martes, 31 de mayo de 2011

Día Diecinueve: De otro aristócrata francés el cual también...

Alexis Charles Henry Clérel de Tocqueville había nacido en París el 29 de julio de 1805. Era un joven magistrado de tan sólo veinticinco años cuando fue autorizado por el gobierno de su país a trasladarse a los Estados Unidos a fin de realizar un estudio sobre el sistema penitenciario norteamericano. El viaje lo realizó en compañía de otro colega llamado Gustave de Beaumont con el que permaneció allí algo más de nueve meses, exactamente desde mayo de 1831 hasta febrero de 1832 pagándose ambos precisamente los gastos de sus bolsillos. Sus ganas de viajar a aquel país estaban por encima de cualquier obstáculo.
     No he querido abandonar Francia sin hablar antes de este genial escritor: Alexis de Tocqueville. Y es que prevalece a mi entender, además, otra gran razón: ¡existen tantas concomitancias entre él y Montaigne! Veamos algunos de esos paralelismos que yo siempre he detectado:
     Los dos son franceses y aristócratas; se formaron en leyes y ejercieron la política; ninguno de los dos escribió demasiado pero cada uno nos ha dejado una obra sobresaliente e inigualable; el uno se aisló para escribirla en lo alto de la torre de su castillo y el otro se encerró en el lugar más alto de la casa paterna, en la buhardilla; uno estaba inventando el género ensayo y el otro escribía quizás el primer gran volumen de sociología política; si Montaigne ha sido retratado como arrogante, ególatra y misántropo, de Tocqueville se ha escrito que era tímido, reservado y antipático; ambos fueron grandes viajeros, les gustaba viajar y conocieron y gustaron de otras culturas, no obstante sirvieron siempre con honestidad a su país. ¿Qué decir en cuestión de lecturas?; los dos leían habitualmente a pocos autores, no más de tres o cuatro: Montaigne no salía de Séneca, Plutarco y Epicuro, y Tocqueville de Rousseau, Montesquieu y Pascal.
      Es probable que existan más similitudes; pero sigamos ahora con nuestro hombre.
     El informe o estudio técnico que elaboraron para su gobierno y que llevaba por título El sistema penitenciario en los Estados Unidos y su aplicación en Francia, aunque recibió un importante premio que les permitió resarcirse en parte de los gastos del viaje, nunca llegó a ser famoso y conocido como el libro que Alexis de Tocqueville escribió a su vuelta, y del que apareció en francés la primera parte en 1835 con el título La democracia en América. Siempre me he dicho a mí mismo que ese es el libro mediante el cual los norteamericanos pueden llegar a saber quiénes son; porque, ¡ojo!, las cosas en cuanto a manera de ser han cambiado allí muy poco desde entonces.
     Editado en dos volúmenes, alababa Toqueville de aquellos americanos con los que se había ido encontrando su generosidad, su habilidad y su energía -además de su amor al dinero-, y se atrevía a pronosticar que algún día aquel pueblo llegaría a superar a las potencias europeas de entonces y a ser una de las más poderosas naciones de la Tierra.
     Hay que decir que la obra de Tocqueville es exhaustiva, profunda y minuciosa. Tal como he mencionado ha llegado a ser considerada la primera publicación de sociología política cuando en aquella época la palabra sociología se estaba todavía acuñando. Tocqueville, durante aquella estancia tan breve en los Estados Unidos, acopió una información formidable sobre aquel país el cual le fascinó en todos los aspectos. Él era un aristócrata europeo que iba descubriendo a los demócratas norteamericanos. Después de viajar de Nueva York a Detroit, de Nashville a Nueva Orleans a donde llegaron por el Mississippi, para alcanzar a continuación Washington y ser recibidos por el presidente Andrew Jackson, habría que decir que Tocqueville además de prisiones había conocido al auténtico pueblo americano. Su obra disecciona aquella sociedad hasta en los más pequeños detalles, y representó entonces -y lo sigue siendo ahora- un relato vehemente y magnífico sobre sus gentes, sus costumbres y sus pasiones.
     Permítaseme -sin ser exhaustivo- que deje aquí algunas de las citas curiosas del libro de las muchas que conservo en mi morral, y que creo siguen definiendo a aquella sociedad y al americano medio de hoy día:
 
    -"No creo que haya un país en el mundo donde existan tan pocos ignorantes y al tiempo tan pocos eruditos. La instrucción primaria está al alcance de todo el mundo; la instrucción superior la consiguen apenas unos pocos". No sé que pensaría hoy Tocqueville si supiera que algunos de estos la consiguen gracias al dinero o a sus éxitos deportivos.
     -"En América sucede algunas veces que la misma persona cultiva sus campos, construye su casa, modela sus herramientas, fabrica sus zapatos y teje el basto paño del cual se componen sus ropas". Hoy no es fielmente así, pero ellos inventaron el Do it yourself.
    -La minuciosidad de las leyes y regulations que hoy tanto nos sorprende a los europeos, también la notó Tocqueville: "La ley desciende a detalles minuciosos. Además, la misma promulgación prescribe el principio y el método de su aplicación"
    -"Nunca fue asumido en los Estados Unidos que el ciudadano de un país libre tuviera el derecho de hacer lo que le viniera en gana; por el contrario se le han impuesto más obligaciones sociales que en ningún otro lugar", y más adelante aclara: "en ninguna parte del mundo tiene la ley un lenguaje tan absoluto como en América; y en ningún país está tan conferido el derecho a aplicarla en tantas manos". Parece mentira pero sigue siendo cierto.
     -"Todo está en movimiento en América" -escribe sorprendido Tocqueville- "América es una tierra de maravillas en la cual todo está en constante movimiento y cada cambio aparenta ser una mejora. La idea de novedad está aquí indisolublemente unidad a la de prosperidad". Si hubiera llegado a imaginar siquiera que la novedad Internet sería mundial...
     -"Prefieren los cálculos positivos y todo lo práctico antes que las teorías" (...) "Las pasiones que más profundamente agitan a los americanos no son las políticas, sino las pasiones económicas". Hoy también. Se suele decir que cuando Wall Street estornuda el mundo coge un resfriado.
    -"En América no existen leyes contra las bancarrotas fraudulentas, y no porque no se produzca ninguna, sino porque se producen muchas. El temor a ser perseguido por ser el responsable de una bancarrota es más grande en las mentes de la mayoría que el temor a ser arruinado por las bancarrotas de otros". ¿Pero es que han cambiado algo? 
     -"Cuando contemplo el ardor que los angloamericanos ponen en el comercio, los beneficios que les reporta y el éxito de sus empresas, estoy seguro de que llegarán a ser un día el poder marítimo más grande del globo terráqueo. Han nacido para gobernar los mares lo mismo que los romanos nacieron para gobernar el mundo". Con esta predicción no acertó del todo Tocqueville: hoy también gobiernan el mundo además de ser el poder militar más grande del globo.
     -"En América, los intereses del país están en todo momento presentes en la mente del ciudadano. Ese ciudadano se siente orgulloso de los éxitos de su país y de haber contribuido él mismo a ellos". ¿No viene sucediendo lo mismo en nuestro tiempo?
     -Dice Tocqueville que le sorprendió enormemente que en cada villorrio ya se editaba entonces un periódico. Y, además: "A mi llegada a los Estados Unidos me sorprendió encontrar tanto talento en los ciudadanos comunes y tan poco en los que estaban en el gobierno. Raramente están hoy día los más capaces en los Estados Unidos al frente de los asuntos del país". No sé que decir; eso ha ido por rachas.
     -"Las sectas que existen en los Estados Unidos son innumerables". Y más adelante agrega: "estas gentes no actúan exclusivamente en consideración a una vida futura; la eternidad es solamente uno de sus motivos de devoción. Si conversas con estos misioneros de la civilización cristiana, te sorprenderá oírles hablar tan a menudo de las cosas buenas de este mundo". Y no se habían inventado todavía las hamburguesas, los lavavajillas, las limousines...

     Lo siento, creo que me he pasado un poco; y eso que he tenido que restringirme. Me gustaría, sin embargo, hablar el próximo día algo más sobre Alexis de Tocqueville.
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sábado, 21 de mayo de 2011

Día Dieciocho: ¿Montaigne filósofo?

Con frecuencia he leído a varias plumas autorizadas que así consideran a Montaigne. Escuchemos a Ortega que era filósofo de profesión: "Sólo el que duda es filósofo. El que no duda aún no necesita de la filosofía, es el homo religiosus" -el resaltado es suyo. Si esto que Ortega pensaba es cierto Montaigne fue filósofo puesto que era un escéptico; pero también lo era entonces casi todo hombre culto de su época habiendo llegado a cumplir cierta edad. Con esta afirmación de Ortega pocos hombres se marcharían del mundo, incluso hoy, sin ser filósofos.
     No, no se trata de dudar o no dudar. Lo que quiero dejar claro es que él jamás pretendió impartir doctrina filosófica propia: "Yo no enseño, yo cuento"; "Aparte de los de Séneca y Plutarco, de donde extraigo mi caudal, (...) no he tenido comercio con ningunos otros libros de sólida doctrina. De esos escritores algo quedará en este libro..."; " ...heme acostumbrado desde hace algún tiempo, a añadir al final de cada libro la fecha en que he acabado de leerlos y la opinión general que de ellos he sacado, a fin de que esto me recuerde al menos el aire y la idea que del autor había concebido al leerlo".
     En realidad es difícil poderle acotar un pensamiento profundo que no pertenezca entera o parcialmente a otros. Yo me atrevería a decir que no fue un filósofo sino un lector de filosofía moral y de mucha historia y, todo lo más, un gran observador y contemplador. Montaigne tan sólo fue un hombre que sabía combinar y valorar -como si de un buen guiso se tratara- la forma menos mala de pasar por este mundo. Un escéptico al tiempo que un epicúreo fascinante, honesto, sencillo, ingenioso, ameno y, sobre todo: un verdadero amante de la existencia que se dedicó a decirnos la forma que a él le parecía más llevadera de permanecer en este Planeta dándole unas vueltas al Sol.

     Por cierto, es sorprendente saber que "negros" de la escritura ya existían entonces. A propósito de tanta cita de Séneca, Plutarco, Cicerón y Epicuro como trae a sus Ensayos, reconoce que es fácil en su tiempo componer un libro "engañando al necio mundo" sin haber leído a nadie: "He visto hacer libros sobre cosas jamás estudiadas ni entendidas, encargando el autor a distintos amigos sabios la búsqueda de esta y aquella materia para construirlos, contentándose por su parte con haber hecho el proyecto y apilado industriosamente ese montón de provisiones desconocidas; al menos son suyos la tinta y el papel". Y nos sigue pareciendo un hombre de hoy cuando escribe: "...me engaño si los peores escritores no son los más valorados en las corrientes populares".
     En cuanto a aquellos de los que ya hemos hablado que hoy en día corrigen su obra apenas editada, él ya decía: "Añado, pero no corrijo. En primer lugar porque me parece razonable que aquel que ha hipotecado su obra al mundo ya no tenga ningún derecho sobre ella. Que hable mejor en otra parte, si puede, y que no corrompa la obra que ha vendido. A personas semejantes no habría que comprarles nada hasta después de muertas. Que piensen bien lo que escriben antes de publicarlo. ¿Quién les obliga a escribir deprisa?" No obstante tengo entendido que él mismo también hizo correcciones en posteriores ediciones.
     Comparemos por otra parte esta declaración de Dostoievski: "Cada autor tiene su propio estilo y, por consiguiente, sus propias reglas gramaticales. Pongo comas donde las juzgo necesarias y, donde las juzgo innecesarias, otros no deben agregarlas", comparémosla digo con la siguiente de nuestro autor: "Yo no me ocupo ni de la ortografía, ni de la puntuación; soy poco experto tanto en una como en otra, (...) Preferiría dictar otros tantos ensayos a resignarme a releer éstos para hacer esa corrección pueril". Vemos que en el fondo parece que no han pasado trescientos años entre uno y otro.


     En suma, alguien que escribe: "...rara vez me arrepiento"; "...detesto ese arrepentimiento circunstancial que trae la edad"; "la plegaria me vence, aborrezco la amenaza"; "me contento con disfrutar del mundo sin agobiarme demasiado, y con vivir una vida sólo excusable y que no sea una carga ni para mí ni para los demás"; "el estar sujeto y obligado me pierde..."; "la intemperancia es la peste de la voluptuosidad, y no es la templanza su azote: es su aderezo"; " ...detesto la pobreza tanto como el dolor"; "el depender de otro es una suerte arriesgada y digna de lástima"; "...el hecho de aceptar es un acto de sumisión"; "...elementos de mi carácter: algo de orgullo natural, la incapacidad para soportar el rechazo..."; "a veces encuentro ayuda en la indolencia y en la molicie"; "la decrepitud es un estado que exige soledad"; "a mí no me preocupa ser hombre de bien según Dios; no sabría serlo según mi propio criterio"; alguien que escribe todo esto -decíamos- no está haciendo filosofía sino haciéndonos partícipes de quien es y como piensa. Y, curiosamente, se diría que bosquejando la imagen del hombre del siglo XXI.

     Antes de despedirnos temporalmente de Montaigne, quiero recomendar de sus Ensayos los Capítulos que llevan por título "De la presunción", "Sobre la amistad", "Sobre el arrepentimento" y "Sobre la vanidad". Cuatro temas interesantes para alguien de cualquier edad y de toda época.
     Y finalizo con algo del Capítulo XVIII del Libro Segundo titulado "Del mentir"; dice allí lo siguiente sobre los motivos que le han inducido a escribir:  "No erijo una estatua para colocarla a la entrada de una ciudad, ni en una iglesia, ni en la plaza pública. (...) Es para un rincón de la biblioteca y para divertir a un vecino, a un pariente, a un amigo que se entretendrá en descubrirme y compararme con esta imagen, (...) ¡cual no sería mi contento si oyera a alguien describirme las costumbres, el rostro, el porte, las palabras corrientes y los destinos de mis antepasados! ¡cuan atento estaría! (...) Si por el contrario fuera mi descendencia de otros gustos, tendría la posibilidad de tomarme la revancha: pues no podrían hacer menos caso de mí del que yo haré de ellos en esa época. (...) Y aun cuando nadie me leyese, ¿acaso habría perdido el tiempo al ocuparme durante tantas horas ociosas en pensamientos tan útiles y agradables?"


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domingo, 15 de mayo de 2011

Día Diecisiete: ¿Es molesto que alguien nos hable tan sólo de sí mismo?

Antes de seguir profundizando en Montaigne conviene traer aquí a otro personaje del que quizás su temprana muerte fuera el disparador de aquella "inclinación melancólica producida por la tristeza de la soledad" que le llevó a él a aquella "fantasía de meterse a escribir".
     Etienne de la Boétie, tres años mayor que él, su gran amigo íntimo al que quiso con locura -se supone que platónicamente-, había escrito a los dieciocho años (aunque hoy se cree que contaba al menos veintitrés) una obra conocida en el lenguaje coloquial como el Contra uno, obra a la que el autor le había dado en realidad el título de La servidumbre voluntaria.
     Verdaderamente se trataba de una obra sui géneris. A lo largo de su lectura se nota que su autor es joven, apasionado y enamorado de la antigüedad; a menudo se va por las ramas, pierde alguna vez el hilo, a veces desvaría y otras no se sabe contra quién dirige tanto improperio. Yo definiría ese libro como el grito desgarrador de alguien muy afectado por la tiranía social del momento y, al tiempo, seducido por la "idílica" democracia que se pensaba que a veces se llegó a disfrutar en las sociedades griega y romana. No sólo esta obra y la profunda amistad con su autor resultaron muy influyentes en Montaigne, sino la muerte de aquel a los treinta y tres años a causa de una disentería estando él mismo presente. Etienne de la Boétie le había legado su biblioteca y Montaigne se entregó con pasión a editar las obras de su amigo, especialmente el Contra uno.
     Y ahora, conocido todo esto, sí podemos meternos de lleno en las entrañas de sus Ensayos. Una "especie de condimento de calidad y también un medicamento contra la tristeza" tal como muy acertadamente algún intelectual los ha llamado:

   "Si el mundo se queja porque yo hable de mí demasiado, yo me quejo porque él ni siquiera piensa  en sí mismo."
   "Yo me arrepiento rara vez..., mi conciencia se satisface consigo misma"
   "Yo no enseño ni adoctrino, lo que hago es relatar"
   "Yo tengo mis leyes y mi corte para juzgar de mí mismo"
   "Detesto el accidental arrepentimiento a que la edad nos encamina"
   "Si tuviera que recorrer lo andado, viviría como hasta ahora he vivido; ni lamento el pasado ni temo lo venidero"
   "Soporto los males con dulzura... porque traen halagüeñamente a mi memoria el recuerdo de mi larga y dichosa vida pasada"
   "Quien como yo tiene como mira las comodidades de la existencia (hablo de las esenciales) debe huir como de la peste de esas dificultades y delicadezas de humor"
   "Yo vivo al día, y, con respeto sea dicho, no vivo sino para mí; mis designios todos en ello finalizan"
   "Yo renuncio desde ahora a los favorables testimonios que quieren procurárseme, no porque de ellos sea digno sino porque estaré ya muerto"
   "Yo prefiero ser viejo menos tiempo a serlo con anticipación"
   "Yo no percibo distinto fin que el de vivir y regocijarme"
   "Yo me atrevo no solamente a hablar de mí mismo, sino a hablar de mí mismo solamente; me extravío cuando hablo de otra cosa, apartándome de mi asunto"
   "...tomé odio mortal a depender de ningún otro; sólo en mí mismo quise asirme"
   "Yo me conformo con una muerte recogida en sí misma, sosegada y solitaria, cabalmente mía, que concuerde con mi vida retirada y apartada"
   "¿Para quién no son al fin cargantes e insoportables los achacosos?
   "La decrepitud es cualidad solitaria. Yo soy sociable hasta el exceso, y, sin embargo, reconozco sensato el sustraerme en adelante de la vista del mundo con objeto de guardar la importunidad para mí solo...; llegó la hora de volver las espaldas a la compañía"
   "...me es particularmente grato el no ocasionar a nadie placer ni dolor cuando me vaya"
   "Yo me estudio más que ningún otro asunto; soy mi física y mi metafísica"
   "Yo otorgo gran autoridad a mis deseos y propensiones: no gusto de curar el mal por el mal mismo, y detesto los remedios que son más importunos que la realidad"
   "...si es grato y apetecible, el placer es de las principales especies de provecho"
   "Trato yo a mi fantasía con la mayor dulzura que me es dable, y la descargaría, si pudiera, de toda pena y alteración"
   "Yo acojo de buen grado y con reconocimiento cuanto la naturaleza hizo por mí; con ello me congratulo y de ello me alabo"

     He estado dudando seriamente si traer aquí o no esta sinfonía de yoes los cuales conservo seleccionados de entre muchos otros en mi morral. Y, además, si los traía, si soltarlos de esta manera: sin avisar.  En cualquier caso pido mil perdones.
     Y me he atrevido a llamar sinfonía a esta letanía de afirmaciones o declaraciones singulares y posiblemente arrogantes -pero siempre frescas y lozanas- porque hay que reconocer que su lectura "suena" bastante bien tanto en la forma como en el fondo. Ese es realmente Montaigne, el auténtico Montaigne de su tercer y último libro, el aparecido en la edición de 1595 después de quince años de retoques y añadidos realizados incansablemente hasta su muerte ocurrida tres años antes.
     Pero hemos de hablar más sobre Montaigne del que Nietzsche pensaba que "El hecho de que un hombre así haya escrito, contribuye a aumentar un poco más el placer de vivir en este mundo. Al menos eso es lo que a mí me ha sucedido desde que conocí a este espíritu tan libre y vigoroso"; "Montaigne tiene una segunda cualidad aparte de esa otra de su honradez: una genuina serenidad que nos sosiega"

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sábado, 7 de mayo de 2011

Día Dieciséis: De un noble francés que se puso a ensayar

Después de haberlo citado aquí el último día confieso que hoy me he atrevido, con mucho respeto, eso sí, a abordar la figura de uno de aquellos escritores -uno de no más de un par de docenas- que me ha venido cautivando desde que supe de él. Michel de Montaigne y sus Essais es punto y aparte.
     Siempre que releo a este autor lo imagino escribiendo en aquel su castillo en una sala enorme con una magnífica chimenea y un gran perro a sus pies. Era su "cubil" como él llamaba a esa sala donde tenía prohibida la entrada a cualquiera: "Este es mi cubil. Intento conservar totalmente el dominio sobre él y sustraer este único rincón de la comunidad conyugal, filial y civil, (...) ¡Mísero aquel, a mi parecer, que no tenga en su casa un lugar donde pertenecerse, donde hacerse a sí mismo la corte, donde ocultarse".
     Estamos en los años setenta del siglo XVI. Este noble de Burdeos que ha ejercido la magistratura desde su juventud, carrera por la que no tuvo nunca entusiasmo alguno, dimite con cuarenta años como consejero del Parlamento de Burdeos y decide dedicarse a escribir. "Una inclinación melancólica producida por la tristeza de la soledad a la que me había entregado desde hacía algunos años, hizo que naciera en mi cabeza esta fantasía de meterme a escribir". Son palabras mágicas y eternas en el mundo del escritor: inclinación melancólica, tristeza de la soledad.
     Y como nunca había hecho nada semejante a excepción de la traducción de un libro del latín al francés por encargo de su padre, se pone a escribir sobre lo que lee y ha leído y, sobre todo, más adelante, acerca de sí mismo y de cuanto se le ocurre, aunque cada vez más sobre su persona, sobre él mismo. Michel de Montaigne estaba creando un género literario desconocido hasta entonces y que él, como no sabe que título darle a eso que está escribiendo, lo denomina Ensayos. "Voy espigando aquí y allá, en los libros, las sentencias que me placen, no para conservarlas (porque no tengo donde), sino para transportarlas aquí". Y también: "Ni en la guerra ni en la paz viajo sin libros, (...) En casa suelo prestar más atención a mi biblioteca...(...) Allí hojeo un libro, ya otro, sin orden ni concierto, de modo deshilvanado; ora sueño, ora apunto y dicto, mientras paseo, las ideas aquí presentes".
     El libro que su padre le había mandado traducir del latín era nada menos que de un filósofo y teólogo catalán, Raimundo Sabunde el cual había enseñado en Toulouse, y que fue publicado en francés tras traducirlo Montaigne con el título Teología natural. Desde luego ese catalán fue ya un pionero de lo que se avecinaba cuando en el mil cuatrocientos y pico le reprochaba a los escolásticos el uso excesivo del principio de autoridad y de las deducciones silogísticas en detrimento de la investigación empírica. Y a Montaigne, como veremos, le debió de influir mucho la lectura de aquel renacentista.
     Por otra parte, quizás aquella traducción fue la que le indujo a escribir sus Ensayos en francés y no en latín, lengua ésta en la que él mismo se expresaba y que ya hablaba cotidianamente a los seis años. Esa fue otra de sus innovaciones: escribir en una lengua en la que no se editaban entonces libros; Montaigne dice en cierta ocasión que escribe para pocos hombres y para poco tiempo, aunque ello lo piensa porque cree que la lengua francesa que utiliza se dejará de emplear pronto; hasta entonces todo se había venido escribiendo en latín.

     En aquella época debió ser Montaigne como un rayo de luz en la caverna del medievo que quedaba atrás. Que resultó ser un hombre sincero en su escritura es innegable y es parte de su personal impronta de escritor. Por ejemplo: "Y es el caso que tengo cierto natural imitamonos: cuando me metí a hacer versos, revelaron claramente al poeta que acababa de leer recientemente; y algunos de mis primeros ensayos tienen cierto tufillo a cosecha ajena". Dice que se entretiene leyendo autores sin cuidarse de su ciencia; asegura que tan sólo busca en ellos el estilo, algo que desde el primer momento a él no le falta, aunque lo ignore, y que resulta particular y asociado a la evolución del pensamiento pero al tiempo se mantiene clásico. También reconocía que escribía a saltos y a zancadas, y ahí sí que no se equivocaba, en realidad era cierto: va de un sitio a otro velozmente y a veces parece que se ha perdido.

     Hay que decir, sin embargo, que a Montaigne se le ha acusado varias veces y de varias formas de ególatra, arrogante, misántropo, misógino y hasta de hipocondríaco; incluso yo he leído de él que se trataba de un "hombre cuya ética era seguir sus impulsos naturales"; eso sin olvidarnos de la complejidad y contradicción de su persona, de su alambicada personalidad. Yo replicaría a ello con dos argumentos:
     Primero de todo que Montaigne estaba creando un género. Aquello no era novela ni literatura epístolar; tampoco era historia ni crítica; no se trataba tampoco de biografía ni autobiografía -aunque de todo ello un poco había. Montaigne escribe -tal como él dice- sin esperanza de gloria; escribe por escribir y sin saber de qué, tan sólo por esa fuerza que arrastra sin remedio; y cuando después de muchos años de comenzar muchos capítulos con palabras más o menos como estas: "Cuéntase que Severo Casio hablaba mejor..."; "Tenía un noble francés la costumbre..."; "Los reyes de Persia admitían en sus festines...", cuando después de relatar cosas tan serias pasa a describirse a sí mismo contando qué es lo que come, cuánto bebe, cómo se viste, si va poco o mucho al excusado, cual ha sido su salud, si le agrada rascarse o le pican los oídos, cómo tiene el estómago o su vista..., entonces Montaigne desconcierta.
     Y este es por tanto mi segundo argumento: Montaigne se desnuda ante el lector de su época, lo cual es una novedad; confiesa sin ambages lo que piensa y lo que opina sobre... ¡sobre lo divino y sobre lo humano! habría que decir.
     En fin, cabría preguntarse: ¿Pero cómo es posible que un hombre que escribe entre otras muchas cosas sobre esos temas tan triviales y faltos de interés, llegue a ser entretenido e incluso apasionante leerlo? ¿Será su estilo junto con su candor? ¿Radicará el secreto en esa franqueza que emana de todo lo que dejó escrito este escéptico arrogante y desenvuelto epicúreo?
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domingo, 1 de mayo de 2011

Día Quince: ¿Por qué se escribe?, ¿para qué se escribe? (y dos)

Decíamos el día anterior que teníamos por delante un tema apasionante y de difícil respuesta; quizás de infinitas.  ¿Para quién escribieron los grandes?:
     En su Tratado de la tranquilidad del alma Séneca dejaba escrito hace casi dos mil años lo siguiente: "¿Qué necesidad hay de componer obras que han de durar siglos? ¡Quieres hacer esto porque  la posterioridad no cambie tu nombre! Naciste para la muerte y menos molestias tiene la muerte silenciosa. Así que para ocupar tu tiempo, escribe en estilo simple alguna obrilla en provecho tuyo, no para que la fama pregone tu nombre: menor trabajo cuesta a los que estudian para la necesidad del día". A pesar sin embargo de ese reproche y ese consejo, recuerdo que en alguna de sus epístolas morales le decía a Lucilio que él estaba seguro de que sería leído muchos siglos después, o algo parecido.

     Valéry en sus Estudios literarios escribe sobre Pascal algo interesante: "Y yo me he preguntado, ingenuamente, si un hombre que no mira más que a sí mismo y a Dios, que no se concibe más que entre su perdición y su salvación, que no le inquieta una vida futura en la memoria de los otros (...) puede estar en disposición de pensar en el juego de escribir. Yo creo que nunca se escribe si no es para alguien, y que no se escribe con arte si no es para más de uno". Soberbia observación esta última: se puede estar escribiendo una carta y se puede estar escribiendo una obra, o un manual de instrucciones -por ejemplo- que también exige determinado arte.

     Borges por su parte afirmaba que "Un escritor debe pensar que cuanto le ocurre es un instrumento; todas las cosas le han sido dadas para un fin. Todo lo que le pasa, incluso las humillaciones, los bochornos, las desventuras, todo le ha sido dado como arcilla, como material para su arte; tiene que aprovecharlo". Y, más adelante: "En un poema hablé del antiguo alimento de los héroes: la humillación, la desdicha, la discordia. Esas cosas nos fueron dadas para que nos transmutemos, para que hagamos de la miseria circunstancia de nuestra vida, cosas eternas que aspiren a serlo". Borges terminó ciego, y esto que he traído aquí pertenece a uno de sus escritos titulado La ceguera.

     En sus célebres Ensayos, bajo el subtítulo "Del autor al lector" y fechado el 12 de junio de 1589, Montaigne deja escrito al comienzo de aquel magnífico libro lo siguiente: "Lo he dedicado al uso particular de mis parientes y amigos para que, cuando me pierdan (lo que sucederá muy pronto), puedan hallar en él algunos rasgos de mi condición y humor, y por este medio les quepa nutrir y tornar más entero y más vivo el conocimiento que tuvieron de mí".

     Nietzsche afirma en La gaya ciencia que escribir es para él una necesidad: "hasta ahora no he encontrado otro medio de desembarazarme de mis pensamientos (...) ¡Es que lo necesito!" 

     En suma y en breve, he aquí cinco grandes razones de cinco de los grandes:
  • Se escribe exclusivamente para la posteridad; se escribe para inmortalizarnos.
  • Se escribe siempre para alguien, al menos para uno; y si se trata de hacerlo artísticamente se escribe para más de uno.
  • Se escribe para realizar una obra de arte con lo que nos ha sido dado, para trabajarlo y obtener de ello toda su belleza; se escribe a veces para hacer de la miseria cosas eternas.
  • Se escribe para que cuando nos hayamos ido se conozca mejor qué clase de persona llegamos a ser; para que nuestros allegados sepan auténticamente de nuestros rasgos y carácter. 
  • Se escribe para desembarazarnos de nuestros pensamientos.
    
    Pero deben existir muchísimas más razones que ya tendremos ocasión de descubrir.
    Hoy viene bien traer a esta página aquello de Gracián: "...lo malo, si poco, no tan malo", lo cual es menos conocido que lo que dejó expresado sobre "lo bueno y además breve".

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