción: «Nunca he tenido la pretensión de no contradecirme». Versifica en latín y su espíritu es a veces místico y otras exaltado. Es expulsado del colegio, se niega a seguir una carrera como su madre y su padrastro desean, y desde los dieciocho años comienza una vida de vorágine y de bohemia sin sentir ninguna inclinación excepto degustar placeres, discutir durante horas, descubrir la belleza y poetizar.
Consubstancial con su vida serán las deudas contraídas, las enfermedades venéreas, el alcohol, el opio y el hachís. Baudelaire conoce pronto y profundamente las flores del mal. Su intermitente idilio con una mulata que le durará cerca de quince años, Jeanne, le inspirará parte de la obra por la que será conocido a los treinta y seis: un libro de versos de doscientas cuarenta y ocho páginas y cien poemas. Poemas escritos y vueltos a reescribir a lo largo de los años y al que fue dándole títulos diversos hasta su publicación cuando su editor le propuso llamarlo Las flores del mal. Ese libro fue el libro de su vida y lo transformó para siempre.
En Baudelaire encontramos a veces un místico y en otros momentos un pecador. Junto a una inagotable capacidad para el sufrimiento físico rozando la mística se encuentra siempre su perpetuo deseo de experimentar el deleite de todos sus sentidos.
Baudelaire es revolucionario y conservador, impío o devoto, reza y blasfema con la misma facilidad. Cuando muere, víctima de la sífilis e intoxicado por el alcohol y las drogas, en estado hemipléjico y afásico, es un anciano en mitad de los cuarenta. Sus deudas son incalculables y ha apurado la vida sorbo a sorbo. Se ha bebido la suya. Aún así, poco antes ha escrito: «De la mala suerte me vengaré si puedo; hay una especie de mala suerte suspendida sobre mí. (...) Si alguna vez vuelvo a tener el verdor y la energía de la que a veces he disfrutado, descargaré mi cólera en libros espantosos. Quisiera poner a la raza humana entera contra mí. Veo ahí una alegría que me consolará de todo».
¿La gloria, la gloria ulterior es lo que busca, o se trata del inmediato reconocimiento? «La falta de éxito puede tener efectos muy perjudiciales en la obra de un escritor, y la gimnasia moral requerida para mantenerse a flote de la indiferencia puede resultar agotadora cuando hay que practicarla durante toda la vida»(2). Nunca en Baudelaire aquella falta de éxito le significó el abandono a pesar de haber sufrido a menudo la decepción; aunque depresivo es persistente: «A los treinta años Balzac había adquirido desde hacía muchos años el hábito del trabajo permanente, y hasta este momento —él también está en los treinta— yo no tengo en común con él otra cosa que deudas y proyectos»; «A veces creo que me he convertido en un hombre excesivamente razonador, que he leído demasiado para concebir algo sincero y auténtico».
En Baudelaire se dan las dos circunstancias; ya hemos dicho que se trata de un carácter contradictorio: «Nadie vivió tan profundamente, en su contradicción insuperable, la actividad creadora»(3). Busca el reconocimiento inmediato pero nunca abandona la búsqueda de la celebridad futura; persigue en el fondo la gloria de la posteridad. Se mantiene incólume viviendo miserablemente —a veces tan sólo gracias al alcohol— mientras vaga por las redacciones de los periódicos solicitando anticipos y prometiendo hasta veinte novelas que tiene en la cabeza; por los bancos y las oficinas de los prestamistas y de los agentes de cambio anda negociando nuevas deudas para pagar las que le vencen; por el ministerio del interior u otro apropiado mendiga subvenciones que gracias a recomendaciones suele conseguir; a veces pone en venta hasta cartas de amigos famosos con tal de conseguir unos francos. Y sigue escribiendo aunque publicando poco —tan sólo a salto de mata— algún verso o artículo. En uno de ellos paradójica y contradictoriamente aconseja a los jóvenes literatos: «producir mucho, ir rápido (...) hay que apresurarse con lentitud (...) para escribir rápidamente hace falta haber pensado mucho (...) los borrones empañan el espejo del pensamiento». Él, durante los años que convive con Jeanne tiene a veces problemas para ponerse a escribir: «Estoy obligado a trabajar de noche a fin de tener calma y evitar las insoportables molestias de la mujer con la que vivo. A veces me escapo de mi propia casa para poder escribir, y voy a la biblioteca, o a una sala de lectura, o alguna tienda de vinos, o a un café. El resultado de todo ello es que vivo en un estado de cólera perpetua».
Cólera perpetua; le llegará a abrir la cabeza de un golpe contra una consola. ¿Es el infortunio un estímulo para un mayor éxito?, ¿los grandes triunfos se consiguen gracias a los sufrimientos de sus autores? Eso nos dice la leyenda. Algo parecido a la relación genio-locura. ¿Acabaron locos Baudelaire y Poe? De este asunto se han ocupado muchos expertos señalando algunos que el primero sufría una demencia sifilítica y el segundo alcohólica. Poe: «...mis enemigos atribuyen mi locura al abuso del alcohol en vez del abuso del alcohol a mi locura». De Baudelaire dice Asselinau, su gran amigo y primer biógrafo: «Todos, pequeños y grandes, dicen que conocieron mucho a Baudelaire y que saben perfectamente que estaba loco». Si algo hubo de ello, apostillaremos nosotros que ambos fueron «locos egregios».

 
   Un pájaro negro, un ave de mal agüero visita a alguien que ha sufrido la pérdida de un ser querido. Ese cuervo era la evocación de un «recuerdo triste e imperecedero»: ¡Never more! Se trata del poema que conmociona a América. La imagen de ese cuervo está grabada en su tumba, en la de Poe.
Un ramillete de poemas en forma de flores malignas sacude a Francia. Escándalo. Es considerado un atentado contra la moral pública y religiosa. El libro fue requisado y sus editores y autor condenados a una multa. Hoy está considerada la obra maestra de la modernidad. También habría que decir ¡Never more! No sé qué flores tendrá hoy Baudelaire en su tumba.
   Pero una cosa es cierta. Cuando ambos escuchaban «el sonido de las tinieblas deslizándose por el horizonte», ignoraban que sus nombres estaban entrando en la Inmortalidad junto a los más grandes de las letras.
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(1) Mario Campaña: Baudelaire, Juego sin triunfos
(2) Victoria Nelson: Sobre el bloqueo del escritor
(3) Jean-Paul Sartre: Baudelaire













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