«Pese a
que durante aquellos quince años consideraba la escritura una tarea
trivial, seguí escribiendo»; «Pero
hace cinco años empezó a ocurrirme algo muy extraño. Mi vida se
detuvo...»
Han pasado
quince años desde el día de su matrimonio y Tolstói está entrando
en lo que se ha denominado su «conversión». A partir de entonces
—superada la idea del suicidio por no encontrarle sentido a la
vida— y hasta el día de su fuga y su muerte treinta años más
tarde, la existencia le resultará una contradicción y un tormento.
Se
trata de un estado de lucha consigo mismo: se llega a avergonzar de
lo que hasta entonces ha escrito y se dedica a profundizar en las
enseñanzas del Evangelio, en las de la Iglesia y en las de las demás
religiones. Viviendo con su familia en el lujo que sus dos obras le
están proporcionando no puede permanecer impasible a la vista de
tantas miserias y tantas penurias como las que le rodean; quiere
darle a su vida un sentido coherente dentro de la religión, y al no
encontrar respuestas racionales se va convirtiendo él mismo en un
moralista y un profeta; detesta la vida de opulencia y frivolidad en
la que se ve obligado a vivir mientras a su alrededor los campesinos,
en sus miserables cabañas, pasan toda clase de indigencias y
privaciones.
Abandona
la narrativa y se dedica a escribir tratados religiosos para
demostrar la inconsecuencia de la Iglesia con los Evangelios; y es
excomulgado. Para su mujer Sonia lo que está sucediendo es una
catástrofe y ello los acaba distanciando; destruyó la armonía
familiar y arruinó su matrimonio.
Como
la familia no comparte su forma de pensar pretende irse, contempla la
idea de dejar a sus hijos y a su mujer y convertirse en un eremita;
pero no llega a hacerlo, siempre encuentra una excusa. Finalmente,
cerca ya de los sesenta años el conde León Nicoláievich Tolstói
decide ponerse el blusón de mujik y
hacerse la habitación, trabajar en el campo, empuñar el arado,
segar el heno o el centeno, tomar el hacha y cortar leña, coser
zapatos que él mismo usa, dejar de comer carne..., pero, a pesar de
predicar la abstinencia sexual incluso en el matrimonio, algo que él
mismo considera pecado, no lo consigue:
1884:
«He estado traduciendo a Lao-tse»; «Lei
sobre Confucio»; «Por la tarde trabajé bien en las botas»; «Hice
mi habitación»; «Tuve vergüenza de hacer lo que hay que hacer:
sacar el orinal»; «...seré útil a los seres humanos»; «Fui a
casa del zapatero»; «Lei un poco y me puse a coser»; La situación
en la familia es dolorosa»; «...cólera y acusación de rencor
personal»; «...un abatimiento terrible»; Estuve cosiendo botas
toda la tarde...»; el espíritu castrado de su madre»; «...la
causa principal del mal que hay en mí es la incontinencia en la
comida, en el deseo carnal, en el tabaco»; «...comencé a no comer
carne...»; «Estuve segando...»; «La ruptura con mi mujer (...) es
total»; trabajé con los campesinos todo el día»; «...segué
durante todo el día...»; «Ella se pone a tentarme carnalmente»;
«...llamé a mi mujer y ella (...) me rechazó»; «...me sacó de
mis casillas»; «Salió corriendo presa de la histeria»; «Estuve
cortando leña».
Además
de sus impulsos sexuales tampoco consigue dejar el tabaco y se
consuela escribiendo que cuando sea declarado pecado lo abandonará.
Hay una etapa en la que ni se asea para así vivir más intensamente
las privaciones de los humildes, pero huele, y su mujer no puede
soportarlo.
Sonia
lo consideraba un hipócrita pues ella seguía quedando embarazada.
Hasta el hecho de tener nodriza lo consideraba él un pecado capital;
no podía superar la cólera por haber dado ella a amamantar a su
hija a una nodriza.
Hemos
de señalar que ambos mantenían diarios que no se ocultaban, estaban
al alcance de cualquiera. Esos diarios les sirven también para
difamarse, herirse y replicarse. Escuchemos a Sonia en algunas de las
entradas en los suyos:
—«...la
adulación de los demás, (...) y la fama, su insaciable ansia de
fama, es lo que lo mueve constantemente»
—«...si
sus lectores tuvieran idea de la voluptuosa vida que lleva,
descenderían a esa deidad del pedestal al que lo han subido»
—«...sale
con el caballo que le apetece montar, come —espléndidamente— lo
que otros cocinan para él...»
—«...Para
él, el mundo es simplemente el medio que rodea a su genio y toma de
él lo que puede ser útil para su obra. (...)
Coge de mí, por ejemplo, mi labor de copista,
mi preocupación por su bienestar físico, mi cuerpo»
—«...no
es honrado ni sincero. (...) la vanidad, la insaciable sed de fama...»
Pero es que
hasta él mismo, mientras organiza la lucha contra la miseria y crea
comedores para la hambruna, reconoce: «desde
luego, el desdichado deseo de fama mundial interviene también».
A
sus sesenta y tres años se siente deprimido por no poder refrenar su
sensualidad: «...la
cópula es una abominación...». Ella
escribe: «...por sus deseos yo he estado
embarazada dieciséis veces: trece hijos y tres abortos».
Y
sin embargo lo peor está por llegar: será la lucha que hasta su
muerte mantienen ella, los hijos, uno de los más fervientes
seguidores de él y el mismo Tolstói por los derechos de sus obras
(quiere que pertenezcan al pueblo) y por la custodia de sus
diarios; eso además de querer entregar sus propiedades a los
campesinos. Ella no está dispuesta a quedarse en la miseria con sus
hijos, y es la época de las llamaradas de celos y de los intentos de
suicidio...
1894: «Señor, ayúdame. Enséñame a llevar esta cruz»; «Volví a adquirir vívidamente conciencia del pecado de poseer tierra»
1896: «He dominado la lujuria»
1898: «Creo poco en Dios...»
*
* *
En sendos personajes protagonistas de dos de sus novelas Tolstói nos ha
dejado buena parte de su compleja personalidad. Estamos hablando del
terrateniente Levin de Anna Karenina y
del asesino Pózdnychev de la Sonata a Kreutzer.
Se podría
decir que en la primera de ellas hay dos argumentos con dos
protagonistas independientes: Anna y Levin. Se desarrollan en
realidad en la obra dos novelas con sus dos «estrellas» y sus
respectivas camarillas alrededor de cada una bien se trate
de padres, hermanos, esposos, parientes, siervos o amigos. Levin es
el noble y Anna es la pérfida; eso es lo que está claro y lo que él quiere que se vea. Tolstói va trenzando la novela con
habilidad desde la vida de uno de estos personajes a la del otro;
ambos son verdaderamente protagonistas independientes con escasas y
prácticamente inexistentes relaciones directas. Sus vidas tan sólo
se entrecruzan ligeramente a través de otros personajes secundarios
y, por lo tanto, hay en la obra dos vidas diferentes. Se empeña el
autor en contar en ella las excelencias de la vida en el campo
paralelamente a la intriga de un adulterio en la alta sociedad;
pero se diría que casi le dedica mucho más tiempo a la vida de
Levin (su alter ego) que a la de Anna la adúltera.
En la
novela Sonata a Kreutzer, título
tomado de la obra para piano y violín de Beethoven que le hizo a él llorar
de emoción la primera vez que la escuchó, y que escribió a los
sesenta años en plena crisis reanudando magistralmente su labor
narrativa tras sus escritos morales, filosóficos y religiosos,
Tolstói no sólo se retrata nuevamente a sí mismo sino que nos
relata la sordidez a la que ha llegado su matrimonio. Pózdnychev es
alguien a quien el narrador ha conocido en un compartimento de tren y
que se complace en relatar minuciosamente su tormentosa vida conyugal
con una mujer a la que tras casarse llegó a odiar, y con la que no
obstante compartía una intensa sexualidad. Todo ello le sirve a Tolstói para -¿de forma hipócrita?- condenar el amor carnal desenfrenado entre
marido y mujer, pero también para identificar la institución del
matrimonio como una prostitución legalizada.
Pózdnychev
acaba asesinando a su esposa a cuchilladas sospechando que le engaña
con un violinista al que ambos conocen. Han escuchado la
célebre sonata interpretada por aquel y su esposa que les ha emocionado. Al
encontrar inesperadamente a la pareja en su casa no puede
reprimir su furia. Esta violencia física de género tan condenada
hoy es la única parte de la obra que no toma Tolstói de la triste
realidad de su matrimonio puesto que allí no llega nunca a suceder.
Pero, ¡ojo!, Pózdnychev ha sido absuelto al haber actuado en defensa
de su honor.
Raskólnikov,
el protagonista de Crimen y castigo asesina;
Pózdnychev, el de la Sonata a Kreutzer
también. Me gustaría profundizar algo en las relaciones de los
autores de estas dos sublimes obras que, aunque contemporáneos —y famosos a
un tiempo—, jamás se llegaron a encontrar.
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