Me
gustaría hoy profundizar algo en esa obra por la cual Flaubert
permanece en tan alto nivel, aún en nuestra época, en el ranking
de las letras universales. Y para ello lo
primero que me preguntaría es: qué resultó ser Madame
Bovary, y, después, y tan sólo
secundariamente y como una curiosidad, quién era Madame Bovary.
Para
la primera de estas dos preguntas puede que existan muchísimas
respuestas, pero de acuerdo con las convicciones de la mayoría de
los expertos y eruditos habría que reconocer que aquella novela,
además e independientemente de su «preciosismo» literario, resultó
ser y significó un cambio radical en la literatura.
Si
se lee hoy, apenas resulta ser una novela con un tema y un argumento
tan manido e insubstancial como el de aquellas de las que luego se han escrito posiblemente miles y cientos de miles. ¡Ah, pero
antes de ella no hubo nada parecido! Antes de ella, en novela, había
amores, pasiones, celos, venganzas, lances, duelos, doncellas,
galanes, traiciones, crímenes... Nunca la simple y vulgar narración
de un adulterio en términos algo escabrosos —«cuadros lascivos e
imágenes voluptuosas» adujo la acusación en el juicio— pero sin
héroes ni villanos, sin triunfadores ni sentenciados, sin premios ni
castigos y, ni siquiera, moralejas moralizantes —aunque sea
cacofónico y suene mal.
La
historia siempre va paso a paso, pero después de muchos de ellos
puede que dé una zancada. Veamos; se especula que sean tan sólo
cuatro los grandes, los transcendentales enclaves, o las zancadas
dadas tras muchos pasos, en la historia de la novela. Posiblemente
después de la Iliada y la
Odisea, tan sólo
el Quijote, Madame
Bovary y Ulises.
Todas ellas abrieron compuertas hasta entonces bien cerradas.
Oigamos
a Flaubert: «Lo que me parece hermoso, lo que
me gustaría hacer, es un libro sobre nada, un libro sin lazos con el
exterior, un libro que se sostuviera por la fuerza interna del
estilo, como la tierra se aguanta en el aire sin ningún soporte, un
libro que a duras penas tuviera argumento o que, al menos, tuviera un
argumento casi invisible, si algo así es posible. Las obras más
hermosas son las que tienen menos materia (...). Creo que el futuro
del arte va por ese camino». Y pensaba bien;
ese libro, Ulises (que
también fue llevado a los tribunales) lo escribió por primera vez
James Joyce, y hoy también existen quizás cientos de miles de
libros como él, pero antes tampoco hubo nada parecido. Y, finalizo;
antes de Joyce y de Flaubert, a Cervantes se le había ocurrido
escribir una obra en la que el héroe era un pobre loco y la heroína
una tosca aldeana, hermosa y delicada tan sólo en su imaginación. No
hace falta decir que aquello era también un hito y que hasta
entonces a nadie se le había ocurrido degradar a los héroes hasta
ese punto.
Por
cierto que, a aquel «idiota de la familia» ese libro ya le embelesó
antes de aprender a leer: «A veces el tío Mignot sienta a Gustave
sobre sus rodillas para leerle en voz alta Don
Quijote. De ese modo, antes de saber leer,
Gustave se fascina con las proezas imaginarias del célebre
perdonavidas de molinos»(1). «Sabes que las
primeras impresiones nunca se borran. El pasado lo llevamos dentro y
de él nos alimentamos durante toda la vida... Cuando me analizo, me
encuentro con Don Quijote». Ojo: «nos
alimentamos». ¿No se
nos ha dicho y repetido que la Bovary es un «Quijote con
faldas»?(2)
La
incógnita reside en saber cuando se producirá la siguiente gran
zancada en la literatura..., o si ya no habrá ninguna más teniendo
en cuenta dos condicionantes: la evolución que la sociedad
experimentó entre aquellas zancadas, y la sociedad actual desde
Joyce hasta el momento. La nuestra no tiene ningún corsé, y en ella
todos escribimos de todo y en cualquier soporte.
Si
aquello sucediera sería desesperante para nuestros descendientes. No
existiría ya nada nuevo en literatura y todo continuaría como hasta
la fecha.
*
* *
Pero
nos resta hablar del personaje Madame Bovary. Quién era Emma Bovary
o en qué mujer —madame o
mademoiselle— se
habría inspirado Flaubert. Ello independientemente del suceso
—adulterio y suicidio— que como hoy se sabe pudo suceder en la
realidad.
Si
como ha sido dicho se escribe siempre sobre uno mismo, y un escritor
no puede describir o representar otra cosa que sus propios recuerdos
y sentimientos subconscientes, debemos pensar que la imagen de Emma
estaba en aquellos, en la mente de aquel solterón que evitaba el
matrimonio a toda costa, a pesar de que repetidamente estuvo
enamorado y que con algunas mujeres tuvo intensas relaciones íntimas.
1850:
«¿Para cuando mi boda?
(...) Espero que nunca.
(...) El matrimonio sería para mí una
apostasía que me aterroriza» —tiene
veintinueve años y comenzará Madame Bovary
al siguiente.
1859:
«La mujer me parece una cosa imposible.
Cuanto más la estudio, menos la comprendo. Me aparté de ella todo
lo que pude. ¡Es un abismo que atrae y me da miedo!
—tiene treinta y ocho y ha finalizado hace tres años Madame
Bovary.
Afirma
Troyat que Flaubert tuvo razón al decir aquello de «La
Bovary soy yo». Y piensa que de cada una de
las mujeres que amó hay algo en Emma..., y cuando escribía estaban
presentes en su corazón y en su mente.
¿Qué
había de Elisa, su primer amor, la cual tenía veintiséis años y
era madre y concubina cuando la conoció siendo un quinceañero, y a
la que nunca llegó a poseer pero a la que visitará y verá
posteriormente y «permanecerá en su memoria como el símbolo del
amor ideal?»(1)
¿Qué
de Eulalie, aquella exuberante criolla y mesonera de treinta años
que lo sedujo y con la que a los dieciocho perdió su virginidad, y
que durante cuatro días la gozó intensamente y después la estuvo
escribiendo durante ocho meses a Marsella?
¿Qué
de Louise, la adúltera esposa del escultor Pradier, muchos años
mayor que él pero frívola y siempre sonriente y de la que quedó
fascinado cuando la conoció, y llegó a saber de sus intimidades e
incluso leyó su manuscrito autobiográfico?
¿Qué
de Louise Colet, once años mayor que él y su gran amante —de él
y de otros más— a la que conoció precisamente posando para
Pradier en su estudio? Con ella sostendrá una apasionada e
intermitente relación durante ocho años de los cuales los tres
últimos coinciden con los tres primeros de los cinco dedicados a la
obra. Le escribirá muchísimas cartas que hoy, afortunadamente,
podemos leer.
¿Habéis
reparado que todas ellas eran bastante mayores que él? Pero también
otras mujeres de las que no tenemos datos acerca de que estuviera
enamorado, pero a las que frecuentó y con las que se carteó, ¡le
llevaban hasta veinte años! George Sand, Leroyer de Chantepie y
Amédée Pommier por ejemplo, todas escritoras. No quiero ejercer de
psiquiatra o de psicólogo pero ¿buscaba aquel solterón una madre
entre aquellas mujeres de las que se enamoraba o simplemente entre
las que se dedicaban a escribir?
*
* *
Para
terminar definitivamente escuchemos a Flaubert en algunas cartas
dirigidas a esas mujeres. Son tan sólo algunas citas —de las más
de tres mil cartas que componen su correspondencia— pero todas
ellas relacionadas con sus luchas por alcanzar la excelencia en la
expresión literaria y, como he dicho, escritas todas a alguna de
esas mujeres que he enunciado anteriormente:
«¿Sabes cuantas páginas he escrito esta semana?
¡Una, y no digo que sea buena! (...) ¡Como me cuesta! Escribir debe
ser algo cruelmente delicioso cuando nos infligimos semejantes
torturas, y sin que deseemos otra cosa»
«Me ocurre que al cabo de cinco o seis páginas
tengo que suprimir frases que me han exigido días enteros» (...);
lo que ahora me parece un error, cinco minutos después ya no lo es;
se trata de una serie de correcciones y de recorrecciones de
correcciones que no se acaban nunca»
«Cuando
descubro una mala asonancia o una repetición en una de mis frases
estoy seguro de que me he enredado en algo falso. A fuerza de buscar,
encuentro la expresión justa, que era la única y que al mismo
tiempo es la armoniosa»
«¡Qué manía más bárbara, pasarse la vida
peleándose con las palabras y sudando el día entero para redondear
la musicalidad de las frases!»
«Cuanto más experiencia adquiero en mi arte más se
convierte en un suplicio ese arte: (...) Creo que pocos hombres han
sufrido como yo por la literatura»
«Es
tan difícil escribir que a veces me siento desfallecer»
«Hace
dos días que le doy vueltas a un párrafo sin acabarlo»
«Esta
semana he escrito cerca de seis páginas, lo que está muy bien en mi
caso»
«El
detalle es atroz, sobre todo cuando uno ama el detalle, como yo»
«He
pasado cuatro horas sin poder hacer ni una frase. Hoy no he escrito
ni una línea, o más bien, habré garabateado cien»
«¿Sabes
cuantas páginas he hecho esta semana? ¡Una, y aun no digo que sea
buena!
En
el cuaderno de notas que Mark Twain tenía, se encontró escrito lo
siguiente: «La fama es una especie de vapor;
la popularidad, un accidente; la única seguridad terrena, es el
olvido». Creo que se equivocaba
rotundamente. Casi siempre en el escritor se oculta una ambición
secreta ajena al arte, pero Gustave Flaubert amaba las letras y lo suyo no
fue el olvido.
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(1) Troyat,
Henri: Flaubert
(2) Ortega y
Gasset en Meditaciones del Quijote, Vargas
Llosa en La orgía perpetua
y Julian Barnes en El
loro de Flaubert .
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