Ignoro si todavía hoy el Washington Post comenta cada siete de octubre que en la madrugada
de ese día han aparecido en Baltimore, depositados sobre la tumba de Edgar A.
Poe por una mano anónima, una rosa roja junto a una botella mediada de coñac;
hace unos años lo hacía. El escritor había acabado falleciendo en un hospital
de esa ciudad al haber sido encontrado en estado grave y delirando en una de
sus calles en la noche del siete de octubre de 1849. Tenía apenas cuarenta años.
Habiendo
hablado los últimos días de Rousseau, me hubiera gustado comenzar hoy
recordando que Poe terminó una de sus más distintivas obras, Los asesinatos de la calle Morgue,
citando una frase en francés de aquel tomada de su obra Julia o la nueva Eloísa. Rousseau mencionaba allí que era una manía de
todos los filósofos de todos los tiempos
«negar lo que es y explicar lo que no es». Y aunque he preferido comenzar
hablando del luctuoso suceso de la muerte de Poe y de cómo hasta hace algunos años era allí recordado, me quedan razones para traer esta sutil expresión aquí
casi como lema exclusivo de este genial norteamericano. Veamos algunas de esas razones.
Ante todo, aquel extraño poeta incomprendido en su país, era cáustico, un sarcástico; lo notaréis
leyéndolo. Pero también era sorprendentemente un filósofo que conocía
oportunamente la cultura europea: «...un
novelista, un crítico, un filósofo que no estaba hecho a su medida —la de
América» dijo de él Baudelaire, su gran descubridor y divulgador.
Todo nos dice que Poe,
aunque nacido en Boston, no era americano; Poe era un europeo errante en aquel
país en el que se sentía despreciado e incomprendido. En Poe se detecta el spleen, aquel tedio que tanto invadió a los europeos
de su época: «En vano he intentado
remontar esta melancolía... Estoy destrozado y no sé porqué»; esa
melancolía que allí, en la América de los descubrimientos frenéticos, del
nacimiento de la técnica, de los grandes avances en física, en ingeniería, en
química, de la industrialización y la mecanización, nadie experimenta, nadie
siente.
Allí va, de Boston a
Filadelfia, de Baltimore a Richmond y a Nueva York y siempre desarraigado de aquella
sociedad norteamericana de su tiempo: «....los
EEUU fueron para Poe una enorme jaula», América siempre lo consideró un
descarriado, un extranjero que trataba de llevar al papel sus pesadillas
enfebrecidas y sus quimeras de alcohólico las cuales a nadie allí le
interesaban —«Vivo continuamente inmerso
en una ensoñación de futuro».
Repetimos: ¿Poe filósofo?;
sí, en parte lo fue. Así lo conceptuó Baudelaire, Mallarmé y Valéry. Su gran obra final Eureka, además de un poema cosmogónico es al
tiempo un ensayo filosófico anticipativo del big bang que nos retrotrae hasta Lucrecio con su poema filosófico De rerum natura o De la naturaleza de las cosas. Y aunque se lo dedicó «a aquellos
que sienten, más que a los que piensan», hemos de decir que tanto los primeros
como los segundos están en esa obra midiendo la creación: ¿o es que no es
filosofía enunciar lo siguiente?: «La proposición
general es esta: Puesto que nada fue, en consecuencia todas las cosas son».
No obstante también nosotros
nos estamos descarriando. ¡Desconcertante Poe! Concentrémonos en este
intérprete de misterios del que hasta su misma vida fue uno de ellos. Sobre
todo poeta, pero también crítico, autor de cuentos y ensayista. Y no nos
quedemos ahí: estamos ante el fundador de la novela policíaca de la que autores
como Christie, Doyle, Simenon y otros tanto aprenderán. Y aún más: fue primigenio
entre los de la todavía no nacida ciencia ficción que más tarde le seguirán; y siempre
con un sesgo de romanticismo entre sus elaboradas técnicas narrativas tan
desconcertantes por su diversidad.
Entre lo terrible, lo
maligno y lo satánico, y a la sombra de la ya agonizante novela gótica con
aquel gusto por la oscuridad, las ruinas, los castillos, el culto a la muerte y
lo oculto, Poe inventará y aplicará una lógica y un concienzudo raciocinio que
él llamará el método analítico («El
hombre verdaderamente imaginativo es un analista»), para desentrañar los
misterios de sus espeluznantes crimenes con descuartizamientos y degollamientos
incluidos, y a veces aderezado con intrincados criptogramas y anagramas que
desconcertarán al lector amigo de lo horripilante y de lo grotesco. He aquí lo
que le gusta expresar, acerca de lo que quiere escribir: «...del individuo elevado a la magnitud de lo grotesco, de lo terrible
coloreado de horripilante, de lo ingenioso exagerado hasta lo burlesco, de lo
singular forjado de manera que adquiera la forma de lo extraño y de lo
místico». Y a continuación dice que si ello parece de mal gusto, él tiene
sus dudas a este respecto. Es lo que él mismo denominaba como «arabesco»: lo
extraño, lo extraordinario, lo fantástico.
¿No es sorprendente que
también Poe al igual que los más grandes, hasta como el mismo Dostoievski esté
hoy considerado como un hombre con dos personalidades? Para unos, para los que
lo conocieron en los momentos íntimos se trataba de un hombre afectivo,
cariñoso, benévolo, cordial y afectuoso; para otros fue un arrogante y un
irritable, un sujeto torvo y sombrío y hasta falto de principios y de
conciencia. «Su agudo sentido crítico, su cinismo, su extraordinaria
inteligencia, su inmensa soberbia, le granjean la enemistad de cuantos le
tratan»(1). Los dos caracteres cohabitarán en la mente del «poeta maldito» por
excelencia con el que se identificará Baudelaire. Y también en las vidas de
ambos convivirán los mismos espectros: la miseria económica, el desamparo, los
odios literarios, el alcohol, la incomprensión y la soledad. Y ello hasta el
punto de que el francés encuentra en Poe ideas y frases enteras que él mismo
dice haber tenido en su cerebro. No es extraño que Baudelaire publicara Las flores del mal al tiempo que
terminaba de traducir al francés los cuentos de Poe; encontró en él un poeta maldito no sólo en su vida sino «en su
aislamiento, en su fracaso en el mundo,
el poeta proscrito de la sociedad»(2).Tiene sentido aquello que él mismo decía: «Es un placer tan grande como útil comparar los rasgos de un gran hombre con sus obras».
Esbocemos algunos trazos de
su inquietante vida infeliz, atormentada, errante y amoral salpicada por el
alcohol, el opio y el láudano. Madre tuberculosa y muerta cuando él cuenta dos
años; acogimiento por un matrimonio y estancia desde los seis a los once años en Escocia y Londres
con esos sus nuevos padres; en la Universidad de Virginia
donde entre lenguas antiguas y modernas alterna el juego y el alcohol; ruptura
con sus protectores; soldado, sargento, cadete en West Point, expulsión. «¿Existe pues una providencia diabólica que
prepara las desgracias desde la cuna?» se pregunta Baudelaire escribiendo
sobre él. Se casa en secreto con su prima de trece años Virginia —«joven, pálida, morena,
bellísima y enferma de tisis»— para quedar viudo once años más tarde; son los
años de su esfuerzo literario. Después nada. Bueno, sí: Eureka. «Escribió esta obra después de la muerte de su joven
esposa. Alucinado y borracho, errante en Filadelfia un año después escribiría: «No tengo deseos de vivir desde que escribí Eureka.
No podría escribir nada más». La obra
parece haber sido escrita rápidamente, obedeciendo a un impulso
incontenible»(3).
Y siempre la pobreza y la
locura del alcohol: «Ni siquiera el
demonio ha sido tan pobre como yo. No puedo más, tengo que morir (...) Nunca
estuve realmente loco, salvo en contadas ocasiones en que mi corazón zozobró». Su
obra El corazón delator la comienza
escribiendo: «¡Es verdad! Siempre he sido
nervioso, muy nervioso, lo he sido y lo
soy; pero ¿por qué dicen que estoy loco...? De nuevo Baudelaire: «Los desesperados ecos de melancolía que
cruzan las obras de Poe tienen un acento penetrante, sin duda, pero hay que
admitir que esa melancolía resulta solitaria y poco simpática para el común de
la gente»(4).
Un par de apuntes finales a
la indescriptible trayectoria de este genio durante tanto tiempo incomprendido.
¿Por qué razón mentía tanto Poe?, ¿pretendía burlarse de todo el mundo? Mintió
en sus cartas, mintió escribiendo sobre sus datos biográficos; le gustaba
confundir, mentir y contradecirse; mediante invenciones y embustes llegó a
convertirse en un mito desconcertando a sus futuros lectores.
Una vez fallecido sus primeras biografías
aparecieron con datos de sus propios escritos personales que resultaron ser
falsos. El mismo Baudelaire se fue posiblemente a la tumba creyendo —como
relata en lo que sobre su vida escribió— que Poe había estado en Grecia y allí
había luchado al estilo de Byron, al que admiraba, y que en San Petersburgo, en
Rusia, había estado a punto de ser condenado a prisión en Siberia.
Y, finalmente. ¿Qué pensar
de aquella breve pasión o erotomanía platónica sufrida después de la muerte de
su joven esposa? Se enamora sucesiva y hasta simultáneamente de varias mujeres
—la mayor parte de ellas ligadas al mundo de las letras— de las que con algunas
de ellas llegaron a ser fijados los esponsales. Algo inexplicable.
Pero sí hay algo de humano,
demasiado y terriblemente humano como escritor en su vida: su coraje
corrigiendo sus textos; lo mismo que Dostoievski, lo mismo que todos los
grandes. Y su sinceridad expresándolo: «Los
escritores prefieren dar a entender que componen mediante una especie de bello
frenesí, y literalmente se
estremecerían si dejaran que el público echara una ojeada tras las bambalinas a
los innumerables vislumbres de ideas que no llegaron a la madurez de la visión
plena, a las cautelosas selecciones y rechazos, a los dolorosos borrones e
interpolaciones».
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(1) Narciso Ibáñez Serrador:
Prólogo a Narraciones extraordinarias
(2) Antoni Marí: Poe, Lecciones de literatura universal
(3) Julio Cortázar: Prólogo
a Eureka
(4) Charles Baudelaire: Edgar
Allan Poe
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