Hablábamos ayer de la duplicidad y el desdoblamiento
de personalidad supuestamente ocurrido en Pessoa, y ello me trajo a la memoria
a uno de los primeros y más grandes escritores que se propusieron cuestionar la
identidad del individuo. Podríamos decir que, en una u otra forma, toda la obra
del genial siciliano Luigi Pirandello está impregnada de esa terrible pregunta
que tan menudo todos nos hacemos mirándonos a nuestro interior: ¿Quién soy yo?
El
título de la última novela que llegó a escribir podría servirnos de respuesta
absoluta a esa pregunta; todos somos Uno,
ninguno y cien mil. Mucho antes de escribirla había manifestado que: «...cada uno de nosotros cree que es uno
solo, pero esa es una percepción falsa; cada uno de nosotros es tantos, tantos
cuantas son las potencialidades del ser que hay en nosotros. Conocemos
únicamente una parte de nosotros mismos, y con toda probabilidad la menos
significativa». Jugar con el concepto de personalidad y demostrar que no es
única, fue una constante en su impaciente vida de novelista y dramaturgo.
Descubrí a Pirandello hace ya muchos
años cuando adquirí y lei una de sus primeras novelas (que todavía conservo) y
que hoy sigue estando considerada tal como entonces su mejor obra en el terreno
de la narrativa. Posiblemente con ella, con El
difunto Matías Pascal, se inició esa corriente literaria sobre «la
pluralidad de conciencias y de estratos conscientes e inconscientes que pueden
convivir dentro de un individuo y las fuertes variaciones que puede sufrir su
personalidad a lo largo del tiempo»(1), todo
lo cual él llevaría después con gran fecundidad y éxito al teatro, y en ello
indagarían subsiguientemente otros muchos autores. Pero, sin lugar a dudas,
Pirandello fue un precedente.
De
hecho, al igual que Kafka nos legó el vocablo «kafkiano» como sinónimo de los
conceptos incoherente, inexplicable, intranquilizador y desconcertante, de
Pirandello nos ha quedado «pirandelliano» para expresar la falta de identidad
en el individuo, para percibir y destacar el eterno conflicto entre realidad y
apariencia del yo, revestido ello,
además, de una comicidad o humorismo trágico y amargo, todo al mismo tiempo;
porque Pirandello —al menos su personalidad conocida— no se puede entender al
margen de su concepto pesimista de la vida con cierta tendencia al nihilismo.
En
realidad «la pregunta por la esencia del yo recorre toda la obra de Pirandello,
que llega al extremo de invertir los planos y aseverar que una criatura de
ficción es más auténtica que un ser de carne y hueso»(2). Es así que Alonso
Quijano o Enma Bovary son más auténticos que Cervantes y Flaubert, algo que
posiblemente estaba pensando cuando escribió que «Quien nace personaje, quien tiene la ventura de nacer personaje vivo,
puede reírse hasta de la misma muerte. ¡Ya no muere! ¡Morirá el hombre, el
escritor, instrumento natural de la creación; la criatura ya no muere! Y para
vivir eternamente, no tiene la menor necesidad de poseer unas dotes
extraordinarias o de llevar a cabo ningún prodigio».
Y,
¿qué más oportuno que preguntarnos ahora quién era Luigi Pirandello, o
«quiénes» pudieron ser los personajes que convivían en él? Ante todo no
olvidemos que estamos en Sicilia, algo así como el ágora del Mediterráneo dado
que durante siglos fue encrucijada de civilizaciones, pueblos y culturas tan
dispares como la helena, púnica, romana, bizantina, vandálica, ostrogoda,
árabe, normanda, catalano-aragonesa y castellana. Todos, arribando a sus
costas, se disputaron durante muchos siglos aquella tierra colmada de la más
espantosa aridez y también bendecida con la fecundidad más exuberante a la que
Goethe mitificó como «el lugar de los dioses». Allí, en el litoral del sur, en
un antiplano calcáreo cortado por profundos barrancos entre terrazas de caliza
y junto a ese mar por el que llegaron tantos visitantes, en un suburbio de
Agrigento —Girgente en siciliano, Akragras en griego, Agrigentum en latín,
Kerkent en árabe— se encuentra Kaos: el lugar donde vino al mundo Luigino. Me
pregunto cuánta diferente sangre correría por sus venas, cuántas personalidades
se habrían ido gestando en aquel recién nacido —justo en aquel «caos»— después
de más de tres mil años de historia.
Vayamos a su infancia cuyos
recuerdos están presentes en muchas de sus obras, y nos encontraremos con
desgarros típicos similares a los vividos por Stendhal. De nuevo late allí la
percepción edípica al mantener con su padre una difícil relación hasta el punto de considerarse un «hijo cambiado»; su
padre fue para él «un hombre incomprensible», alguien con el que «no se podía
razonar». Es el mismo sentimiento edípico que en Uno, ninguno y cien mil expresa el protagonista tratando de evitar
que pueda ser identificado con su padre. Stefano maltrató a su madre, mujer
sumisa a la que él reverenciaba, y además la abandonó por una amante a la que
el mismo Luigi llegó a escupir al encontrarlos en situación comprometida.
Aunque el padre regresó, hay una niña nacida como consecuencia de su adulterio;
un vecino aceptará a la mujer y a la niña a cambio de dinero. Dado que es normal que el creador excave
siempre en sus impresiones remotas buscando recursos inagotables, Pirandello
desempolvará recuerdos de todo ello que plasmará también en una obra, La voluptuosidad del honor.
Trece
años vive el pequeño Luigi entre aquellos sus paisanos, unos de rostros
cetrinos y mirada torva, otros con rasgos helenos y la mayoría celosos de sus
mujeres hasta el punto de cubrir los balcones para que no se vea nada desde la
acera. Es Sicilia, y se habla el dialecto siciliano hoy reconocido como idioma
por la Unesco. Ese será el tema que el joven Pirandello, después de ser educado
en su casa por preceptores y de matricularse en la universidad de Palermo, su
segunda ciudad, y en Roma donde se acaba pegando con el decano, ese será el
tema, digo, sobre el que versará su tesis de licenciatura al terminar su
carrera de Letras en Bonn, donde la lee en alemán. ¿Fue quizá allí y entonces
donde se contagió del pesimismo de Schopenhauer y creyó firmemente que «...la
vida del individuo, por muy enrevesada que pueda parecer, es una totalidad
congruente en sí misma, que posee una determinada tendencia y un sentido
instructivo, al igual que la epopeya más meditada», e «incluso que el curso individual
de los acontecimientos, los cuales son con frecuencia el caprichoso juego del
ciego azar, esté de alguna manera planificado y dirigido como conviene al bien
verdadero y último de la persona»? ¿Y que: «Si examinamos minuciosamente algunas
escenas de nuestro pasado, todo en él nos parece tan tramado como en una novela
trazada conforme a un plan»?
Si de
vida enrevesada y de reveses hablamos, la suya iba a ser de las más enmarañadas.
Su matrimonio se convierte pronto en un infierno cuando a los treinta y seis
años un acontecimiento familiar, la inundación de una mina de azufre de su
suegro en la que está invertida la dote de su esposa Antonietta, deja a su
familia en la ruina y aquella comienza a enloquecer. Manías persecutorias y
escenas de celos terribles, celos de las mujeres que ya empiezan a aparecer en
las obras de Pirandello. La locura y la crisis matrimonial serán temas
omnipresentes en la obra pirandelliana; la huida de Matías Pascal de su casa,
es la escapada imaginaria de Pirandello de la suya. Evidentemente nunca será un
loco pero en su novela corta Cuando
estaba loco el protagonista dice: «Cuando
estaba loco (...) no podía, en mi conciencia, decir "yo", sin que
inmediatamente un eco me repitiese: "Yo, yo, yo... de tantos como llevaba
dentro en animada algarabía». La pluralidad —«El yo no es único sino que se
multiplica en tantos yoes como los demás perciben en nosotros o como nosotros
podemos percibir en nosotros mismos, en tantos yoes como pueden sucederse en
nosotros a lo largo del tiempo o como pueden convivir en nosotros simultáneamente»—
será una constante(1). Al igual que en el Il
fu Mattía Pascal y La signora Morli
una e due, el tema de la identidad junto con la evasión de la realidad será
el de toda su obra. «El piso se convirtió en un infierno. Prisionero en este
laberinto, Pirandello iba a errar por él más de dieciocho años. Al no poder
vivir su vida, sólo podía escribirla. Y tal fue el inicio de la gloriosa
catarsis»(3)
* * *
¡Y
todavía no hemos hablado de su teatro! Pirandello, que abordó la obra teatral
por recomendación de dos íntimos amigos, resultó ser uno de los grandes
renovadores del género sin dejar de cuestionar la identidad de los personajes: «Todo lo que vive, por el mero hecho de
vivir, posee una forma, y por lo mismo debe morir; menos la obra de arte que,
precisamente en tanto que es forma, vive siempre». Laura Vaccaro dice que
«Además de perder su identidad (...) el personaje pirandelliano percibe algo
tanto o más desasosegante: que no hay autor que le fije el texto y le organice
sentido a su peripecia. Algo que bien mirado, aparecía ya en el teatro
isabelino como el dilema de Hamlet».
Bástenos
decir para terminar que estamos ante el máximo innovador del teatro, desde Shakespeare e Ibsen, hasta nuestros días. Pirandello nos trajo «el teatro dentro del
teatro»: aquello de que los espectadores invadan el escenario, o que la obra sea
parte de lo que sucede en el patio de butacas o en la antesala de él y hasta en
las inmediaciones del mismo antes de comenzar la función. Su Seis personajes en busca de autor o Esta noche se improvisa son títulos, por
ejemplo, que siempre seguiremos viendo en cartel. ¡Genial Luigi Pirandello que tantas emociones nos ha hecho
vivir lo mismo desde los escenarios que desde sus cuentos y novelas!
«El arte venga
a la vida. En la creación artística el hombre se convierte en Dios»
(1)
Miquel Edo, Introducción a El difunto
Matías Pascal.
(2)
Laura Vaccaro, Los premios Nobel de
Literatura
(3)
J. Chaix-Roy, Pirandello
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