domingo, 10 de marzo de 2013

Día Noventa y cinco: El extraño caso Ibsen


¿O no es extraño, para comenzar, que un muchacho humilde que pasa su adolescencia solo, separado de su familia, trabajando desde los quince años como mancebo de farmacia en una insignificante población noruega a unos doscientos cincuenta kilómetros de Cristianía, hoy Oslo, en la que no hay teatro alguno, escriba a los veinte años nada menos que un drama en verso sobre el personaje Catilina después de haber leído a Cicerón y a Salustio?
   Y aún más: ¿no parece inverosímil que ese muchacho, tras haber intentado estrenar sin éxito Catilina, consiga que se le represente en el Teatro Nacional de Oslo a los veintidós años una segunda obra, El túmulo vikingo?
   Otrosí (como escriben los hombres de leyes): ¿es que resulta normal que a los veintitrés sea nombrado director de escena de un nuevo teatro de Bergen y cinco años después, con veintiocho, llegue a ser director artístico del Teatro Noruego de Cristianía? No; desde luego no parece muy normal pero, no obstante, ya veremos que no es ello lo único extraño en la vida de Enric Ibsen, uno de los dramaturgos más grandes de todas las épocas.

1828; Skien, el lugar donde ese año nace Enric Ibsen, está situado a unos ciento cincuenta kilómetros de Cristianía por caminos que suponemos difíciles de transitar en aquellos tiempos, y, Grimstad, la aldea costera donde trabaja desde los quince años se encuentra a unos cien de Skien.
El pequeño Enric, que comienza a acusar en su carácter cierta misantropía, tristeza y soledad como consecuencia de los consiguientes cambios a peor derivados de la ruina sobrevenida a su padre cuando él cuenta tan sólo ocho años, estudia desde esa edad hasta los quince en un par de colegios. Decimos que estudia pero desde luego no en centros de élite donde los clásicos de la antigüedad sean importantes; su familia es ahora humilde y hasta ha tenido que irse a vivir a una granja a las afueras de la ciudad desde la que él tiene que desplazarse cinco kilómetros para asistir a la escuela; los dos últimos años estudiará ya en Skien en un colegio religioso. ¿Qué le enseñarían en aquellos colegios al pequeño Enric antes de marchar a Grimstad, a trabajar en una farmacia, para salir de allí a los veinte años con su Catilina bajo el brazo camino de Cristianía? Lamento ejercer de biógrafo estando Wikipedia al alcance de cualquiera, pero a veces es necesario «remachar» algunos datos. Créaseme: para que sucediera lo que sucedió, únicamente hay una explicación: «El genio, en todos los terrenos del arte humano, transforma cuanto toca»(1), y, a aquel muchacho le había tentado, no sabemos por qué, el teatro.
No vamos a continuar citando datos biográficos, sino que en su lugar vamos a insistir escuetamente en que Enric Ibsen ha sido catalogado por sus biógrafos como un..., diríamos que como un inconformista, eso es. Ninguno que yo sepa lo ha llamado de este modo, pero sí han insistido en que se trataba de un carácter especial; alguien que nunca se encontraba satisfecho viviendo una vida ordinaria compuesta de las naturales satisfacciones y dificultades que a todos nos suele la existencia deparar. No; indudablemente nos hallamos ante un hombre perteneciente a aquel grupo de selectos, a los cuales hemos hecho ya referencia anteriormente en estas páginas, que suelen exigirse mucho, al menos más que los demás, y que acumulan sobre sí mismos excepcionales dificultades y deberes realizando un esfuerzo de perfección no común a los demás mortales. Se trata de personas que «necesitan una misión que realizar, un proyecto que se encuentre muchas veces por encima de sus fuerzas, que los haga sentirse solos, incomprendidos y al final derrotados, pero orgullosos de haberse aventurado en ese viaje a los cielos»(2). Así era el dramaturgo Ibsen y también la mayor parte de los protagonistas de sus mejores obras —recuérdese que se escribe siempre sobre uno mismo.
Con individuos de esta clase, al parecer, y parece lógico, no es fácil la convivencia. Nunca lo ha sido con un genio según vemos en sus biografías, y no es por tanto extraño que Ibsen sea retratado como un malhumorado, un irritable y un colérico; además «se complacía en la rumia amarga de su destierro, de su pobreza, de la ruindad de la crítica, de la incomprensión popular»(2). Cuando joven, nos lo han representado como lector habitual de la historia y de la Biblia —aunque ateo con posterioridad—, puritano y al tiempo sensual, convencional y revolucionario, férreo en sus decisiones y sin embargo timorato, lento y metódico, reservado pero siempre apasionado y brusco o violento a la hora de discutir.

Hasta aquí el personaje y su temperamento. Añadamos no obstante algo muy importante y que puede que fuera decisivo en su vida. Su esposa Susannah con la que casó joven, ha sido considerada como su inspiradora y su custodia; no sólo le soportó sino que siempre le ayudó; inicialmente le apoyó sobrellevando el autoexilio y la indigencia de los primeros años, y después, en los de triunfo en el centro de Europa —nada menos que durante treinta y seis— fue su colaboradora y su único consejero; a ella sola le leía sus dramas y le comunicaba sus proyectos. Le ayudó; su mujer ejerció sobre él una grandísima fuerza, y, ¿hemos de decirlo?: Ibsen no creía en el matrimonio, era un fiero detractor del mismo.
En el primer párrafo hemos dicho que su Catilina —una especie de rehabilitación del conspirador romano— no tuvo éxito, y sí lo tuvo su segunda obra El túmulo vikingo. Y ello y lo que sigue nos deja la puerta abierta para pensar que Ibsen se dio cuenta pronto de que lo que podía sacarle adelante era escribir teatro sobre temas históricos basados en el pasado mítico de Escandinavia, especialmente Noruega y Dinamarca, a la que tenía como segunda patria. Y eso fue lo que —gracias indudablemente a su genio— le catapultó meteoríticamente; el romano Catilina a pocos noruegos podía importarle demasiado. Aunque, detengámonos: es típico en él admirar a los individuos notables caídos y frecuentemente no atractivos para la mayoría de los demás; si Ibsen hubiera vivido en la segunda parte del siglo pasado hubiera escrito sendos dramas sobre Azaña y Nixon. De todas maneras, en cuanto pudo, abandonó tanto los personajes históricos como los temas heroicos del pasado escandinavo y se dedicó a presentarnos personas de la vida real, de su tiempo, aunque eso sí: personas que se enfrentan a ese tiempo: con él llegó al teatro el escándalo. Puede ser, como se ha dicho, que Ibsen no se adelantara a su tiempo mostrando aquellos conflictos de su teatro, puede ser que las personas de su tiempo se habían quedado retrasadas.
Ibsen se dedica a presentar individuos que se atreven a hacer frente al mundo, a aquella sociedad, al destino y hasta a la santa providencia y todo ello envuelto en cierto aspecto psicológico; en ese asunto es un Stendhal o un Dostoievski con los cuales ha sido comparado puesto que lo expresa en forma parecida a ellos. Describe la vida íntima de ciertos seres que sufren, destapa los conflictos anímicos del individuo y, generalmente, nos muestra su toma de resolución —algo que entonces escandalizó—, o en otros casos se la deja al espectador para que él decida.

   Digamos algo en el tiempo que todavía nos resta sobre sus tres principales obras, o al menos las más populares. Casa de muñecas y El pato salvaje son indudablemente las más reconocidas y valoradas, y a ellas vamos a añadirle Un enemigo del pueblo que es posiblemente la más divulgada. Quizás, si no habéis tenido ocasión de leerlas, es posible, que sí las halláis contemplado en un escenario, en la pantalla pequeña, o puede ser que en la grande.
   De Casa de muñecas, con la que se reveló a sus cincuenta y un años y que escribió en Italia a donde había marchado autoexilado pero pensionado —aunque entonces ya era rico y vivía de sus obras—, de ella decía Ortega que cuando Ibsen la escribía «...ser feliz sonaba a frivolidad, si no a pecado. El escándalo que en Europa produjo Casa de muñecas de Ibsen me sirve como prueba (...) La Nora ibseniana no pide sino esto: ser feliz... —algo entonces— absurdo e intolerable...». Nora es una heroína del feminismo cuando para su marido y para el mundo es una fútil y graciosa muñeca; y, sin embargo, ¡qué paradoja!, Ibsen no era feminista, tenía a las mujeres por inferiores. El gran «escándalo» que late en la obra, así como el motivo, nos parecen sin embargo nimios en la sociedad de la violencia doméstica de hoy. Supongo que entonces todo lo que a Nora le atormenta haber realizado pudiera ser monstruoso; lo que no le perdonó la sociedad a Ibsen fue que Nora se marchara de su casa y abandonara hijos y marido buscando una vida independiente: gran escándalo. Por cierto, la obra está basada en una historia real con final distinto. Nora era Laura Kieler, una escritora alemana admiradora de él con la que mantenía amistad; la historia real finalizó más trágicamente con un internamiento en un sanatorio psiquiátrico y el divorcio y la separación de los hijos. «Todo cuanto he escrito tiene la conexión más íntima con lo que he vivido, aún cuando no haya sido mi propia experiencia personal».
El pato salvaje, considerada la más compleja y original de sus obras, es un estudio acerca de las falsas ilusiones que a todos nos permiten hacer frente a nuestras miserias y a nuestros condicionamientos sociales. Ibsen retrata a un puñado de personajes víctimas de la falsedad, del egoísmo y de su falta de dignidad. Mediante la conversación de dos amigos jóvenes que se reencuentran, se le ponen de manifiesto al espectador todos aquellos vicios y las lagunas del pasado de los padres de ambos, también amigos pero que no han tenido la misma suerte en la vida ni han actuado con la misma honestidad e integridad, al menos uno de ellos. Hialmar, uno de los jóvenes amigos, al igual que Nora, vive una existencia miserable e irreal: pero esta vez Ibsen no lo libera como hace con aquella en Casa de muñecas; en este caso es posiblemente mejor que siga engañado porque el desenlace podría ser fatal para terceros.
Yo diría que Un enemigo del pueblo se está escribiendo hoy, todos los días, en nuestra prensa diaria. La corrupción que nos invade, política o no, está ahí, en esa obra, en la que está en juego la salud de los ciudadanos. Siempre he visto en este héroe, el doctor Stockmann, un noble Quijote dispuesto a sacrificar todo lo que posee, incluida su familia, para que se sepa la verdad a pesar de acarrearle la enemistad con su hermano el alcalde, y el odio del pueblo que no quiere creer la gran verdad. Que las aguas que ellos pretenden que atraigan al pueblo visitantes, aguas curativas, están envenenadas.

Se ha escrito que de Ibsen se nutrieron Shaw, Strindberg, Chéjov, Gorki, Pirandello, Sartre, Camus y O'Neill. ¿Nada más que estos? Desde luego ellos, y también Miller puede que llevaran el realismo de la literatura de su tiempo, el de cada uno, al teatro o a la novela. Pero quizás él, Enric Ibsen fue el primero que puso en escena las complicadas situaciones cotidianas y nos hizo pensar en ellas; el que «metió» argumentos literarios, de novela, dentro de un escenario. En ellos, en los escenarios anteriores hasta entonces tan sólo se mostraba puro entretenimiento.
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(1) Jesús Pardo, Nota preliminar a Poesía completa de Ibsen
(2) Mario Parajón, Introducción a Casa de muñecas y El pato salvaje
(3) Ángel García Pintado, Introducción a Casa de muñecas


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