martes, 12 de julio de 2011

Día Veinticinco: Mishima e Imanishi

¿Qué probabilidades existen de que un joven y afamado escritor japonés en la cúspide de su gloria, el cual ha vendido por cientos de miles sus novelas traducidas a todos los idiomas y que ha sido considerado para el Nobel de Literatura en tres ocasiones, se abra el vientre con un sable a la usanza de los antiguos guerreros samuráis?
     Comenzábamos hablando sobre Mishima acerca de probabilidades, y cerramos su turno de la misma manera.

     La famosa antropóloga norteamericana Ruth Benedict especializada en la cultura japonesa tradicional, y a la que el Pentágono tuvo que recurrir y contratar durante la ocupación norteamericana del país al objeto de aprender a tratar a aquel extraño pueblo aferrado hasta entonces a sus costumbres ancestrales inexpugnables a las influencias del mundo occidental, había escrito:
     "Los japoneses son a la vez, y en grado sumo, agresivos y apacibles, militaristas y estetas, insolentes y corteses, rígidos y adaptables, dóciles y resentidos, leales y traicioneros, valientes y tímidos, conservadores y abiertos, preocupados por el qué dirán y propensos al sentimiento de culpa, soldados disciplinados pero también con tendencia a la insubordinación". Lo decía así en su afamado ensayo El crisantemo y la espada en el que analizaba los patrones de la cultura japonesa hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. El título obedecía a dos rasgos prominentes de aquel hasta entonces "país enignático que consideraba un arte el cultivo de los crisantemos y glorificaba el culto a la espada y al prestigio del guerrero".
     Todo ello fue así hasta entonces, claro; y todo comenzó a cambiar con la invasión de la sociedad de consumo. En el Japón de hoy debe quedar muy poco o nada de aquello.

     Y ahora volvamos a Mishima. Primeramente es necesario señalar que ha vivido la guerra y, como adolescente, ha sabido muy pronto de la cultura occidental. Sin embargo, poco después, terminada aquella comienza a vivir el rápido y profundo cambio de su país: el deterioro y la pérdida de sus valores tradicionales y la desaparición de una cultura milenaria que ha llegado hasta su generación; y cada día que pasa lo va acusando más. El ensayo más importante que ha llegado a escribir lleva por título La defensa de la cultura, y lo escribe contra el hombre de acción importado de occidente, alguien que con un teléfono en la mano está al frente de una gran empresa y que se encuentra equidistante del antiguo modelo de héroe japonés. Él no acepta la modernidad y la desaparición de los valores del pasado.
     En segundo lugar lo ha conocido casi todo: ha llegado a ser maestro en el manejo de la espada; ha volado en un F-104 Starfighter; ha dado la vuelta al mundo al menos en siete ocasiones; ha sido varias veces aspirante al Nobel; en el mundo del cine ha dirigido, ha escrito guiones y ha interpretado películas; se ha dedicado intensamente a la halterofilia y ha practicado bodybuilding para eliminar su enfermizo aspecto y resultar más atractivo (hasta posa fotográficamente al estilo de las pin-up); ha compuesto canciones; ha actuado en un ballet, ha saltado en paracaídas; ha sido campeón de esgrima y de karate; ha dirigido una orquesta sinfónica... Pero todo esto -dicen los que han estudiado su carácter- no es más que una huida hacia adelante, un querer escapar de su persona. No olvidemos que la palabra persona procede de la griega máscara, aquella que los actores llevaban en sus interpretaciones.
     Nathan su biógrafo dice que ese su aparente gran amor a la vida era otra máscara; que su existencia no ha sido más que una colección de máscaras y él lo sabe. Trata de escalar el muro de la supervivencia, trata de superar el cómo existir. Y, lógicamente -añade- necesita sentirse seguro. En un artículo periodístico escrito en julio de 1970, cuatro meses antes de suicidarse, dice: "Cuando pienso en lo que han sido para mí estos veinticinco años me asombro de su vaciedad. A duras penas puedo decir que he vivido".
     Ignoro en cual de los caracteres o tipos del eneagrama del manual DSM IV de los psiquiatras norteamericanos encajaría Mishima; posiblemente en ninguno en especial y en todos al tiempo. Sin embargo, de lo que estoy seguro es de que nos ha dejado en una de sus obras, a través de uno de sus personajes, su autorretrato y una significativa confesión de las razones que tenía para quitarse la vida. Llegué a esa conclusión el mismo día en que leí la novela.


     Veámoslo y juzguemos. Años después del fracaso de La casa de Kyoto y ya considerando a la sociedad japonesa sumida en la decadencia moral y espiritual, anunció que durante los siguientes seis años escribiría la tetralogía El mar de la fertilidad, una saga de aquella sociedad vivida por Honda, su protagonista, desde la primera década del siglo veinte hasta los años setenta del mismo, la cual dijo que estaría compuesta de tres mil páginas. Y más o menos lo cumplió. El mar de la fertilidad, torrente de pasión y belleza crueldad y poesía fue su testamento. El cuarto y último volumen de la saga, La corrupción de un ángel, fue una novela póstuma; se ha dicho que la terminó de escribir el mismo día de su suicidio.

     No obstante es la novela anterior, El templo del Alba, la que ahora nos interesa. Se trata de la tercera de la tetralogía y la última publicada en vida. La estuvo escribiendo desde septiembre de 1968 hasta abril del siguiente año, justamente el anterior a su muerte. (A título anecdótico -energúmeno Mishima- citaremos que mientras se entregaba a ella también escribió un libro de ensayos populares, su primer y único ballet y dos obras de teatro en tres actos).

     En la contraportada del ejemplar que poseo de esa novela se puede leer que "De los cuatro títulos que componen El mar de la fertilidad, Mishima expone en este con mayor crudeza su ansia de belleza y de perfección". ¡Otra vez la palabra belleza!
     Pues bien, en el capítulo 25 Mishima introduce un personaje nuevo en la novela, se trata del señor Imanishi, Yasushi Imanishi. Un especialista en literatura alemana de unos cuarenta años, prematuramente envejecido y achacoso, que escribe sobre un mundo -El milenio del sexo- de extrañas fantasías y aberraciones.
     "Quienes le llamaban degenerado revelaban sólo su nostalgia por los días del feudalismo..."/ "caminaba con la característica manera enfermiza..."/ "enfrentado con la autoridad establecida y los convencionalismos..."/ "hasta entonces había sido simplemente un romántico al estilo de Novalis"/ "su vanidad y su complejidad..."/ "sacaba a luz deformidades interiores..."/ "nadie más lejos que Imanishi de poseer el físico, la frescura o el valor de la juventud..."
     "¡Qué hombre era aquel Imanishi!" "¿Quién era aquel Imanishi?" exclama y se pregunta el propio Mishima. Y en el capítulo 37, a lo largo del mismo, nos vamos encontrando con las siguientes claves:
     "Debo correr hacia la destrucción; si no lo hago, retornará el infierno", pensó Imanishi.
     "Imanishi se hallaba obsesionado con la idea de que a menos que llegara pronto para él la destrucción, el infierno de la vida cotidiana se reavivaría y le consumiría, si la destrucción no sobrevenía inmediatamente estaría sometido todavía más tiempo a la fantasía de que le devorara la estolidez. Era mejor verse arrastrado a una catástrofe repentina y total que carcomido por el cáncer de su imaginación. Todo ello podría deberse al miedo inconsciente de que se revelara su indudable mediocridad si no se daba fin a sí mismo sin demora".
     "Quizás con su muerte podría convertirse en el recordado".
     "Desearía poder morir pronto" -dijo Imanishi.

     A "Yasushi Imanishi-Yukio Mishima" le conducen al suicidio tres razones. Primero, junto con la desaparición y la consiguiente nostalgia que él siente por una historia milenaria basada en el honor y que ha llegado incluso a sus días, su rechazo hacia aquella nueva sociedad que está emergiendo sin valores espirituales. Segundo, el padecimiento de una constante crisis existencial que le causa una enorme inseguridad y sufrimiento, y que le produce un miedo espantoso a sufrir un derrumbe y con él su definitivo hundimiento en la mediocridad. Tercero, él, que ha sido un adolescente frágil y enfermizo y que lo ha logrado superar, intenta escapar de la decrepitud y de la decadencia física; no se resigna a la inminente pérdida de la apostura, la perfección y la belleza. Imanishi morirá en un incendio por él provocado. Mishima por medio del seppuku.


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 Mishima: "En toda obra literaria se oculta siempre un punto de cobardía"
Dostoievski: "¡La belleza es cosa terrible y espantosa!"
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