jueves, 25 de agosto de 2011

Día Veintinueve: Fahrenheit 451; Celsius 233

La triste historia de Ovidio que hemos recordado "ayer" me ha animado a garabatear algo sobre esa persecución que han venido padeciendo muchos hombres de la pluma a través de la historia. Persecución, acoso u hostigamiento que si no acabó con las vidas de muchos de ellos, sí pretendió terminar con sus obras.
     Gracias a aquella película de Truffaut, Fahrenheit 451, rodada allá por el año 1968, nos enteramos de cual es la temperatura necesaria para que comience a arder un libro. En una sociedad futurista  y dictatorial -que podría ser ya, hoy mismo- una especie de Unidad compuesta por unos sicarios que parece se comportan como si fueran bomberos, tiene como misión sin embargo incendiar libros; acuden allá donde se detecta que un ciudadano tiene una biblioteca y se la queman. Todo ello me hace meditar que hoy, frente a los "hombres-libros" que Truffaut ideó para evitar la pérdida de tanta creación literaria (individuos cada uno de los cuales tenía memorizada en su cabeza una obra), la sociedad del siglo XXI tiene los e-books. Hoy ya no existiría apenas problema; las bibliotecas públicas estarán todas muy pronto digitalizadas, y nadie en aquella situación tendría que memorizar un libro para transmitirlo al mundo del mañana.
     Sin embargo no podemos olvidar que antes nunca fue así, y la persecución del escritor y de su obra ha estado a la orden del día. Unas veces han sido los regímenes políticos, otras las creencias religiosas y, con frecuencia, la simple moral del momento. También ello ha dado lugar en ocasiones al "venial" retoque del texto por la censura oficial, otras a la retirada y confiscación de la obra, aunque en algunos casos se ha llegado hasta su quema en una pira para escarmiento público.
     Generalmente se ha realizado ello sustentado por un sentimiento paternalista en aras de una supuesta defensa del resto de la sociedad, pero las más de las veces ha sido fruto de la envidia, de la exaltación de unos principios o "valores" que eran incompatibles con los expuestos en la obra, de intereses espurios, de torpe ignorancia y fanatismo, de arraigadas creencias o de oposición y lucha contra el pensamiento y la razón.

     Cuenta Bertrand Russell en su Autobiografía que en cierta ocasión se le ocurrió una pregunta que hizo a mucha gente. La pregunta era: "Si tuviera usted poder para destruir el mundo, ¿lo haría?". Al formulársela a su amigo Bob Treveland le contestó: "¡Cómo! ¿Destruir mi biblioteca?... ¡Jamás!"
     A mí se me ocurren dos interpretaciones a esta respuesta. Una: no existía otro mundo para él que sus libros. Dos: si destruía el mundo también acabaría destruida su biblioteca (aquello que más le importaba del mundo).
     La Biblioteca de Alejandría, sin embargo, no debía importarle más que a unos pocos; por eso fue uno de los primeros "mártires" de la historia en la que se alcanzó la temperatura del título, u otra aproximada. Al parecer, aquella inmensa biblioteca creada por los Ptolomeos llegó a ser el centro mundial de la cultura en el siglo tercero a. de C. con cerca de un millón de volúmenes o rollos. En ella Eratóstenes de Cirene pudo calcular con una notable precisión el perímetro terrestre y Euclides sentó allí las bases de la geometría que todos hemos estudiado. Cerca de cuatrocientos mil volúmenes se cree que ardieron en el año 48 como resultado de enfrentamientos entre egipcios amotinados y las legiones romanas. El resto de la destrucción, que comenzó bajo Teodosio, pudo ser la consecuencia del paso de tanta creencia religiosa que sucesivamente fueron trayendo los pueblos que ocuparon aquel país.

     Víctimas de ministros de la propaganda, de inquisidores generales, de guardianes de la revolución, de defensores de la ortodoxia, de vigilantes de la moralidad o, simplemente, de garantes de las costumbres, y hasta de sociedades, grupos, familias u organizaciones dedicadas a la extorsión infinidad de escritores han sufrido como mínimo el rechazo y la humillación, desafortunadamente otros la cárcel o el destierro y, algunos, hasta su sentencia de muerte. Escribir -por supuesto bien y llegar a publicar- puede salir muy caro.
     Dejad, por favor, que me detenga brevemente en algunos "Ovidios" de la historia de las letras. A  este fin he decidido que debería seguir algún tipo de pauta en su ordenamiento, y por ello lo haré a mi buen entender más o menos in crescendo de sus penas:
     - Siendo ya un autor destacado en las letras alemanas e internacionalmente conocido, Thomas Mann tuvo que exilarse en Suiza y más tarde en los Estados Unidos al ver el tinte que iban tomando los acontecimientos en su país con el ascenso y la propagación del nazismo.
     - Contaba Friedrich Nietzsche veintisiete años cuando a consecuencia de su primera obra El nacimiento de la tragedia ve truncada, siendo catedrático en la Universidad de Basilea, su carrera profesional. Comienza a partir de entonces su aislamiento debido al desdén y al rechazo surgido a su alrededor. En una carta a un amigo le confiesa: "...todos se vuelven enconadamente contra mí, y parece que, a su entender, he cometido un crimen..."
     - A raíz y como resultado de la publicación de su novela Madame Bovary, Gustave Flaubert se vio envuelto en un proceso penal al ser tildada esta obra de una ofensa a la moral y a la religión. Afortunadamente el juicio concluyó con la declaración de la inocencia del escritor.
     - Citemos a Bertrand Russell al que anteriormente nos hemos referido. Tras haber obtenido su designación como profesor  en el City College de Nueva York tuvo que sufrir un proceso judicial  por el cual le fue revocado su nombramiento. En la sentencia se decía que "no estaba capacitado moralmente para enseñar en la Universidad"; la culpa la tenían dos de sus obras: En qué creo y Modales y morales.
     - A Fray Luis de León se le ocurrió (entre otras determinaciones) traducir el Cantar de los cantares a la lengua vulgar para que todo el mundo la pudiera conocer; quizás no reparó que en aquel texto bíblico había además de mucha belleza una gran carga de sensualidad. Su proceso se demoró más de cinco años y él pasó en la cárcel cerca de cuatro para, afortunadamente, salir al final absuelto. ¿Será cierto que al abandonar la celda dejó escrito en sus paredes aquellos versos que comenzaban diciendo: "Aquí la envidia y mentira / me tuvieron encerrado..."
     - Algo más duro fue lo que le sucedió a Baltasar Gracián en relación con su obra El criticón. No sólo fue desposeído de su cátedra por las autoridades eclesiásticas sino confinado a un inhóspito edificio en un apartado lugar: Graus. Allí, castigado a una dieta de pan y agua, también tuvo que sufrir algo peor: estar privado en adelante de tinta, pluma y papel. Parece ser que también frecuentemente le eran examinadas las manos en busca de manchas de tinta.
     - El caso de Bertolt Brecht pudo llegar a ser más grave si no hubiera huido a tiempo a Dinamarca  tras la irrupción de los nazis en la representación de una de sus obras; tras su evasión fueron quemados públicamente todos sus libros. Después de un peregrinaje que le llevó hasta Norteamérica donde vivió  de escribir guiones para Hollywood, llegó a estrenar en el cine La vida de Galileo Galilei, aunque como intelectual de ideología marxista fue considerado sospechoso de participar en actividades anti-americanas y decidió escapar a Suiza.
     - Alexander Solzhenitsyn sufrió una condena en campos de trabajo y un destierro "a perpetuidad" en su propio país. Fue torturado, encarcelado y finalmente expulsado de la URSS. La obra "culpable" de todo su infortunio fue Un día en la vida de Iván Denisovich. Sin embargo, incluso después de su acogida e integración en el mundo occidental éste le acabó volviendo la espalda: se había vuelto demasiado crítico acerca de los modos occidentales.
     - Lo sucedido al poeta Ezra Pound fue terrible. Su "fascismo de izquierdas", como él lo definía, le llevó a escribir artículos y a dar charlas radiofónicas en la Italia de Mussolini. Detenido en Pisa por las fuerzas aliadas fue encerrado en una jaula de barrotes metálicos, como si se tratara de una fiera, en la que permaneció a la intemperie tres semanas en un campo militar. Posteriormente fue juzgado como culpable de un delito de traición a su país. No obstante, gracias a la intervención de relevantes figuras del mundo de la cultura se le declaró loco y se le internó en un manicomio; allí siguió elaborando Los Cantos y traduciendo a Confucio.
     - Es posible que todos, incluso los más jóvenes, podamos recordar al escritor anglo-indio Salman Rushdie y su ordalía vivida en los años ochenta. Sus Versos satánicos fueron declarados impíos y blasfemos para el mundo musulmán a partir de una apreciaciación de esa naturaleza del Ayatollah Jomeini. Su condena a muerte -su ejecución allá donde se encontrase- tenía una recompensa de tres millones de dólares que más adelante fue duplicada.
     - Hace pocos años Roberto Saviano escribió un libro titulado Gomorra en el que ponía al descubierto los métodos, las actividades y otra información sobre la mafia napolitana acerca de la cual parece que estaba en posesión de sus secretos. Desde la publicación y el enorme éxito de su obra Saviano no ha sabido lo que es estar sin escolta las veinticuatro horas del día, puesto que fue y sigue estando amenazado de muerte por aquella.
     - Ginebra, Toulouse, París, Oxford, Londres, Wittenberg, Praga, Helmstaedt, Frankfurt, Zurich y finalmente Venecia fueron lugares por los que anduvo fugitivo, escribiendo y disertando en centros y universidades durante diecisiete años Giordano Bruno; en esa última ciudad aquel que lo protegía lo vino a denunciar. Iniciado su proceso en Venecia se le trasladó posteriormente a Roma. Allí, después de ocho años en prisión, se le llegó a quemar vivo en la hoguera en el Campo dei Fiori ante su negativa a retractarse de sus "doctrinas" o "desvaríos".  
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