sábado, 3 de marzo de 2012

Día Cuarenta y ocho: Flujo de conciencia; de Wagner a Joyce



Dejábamos el día anterior a Séneca con una cita de Goethe que nos viene muy a mano para comenzar la «entrada» de hoy. Hace algunos meses nos enteramos de que la lectura de un libro llegó a cambiar la vida de un irlandés, Wilde, el cual pasó a convertirse a partir de entonces en «Dorian Gray». Hoy nos encontramos de igual forma ante otro compatriota suyo nacido veintiocho años después que él, Joyce, que tras la lectura de otro libro llegó a convertirse en «Ulises». Se da la casualidad de que al igual que en el caso de Wilde el libro leído era también una novela escrita por un autor francés —en este caso Edouard Dujardin— la cual llevaba por título Han cortado los laureles.
    No obstante existe una diferencia entre ambos casos. Si a Wilde, como sabemos, lo que le influyó fue el tema y el argumento de A contrapelo, en el caso del segundo fue el estilo del que Dujardin se valía en aquella novela. Con Edouard Emile Dujardin acababa de nacer en el mundo de la literatura una forma de escribir que, denominada al parecer por primera vez «flujo de conciencia» (o monólogo interior) por el filósofo y psicólogo William James, hermano de Henry James, sería en parte adoptada por James Joyce para la redacción de su novela Ulises.

    «Una noble emulación es la fuente de toda excelencia» y «quien no ha imitado nunca, no ha sido nunca original». Lo primero lo escribió Hume y lo segundo Gautier. Emular e imitar es algo muy propio de todo escritor. Al mismo Montaigne no le importaba confesar: «cuando me metí a hacer versos, revelaron claramente al poeta que acababa de leer recientemente; y algunos de mis primeros ensayos tienen cierto tufillo a cosecha ajena». Nadie ha sido jamás demandado por emular e imitar; otra cosa es plagiar. Y en este sentido hay que dejar claro que Joyce fue un verdadero, original y novedoso creador en el mundo de la literatura.
    Pero, además, habría que decir que fue original y novedoso en su lucha por la conquista del éxito. Cuando se sabe de aquel autoexilado aspirante a escritor que convive con una compañera inculta la cual nunca entendió nada de lo que él hacía; que cada día ocupan una habitación de una casa diferente porque no pueden pagar y los echan; que no ha conseguido publicar nunca nada y que escribe sobre la maleta puesta sobre su regazo porque no dispone ni de mesa; que se encuentra en un país extraño al que llegó con ella un día rebotando de otros lugares, al primero de los cuales a su vez había llegado huyendo, tratando de dejar su país... Cuando se sabe de la azarosa vida de este protagonista colmada de miseria, dolor, hambre, enfermedad, deudas, alcoholismo, disipación y desorden; de tanta vida inquietante, desenfrenada, errátil, desgarrada, atormentada y escandalosa..., no hay más remedio que pensar que sí; que, como casi siempre y tal como decía Vargas Llosa, «Un artista se sirve de todo para crear, comenzando por sus limitaciones».

Ante los diversos rechazos de ayuda económica recibidos para emprender aquella súbita huida de Irlanda, había respondido a uno de ellos: «Crearé mi propia leyenda y a ella me atendré». Tuvo que acabar pidiendo «algunos chelines, pantalones o zapatos viejos, (...) cepillo de dientes, polvo dental, un cepillo de uñas, un par de botas, un abrigo y una americana»(1).
    Y allá van; salen del muelle de Dublín con un baúl y una maleta ajada camino de Zurich donde le había surgido a él la oportunidad de dar clases de inglés en una academia: Pero no; no existe tal plaza. Y, finalmente, acaban en Triestre donde le empiezan a pagar dos libras a la semana impartiendo clases. Verdaderamente estaba creando su propia leyenda; aparentemente la de un loco.    
    ¿Y que había dejado en Dublín durante sus anteriores veintidós años? Desde luego una asfixiante y opresora infancia religiosa que acabó vomitando broncamente en una adolescencia y juventud de prostitutas y burdeles; una madre muerta eterna rezadora y parturienta de quince embarazos; un padre borrachín venido a menos día a día hasta llegar a la miseria que le acabará agriando el carácter, le llevará al alcoholismo y lo pagará insultando a los hijos, dando latigazos a las hijas y a punto estuvo de estrangular a la madre: «El ambiente familiar se había hecho dostoievskiano»(2). Cambios incesantes de barrio en barrio y de casa en casa y siempre a peor; necesidad, penuria, ropa avejentada, cacharros desportillados, hambre que se satisface con pan untado con grasa animal porque no hay ni patatas: la hambruna irlandesa de mitad del diecinueve debido al mildiu de la patata todavía se notaba a finales de siglo.

    Estamos ante un escritor de raza, no cabe duda. Es cierto que de los jesuitas había recibido una amplia formación además de rigor, dureza y castigos corporales. De ellos, quizás, adquirió también disciplina mental y un pensamiento ecléctico de escolasticismo y humanismo que, unido a las dotes que ya poseía: vehemencia y pasión, orgullo y convicción, una formidable fluidez lingüística y desmedido amor al verbo, a la palabra, lo llevaron a superar las adversidades aguijoneado siempre por sus aspiraciones literarias.
Lo curioso es que de nuevo nos encontramos ante un escritor puramente autobiográfico que va tejiendo y destejiendo sus experiencias del día a día; que las crea y las recrea, y las eleva al pedestal del arte aunque se trate simplemente de hechos cotidianos, vulgares y sórdidos. Él mismo escribía: «Cuando tu obra y tu vida son una misma cosa, cuando se ven entrelazadas en una misma trama...».
Y lo hace lejos de su patria porque está convencido de que en ella jamás lo conseguiría, de que su rumbo como escritor se encuentra fuera de Irlanda, y ello a pesar de sus fiebres reumáticas, del alcohol (siempre vino blanco) y de las infecciones dentales, todo lo cual le afecta a la visión y la terminará perdiendo. Dice su biógrafa O'Brien que la violencia y el deseo son el alimento de la literatura, y esta era al parecer la secreta convicción de Joyce.
El Bachelor of Arts in Modern Languages por el University College de Dublín, James Augustine Aloysius Joyce, a los treinta y dos años lograba que por primera vez se le publicase algo importante y por él soñado: unos cuentos agrupados bajo el título Dublineses que había comenzado a escribir cuando tenía veinte años. Su lucha por la edición de estos es digna de conocerse. Pero, además, casi la tercera parte de los ejemplares vendidos ¡fueron comprados por él mismo!: «Se vendieron trescientos setenta y nueve ejemplares en un año, ciento veinte de los cuales fueron comprados, no se sabe cómo, por el paupérrimo James Joyce»(1).

    Sin embargo, habíamos comenzado hablando sobre un libro publicado en Francia que Joyce había leído y cuyo estilo o técnica le cautivó: «Del mismo modo que Wagner dio prioridad a la orquesta como medio de expresión del subconsciente, Joyce priorizó el monólogo interior para resaltar el subconsciente de sus personajes. (...) Joyce admitía haberse inspirado en Les lauriers sont coupés de Edouard Dujardin, quien confesaba que él mismo había intentado imitar los métodos wagnerianos y llevarlos al campo de la literatura»(3). No es extraño por lo tanto que sobre su emblemática obra Ulises se haya dicho que en ella se explotan los recursos musicales del lenguaje. Aún más: «Durante bastante tiempo ha sido conocida la conexión, a través de Dujardin, entre el monólogo interior de Joyce y la melodía continua de Wagner»(4).
En cualquier caso Joyce admitía que aquel libro le había inspirado; y se lo agradeció a su autor. Cuando el Ulises fue publicado le envió a Dujardin un ejemplar en el que se acusaba de ser «el ladrón impenitente de ese método».

Es tiempo de pasar a hablar sobre su intrincada obra Ulises, en la que él mismo admitía encontrar en su redacción una gran dificultad: «...la más que enorme complejidad de mi maldita novela-monstruo...»

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(1) O'Brien, Edna: Joyce
(2) Ellmann, Richard: James Joyce
(3) The Scallops of Saint James; Part I: "La melodía infinita y Stream of consciousness: Posibles influencias de Richard Wagner en James Joyce", de Ian MacCandless y Francisco Martínez Torres
(4) Martin, Timothy: Joyce and Wagner: A Study of Influence








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