Pido disculpas por esta pregunta quizás irreverente
para el lector, pero también quiero ofrecerle una explicación. En un ejemplar
del periódico El País del año 1993
aparecía un artículo con el siguiente título: «Yo no he leído el Ulises, ¿y qué?». He pensado que podría
ser la respuesta acertada a una cierta pregunta, y cavilando cual pudiera ser
he elegido la que hoy aparece como título de esta «entrada».
Recuerdo
haberle leído a H. Miller en su obra Los
libros en mi vida algo así como que algunos libros que le apasionaron a los
veintitantos años le parecieron horribles, soporíferos e ilegibles a los
cincuenta. Nos ha pasado a todos.
Yo
tengo que confesar, además, que con Ulises
me sucedió lo anterior pero al revés, y tan sólo en el plazo de unos meses.
Adquirí el libro después de haberme encontrado cientos de veces con toda clase
de comentarios acerca de él, la mayoría positivos. Comencé su lectura y hasta
dos veces lo abandoné sin pasar de su primer capítulo. Al tercer intento no
sólo conseguí continuar con él sino que me empezó a encandilar; cuando conseguí
terminarlo me había acabado deslumbrando aunque había pensado al principio que
se trataba de una superchería. Sin embargo y para ser sincero, si bien me había
encontrado con pasajes extraordinarios, es verdad que también hallé fragmentos
e incluso capítulos inaceptables. En una palabra: es muy posible que el libro
no acabe gustando a todo el mundo. Si se rechaza su lectura porque resulta malo,
inatractivo, aburrido e incomprensible..., no pasa nada; se deja, y en paz; se
supone que leemos para satisfacer nuestra curiosidad, para pasar un buen rato o
para disfrutar una obra de arte. A Virginia Woolf, Bernard Shaw o André Gide no
les gustó el Ulises e hicieron
comentarios muy despectivos acerca del mismo.
Antes
de hablar acerca de su contenido o sobre lo que se piensa de él, me gustaría
dejar constancia de que en su nacimiento, como en tantas otras grandes obras,
tuvo mucho que ver la casualidad. «No se
puede apresurar la inspiración. En nuestras manos está sólo depositar la
semilla en el fondo de nuestra alma y esperar que un día, calentada por soles
que desconozco e impulsada por una vida que en ella yacía adormecida, se
despierte y brote convertida en la primera palabra de un verso»; «Hay en la
creación una antipática injerencia de la casualidad». Esto que dice
Marina(1) tiene mucho que ver con lo sucedido acerca del nacimiento de Ulises. Parece ser que Joyce había
acariciado la idea de incluir un cuento más en su Dublineses pensando en un incidente sufrido por él mismo en el que
fue golpeado en la calle por un soldado y atendido por un conocido
judío-cristiano que le ayudó a volver a casa, personaje del cual se rumoreaba
que su mujer le era infiel. Resultó ser un «cuento» de dieciocho capítulos que
puede llegar a ocupar según la edición hasta las mil páginas, le llevó más de
siete años en los que invirtió veinte mil horas de trabajo, y sufrió ataques
nerviosos, úlceras y una significativa agravación de su enfermedad ocular.
Este judío buen samaritano,
su mujer y el mismo Joyce son en la novela Lopoldo Bloom, Molly y Stephen
Dedalus; tres personajes vulgares a los que no les acaece nada extraordinario.
El Ulises es simplemente lo que va
sucediendo en la vida de mister Bloom en Dublín, en su recorrido por la ciudad
durante las veinticuatro horas de un día: el 16 de junio de 1904. Ulises es una Odisea que como aquella comienza y acaba en un mismo sitio pero sin
héroes, guerras, cíclopes ni sirenas, excepto en los títulos de sus diferentes
capítulos.
Aquello que Ortega y Gasset
dejó escrito a principios del siglo, posiblemente antes de la difusión de Ulises, creo que nos puede explicar en
parte el por qué de su gran éxito: «...creo que el género novela, si no está irremediablemente agotado,
se halla, de cierto, en su periodo último y padece de una tal penuria de temas
posibles, que el escritor necesita compensarla con la exquisita calidad de los
demás ingredientes necesarios para integrar un cuerpo de novela».
Ese
puede que sea el secreto de Ulises, la gran oportunidad y
novedad de Joyce fue compensar la falta de argumento, de clímax, de intrigas,
enredos, maquinaciones y hasta de «planteamiento, nudo y desenlace», con otros
ingredientes de calidad exquisita logrando así integrar un cuerpo de novela
que..., no se parecía en nada al resto de las publicadas. Así Joyce, gracias a
su Ulises, fue proclamado por Time en 1998 como el más prestigioso
autor del siglo veinte. Y téngase en
cuenta que desde su edición primera, en París el 2 de febrero de 1922, el día
de su cuarenta cumpleaños (fue un capricho suyo) han transcurrido noventa
—exactamente el mes pasado. ¿Y qué ingredientes le incorporó Joyce a ese
insulso tema dublinés para que despertara semejante interés? Ah; ¡ciertos
«ingredientes», como decía Ortega!, ese es el quid.
Veamos. En el Ulises los estudiosos y eruditos han
encontrado se diría que de todo: el mismo Joyce declaró que en el libro hay un
esquema interpretativo: «He metido tantos
enigmas y rompecabezas que tendré atareados a los profesores durante siglos
discutiendo sobre lo que quise decir, y ese es el único modo de asegurarse la
inmortalidad». Se habla de claves, símbolos, significados ocultos y de
citas cabalísticas; se reconocen diferentes estilos en cada capítulo; se elogia
el genial uso de la palabra; se le reconoce contener un compendio universal de
conocimientos e información; se dice que la obra está saturada de incontables y
minúsculos detalles y precisiones, de incidentes que nada tienen que ver con lo
narrado y que dejan al lector en suspenso; y, finalmente, que aquellos pasajes
en los que el autor hace uso del monólogo interior o flujo de conciencia son
excepcionales.
Pero lo que sí pudo haber
sucedido —otro ingrediente— es que Joyce en la obra trató de plasmar sus más
íntimos y recónditos sentimientos, aconteceres y experiencias sin disimulo y
con toda su crudeza, y lo consiguió. Su publicación inicial mediante entregas
en la revista norteamericana Little
Review fue demandada por obscena; se suspendió y sus editoras tuvieron que
pagar una multa. Hasta 1933 no fue autorizada su publicación y eso quizás
gracias a que el juez, esta vez, era un gran enamorado de la literatura en
general.
He
revisado mis anotaciones hechas del tiempo en que leía el Ulises. Me voy a permitir dejar aquí algunas; son sinceras, son las
de una persona de la calle al que también le gusta la literatura como le
sucedía al juez aquel:
«No he podido con el Ulises
de Joyce. Pido perdón a quién corresponda pero lo he tenido que dejar. Estoy
dudando entre crearme un complejo de ignorante o ir contra todo y contra todos,
porque esta obra ha sido considerada como la obra cumbre de la literatura en
lengua inglesa del siglo veinte. (...) Lo volveré a intentar más adelante a ver
si entonces mi capacidad intelectual, mis gustos, mi afinidad por esa clase de
prosa es la apropiada.
.../...
En la
larga introducción se dicen tantas cosas acerca de esta novela... Uno llega a
la conclusión de que no va a ser capaz de leerla jamás. Y aquí viene mi
desconcierto: pese a todo lo que de ella se dice (ni instruye, ni deleita, es
tediosa, indescifrable, complicada, oscura) a mí me está fascinando; ojo, tan
sólo voy por el tercer capítulo. Es verdad que, a veces, parece que lo que allí
se lee no tiene ni pies ni cabeza; esos párrafos dislocados, esos monólogos
inapropiados, confusos; pero también esa riqueza de vocabulario tan rico, tan
sugerente; hasta esas palabras que el autor se inventa. Yo le encuentro expresividad,
poesía hecha prosa; yo diría que en la poesía ocurre un poco lo mismo: importa
más la palabra, el vocablo exacto y la sonoridad que el orden, el argumento y
los hechos narrados; es más importante la forma que el fondo, el contenedor que
el contenido. Empiezo a respetar a Joyce; nadie que no sea un genio es capaz de
escribir con ese fluir, esa riqueza, vivacidad, ingenio, energía, brío...
.../...
Joyce
utiliza el lenguaje al igual que un pintor usa los colores; esa es mi
conclusión. Jamás había imaginado que se pudiese escribir así, libre, sin
ninguna atadura gramatical, lanzando al papel coágulos de palabras, pellas de
vocablos en mezcolanza total para, con un pincel o una espátula invisible,
conseguir tonos, sombras, brillos... ¿Qué importancia tiene que haya lagunas,
frases inconexas, palabras ininteligibles si al final lo que obtiene el lector
es siempre un cromatismo literario, una verdadera pintura que está latiendo de
auténtica que es? ¿Es que cuando miramos una acuarela o un oleo nos fijamos en
cada trazo o línea del artista? Lo mismo ocurre aquí. Nos queda la impresión.
Eso es, se trata de literatura impresionista. ¡Y qué riqueza cromática y
palpitante.
.../...
El
capítulo 9 de Ulises no lo encuentro
tan soberbio como los anteriores. No deseo dejar la obra a medias. Espero que
me agarre de nuevo.
.../...
Joyce: un torrente. Por
cierto, a Joyce le llevó cinco meses el capítulo 10; demasiado tiempo para tal
desaguisado. (...) Cuando lo comencé a leer me pareció que me estaban tomando
el pelo. Como en la introducción se va preparando al lector para cada uno de
ellos, recurrí a la lectura del correspondiente a este. Explicación: el autor
ensaya nuevo estilo en él. Un desastre; se dice que ha sido muy criticado.
Intentó una especie de nueva técnica, una combinación de música y literatura
que denominó fuga per canonem. «Uno
de los capítulos más difíciles del Ulises
que ha decepcionado a muchos lectores», se dice textualmente.
.../...
Retomo el Ulises, página 337. Parece mentira que
en la mejor obra en lengua inglesa del siglo veinte no haya un argumento serio,
una historia, una trama; todo es verbo y verbo y, sin embargo, qué fluidez, qué desenvoltura.
.../...
He seguido a ratos con el Ulises y sigo encontrando un volcán de
expresividad, de fuerza; es como si se derribara una presa y el agua allí
retenida pudiera escapar. ¡Qué más da el argumento cuando uno escribe! Pienso
que la perfección en la escritura radica en ese caudal de ideas y de palabras
bien colocadas aunque no tengan ni sentido ni exista trama alguna».
* * *
Perdón
por este atrevimiento, pero son auténticas notas de mi exilio literario, y, a
lo mejor ayudan a intentar leer el Ulises.
No obstante, una advertencia: se ha dicho que no es obra para leer en el
metro o en el autobús. Y es cierto; necesita cierta concentración. Suerte.
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(1) Marina, J. Antonio: Teoría de la inteligencia creadora
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