Posiblemente
nunca Poe hubiera sido conocido ni apreciado sin Baudelaire, y este
acaso no hubiera llegado nunca a romper barreras en el mundo de la
poesía sin Poe. Ambos mutuamente se retroalimentan y de esa forma
componen una única efigie difícil de diferenciar enmarcada en lo
sorprendente, en la conmoción y lo extraño que para ambos forman
parte de la belleza.
El
último día citamos varias veces a Baudelaire a propósito de Poe, y
quiero dejar claro que tanto esta entrada junto con la anterior
componen una única perspectiva de ambos con un solo y exclusivo
título para las dos.
Señalemos
que Poe y Baudelaire llegaron a compartir muchas circunstancias. Ante
todo una coetaneidad de cerca de treinta años y sobre todo un padre
adoptivo en el primero desde los dos años, y un padrastro desde los
seis en el otro a los que acaban aborreciendo. Ellos les representan
el orden, la exigencia, la disciplina, la severidad..., una grieta de
incomprensión que los lleva al repudio, al apartamiento, a la
indolencia y a la intemperancia al tiempo que a una constante
búsqueda de una diferencia y singularidad. Es por tanto común el
sentimiento de soledad en las infancias de ambos.
Su
desacomodo en un mundo de orden, un mundo filisteo regido por el
mercantilismo, por el beneficio y por lo remunerador deja de ser
comprendido en esa soledad melancólica. Puede que sea esa impronta
la que lleve al alma de un niño a querer ser poeta, a buscar la
belleza per se y a descubrir que cuando algo se ha vuelto útil acaso
ha dejado de ser hermoso.
Si
algo son, se trata en primer lugar de dos rebeldes contra el orden
establecido. Si algo les une desde su primera adolescencia es la
poesía. Poe necesitará un único poema para darse a conocer: El
cuervo, que sin embargo no se lo aceptarán
cuando trate de venderlo a un periódico y le darán quince dólares
como limosna. Baudelaire, dejando atrás muchas limosnas en forma de
pagarés, letras de cambio, subvenciones oficiales y anticipos contra
promesas de obras incumplidas necesitará cien poemas dedicados a
cantar tanto el horror como la belleza del mal. Fue precisamente bajo
la influencia de Poe, después de haber leído profundamente a este y
de haberlo traducido, cuando «llega a la certeza de que en los
confines del hombre yace siempre, presidiéndolo, el mal»(1). Una
diferencia: Poe se mantuvo en el periodismo para poder comer; trabajó
en varias redacciones de periódicos y en un par de publicaciones
llegó a ser jefe de redacción. Baudelaire se negó a ello, llevó
su pureza literaria hasta el límite.
Las
vidas de Poe y de Baudelaire son las de aquellos que no sólo han
degustado repetidamente «el alimento de los héroes», sino que son
vidas que parecen elegidas por un cierto hado demoníaco para ser
destinadas a la gloria en presencia de sus despojos.
Baudelaire
dice que nadie ha logrado explicar con tanta magia como lo hizo Poe «lo
excepcional de la vida humana y de la naturaleza (...) las
alucinaciones que abren de pronto un abismo a la duda con más fuerza
que la propia realidad; lo absurdo que se apodera de la inteligencia
y la gobierna con espantosa lógica (...) su preocupación por todos
los temas realmente importantes y los únicos dignos de la atención
de un hombre inteligente: probabilidades, enfermedades del espíritu,
ciencias conjeturales... En la obra de Poe —dice— la naturaleza
inanimada participa de la acción de los seres vivientes y como ellos
se estremece temblando en forma sobrenatural y galvánica».
«La naturaleza es fea, y yo prefiero los monstruos de mi fantasía
a la trivialidad positiva». Lo escribió
Baudelaire pero pudo escribirlo Poe.
Es
verdad que cuando se ahonda en la vida de Baudelaire se experimenta
cierta perplejidad. ¿Es realmente uno de los hombres de la
literatura marcado inexorablemente por el infortunio?, ¿fue
realmente un hombre de mala suerte como Poe, o simplemente se propuso
vivir a expensas de la sociedad sin dar golpe? Si se tiene en cuenta
que a la edad de cuarenta y seis años, la de su muerte, únicamente
ha publicado dos obras, una en verso y otra en prosa; que no ha
tenido un trabajo regular o al menos remunerado; que ha conocido
todos los vicios imaginables de la época; que ha vivido de sablazos,
préstamos, trampas y engaños y de una miserable asignación contra
su fortuna heredada, la cual sus familiares han decidido que le fuese
administrada a la vista de su dilapidación al entrar en posesión de
ella, si se tiene en cuenta todo esto y que únicamente ha publicado
en revistas y periódicos diversas críticas, ensayos, estudios,
versos y una novela, ¿hasta qué punto es Baudelaire un autor
creíble?
Y
sin embargo lo fue.
Podríamos
comenzar diciendo que en Baudelaire se da una compleja personalidad.
«Desde muy pequeño sentí en mi corazón dos
sentimientos contradictorios, el horror de la vida y el éxtasis de
la vida». Cuando todavía es un niño quiere
ser Papa y actor. Ya adolescente querrá ser autor. Toda su vida fue
una continua contradicción: «Nunca he tenido
la pretensión de no contradecirme».
Versifica en latín y su espíritu es a veces místico y otras
exaltado. Es expulsado del colegio, se niega a seguir una carrera
como su madre y su padrastro desean, y desde los dieciocho años
comienza una vida de vorágine y de bohemia sin sentir ninguna
inclinación excepto degustar placeres, discutir durante horas,
descubrir la belleza y poetizar.
Consubstancial
con su vida serán las deudas contraídas, las enfermedades venéreas,
el alcohol, el opio y el hachís. Baudelaire conoce pronto y
profundamente las flores del mal. Su intermitente idilio con una
mulata que le durará cerca de quince años, Jeanne, le inspirará
parte de la obra por la que será conocido a los treinta y seis: un
libro de versos de doscientas cuarenta y ocho páginas y cien poemas.
Poemas escritos y vueltos a reescribir a lo largo de los años y al
que fue dándole títulos diversos hasta su publicación cuando su
editor le propuso llamarlo Las flores del mal.
Ese libro fue el libro de su vida y lo
transformó para siempre.
En
Baudelaire encontramos a veces un místico y en otros momentos un
pecador. Junto a una inagotable capacidad para el sufrimiento físico
rozando la mística se encuentra siempre su perpetuo deseo de
experimentar el deleite de todos sus sentidos.
Baudelaire
es revolucionario y conservador, impío o devoto, reza y blasfema con
la misma facilidad. Cuando muere, víctima de la sífilis e
intoxicado por el alcohol y las drogas, en estado hemipléjico y
afásico, es un anciano en mitad de los cuarenta. Sus deudas son
incalculables y ha apurado la vida sorbo a sorbo. Se ha bebido la
suya. Aún así, poco antes ha escrito: «De
la mala suerte me vengaré si puedo; hay una especie de mala suerte
suspendida sobre mí. (...) Si alguna vez vuelvo a tener el verdor y
la energía de la que a veces he disfrutado, descargaré mi cólera
en libros espantosos. Quisiera poner a la raza humana entera contra
mí. Veo ahí una alegría que me consolará de todo».
¿La
gloria, la gloria ulterior es lo que busca, o se trata del inmediato
reconocimiento? «La falta de éxito puede tener efectos muy
perjudiciales en la obra de un escritor, y la gimnasia moral
requerida para mantenerse a flote de la indiferencia puede resultar
agotadora cuando hay que practicarla durante toda la vida»(2). Nunca
en Baudelaire aquella falta de éxito le significó el abandono a
pesar de haber sufrido a menudo la decepción; aunque depresivo es
persistente: «A los treinta años Balzac
había adquirido desde hacía muchos años el hábito del trabajo
permanente, y hasta este momento —él también está en los treinta— yo no tengo en común con él
otra cosa que deudas y proyectos»; «A veces creo que me he
convertido en un hombre excesivamente razonador, que he leído
demasiado para concebir algo sincero y auténtico».
En
Baudelaire se dan las dos circunstancias; ya hemos dicho que se trata
de un carácter contradictorio: «Nadie vivió tan profundamente, en
su contradicción insuperable, la actividad creadora»(3). Busca el
reconocimiento inmediato pero nunca abandona la búsqueda de la
celebridad futura; persigue en el fondo la gloria de la posteridad.
Se mantiene incólume viviendo miserablemente —a veces tan sólo
gracias al alcohol— mientras vaga por las redacciones de los
periódicos solicitando anticipos y prometiendo hasta veinte novelas
que tiene en la cabeza; por los bancos y las oficinas de los
prestamistas y de los agentes de cambio anda negociando nuevas deudas
para pagar las que le vencen; por el ministerio del interior u otro
apropiado mendiga subvenciones que gracias a recomendaciones suele
conseguir; a veces pone en venta hasta cartas de amigos famosos con
tal de conseguir unos francos. Y sigue escribiendo aunque publicando
poco —tan sólo a salto de mata— algún verso o artículo. En uno
de ellos paradójica y contradictoriamente aconseja a los jóvenes
literatos: «producir mucho, ir rápido (...)
hay que apresurarse con lentitud (...) para escribir rápidamente
hace falta haber pensado mucho (...) los borrones empañan el espejo
del pensamiento». Él, durante los años que
convive con Jeanne tiene a veces problemas para ponerse a escribir:
«Estoy obligado a trabajar de noche a fin de tener calma y evitar
las insoportables molestias de la mujer con la que vivo. A veces me
escapo de mi propia casa para poder escribir, y voy a la biblioteca,
o a una sala de lectura, o alguna tienda de vinos, o a un café. El
resultado de todo ello es que vivo en un estado de cólera perpetua».
Cólera
perpetua; le llegará a abrir la cabeza de un golpe contra una consola.
¿Es el infortunio un estímulo para un mayor éxito?, ¿los grandes
triunfos se consiguen gracias a los sufrimientos de sus autores? Eso
nos dice la leyenda. Algo parecido a la relación genio-locura.
¿Acabaron locos Baudelaire y Poe? De este asunto se han ocupado
muchos expertos señalando algunos que el primero sufría una
demencia sifilítica y el segundo alcohólica. Poe: «...mis
enemigos atribuyen mi locura al abuso del alcohol en vez del abuso
del alcohol a mi locura». De Baudelaire dice
Asselinau, su gran amigo y primer biógrafo: «Todos, pequeños y
grandes, dicen que conocieron mucho a Baudelaire y que saben
perfectamente que estaba loco». Si algo hubo de ello, apostillaremos
nosotros que ambos fueron «locos egregios».
Un
pájaro negro, un ave de mal agüero visita a alguien que ha sufrido
la pérdida de un ser querido. Ese cuervo era la evocación de un
«recuerdo triste e imperecedero»: ¡Never
more! Se trata del poema que conmociona a
América. La imagen de ese cuervo está grabada en su tumba, en la de
Poe.
Un
ramillete de poemas en forma de flores malignas sacude a Francia.
Escándalo. Es considerado un atentado contra la moral pública y
religiosa. El libro fue requisado y sus editores y autor condenados a
una multa. Hoy está considerada la obra maestra de la modernidad.
También habría que decir ¡Never more!
No sé qué flores tendrá hoy Baudelaire en su tumba.
Pero una
cosa es cierta. Cuando ambos escuchaban «el sonido de las tinieblas
deslizándose por el horizonte», ignoraban que sus nombres estaban
entrando en la Inmortalidad junto a los más grandes de las letras.
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(1) Mario
Campaña: Baudelaire, Juego sin triunfos
(2) Victoria
Nelson: Sobre el bloqueo del escritor
(3)
Jean-Paul Sartre: Baudelaire
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