Pienso que a estas alturas no debe resultarnos
extraño hablar de la «misión del escritor», ese término que desde el principio y tan
a menudo hemos venido mencionando y que podríamos resumir en aquello tan simple
como el mandato arrebatado, imperioso y apasionado de transmitir nuestra íntima
verdad. Y comienzo haciendo referencia a ello porque en William Butler Yeats
ese mandato fue precisamente tan definido como lo pudo ser en los más
escogidos, aquellos que hicieron de su vida el estricto cumplimiento de esa
misión: «Todas las actividades de la larga vida de Yeats estuvieron cobijadas
por la poesía»(1).
Sligo,
capital del condado del mismo nombre en Irlanda, está situada a unos doscientos
kilómetros al noroeste de Dublín. Allí, más o menos a un cuarto de siglo para
que comience el veinte, un muchacho de siete, ocho o diez años pasa algunos de
ellos con sus abuelos; y a través de los cuentos, los relatos fantásticos y las
leyendas que escucha en aquel lugar entra en contacto con los mitos, las
tradiciones y las supersticiones de su país, en una palabra se encuentra
absorto e inmerso en el recóndito y perdido mundo de los celtas. Dice José A.
Marina que «el escritor vuelve a la infancia —aunque haya sido infeliz— como vuelve
el emigrante a un país del que le hubiera gustado no salir nunca. Vuelve a
recuperar lo perdido, la magia que lo habitó. Y muchas veces esa vuelta se hace
poema o libro, como si allí hubiera recuperado la fuerza y la agilidad con que
trepaba a los árboles, o corría con los perros, como si hubiera recuperado el
fulgor y el asombro, la mirada de entonces. Porque la literatura no es sino
otro modo de mirar lo que llamamos realidad, otro modo de mirar el mundo y la
vida»(2). ¡Qué bien nos encaja ello en la trayectoria de William Butler
Yeats!
Aquel
muchacho, desde entonces y durante toda su vida, ya no quiso mirar de otra
manera lo que se le ofrecía como realidad. Marchará siempre tras «lo perdido,
la magia que lo habitó», y hará de su vida, con su irrealidad y descreimiento,
un poema y una obra escénica en la que se declarará inclusive un visionario y
un anticientífico.
Yeats cantará las epopeyas
de aquellos los héroes de los que supo en su infancia y nos sumirá en los mitos
ancestrales de un pasado arcano, será un explorador de misterios psíquicos y
sobrenaturales en los que tratará de encontrar lo inexistente e inexplicable, y
no dejará de buscar y rastrear en el universo de lo incorpóreo a aquellos
semidioses que poblaron los umbríos bosques de su país. Yeats será, al igual
que un brujo o sacerdote celta, el nuevo y último druida que por medio de su
inimitable palabra logrará sumirnos en su desconcertante y quimérica fantasía.
Pero además —volvamos a las
primeras líneas— se empeñó como tantos otros artífices en cumplir su misión con
aquella fuerza de los hombres escogidos: «El
único pecado que tiene importancia es el no realizar la obra más perfecta de
que seamos capaces», porque —lo veremos— se trataba de un hombre de
aquellos en los que «ser» significa llevar a cabo grandes empresas, realizar
tareas de gran tonelaje. Tal como parafraseamos el último día era de los que
necesitan un proyecto que se encuentre muchas veces por encima de sus fuerzas,
que los haga sentirse solos, incomprendidos y al final derrotados, pero
invariablemente orgullosos de haberse aventurado en el viaje emprendido.
Digamos
en primer lugar que Yeats es un irlandés nacido en las inmediaciones de Dublín
cuando Irlanda es todavía parte de Inglaterra, al igual que sucedía en el caso
de aquellos otros dos grandes dublineses de los que ya hemos hablado.
Yeats es un británico de
origen sajón-protestante nacido en la segunda parte del diecinueve, exactamente
en el verano del año sesenta y cinco. De su infancia ya hemos dicho lo más trascendental
y de su adolescencia nos resta decir que tras estudiar en un Liceo y pasar dos
años en la Metropolitan School of Art estudiando pintura, que era la profesión
de su padre, abandona y se lanza a escribir.
En la Dublin University Review aparecerán publicados a sus veinte años
los primeros versos, aunque, ya antes, en la misma Escuela de Arte se produce
un hecho significativo en su vida. Conoce allí a una persona cuyo pensamiento
complementará aquel su universo ya plagado de fantásticas y mágicas leyendas.
Con él y otros más, imbuidos del ocultismo, la cábala y lo nigromántico
formarán la "Dublin Hermetic Society" con el objeto de explorar los
misterios psíquicos y sobrenaturales, el mundo esotérico. Este será el primer
paso de esa faceta, aunque poco después se inscribirá en la "Theosophical
Society" de la famosa Mme Blavatsky dedicada entre otras actividades al
estudio de los libros proféticos y de la alquimia, a la que posteriormente
abandonará para unirse a la "Hermetic Order of the Golden Dawn" con
fines similares. Y todo ello al tiempo que lee a los gurús de lo sobrenatural
como a Blake y Swedenborg. «Creo en la
práctica y en la filosofía de lo que de común acuerdo llamamos magia, en lo que
debo llamar la evocación de espíritus, aunque no sepa lo que son,...»; «Creo
que toda la naturaleza está llena de gente invisible».
Su entera obra girará a un
tiempo alrededor de aquellas leyendas y mitos de su país oídos en su infancia y
de la nigromancia o búsqueda de un explicación arcana del acontecer en el
universo.
Mas, para realizar su misión
—y esto es significativo— las mayoría de las veces el creador necesita la ayuda
de alguien, y ese alguien si se trata un sujeto masculino es siempre una mujer,
o quizás varias como sucede en el caso de nuestro hombre; y a ellas hemos
llegado.
Si llegó a conocer en
persona al héroe de la independencia irlandesa O'Leary —el cual le estimuló a
escribir sobre el mítico pasado de Irlanda— ello fue debido gracias a la que
desde sus veinticuatro años comenzó a ser la musa de toda su existencia. Maud
Gonne, bella, fascinante y destacada independentista no era al tiempo sólo una
escritora, una actriz y una revolucionaria si no, como él, una seguidora de las
creencias en lo oculto. Fue al tiempo de publicar su primera colección poética,
Los vagabundos de Oisin, cuando Yeats caía también fulminado por los
encantos de aquella para él algo parecido a una diosa celta.
Se inspirará en ella para
escribir muchos de sus poemas, y aunque amada por él sin restricción alguna
durante más de tres décadas, ella tan sólo le concedió después de tres rechazos de
matrimonio una larga amistad. A pesar de que Yeats amó vanamente a una
mujer imposible siempre trató de unirse en matrimonio con ella, e inclusive
tras los rechazos pretendió hacerlo con su hija que también se negó. Yeats
llegó a decir finalmente —¿a consolarse?— que con Maud Gonne había llegado a contraer
un matrimonio «místico», lo cual tenía sentido si como él mismo decía «la vida mística es el centro de todo lo que
hago, de todo lo que pienso y de todo lo que escribo».
A sus treinta años y quizá
sublimadamente, encauzó aquel amor o parte del mismo hacia Olivia Shakespear,
también escritora —«fue el centro de mi
vida»— a la que de igual forma, aunque apenas durante dos años, amó
intensamente. Por ella sí fue sin embargo correspondido y su amistad le duró
toda su vida
No obstante, el apoyo
definitivo y esta vez exento de pasión erótica o sensual le llegó acto seguido
también de otra mujer. Lady Augusta
Gregory, una viuda con vínculos aristocráticos y trece años mayor que él,
dramaturga y recopiladora del folclore celta, gran organizadora e impulsora del
renacimiento literario irlandés y de su antigua lengua el gaélico, se
convertirá en su protectora al tiempo que potenciará sus capacidad creativa. Se
producirá entre ambos una mutua simbiosis que durará treinta y cinco años: «...fue para mí madre, amiga, hermana...»; ella
fue la que «le ayudó a cumplir su misión de poeta»(1). En su compañía y con sus
cuidados, en su vasta e idílica propiedad Coole Park el desasosegado
Yeats encontrará el descanso y la quietud que le era necesaria, y todo ello al tiempo que
un nuevo estímulo para escribir sobre los ideales mitológicos irlandeses de la
cual ella, como hemos señalado, era una fervorosa defensora. Y así tenemos que
mientras en el resto de Europa hace furor el teatro basado en el realismo de
Ibsen, nuestro Yeats se entrega «aunque esa obra sea la de toda su vida» a
escribir un teatro el cual llamaríamos, más que tradicional, mitológico. Con
ella y otros enamorados de esa idea fundan el Teatro Literario Irlandés
conocido como el Abbey Theatre, en el
que Yeats será autor y director durante mucho tiempo.
La cadena femenina, tan
importante en la actividad creativa de Yeats finalizará con Georgina Hyde-Lees,
una «medium» de veintiséis años con la que se casará a los cincuenta y dos.
Precisamente en su luna de miel, ante la que podría considerarse como una
reyerta familiar y con objeto de «disuadirlo de la idea de que no se había
casado con la mujer indicada»(3), ella le hará partícipe de lo que llegaría a
ser conocido como la «escritura automática» la cual entonces su mujer practicó.
Una visión, el libro más
incomprensible de su total producción, procede de las revelaciones directas y
«sobrenaturales» que su mujer le fue haciendo; se trataba de un experimento
mediante el cual el subconsciente dictaba la composición y dirigía la pluma que
mantenía la mano. Más de cuatrocientas sesiones de «escritura automática» que
produjeron miles de páginas que él estudió y organizó.
Nos queda por reseñar que la
actividad creativa de Yeats, que le duró hasta sus últimos días siendo al
tiempo extraordinariamente productivo, se fue acrecentando hasta el punto de
que sus obras de la madurez y de la vejez representan su cumbre poética.
¿Extraño?
El gran poeta visionario
llegó a considerar sus últimos años como una segunda pubertad; si versificar
era para él como una cópula, al faltarle el vigor sexual debido a su edad optó
por someterse a una operación quirúrgica que entonces se consideraba que podría
devolvérselo; en realidad se trataba de una vasectomía. A él al parecer no le
hizo ningún efecto en el plano físico, pero... debió funcionarle en el
intelectual, puesto que «los cinco siguientes años tras la operación, hasta su
muerte —la cual le sobrevino a los setenta y cuatro— fue de una fecundidad
literaria excepcional»(3).
Voy a despedir a esta
figura, que ha sido definida como la más sobresaliente de la poesía inglesa del
pasado siglo y uno de los más grandes poetas ingleses de todos los tiempos,
citando algunas de las frases que nos dejó en su obra Mitologías. Una recopilación que él realizó de experiencias
sobrenaturales, sueños, cuentos y leyendas; un mundo de brujos, mitos, bosques,
encantamientos, fantasmas, duendes, hadas, demonios, hechizos, brujas, magos, etc.
Un mundo maravilloso e irreal frente a la realidad, en el cual también incluyó
algunos ensayos.
Del que lleva el título" Anima
hominis" he extraído lo
siguiente:
—«Sin duda hay
hombres cuyo arte es menos una virtud que una compensación por alguna
circunstancia o accidente de la salud»
—«Siempre que
pienso en algún escritor poético del pasado (...) compruebo, si es que conozco
a grandes rasgos su vida, que la obra de un hombre es una huida de su
horóscopo, una lucha a ciegas con el entramado de las estrellas»
—«De las
disputas con los otros hacemos retórica, pero de las disputas con nosotros
hacemos poesía»
—«Estoy
convencido de que ningún poeta, por desordenada que haya sido su vida, ha
perseguido jamás los placeres en sí mismos»
—«El poeta
encuentra y confecciona su máscara en la decepción, el héroe en la derrota»
—«Al hombre
que toma la pluma o el cincel no le está permitido buscar la originalidad, pues
su único objetivo es la pasión...»
—«Creo que los
poetas y los artistas no podemos disparar más allá de lo tangible y estamos
condenados a pasar del deseo a la fatiga y otra vez al deseo...»
—«Un poeta,
cuando se va haciendo mayor, acaba preguntándose si no podrá conservar su
máscara y su visión sin padecer nuevas amarguras y desilusiones»
—«No he leído,
oído hablar o conocido a ningún poeta que haya sido un sentimental».
Aunque falleció en tierra
francesa permanece enterrado en Sligo; el lugar más importante según él de su
vida. Lo está en el sitio que él mismo fijó en un poema: al pie de un monte
llamado Ben Bulben.
——————
(1) Ignacio Iribarren, Una revolución literaria y sus autores
(2) José A. Marina, La magia de escribir
(3) Richard
Ellmann, Cuatro dublineses
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