En una de
las entradas recientes, hablando sobre Poe y su Eureka
citábamos al poeta Lucrecio y su obra De
la naturaleza de las cosas. Ello me ha dado
ocasión para adentrarme hoy en él y en lo poco que se sabe de su vida.
Mas, afortunadamente, Lucrecio nos trae de la mano a Cicerón por
las razones que veremos, y de éste sí que se sabe mucho, muchísimo.
Y ambos son literatos de una categoría que no podemos obviar; lo
garantizo.
Y, ¿qué
quiero decir con ese «contiguos, lejanos, próximos...» del título?
Pues bien: dar mis razones sobre ello sería entrar directamente en
materia, en la vida de ambos, sus vínculos y conexiones. Pero antes
de nada se me ha ocurrido pintar un sencillo gráfico; ruego se me
disculpe. Es este:
C. 8 L. 43 L. 12 C.
Años ——106———98—————55———43—
Años ——106———98—————55———43—
Pretendo con ello situar en el tiempo, al que nos vamos a marchar, al audaz y sufrido lector de estos apuntes. Se trata de los años de nacimiento y muerte de ambos —antes de Cristo claro— y de los transcurridos entre esas fechas. Es fácil ver así que el poeta Lucrecio tan sólo vivió cuarenta y tres años —que ahora reparo que fueron tres más que Poe y tres menos que Baudelaire—, y que sumando los tres números (o restando las cifras de los extremos de los años de nacimiento) resulta que Cicerón llegó a vivir sesenta y tres.
Y ahora sí
puedo ya «entrar en harina». Está claro que, en el tiempo,
Lucrecio y Cicerón están próximos, son contemporáneos,
yuxtapuestos; sin embargo, veremos que en su pensamiento y
especulación, en su obra, son totalmente opuestos, nada en común.
¡Y no obstante Cicerón se esforzó en que el mundo conociera a
Lucrecio!, ¿no es sorprendente?
Lucrecio,
«one of the greatest of Roman poets» según
la Enciclopedia Británica, dicen las crónicas que enloqueció por
efecto de una bebida mágica o embrujada, un «filtro de amor» que
llamaban los antiguos la cual le había sido proporcionada por una
mujer. No obstante, en sus períodos de lucidez, antes de suicidarse,
escribió su gran obra ya citada. Por estas referencias —bebedizo,
locura, suicidio— parece que los «poetas malditos» ya se daban
mucho antes del siglo diecinueve. Si Baudelaire al morir no había
publicado más que dos libros, de Lucrecio no sabemos si había
«publicado» alguno; pero lo que es cierto es que De
rerum natura fue conocida por el público
después de su muerte cuando Cicerón la hubo revisado y corregido y
la hizo divulgar.
Nos falta
preguntarnos por qué si su obra está considerada hoy como una de
las más grandes de la antigüedad, ¿cómo es posible que
biográficamente se conozca tan poco de él e incluso que poetas como
Horacio y Virgilio lo ignoren a pesar de haberlo imitado? Tanta
oscuridad hace pensar a los historiadores y eruditos que el bebedizo
de amor junto con su locura y suicidio pueden ser datos falsos y
malintencionados para desacreditarlo, porque —y esto es lo más
importante— Lucrecio seguía la doctrina epicúrea. De hecho (y ya
hemos llegado a la gran cuestión), su gran obra De
la naturaleza de las cosas es simplemente
toda la filosofía del griego Epicuro puesta en 7.400 versos latinos
después de ser predicada por aquel filósofo en la Grecia de dos siglos
y medio antes. Es como si un poeta de nuestro tiempo se remontara
ahora a cantar a Rousseau y su Contrato social.
Lucrecio
en aquella su obra «Canta la aurora y las tinieblas, el horror y el placer,
los hombres y los dioses, el mar y los astros, la materia y el vacío,
lo infinitamente grande y lo excesivamente pequeño, el amor y la
violencia, la razón y la locura, la prudencia y la angustia, la
naturaleza y la muerte...»(1). Se diría que son «las flores del
mal» del siglo I a. C., puesto que la doctrina epicúrea estaba muy
alejada de la religión del Estado la cual englobaba una muy distinta
moral basada en la tradición romana, con la cual chocaba, y no
estaba bien vista. Lucrecio trataba de librar al ser humano de los
miedos por él inventados que le imposibilitaban el placer de vivir.
Que
posteriormente la obra llegara casi a desaparecer se explica también
por la aversión del Cristianismo a esa filosofía que como una secta
llegó a tener en cierto momento tantos seguidores como aquel.
¿Se pudo
llegar a suicidar Lucrecio? Psiquiatras ha habido que han deducido de
algunos aspectos de su obra que podría tratarse de una personalidad
maniaco-depresiva: «Lucrecio, poeta de la melancolía...; (...)
...es la atmósfera de angustia o de melancolía que aflora con tanta
frecuencia en su poema..., un velo trágico y sombrío»(1). ¿Sufría
también Lucrecio aquel spleen de
Poe y Baudelaire?
Dice
J. A. Marina: «No
encuentro nada exaltante en la idea de que el creador sea un divino
maniaco, pero sí lo encuentro en pensar que es una inteligencia
entusiasmada». «Creación significa, ante todo, emoción»(2).
Y yo traigo estas citas aquí y ahora porque
al parecer se deduce que Lucrecio escribió aquella obra en una
«...tensión emocional e imaginativa, espejo de su soledad como
escritor, único en toda la literatura latina, (...) su lenguaje, de
un realismo vigoroso y denso, refleja una adhesión impulsiva,
apasionada, a la realidad»(3). Lucrecio, indudablemente, tuvo que
ser una inteligencia entusiasmada.
Pero
regresemos al título: ¿Cicerón y Lucrecio a un tiempo lejanos y
próximos? Sí, lo eran. Lucrecio escribe en verso y latín toda la
filosofía del griego Epicuro, y Cicerón se dedica en la tercera
parte de su vida a dar a conocer también en latín el pensamiento
filosófico griego. Hasta la baja Edad Media él fue la fuente
principal para el conocimiento de la filosofía griega, aunque de
todo lo escrito nada fue de su cosecha, tan sólo trató de divulgar
la pasada sabiduría de los griegos y especialmente las ideas de
Platón y de Aristóteles.
Toda
su vida se opuso al epicureísmo «cuyo mecanicismo le parecía
negador de la libertad humana y cuya ética le parecía demasiado
lejana de la moral romana»(3). Y, no obstante, como ya hemos dicho,
tuvo el mérito, aun desprestigiando
y combatiendo el epicureísmo, de publicar
póstumamente De la naturaleza de las cosas.
Realmente,
¿fue Cicerón sobre todo un escritor? Sin duda alguna. Aunque en la
política y en la administración romana lo había sido casi todo
—cuestor, edil, pretor, cónsul, gobernador, augur—, se pasó
escribiendo toda su vida. Cumplidos los veintitantos años se había
estrenado con La invención retórica, un
tratado que hoy llamaríamos de auto-ayuda similar a los que se
publican hoy para hablar bien en público. Saltando a través de sus
discursos políticos, Catilinarias y
Filípicas incluidas,
y las cartas a su amigo Ático, fue sin embargo en los últimos años
de su existencia, a causa de
sus desgracias familiares unidas éstas a los acontecimientos
políticos, cuando se puso a escribir arrebatadamente (especialmente
sobre temas filosóficos) como un remedio contra su dolor adoptando al
tiempo una postura hostil hacia la vida. Escribía deprisa,
precipitadamente, sin corregir, con desorden: «...en
unos cuantos meses escribió, con tanto mal humor como desembarazo y
precipitación, toda una gran biblioteca filosófica»(4).
No obstante
merece la pena leer hoy a Cicerón; este hombre tan capaz y al que
tanto le debe la República; este hombre tan criticado y de vida tan
azarosa y con un final turbulento debido a los odios que —entre
muchos otros— se ganó de Marco Antonio a pesar de no tener
participación en el asesinato de César. Toda su vida se la pasó
buscando enemigos. ¿Envidias? Las sufrió de todas clases, sobre
todo políticas y literarias. Y, sin embargo, qué sería hoy de
nosotros sin Cicerón, sin sus obras y sus más de cincuenta
discursos, sin sus tratados políticos o filosóficos, sus
composiciones poéticas, sus traducciones de Homero y de tragedias
griegas, sin sus más de un millar de cartas privadas a su amigo
Ático —precisamente otro epicúreo. «Su prosa, sintácticamente
compleja y rítmicamente medida, es al mismo tiempo límpida y muy
atenta a los matices de significado»(3) Él tuvo que inventarse los
términos romanos para dar a conocer lo que habían predicado los
estoicos, los peripatéticos, los academicistas, los epicúreos, los
escépticos...
De
entrada, conoceríamos la mitad de lo que se conoce sobre la cultura
de su tiempo y posiblemente de la griega. Paradójicamente fueron los
árabes los que tradujeron muchos siglos después aquellos textos
griegos y no los monjes medievales que tan sólo se manejaban en
latín.
En su vida
íntima Cicerón representa la indefinición y la indecisión.
Inseguro entre las normas morales y éticas; obsesionado por la
existencia o no de los dioses y del alma; vacilante entre César o
Pompeyo; dudoso acerca de los ritos romanos como la práctica augur y
su eficacia..., se diría que Cicerón trató siempre de armonizar,
avenir y concordar. ¿Tuvo algo que ver en ello tanto criticismo?
Desde Plutarco a Montaigne se le ha criticado como un sujeto falto de
originalidad y hasta como un hombre con un insaciable amor a la gloria.
Bástenos
al menos decir que Voltaire dejó escrito acerca de su obra
Sobre los deberes que «jamás podrá
escribirse nada más sabio, ni más verdadero, ni más útil».
———————
(1) André
Comte-Sponville: Lucrecio, la miel y la
absenta
(2) J.
Antonio Marina: Teoría de la inteligencia
creadora
(3)
Enciclopedia de la Literatura Garzanti
(4) Anthony
Everitt: Cicerón
No hay comentarios:
Publicar un comentario