Hace unos años era muy común decir que cuando un norteamericano tras haber dado una charla, si ante la pregunta de un miembro del auditorio respondía con: "¡Esa es una muy buena pregunta!", estaba claro que no sabía la respuesta correcta. Pues bien, algo parecido se puede decir sobre estas dos cuestiones: que no es fácil responder a ellas por no existir una respuesta clara dado que existen posiblemente infinitas.
Ayala afirmaba que "No sólo cabe preguntarse para quién se escribe, sino por qué, para qué y cómo", y Cela pensaba que "Se escribe -alguna vez se ha dicho- por la ley de la inexorable e implacable fatalidad. También se escribe -seamos humildes- por una rigurosa necesidad de hacerlo, por la misma causa que el pulmón respira o late el corazón".
A mí me gusta sobre todo la última parte del aserto; el escritor auténtico se pone a escribir sintiendo "una rigurosa necesidad de hacerlo", aunque escriba mal. El escritor que lleva en su sangre la vocación se siente compelido a escribir por una misteriosa fuerza connatural que le obliga a sentase fatalmente ante un papel en blanco, una máquina de escribir o un ordenador personal. No sabe por qué lo hace, quizá sea que trata de comunicar pero sin abrir la boca; necesita expresar, manifestar, ser escuchado en silencio -dice Vivaldi: "Se escribe para que se nos lea, no para que se nos escuche" (1).
Ese auténtico escritor siempre inquieto, a menudo impaciente, frecuentemente efusivo, vehemente e inconstante escucha un mandato imperioso y al tiempo apasionado de transmitir su íntima verdad; quiere contar algo para que los demás lo sepan, lo conozcan, se distraigan, lo aprendan, lo disfruten... El escritor quiere dejar su impronta, una traza, una huella que señale que existió, una marca o señal que lo pueda trasladar en forma soñadora a la eternidad. Porque en el fondo, al igual que Dostoievski trataba de convencerse a sí mismo y le afectó durante toda su existencia, sabe que no existe otra inmortalidad.
El escritor realiza esa función debido a aquella misma fuerza que llevaba al hombre de las cavernas a ponerse de pie ante el muro iluminado por el fuego y plasmar en él la figura de un bisonte, de un ciervo o de los mismos cazadores -que no nos vengan diciendo que se trataban de invocaciones a la divinidad. El escritor ejecuta su escritura empujado por aquel mismo ímpetu y violencia que llevaba a Goya a pintar desordenada pero excepcionalmente no sólo con pinceles sino con brochas, con espátulas, con cuchillos, con esponjas y hasta con los dedos. ¿Será un remedo de ese impulso, de "esa rigurosa necesidad de hacerlo" que decía Cela -salvando las enormes distancias- esa tímida fuerza que al "grafitero" de hoy le lleva inexorable y trabajosamente, de manera vana y gastándose un dinero, a embadurnar con su alias o con el acrónimo de su nombre fachadas y portales, porque no conoce otra manera de manifestarse ante el mundo?
Pero no; no nos engañemos. No estamos pensando ni nos estamos refiriendo al "escritor generalizado" o "grafitero" de la escritura de hoy y de siempre. "Escribir es hacer esa obra de arte que no consiste en otra cosa que en descifrar, en interpretar, en ofrecer el equivalente de la impresión que vuelve como una imagen. Escribir, en suma, es leer el libro interior de signos desconocidos. Un libro que, aunque está en nosotros, está hecho de caracteres no trazados por nosotros. Esa lectura es una actividad para la que no hay regla alguna, en la que nadie puede ayudarnos y que, justamente por eso, consiste en un acto de creación. Crear no es otra cosa, entonces, que traducir los caracteres de ese libro interior y preexistente a un lenguaje exterior que lo exprese: ese libro esencial, el único libro verdadero, el escritor no tiene que inventarlo en el sentido corriente, porque existe ya en cada uno de nosotros, no tiene más que traducirlo. El deber y el trabajo de un escritor son el deber y el trabajo de un traductor" (2). Los resaltados pertenecen al mismo Proust.
Y para escribir ese libro esencial, el único libro verdadero que existe en cada uno de nosotros el escritor sufre, se conmociona y se exaspera pero al mismo tiempo goza. Busco en mi morral de lector y encuentro: "Yo me siento ante el fajo de cuartillas en blanco, con la pluma en la mano, todas las mañanas y lo paso muy mal, sufro y al mismo tiempo me deleito en una especie de raro masoquismo porque me cuesta mucho trabajo escribir" decía Cela. Pero ya Rousseau nos había hablado de esa extrema dificultad de la escritura: "...esta lentitud de pensamiento y esta viveza de sensibilidad, no sólo me domina en la conversación, sino hasta cuando trabajo solo. En mi cerebro las ideas se ordenan con una dificultad increíble; (...) ...de ahí esa dificultad extrema que siento al escribir. Mis manuscritos llenos de borrones, embrollados, mezclados, ininteligibles, prueban el trabajo que me cuestan. Ni uno sólo he dejado de tener que copiarlo cuatro o cinco veces, antes de darlo a la prensa. Sentado a una mesa, con la pluma en la mano y el papel enfrente, jamás he podido hacer nada. En el paseo, en la montaña, en medio de los bosques, por la noche en la cama durante mis insomnios, es donde escribo mentalmente".
Está claro que el tema es tan atractivo que nos permitiría llenar con él muchas entradas de este blog. Por ello prefiero continuarlo al menos en la próxima ocasión.
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(1) Vivaldi, Géneros periodísticos
(2) Larrosa, La experiencia de la lectura
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